Tema en 'Habitaciones' iniciado por Insane, 17 Mayo 2019.

  1.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Al abrir esta puerta un dulce aroma a frutos secos invaden sus fosas nasales. Esta habitación posee una gran alfombra afelpada de color negro como decoración, teniendo cuadros por las paredes con símbolos de dinero en ellos, como si se tratase de la habitación de una persona bastante ambiciosa.

    La pared es tenuemente gris, y su suelo es de una madera sumamente clara. El aire acondicionado mantiene en alto, siendo la temperatura bastante cálida. Su iluminación es fuerte por la cantidad de ventanas que permiten ver varios puntos del parque, traspasando la luz que se puede tornar molesta.

    ¿Qué posee esta habitación?

    1 cama medianamente amplia.
    1 baño pequeño.
    1 silla mullida de felpa.
    1 planta de tréboles sintético al lado de la cama, en una mesa de noche.

    1 Noche en wonderland.

    Asignada a Franklin Maxwell
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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Franklin Maxwell

    — Gracias por el guante, Jimmy! te juro que le daremos un buen uso a esta cosa, saluda a tu familia de mi parte ¿sí? — Saludaba Maxwell al guardia que lo había llevado de vuelta a su nueva habitación, era un buen tipo, bastante callado, pero todo el mundo habla, en especial cuando están incómodos con algo... o con alguien.

    Veamos que tenemos por aquí... pensó Maxwell examinando la habitación lenta y cómodamente:
    1. Una cama medianamente amplia, bastante cómoda, dos almohadas, no chilla cuando saltas... esta cosa tiene una buena base de metal ¿o sera de madera? no puedo revisarlo.
    2. Una silla... ¿afelpada? ¿Quien fue el monstruo que coloco una silla afelpada rosada en mi habitación? No hay nada que vaya acorde a esa cosa en este lugar, el diseñador de la habitación es un asco.
    3. Un baño, tiene papel toalet, al menos no son unos degenerados...
    4. ¡Una planta! que linda... ah, espera, no es real...

    Maxwell procedió a sacarse los zapatos, las medias, guardo la mascara en su mochila, revelando su rostro de buen aspecto, no era feo, para nada, pero su mirada denotaba cansancio y temor junto a esa nariz recta y su cabellera lisa que se desordenaba mientras mas se acomodaba para dormir en un rato, era un hombre joven y lo dejo todo bajo su almohada, recostándose en aquella cama que en esos momentos se veía bastante cómoda, mientras movía sus deditos de los pies que ya estaban acalambrados de tanto caminar, de estar de pie tanto tiempo en un solo día...

    Era lindo que pudiera ver hacia el exterior aún tirado desde la cama, era una vista muy hermosa, esa habitación quizás podía ser un pequeño nidito de descanso.

    — M-me pregunto q-quien sera mi co-compa-compañera... — tartamudeaba mientras desarreglaba su camisa para poder estar lo mas cómodo posible, esperando que no fuera una mala persona, la siguiente en entrar en esa habitación. Dudaba mucho que le reconocieran, esa cara, era una nueva cara para el resto.
     
    Última edición: 18 Mayo 2019
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    Zireael

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    Laila Meyer.

    Al acercarse a la habitación, notó los tréboles grabados en la puerta y deslizó los dedos en su superficie, dejando salir un largo suspiro. Tenía un presentimiento terrible, ya no sobre esos malditos cuartos compartidos, sino sobre lo que podría haberle hecho la perra de Agnes a Shawn.
    Dio el primer paso para entrar a la habitación, sin apartar la mano de la puerta, y fue recibida por las brillantes luces del parque que se filtraban a través de las ventanas.

    Reparó en la puerta que intuyó era el baño, en la silla mullida y los tréboles en la mesa de noche, y fue en ese momento en que notó a la persona recostada en la cama.
    Se le tensó hasta el último centímetro del cuerpo y se quedó plantada en la puerta.

    El niño al borde del colapso, la chiquilla a la que Agnes le había hablado en el autobús, Noah, Cathy, la compañera de asiento de Shawn, el tipo rubio, el sujeto de la máscara que se revolcaba en el suelo y el que había llegado con aquella perra a última hora, pero, ¿entonces quién se suponía que era el que estaba ocupando la cama ahora mismo?

