One-shot de Dragon Ball - El tsufuru y la saiyajin

Tema en 'Dragon Ball' iniciado por Elliot, 23 Agosto 2019.

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    Elliot

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    Escritor
    Título:
    El tsufuru y la saiyajin
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    5178
    Camina por áridas y peligrosas tierras lejanas a su civilización un joven e intrépido investigador con aires de aventurero, llevando una pesada maleta con ayuda de un droide. Su nombre es Granata, un tsufurujin, de los pocos de su especie interesado en estudiar a las tribus bárbaras que habitan esta zona y de los que más éxito a tenido. Ahora mismo se dirige a una cueva artificial, donde parece esperarle alguien.

    —Pst, Egpura, ¿estás ahí? —preguntó el joven, a lo cual una mujer de físico atlético salió de la cueva sin ropa alguna, avergonzando al tsufuru.

    —¿Ya es medio día? —respondió entre bostezos Egpura, a la que se le podían ver las numerosas cicatrices en su cuerpo, producto del estilo de vida bélico de su especie, los saiyajins.

    -¡P-ponte algo, no seas indecente! —gritó el investigador avergonzado y desviando la mirada mientras se tapaba la cara.

    Egpura giró sus ojos en señal de molestia, nunca había entendido la razón de que a Granata le avergonzara tanto algo tan natural como la anatomía saiyajin cuando a estos últimos parecían hasta disfrutar de la de los tsufurujin. Aún así hizo caso a su compañero y se adentró de nuevo en su cueva para cubrirse con las pieles en las que se había dormido, usando su cuchillo para cortar los agujeros de la cabeza y los brazos.

    Luego de que Egpura se vistiera, Granata sacó una tela cuadrada de su maleta con la que cubrió el suelo y puso por encima recipientes con variadas comidas dentro.

    —Ya se que dijiste que tus favoritas son las carnes, pero creí que una dieta un poco más balanceada no te vendría mal —dijo Granata.

    —No me quejo —respondió Egpura con una sonrisa hambrienta y tomó dos de los recipientes con sus manos — pudiste haber traído puros vegetales y te lo hubiera agradecido de todos modos.

    La saiyajin empezó a devorar con rapidez el festín que tenía enfrente como acostumbran los de su especie, pero en medio de su frenesí alimenticio se fijó en que su compañero se limitaba a observar, así que le ofreció un poco.

    —Descuida, recuerda que los tusufujin comemos mucho menos que ustedes. Apenas podía cargar con tu comida, así que vine con el estómago lleno —respondió amablemente, con lo que la saiyajin continuó hasta saciarse.

    Una vez terminado el picnic, Granata preguntó con emoción en su rostro:

    —¿Estás emocionada por visitar la ciudad?

    —No mucho en realidad —respondió la saiyajin — no sé por qué tienes tantas ganas de que vaya.

    Esa respuesta desanimó un poco a Granada, pero con optimismo añadió:

    —Empecé este proyecto de vivir entre los de tu especie para demostrar que es posible una convivencia pacífica entre nuestros pueblos, y míranos, un tsufuru y una saiyajin charlando tranquilamente luego de almorzar juntos en medio de tierras saiyajins, por ahora parece que voy bien. El siguiente paso lógico es llevar una saiyajin a una ciudad tsufuru.

    —Mmm, parece que olvidas que varios saiyajins trataron de matarte o usarte de saco de entrenamiento al principio... —dijo Egpura.

    —Detalles —interrumpió Granata con un gesto.

    —No creo que los tuyos me reciban mejor —prosiguió.

    —Oh, eso. No te preocupes, ya lo tengo pensado —respondió Granata mientras hurgaba en la maleta. Sacó unas ropas tsufurujin femeninas y se las mostró a Egpura.

    —Eso no funcionará, ya he visto a algunos de los míos tratar de entrar disfrazados. Los guardias de las puertas de las ciudades los reconocen al instante y les disparan.

    —Eso ocurría porque los saiyajin promedio son bastante más grandes que los tusufurjin promedio, e imagino que usaban ropas desechadas o robadas, y, por tanto, sucias y malgastadas. Tú eres pequeña para tu especie, y con esta ropa que yo mismo compré puedes hacerte pasar por una mujer tsufuru algo alta. También traje a este droide estilista para que te tiña el pelo y te de un corte común de la región a la que vamos.

    Egpura aceptó y dejó que el droide la pusiera a la moda tsufuru, cambiando su pelo negro enmarañado por una melena rizada roja. Una vez arreglada y luego de mirarse detenidamente no pudo evitar pensar en voz alta en la gran diferencia entre su situación y la de Granata, teniendo ella que disfrazarse de tsufurujin para visitar a estos mientras que su compañero no tuvo que ocultarse cuando se arriesgó a vivir entre lo que su raza consideraba bárbaros.

    Recogieron las escasas sobras de la comida y caminaron en dirección a una ciudad tsufurujin cercana. A mitad de su camino, mientras Granata le contaba a Egpura las cosas que vería dentro de la ciudad, el droide estilista fue atravesado de lado a lado por una gran roca lanzada a su dirección, desactivándose y alertando a su dueño y compañera.

    —Oh, pero que tenemos aquí —espetó un saiyajin bandido mientras se acercaba a la pareja desde su derecha — una presa fácil.

    —Como ven, este no es lugar seguro para una pareja de tsufurus —añadió otro bandido que se acercó por detrás mientras jugaba con un cuchillo — ¿se perdieron o algo? —preguntó maliciosamente.

    — ¡Soya, Tarnip!, no traten así a estos viajeros desamparados, no es cortés —dijo un tercer bandido, de aspecto más grande y robusto que sus compañeros de escuálidos de estatura baja para un saiyajin, acercándose por la izquierda — ¿qué les parece si les escoltamos de forma segura cerca de la civilización? A cambio nos conformamos con... algunas de sus pertenencias, ¿trato hecho? —negociaba con Egpura y Granata, acercándose a la primera y manoseando su vestido mientras hablaba— Ahora que lo pienso, también se me ocurren algunos servicios en lo que podrían... —Su discurso fue interrumpido por un repentino golpe de Egpura en su quijada que dejó en el suelo al gran bandido y atónitos a sus compañeros.

    —¡Gran Appio! —gritaron Soya y Tarnip de la impresión.

    —Escoria de clase baja —exclamó Egpura reprochando a los atacantes — ¿tres de ustedes contra dos indefensos tsufurujin? ¿tan inseguros están de sus habilidades? ¡Son una vergüenza, lárguense de mi vista, insectos! —gritó a los bandidos, los cuales huyeron aterrados y confusos con la situación— ¿Continuamos nuestro viaje? —preguntó en un tono mucho más calmado y amigable a Granata luego de recoger el cadáver del droide.

    —Ah, si —respondió el tsufurujin luego de quedarse en blanco con la situación que acababa de ocurrir— Pero será mejor que dejes al droide aquí, los guardias sospecharían que nos atacaron si lo ven así.

    Egpura sentó el droide sobre un pequeña roca y continuaron su caminata.

    "Ella es más fuerte de lo que esperaba. Llamó clase baja a esos bandidos y derrotó al grandote fácilmente, ¿será de clase media o quizás incluso de clase alta?" Pensaba Granata mientras continuaban su camino. Era de saber popular que había individuos saiyajins con poderes excepcionales incluso para su especie, y que a estos se les conocían como guerreros de clase alta, en contraste con los guerreros comunes que serían de clase alta. Pero fue Granada quien, gracias a su convivencia cercana con estos seres, el que descubrió que también hay una clase media para los guerreros que destacan pero no lo suficiente para denominarse de clase alta.

    —Ya casi llegamos —dijo Granata a Egpura al ver los techos de los edificios tsufurus en el horizonte— Los guardias de las puertas de la ciudad nos harán preguntas, déjame las explicaciones a mi y solo sígueme, ¿bien?

    Los guardias los vieron a la distancia y dos de ellos se acercaron a ayudarlos.

    —¿Qué están haciendo afuera de la ciudad sin protección? ¿acaso no saben que es peligroso? ¿se encuentran bien? —exclamó uno de ellos.

    —Disculpen señores, mi amiga quiso acompañarme al exterior. También le expliqué lo peligroso que es, pero insistió mucho —explicaba Granata con algo de nervios.

    —Un momento, ¿tú no eres ese tipo raro que visita saiyajins?, lo último que necesitamos es que arrastres a mas gente a tus juegos —dijo el compañero grunón del guardia— Como sea, entren de una vez. Se reportaron ataques de bandidos hace poco, parecen que ustedes no se encontraron con ninguno pero nunca está de más ser precavido.