    Su mente empezó a avanzar a toda velocidad, repasando una y otra vez los rostros que había visto en ese eterno día, incapaz de recordar con claridad otro que no fuera el del albino y el de Noah, trató de recordar la ropa de los demás, pero eso fue aún más difícil.
    El dolor de cabeza comenzó a convertirse en una migraña.

    Iba a entrar, pero trastabilló, haciendo ruido y quedándose a medio camino, con los ojos abiertos cual platos, sin saber realmente a dónde dirigirse si continuaba avanzando.
     
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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Franklin Maxwell

    Escucho el chirrido de la madera, el típico chirrido que haría el suelo cuando alguien pisa sobre madera ya bastante vieja y con las bases del suelo desgastadas, el típico sonido de que falta mantenimiento en el suelo. Dejo de ver a la ventana y volteo ex abrupto en dirección a la puerta, para encontrarse a una chica no muy alta, pequeña, a su ver... con unos enormes ojos de color magenta abiertos cual pez fuera del agua. Quería entrar en silencio, pero su suerte es mala. Ha tenido que crujir el suelo y ella quedar en shock, podía ser gracioso, si te gustaba la desgracia humana, para él, era triste dejar que algo así le pase a alguien cuando puede ser evitado o arreglado.

    Reparó en no dejar que la situación se agravase, en no dejar que la jovencita pasara un mal rato, le agrada poder pensar que era el mas delicado y cortes de todos sus hermanos. Se levanto de aquella cama, aunque el sueño le ganaba y camino descalzo hasta estar frente a ella a una distancia prudente, lo suficientemente cerca como para charlar agradablemente, lo suficientemente lejos para no invadir su espacio personal.

    — Su-su-supongo que-que no soy el ú-ú-ú-único nuevo en este lu-lugar — No podía evitar tartamudear con las personas nuevas, no podía evitar acariciar su nuca con una mano, no podía evitar sonreír pese al cansancio y extender su otra mano luego de limpiarla para saludar cortésmente a la linda jovencita.

    — ¿Q-quieres... quieres sentarte? ... yo tampoco sé como actuar, e-est-esta situa-situación es nueva para mí también... discul-disculpa si tarta-tartamudeo... pa-pasa si-siempre que estoy con alguien nuevo... — menciono el pobre chico, forzando una pequeña sonrisa mientras entrecerraba sus ojos, no le faltaba mucho para terminar echándose al suelo para seguir descansando sus piernas, ya era un reto mantenerse de pie con su estado físico aparente tan débil.
     
    Última edición: 19 Mayo 2019
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    Zireael

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    Sin darse cuenta dio un par de pasos hacia atrás cuando el joven se levantó, aún intentando identificar su rostro en lo poco que lograba recuperar en su memoria, y aunque si él hubiese querido, la hubiese podido sacar del cuarto con solo continuar acercándose, se detuvo a una distancia aceptable, sin el afán de incomodarla con su cercanía.

    La hostilidad que había mantenido en la oficina con Agnes, se redujo considerablemente cuando el sujeto hizo el intento de hablar y tartamudeó violentamente; notó además cómo se acariciaba la nuca, nervioso, y le dedicaba una sonrisa que contrastó con todo lo que había visto en esa prisión del demonio hasta ahora.
    Pudo entender, con algo de dificultad, lo que acababa de decir e inconscientemente dio un respingo cuando extendió su mano hacia ella. Sin embargo, luego de duda un momento, estrechó con delicadeza la mano que le extendía.
    Algo de educación le quedaba aún y lo cierto es que, de momento, la única que se había ganado su mal carácter era la perra de Agnes.

    De repente fue consciente de que lo había interrumpido en medio de su descanso, teniendo en cuenta lo cansado que parecía, y se sintió como una completa idiota.

    ¿Q-quieres... quieres sentarte?

    Negó con la cabeza rápidamente.

    —Hazlo tú si quieres, no tienes que quedarte de pie. —Estaba hablando rápidamente, a pesar de que ya había renunciado a intentar lazar su rostro a alguno de sus borrosos recuerdos—. Lamento haberte interrumpido, es lo menos que cualquiera de nosotros quisiera teniendo en cuenta el terrible día que tuvimos.
     