    Una vez dentro de la ciudad, Egpura preguntó a Granata:

    —Esta es una ciudad diferente de la que sueles salir ¿verdad? No recuerdo que la tuya tuviera muros ni tantos guardias, ¿no hubiera sido más fácil ir allí?

    —Los guardias de mi ciudad hubieran sospechado más que estos si me veían llegar con una mujer luego de haber salido solo, por eso pensé que sería mejor entrar a una ciudad diferente. Además, no suelen haber tantos, probablemente sea por los bandidos —respondió en voz baja— Como sea, ¿qué te parece la ciudad? Creo que nunca te habías adentrado tanto en una, ¿verdad? —dijo en tono normal.

    Egpura no le había dado importancia al cambio de entorno, pero cuando reflexionó mejor en esto sintió lo extraño que era. Todos esos edificios de distintos tamaños y formas, juntos y ordenados, muchos con grandes ventanas de cristal, contrastaban con las escasas y muy espaciadas viviendas de roca, barro, madera y cuero de su pueblo. Las calles, regularmente rectas y planas, cómodas de recorrer caminando y llenas de vehículos, no podían ser más extrañas para alguien acostumbrado a paisaje abiertos, irregulares y poco transitados. Puede que otros saiyajins, aquellos que le dan mala fama a su especie atacando ciudades tsufurus seguido, estuvieran más o menos acostumbrados a estas vistas, pero ninguno anteriormente había entrado de forma pacífica, aunque clandestinamente, y sin espantar a los habitantes.

    Granata comprendió los pensamientos de su compañero solo con su expresión. Después de todo, él había pasado por algo similar la primera vez que se adentró en tierras saiyajin, así que decidió no insistir en su pregunta.

    Entraron a una biblioteca, pero Egpura se aburrió. Luego estuvieron un momento en una plaza jugando, actividad que avergonzó un poco a Granata por ser adulto pero divirtió mucho a su compañera, en especial cuando se unieron niños a su diversión, los cuales se impresionaban por su fuerza al levantarlos y empujarlos en columpios. Cuando empezaron a llamar demasiado la atención con esto, Granata decidió que era mejor que Egpura y él se retiraran.

    —¿A dónde vamos ahora? —preguntó la mujer saiyajin con cierta emoción.

    —A un lugar divertido, educativo, y, con suerte, donde no seremos el centro de atención —respondió el tsufurujin.

    Tomaron un tren bala y se dirigieron al otro lado de la ciudad para visitar una de sus más grandes atracciones.

    — ¡El Gran Zoológico! —anunciaba Granata a Egpura en las puertas de este— Albergaba cientos de especies en su área de más de tres kilómetros cuadrados, cientos de tsufurus lo visitan a diario para observar de cerca a las especies con los que compartimos planeta pero que normalmente solo vemos en libros y documentales. Entremos rápido, no se permiten visitantes muy tarde.

    Presenciaron la exuberante y variada fauna que ofrece el planeta Plant. Pequeños depredadores con cabezas en forma de flor que esperan pacientemente a que polinizadores despistados caigan en sus fauces; herbívoros escamosos, grandes, rechonchos y sumamente acorazados, mayores que autos pero con cabezas poco más grandes que un puño; felinos arborícolas con extremidades y cola similares a los de los monos que cazaban en las otrora abundantes selvas del planeta; aves cuadrúpedas de estructura esbelta y largas patas con los que galopaban por las antiguas praderas en las que pastaban; un gran depredador pescador de cuello y cabeza alargados, cuya característica estrella era una doble vela a lo largo de su nuca y espalda.

    —Impresionante, ¿a qué si? —espetó Granata.

    —Son unos animales muy bonitos. ¿A qué hora los cocinan?

    —¡¿Eh?! —se sorprendió el tsufuru.

    —Solo bromeo, no te preocupes —aclaró Egpura entre risas, golpeando amigablemente el brazo de Granata— Hace años que no veo a algunas de estas criaturas, y de otras solo había escuchado historias... supongo que las cazamos hasta casi extinguirlas —dijo con un tono algo desanimado.

    —Los tsufurujin también somos responsables. Los dejamos sin lugares en los que vivir expandiendo descontroladamente nuestras ciudades sin considerar sus necesidades. Muchos migraron a las zonas más duras. Por suerte actualmente hay más conciencia para protegerlos.

    —...Suena parecido a como trataron a los saiyajins, pero sin la parte de la protección —dijo aún más desanimada— Supongo que nos ven como como algo inferior a los animales.

    Granata trató de pensar en algo para consolar a su compañera, pero no pudo, la táctica de igualar la culpa como hizo con la extinción de las especies no funcionaría, decir que muchos saiyajins ven a los tsufurus como seres débiles merecedores de ser saqueados sería contraproducente. Resignado, se iba a limitar a colocar su mano sobre el hombro de Egpura, pero justo escucharon el llanto de un niño aterrado pasando cerca de ellos.

    —Calma, corazón, ya pasó, ya pasó —le consolaba su madre secándole las lágrimas.

    —¡Mostro grande! ¡y feo! —decía el niño entre hipos debido al llanto.

    —No llores, papi te llevará a la plaza Yariqui para compensar —decía su padre rascándose la parte de atrás de su cabeza mientras evitaba la mirada de enfado y "te dije que era muy chico para ver a ese bicho" de su pareja.

    Repentinamente Egpura tomó al niño y lo movió por los aires, asustando a sus padres, a Granata y al principio al niño por la sorpresa, pero este último se comenzó a reír, olvidándose del susto de lo que sea que hubiera visto. Egpura lo bajó al suelo, le pasó la mano por el cabello y le dijo que se divirtiera. Sus padres solo se fueron a paso rápido del lugar con su hijo mientras susurraban cosas como "¿qué le pasa a esa mujer?", "pero hizo reír al niño", "no empieces, y recuerda que tu lo hiciste llorar".

    —¿Qué? A los niños del parque les gustaba que los cargara, y parece que a este también —respondió Egpura cuando Granata posó su mano sobre su hombro.

    —Y eso está bien, pero la próxima vez pide permiso a sus padres —aconsejó el tsufurjin, a lo que Egpura respondió con un pulgar hacia arriba.

    —Por cierto ¿qué le dio tanto miedo? —preguntó la saiyajin— Vi a niños asustados por algunos de los animales, pero ninguno los hizo llorar.

    —Oh, casi seguro lo llevaron a ver al Dulkarnak. Es el carnívoro más grande de este zoológico —explicó emocionado— Ahora recordé que quería que lo viéramos al final ¿quieres ir ahora? —preguntó extendiendo su mano a su compañera, la cual aceptó.

    "¡Damas y caballero! ¡Si creen tener el valor suficiente vengan para acercarse al titan de los dos cuernos, la bestia reptiliana primordial, el reactor nuclear viviente, la décimo séptima maravilla del mundo: El Dhulienotherium qarnagensis, o mejor conocido como ¡El Monstruo Dulkarnak!" Decía un cartel con sensacionalismo digno de una película, contrastando con las descripciones más precisas y divulgativas que se daban a las demás especies. Pese a la sensacionalista descripción que se dio del animal y a su bastante monstruoso aspecto, el Dulkarnak era generalmente una criatura dócil, con ocasionales arranques de ira muy corto al despertarse de lo que parecían pesadillas. Era un reptil carnívoro con placas óseas en su espalda que brillaban al consumir radiación o al estar a punto de atacar. Imponía mucho con su tamaño, suficientemente grande para engullir tsufurus o saiyajins enteros.

    —Este espécimen, probablemente último de su especie —explicaba Granada mientras recorrían un pasillo que llevaba al recinto de la criatura— Fue encontrado por unos esclavos saiyajins mientras trabajaban en una recóndita mina de material radiactivo.

    —¿Esclavos? —reaccionó con sorpresa Egpura.

    Granada se arrepintió de soltar ese detalle, pero antes de que pudiera tratar de arreglarlo fue interrumpido por un trabajador del zoo, algo anciano, que procedió a informarles sobre el animal como tenía acostumbrado.

    — Parece guardarle mucho rencor a esos salvajes. Según los registros entró en furia cuando vio u olió, aún no se tiene muy claro, a los desafortunados mineros que se le acercaron —dijo entre risas— Uno sobrevivió al ataque lo suficiente para notificarlo a sus dueños, pero murió poco después por intoxicación radiactiva. Antes de encontrar a este pequeñín se creía que habían sido extintos por los saiyajins en la última luna llena. Viven cientos de años, así que se dice que este individuo fue un sobreviviente de dicha masacre.

    —Irónico, fueron esos hombres mono los que los hicieron desaparecer y gracias a ellos los volvimos a encontrar —comentó otro visitante que escuchó al trabajador.

    Se notaba el disgusto de Egpura por esos comentarios, así que Granata decidió dejar atrás al trabajador apurando el paso.