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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Se dio la vuelta y camino en dirección a la cama para sentarse en el borde mientras se reclinaba contra la pared para evitar el máximo esfuerzo mientras mantenía su cara agradable para la joven, bueno, realmente no veía casi nada desde tan lejos ya, no sin sus lentes, forzaba su mirada entrecerrando sus ojos mientras se tapaba su boca al bostezar.

    — Todos... to-todos podemos tener días malos... sí-sí el día no te sonríe... entonces ha-hay que dar la otra ca-ca-cara y son-son-sonreirle nosotros a él. — Le dijo mientras seguía apoyándose de aquella pared.

    — Me alegro me-me alegro de que me interrum-interrumpieras... hubie-hubiera sido triste se-seguir estando aquí solo... — Se detuvo un momento para acuclillarse en aquella cama mientras usaba sus brazos para abrazarse a si mismo mientras veía las hermosas luces por a ventana y luego a aquel borrón que se veía en frente de él, a aquella chica mientras un par de lagrimas surcaban sus mejillas... — las cosas malas se pue-pueden superar si-si estas con amigos...

    — Ella... ella no pu-puede lastimarnos ¿verdad? no-no puede hacerlo por-por si-siempre... las cosas malas tienen un-un final ¿verdad?... — Se detuvo un momento para limpiar su rostro en lagrimas y calmarse un poco. — Lo-lo siento, soy-soy un poco sentí-sentimental... es-es fácil sacarme lagri-lagrimas. — Le decía mientras dejaba escapar un pequeño ruido de risa al comprender lo ridícula de su escena, tanto tiempo en la oscuridad y cuando finalmente conversaba con alguien que parecía ser buena, no podía evitar el llanto al ser un individuo tan impotente, tan frágil... tan humano.
     
    Última edición: 20 Mayo 2019
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    Zireael

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    Laila Meyer.

    Seguía estupefacta, era es la verdad, pero no tenía caso seguir dándole vueltas a aquello.
    Sintió sus músculos relajarse en cuanto el muchacho regresó a la cama, esta vez recostándose en la pared. Mejor. Le daba la sensación de que si se quedaba ahí de pie por ella, iba a darle un colapso o algo.

    ¿Darle la otra cara? ¿Sonreírle nosotros... a ese día en particular?

    Sin darse cuenta frunció el ceño, pero no se atrevió a decir lo que pensaba. ¿Para qué gastar el tiempo?
    Permaneció en silencio hasta que siguió hablando.
    Caminó hasta la silla y se sentó en ella, cruzando las piernas.

    —Bueno, ya no estás solo, ¿cierto? —Notó las lágrimas que le corrían silenciosas por el rostro gracias a las luces que se filtraban por las ventanas y de repente, fue como si algo de la Laila que era antes de ver a dos chicas peleando a muerte y haberse enfrentado a Agnes regresara a ella. Le dedicó una breve sonrisa desde donde se encontraba—. ¿Amigos? ¿Te parece que podríamos ser amigos? Supongo que a mí... me gustaría tener un amigo aquí, para superar esta terrible situación.


    Suspiró y desvío la mirada hacia la ventana, desde donde se veía el parque. Las luces le hicieron palpitar las sienes.
    Sintió un nudo salado formársele detrás de la garganta con sus siguientes palabras, si alguien lastimada a ese chico por su comportamiento iba a sentirse casi tan mal como lo haría si se enterase que Shawn había sufrido por sus acciones. Tragó grueso.

    —Supongo que no nos hará daño si no le damos motivos para ello, ¿no? —Fue lo único que logró decir. No podía decirle que simplemente no iba a dañarlos para siempre, porque las cosas malas tenían un final, sí, pero ese final sería su muerte—. ¿Sentimental? Llorar en esta situación es la reacción más esperable, a decir verdad.


    Volvió a dedicarle una sonrisa breve.

    —Si quieres descansar hazlo, yo no creo poder hacerlo. Además, tal vez duermas más tranquilo ahora que sabes que hay alguien cuidado tu sueño. —Se revolvió incómoda en la silla, abrazándose a sí misma. De repente, regresó su mirada a él—. Nombre... ¿Cómo debo llamarte?
     