    —¿No es peligroso que vaya? Dijeron que ese animal odia a los saiyajins —preguntó Egpura en voz baja a su compañero.

    —Te vez como una tsufuru y, aunque no te perfumaste como una, hay un cristal enorme entre el recinto y el público, así que tampoco te olerá. No debería haber problema.

    Al entrar el monstruo estaba durmiendo, pero parecía tener una pesadilla. Se despertó muy irritado y agresivo, cosa que el público confundió con su rutina. Estaban equivocados, el gran depredador había detectado el enorme nivel de poder de Egpura entre la multitud y la reconoció por esto como una saiyajin. Destruyó el cristal que lo separaba de la multitud, espantando a los tsufurus. Egpura salvó a su compañero lanzándolo lejos del lugar donde estaban y se enfrentó ella misma a la bestia, sosteniéndola de los cuernos y logrando frenarla un momento. Los tsufurus que quedaban al rededor veían impresionados, pero a la vez empezaron a sospechar cada vez más sobre el origen de la chica.

    El Dulkarnak lanzó a la guerrera por los aires y la engulló al vuelo. Los tsfurus se quedaron boquiabiertos, pero los gritos de emoción y terror volvieron cuando Egpura abría las fauces del Dulkarnak desde dentro, negándose a ser derrotada.

    Tras la incesante espera, llegaron unas fuerzas de seguridad especiales de los tsufurus a detener a la criatura. Esos soldados, en una increíble hazaña de fuerza, derribaron al monstruo con sus propias manos sin necesidad de armas. Cuando Egpura pensó que el peligro había acabado, fue detenida por estos mismos guerreros.

    —¿Pero que diablos están haciendo? ¡solo me defendí de esa cosa! ¡déjenme! —gritaba la guerrera queriendo evitar pelear.

    El soldado que la atrapó rasgó una parte de su vestimenta revelando al público la cola que Egpura escondía.

    —¡Es una saiyajin! ¡se ha infiltrado entre nosotros! —gritaba el soldado.

    —Debe haber algún error —sugirió un ciudadano que observaba la situación— Parece una mujer pacífica con nosotros, no se comporta como saiyajin, ¿quizás sea hija de una desafortunada tsufuru que sufrió el ataque de uno de esos trogloditas?

    —Todos los mestizos son asignados al servicio policíaco y se les cortan la cola desde pequeños, así que solo hay dos posibilidades, es una mestiza oculta que evade su deber social o es una sayajin infiltrada en la ciudad.

    Mientras el soldado decía estas palabras con un claro desprecio en su tono y su rostro, Egpura se irritaba más y sentía la tentación de atacarlo y huir, pero cuando estaba a punto de soltar el primer golpe se fijó en un individuo que se acercaba rápidamente entre la multitud para ver que ocurrió. Era Granata, y al ver su preocupación Egpura decidió resignarse el arresto, confiando en que este la salvaría de algún modo.

    El tsufuru vio impotente como se llevaban a su compañera. Cerró los puños y miró al suelo un momento, pero sabía que no había tiempo de lamentarse. No solo podrían ejecutar a Egpura en cualquier momento, sino que, como gente en toda la ciudad lo vieron acompañándola, podrían descubrir su acción ilegal y arrestarlo, acabando con su sueño de hacer la paz entre ambas especies. Tomó un taxi a su casa, una vez allí cambió su vestimenta y tomó su motocicleta para salir de la ciudad. Los guardias estaban más alertas que antes, la noticia de la captura de una saiyajin oculta entre tsufurus se esparció rápido entre las autoridades y Granata lo sabía, así que fue a una salida diferente por la que había pasado con su compañera para no arriesgarse a que lo reconocieran. Una vez fuera de territorio tsufuru cambió al modo todo terreno de su motocicleta, empleando dos patas mecánicas en lugar de ruedas para facilitar el desplazamiento por los difíciles terrenos habitados por los saiyajins.

    Estando lejos de la vista de los guardias de la frontera, Granata detuvo la moto, se bajó y gritó:

    —¡Oigan, bandidos, miren lo que tengo! —agitaba en el aire una maleta pequeña. La lanzó al suelo y de ella cayeron recipientes con comidas y bebidas que había sacado de su hogar— ¿No quieren venir a tomarlas? ¡Soy una presa fácil!

    "Esta es una idea terrible, podrían pensar que es una trampa" empezaba a pensar el tsufurujin. Cuando estaba por cambiar de plan su motocicleta fue derribada por un rostro conocido.

    —¿Tú de nuevo? —exclamó malhumorado Appio, el que había sido golpeado por Egpura anteriormente— ¿Está es alguna clase de trampa?

    —Vengo a pedirles ayuda —respondió Granata.

    —¡¿Eh?! —exclamaron sorprendidos Soya y Tarnip, haciendo que Granata se percatara de su escondite en un montículo.

    —¡Malditos idiotas! ¡¿acaso es tan difícil mantenerse sigilosos?! —reprochó el gran ladrón a sus ineptos subordinados.

    —¡Lo sentimos, jefesito!

    —Estoy rodeado de idiotas... —espetó Appio llevándose la mano a la cara— Como sea, solo te ayudaré si aquella saiyajin disfrazada lo ordena, y parece no estar contigo.

    —Bueno, verás...

    Tras explicar lo ocurrido, Granata recibió una leve paliza del enojado bandido.

    —¡¿Una gran guerrera saiyajin se dejó capturar sin dar pelea por tu culpa?! —gritaba el gran bandido levantando al tsufuru por su camisa— Una cosa debo reconocerte, aún con tus nulas habilidades de combate lograste lo que muchos de tu especie solo sueñan, capturar a un saiyajin de clase alta.

    —Me alegra que se preocupen tanto por ella aún luego de nuestro encuentro —dijo tosiendo de dolor— porque tengo una idea de como salvarla.

    —Escúpelo —ordenó Appio.

    —Úsenme como rehén. Si tenemos suerte, me intercambiarán por Egpura.

    —¿y que nos disparen al acercarnos a la ciudad? —señaló Soya.

    —Debe ser una clase de trampa, como sospechó el jefe —añadió Tarnip.

    —... Ahora tienen encarcelada a Egpura, pero en cualquier momento podrían decidir ejecutarla por miedo a su enorme poder—espetó Granata impotente— ¡Asi que si van a ayudarme o matarme decídanse rápido! —gritó.

    La cara gruñona del bandido jefe pasó a tener una leve sonrisa, y luego empezó a reír dejando caer al tsufuru al suelo mientras sus subordinados observaban intrigados.

    —Tienes agallas para los de tu clase —juzgó Appio— ¿a dónde debemos llevarte, rehén?

    Cinco guardias protegían una entrada amurallada de la ciudad, uno de ellos divisó a unos sospechosos en el horizonte mientras vigilaba con sus binoculares.

    —Creo que se acercan bárbaros por el norte —advirtió.

    —¡Preparen sus armas! —ordenó su compañero con una seña de su mano.

    —¡Esperen! —interrumpió el vigilante— ¡Tienen a un tsufurujin de rehén!

    —¿Un rehén? No suelen hacer eso, ¿tendrá que ver con la saiyajin que se infiltró?

    —Lo sabremos pronto —respondió con clara preocupación el que parecía estar al mando— ¡Ve informando de todo al cuartel general, Paina!

    Los defensores de la frontera apuntaron sus armas a los saiyajins y los vieron con miradas serias.

    —Que descortés de su parte, señor... —dijo Appio con una pausa al final.

    —Gonma, y no negociamos con terroristas.

    —¡¿Terroristas?! Que declaraciones más descorteces. Yo y mis amigos solo vinimos a traer a este pobre tsufuru perdido de regreso a su hogar. Oh, y ahora que recuerdo, nos informaron que una amiga nuestra tuvo un incidente similar, pero que afortunadamente ustedes ya la encontraron, ¿podrían avisarle que ya llegamos para recogerla? Estoy seguro que nuestro amigo tsufuru quiere quedarse con nosotros hasta ver que nuestra amiga vuelva, no tiene prisa —explicó sosteniendo a Granata del cuello.

    —Intercambio de rehenes... ustedes me dan asco. ¡Deberíamos disparárles ahora mis... —Gonma fue interrumpido por un Appio en tono más serio.

    —Nosotros y nuestro amigo aquí no tenemos prisa, pero nuestro clan está muy preocupado por Egpura y, si no volvemos pronto, podrían decidir venir a buscarla todos juntos. ¿Podrían apurarse un poco?

    Las palabras de Appio irritaban cada vez más a los soldados, pero estos resistían como podían la tentación de disparar por miedo a un posible ataque bárbaro a gran escala como venganza. "Después de todo, se habían infiltrado exitosamente en una ciudad y ahora hacían intercambio de rehenes, ¿de qué más serían capaces los aparentemente ahora más organizados que nunca saiyajins?" pensaban.