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    Franklin Maxwell

    — Sí... ya no estoy-estoy, solo... amigos... ¿tú y yo? ¡me-me gusta-gustaría mucho! — respondía Maxwell algo entusiasta mientras se giraba y sentaba en posición india sobre la cama mientras colocaba sus brazos sujetando sus piernas, como lo haría un adolescente en plena clase de Educación Física cuando esta aburrido, para ver a la chica sentada en aquella silla.

    —Creo-creo-creo que me agradas, eres linda con-conmigo — dijo Maxwell mientras giraba su cabeza un poco de lado y le regalaba una pequeña sonrisa juguetona bastante breve — Pe-pero yo tampoco sé como llamarte ¿Tienes nombre? cla-claro que tienes uno... solo-solo quiero-quiero conocer un poco mas a mi-mi nueva ami-amiga y compa-compañera — menciono mientras no podía evitar reír levemente.

    Suspiró y se relajo un poco, limpio sus ojos con las mangas de la camisa y se peino un poco su alborotada cabellera y le dedico un momento mas a seguir observando por la ventana, estaba enamorado de aquella vista.

    Rico-Rico...chet — dijo mientras seguir observando tan tácitamente a aquellas atracciones y sus juegos de luces como si fuese algo hipnótico, para luego voltear a ver a aquella chica. — M-me llamo Ricochet, pe-pero m-mis hermanos me llamaban Rico.
     
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    Zireael

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    Laila Meyer.

    Era mayor para la actitud casi infantil que estaba teniendo, pero a decir verdad, aquello de alguna forma le tranquilizó. No se sentía amenazada y, teniendo en cuenta la situación, eran pocas las veces que podía decir eso.
    Ese sujeto no podría haber hecho nada malo, como aparentemente nadie había hecho a pesar de que todos estaban en una jodida prisión con complejo de reality show.
    Volvió a sonreírle, esta vez con un dejo de tristeza.

    —¿Yo? ¿Linda contigo? Supongo que es bueno que creas eso. —Luego de su pequeña escena con Agnes, la idea de ser linda con alguien más resultaba extraña, pero al parecer era posible aún. Dio un respingo sin darse cuenta, al volver su atención al joven, y luego se apoyó en el brazo del silla mullida, descansando su rostro en su mano—. Soy Laila, aunque ella me llamó Lammergeier.

    Lo vio observar las luces del parque y volvió a sonreír brevemente, antes de que regresara su vista a ella.

    —¿Ricochet? —Curioso nombre—. Te llamaré Rico también entonces, ¿te parece? Dime, Rico, ¿viniste aquí con alguien más, como el resto de nosotros?

    Suspiró. Se sentía cansada, pero no físicamente, era su mente la que comenzaba a sentirse agotada, desgastada. Cerró los ojos un momento, buscando descansar la vista.
    La desazón que sentía se negaba a desaparecer, la preocupación que sentía por Shawn le hacía eco en la parte trasera de la cabeza, y la única manera de callarla brevemente era hablando con el chico, a pesar del agotamiento de ambos.
     
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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Franklin Maxwell

    Ella era seca, bastante en verdad para la edad que debia rondar. Pero no se veia ni actuaba como una amenaza, seria estupido e imposible que alguien que reacciona como ella pudiera ser culpable de alguna atrocidad, aunque las apariencias tienden a ocultar cosas, los animales no atacan a otros mas peligrosos, porque al final del día somos animales ¿o no?

    —Laila... lamergay-gayer... pre-prefiero llamarte Laila.

    De repente sonaron los altavoces, aquella mujer nos llamaba a una sala de juegos, me acerque a las almohadas en la cama y busque mi bolso, saque mi caramelo y volvi a esconderlo debajo de la almohada. Notaba como su collar ahora poseia un color rojo, ¿ya habian transcurrido tantas horas desde que le colocaron esa cosa? el tiempo pasa volando cuando enloqueces o te diviertes.