    Dentro de una celda de máxima seguridad, la saiyajin esperaba sentada en suelo, aún llevando la ropa tsufuru que su compañero le había dado en su fallido intento de infiltración. "Podría destruir todo el lugar y matar a todos estos insectos molestos, y huír, y alejarme de ellos, ¿qué hago esperando aquí? Ni siquiera merecen mi compasión, se alegran de la muerte de saiyajins esclavizados y me trataron como a un monstruo sin que hiciera nada malo" pensaba rencorosa, "...no, él no me trató así... pero otros saiyajins le trataron tan mal o peor que los tsufurus a mi" reflexionó melancólica, "su sueño es imposible".

    —Atención —habló alguien a su celda a través de un alta voz— vamos a sacarte de ahí y te mandaremos con tus compañeros. No intentes nada raro en el proceso, por favor.

    "Eso fue rápido" pensó. Escuchó como se abrían los candados y puertas que la contenían, y vio como la última se abrió frente a ella.

    —¡¿Qué?! ¡¿negociarán así de rápido con estos bandidos?! —exclamó Gonma— ¡¿por qué no la interrogan primero para asegurarnos que estos bárbaros no mienten para intimidar?!

    —También me sorprendió, señor —respondió el informante Paina— Pero parece ser que la interrogación no funcionó antes, la saiyajin no respondía y golpeaba a los interrogadores, así que prefirieron no arriesgarse a enojarla más.

    —Maldición... —gruñía Gonma— ¿cuanto tardarán en llegar?

    —Unos minutos, señor. Vienen en un vehículo aéreo.

    Un escuadrón entero de soldados tsufurujin llegaron escoltando a Egpura hasta el lugar. Los saiyajin débiles, pese a tratar de ocultarlo, se sentían intimidados, y algunos soldados lo notaron. Sin embargo, Appio sentió curiosidad al ver lo altos que eran los soldados que rodeaban a Egpura, y su anatomía más robusta que la de los otros tsufurus.

    —Muy bien, como ustedes plantearon, les traímos a su jefa a cambio de que regresen al tsufuru sano y salvo y un acuerdo de no agresión contra la raza tsufuru —decía un oficial a través de un megáfono.

    —Un momento —dijo Appio— Esos soldados altos al lado de Egpura, ¿son híbridos, verdad? —la repentina pregunta fuera de lugar preocupó a Granata y los demás tsufurus.

    —Eh, si, pero queremos que se centre en las negociacio...

    —Escuché historias sobre los híbridos de saiyajins y tsufurus, tienen un poder increíble que rivaliza hasta con los guerreros de clase alta —espetó Appio.

    —Appio, que demonios crees que haces, eso no es parte del —susurró Granata antes de que el saiyajin le tapara la boca con la mano.

    —Son en parte saiyajins, y podrían ser grandes guerreros, nuestro clan estará muy feliz de recibirlos también.

    El cambio de último momento del trato sugerido por Appio sorprendió a los saiyajins y molestó a los tsufurus, en especial a los híbridos a los que, debido a su crianza, les asqueaba el solo pensar en la posibilidad de vivir entre salvajes.

    —¿Por qué reaccionan así? —preguntó Appio— Obviamente no nos llevaremos a todos, pero la mitad sería lo justo, pertenecen a nuestro pueblo también.

    —¡Eres un desgraciado! —exclamó uno de los mestizos— ¡¿acaso crees que tu sucia gente sedujo pacíficamente a los tsufurus víctimas de ustedes?!

    —Míralo de esta forma: Nuestra genética mejora a los débiles tsufurus —explicó Appio y se rió— ¡Prácticamente les estamos haciendo un fa! —antes de que pudiera terminar su nefasta frase, recibió directo en la frente el golpe de un proyectil rocoso.

    El atacante no había sido ningún tsufurujin, sino que, para sorpresa de todos, fue la misma Egpura, quien se estaba asqueando por la actitud de uno de sus supuestos salvadores. Había roto unas baldosas del suelo con un pisotón y pateó un trozo con fuerza y precisión al bandido, teniendo cuidado de no darle a Granata.

    —¡Cállate de una vez y deja a Gra... al rehén en paz! —vociferó Egpura tan alto que asustó a los bandidos, a los soldados y al mismo Granata— Sigo sin saber que rayos está ocurriendo, pero si lo que quieren es que no los ataque no tienen de que preocuparse, no pienso volver a juntarme con escoria, tsufurujin o sayajin —exclamó rompiendo sus esposas y haciendo que los soldados la soltaran.

    Caminó hacia fuera de la ciudad, haciendo que Soya y Tarnip huyeran de miedo y que Appio se apartara del camino soltando a Granata. Los soldados no estaban cómodos con la situación, pero la consideraron favorable y se limitaron a apuntar sus armas en caso de que algo ocurriera. La saiyajin detuvo su paso cuando Granata fue hacia ella y la tomó de la mano.

    —...Egpura —dijo Granata. Al momento, la saiyajin se dio la vuelta y tomó sus manos rápidamente, haciendo que los soldados se preparan para disparar.

    —...Tu sueño es imposible, Granata —dijo la saiyajin viéndolo a los ojos— Hay odio y sed egoísta de poder en ambos pueblos, tu y yo somos una excepción, pero ya viste que no conseguimos nada. Ven conmigo, vivamos lejos de todo esto, será lo más cercano que conseguirás... que conseguiremos a lo que buscabas —decía emocionalmente.

    Los soldados y Appio veían la escena sin saber que pensar, confusos de tan extraña relación. Pero el más confuso era Granata, teniendo en frente a una de las personas que más quería diciéndole sugiriéndole que abandonara sus aspiraciones y ofreciéndole abandonarlas. Normalmente Granata se tomaría un tiempo para pensarlo, pero viendo las posibles consecuencias que un "no" podría traer, entre ellas las interrogaciones que le harían los oficiales tsufurus tras ver la situación y la posible decepción de Egpura, respondió:

    —Te acompañaré hasta el final del mundo —seguido de un abrazo.

    —¡Pero que hay del trato! ¡creímos que eras un rehén! —gritó un soldado.

    Egpura tomó a Appio y respondió:

    —¡Nuevo trato! ¡yo me quedo con un tsufuru y ustedes con un saiyajin! —lanzando al bandido hacia ellos. Luego eso tomó a su compañero entre brazos y huyó a la profundo de las tierras salvajes, más rápido que cualquier vehículo militar.

    Egpura cumplió su promesa de no volver a visitar ciudades tsufurus, Granada se infiltró un par de veces en ciudades, ocultando su identidad, para conseguir artefactos modernos y recursos. Pasaron los años y tuvieron un hijo, el cual fue entrenado por su poderosa madre saiyajin y aprendió sobre la tecnología y sociedad tsufuru gracias a su padre. Por desgracia quedó huérfano en su juventud, pero eso no lo detuvo de realizar su ambicioso objetivo: Crear un imperio que, como él, tuviera las ventajas de ambas especies. Si bien no lo consiguió, sería recordado por siempre debido a sus logros. Sus descendientes, y eventualmente el propio planeta Plant, llevarían con orgullo su nombre por otras tres generaciones.
     
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    Luix

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    Me introduje tanto en la lectura del fic que realmente no podía apartar la vista. Esta muy bien expresada esa temática conflictiva entre ambas razas, y que es más, los híbridos me han tomado por sorpresa, es abrumador el hecho de su nacimiento, sin embargo su crianza es interesante a pesar de ser un poco injusta hacia parte de su raza. Este trabajo tuyo realmente puedo bocetarlo como si se tratase de la serie original, creo que hasta como universo alterno tiene su lugar asegurado.

    Es interesante que, si bien esta firme el orgullo sayajin, es una gran diferencia que hayas retratado tambien ese orgullo tsufuru. Renueva la perspectiva usual, y si bien has puesto a estos dos "neutrales", has demostrado que para dicha convivencia si han sufrido el peso de nacer en diferentes razas. Creo que me entristece mucho que en pizca haya sido menos aceptada la sayajin. Y que si bien el tsufuru lo ha sido, sus agallas han llamado la atención de otros. No obstante, finalmente inevitable su acuerdo, es tierno que ambos dieran a torcer contra toda diferencia y se alejen de ambas razas.

    En cuanto a la ortografía y demás, esta intacta a mi ojo. Creo que he dicho bastante de la trama, es bastante original y el que fluya al compás de la lectura la hacen aún más seductora en lo que a mi respecta. Es un gusto leerte.

    ¡Saludos!
     
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  3.  
    Elliot

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    ¡Muchas gracias gracias por el comentario! Saber que al menos a una persona le gustó tanto anima a seguir con esto de los fanfics ^^
     
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