    — Te-tenemos... te-tenemos que ir allí y comer estos dulces antes... — le quitó el envoltorio mientra sus manos temblaban y lo coloco rapidamente en su boca, saboreandolo con su lengua para luego masticarlo, tenia un sabor acido bastante citrico, le recordaba al sabor de los caramelos de limón. Posteriormente suspiro y se levanto para caminar hacia la mesa, abrio la gaveta y vio sus lentes, dudó por un momento si debia ponerselos aunque al final los tomo con su mano derecha y los coloco sobre su cara y volteo a ver a Laila, volteo para ahora poder verla bien y no una mancha borrosa.

    — Laila... te-te ves bastante bien. No-no esperaba que fueras tan linda — se detuvo un momento para amarrar los cordones de sus zapatos y abotonar completamente su camisa, a peinarse correctamente...

    — Nn-no creo... no creo que sea buena idea ir donde ella nos pide sin vernos bien... no sabemos como puede reaccionar ¿ver-verdad? — le dijo mientras forzaba una pequeña sonrisa valiente.


    — Juntos, sal-salga-salgamos... ¡juntos!.
     
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  11.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Laila Meyer.

    Sin querer se le escapó una risa al ver cuando, luego de batallar un poco, decidió llamarla por su nombre real, que de hecho era el que prefería.
    Otra vez aquel ruido de altavoces al ser activados. Intuía lo que ocurriría después.

    El color rojo que adquirido su collar la sobresaltó ligeramente.

    Escuchó al chico decir lo que debían hacer y sin chistar, tomó su propia mochila, sacó el caramelo y se lo echó a la boca, masticándolo sin quiera saborearlo y aún así, le quedó un mal gusto en la boca.

    El sonrojo que le cubrió el rostro violentamente al escuchar a Rico hablar sobre su apariencia la hizo sentir como si tuviera 16 años de nuevo, sonrojándose por cualquier cosa.

    Lo observó arreglarse para Agnes y suspiró con resignación. ¿De qué le serviría a ella hacerlo si la zorra le tiraba el pelo por diversión?

    La sonrisa forzada que vio en el rostro del joven la hizo sonreír de la misma forma.

    —Vamos entonces, juntos. —Se acercó a él y lo tomó por el brazo, para luego empezar a avanzar—. No es buena idea hacer que la señora espere.

    Pronto dejaron la habitación y se dirigieron a través de los pasillos hacia el famoso rincón de juegos.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Alice Dumont

    La puerta se abrió con un leve chirrido. Alice entró con pasos decididos, confiados, sabiendo de sobra con quién compartiría habitación. La Reina era realmente retorcida. Pero aquello le gustaba. Cuanto más enfermiza fuese su mente más divertido sería. Ella estaba más que dispuesta a complacer sus caprichos. ¿Por qué no? Podría ser interesante dejarse llevar por aquella mujer. Su pequeña promesa era demasiado tentadora para pasarla por alto.

    Comprobó si había alguien más en el cuarto, esperando ver al Sinsonte aparecer. Al no ver a nadie cierta decepción tiñó su rostro. Parecía que iba a tardar algo más en conocer al pajarito con el que compartiría cuarto. La otra ave enjaulada en aquella prisión de oro.

    Aunque solo fuese oro a sus ojos.

    En cualquier caso la habitación le resultó encantadora. Dio un giro sobre sí misma. Simple pero práctica. Como persona observadora supo apreciar los detalles. Se detuvo frente a los tréboles sintéticos.

    —La habitación de la suerte ¿huh?—murmuró y deslizó suavemente sus dedos sobre las cuatro hojas de plástico—. ¿Suerte para quién me pregunto?


    Con calma, con pasos casi calculados milimétricamente se sentó en la silla de felpa. Observó nuevamente su regalo. Aquella pequeña mariposa disecada conservada en vidrio.

    Era tan hermosa. Aquella belleza incorruptible, perpetua. Ni el tiempo podría perjudicarla porque el tiempo ya no pasaba para ella. Se conservaría perfecta siempre, como aquel ojo azul que vio en la oficina.

    ¿Habría sufrido la chica a la que se lo arrancaron? Se preguntó. ¿Sangró? ¿Sufrió desgarradoramente? ¿Qué era sufrir de todas formas? ¿El dolor podía provocar sufrimiento? La ensimismaba.

    Las luces del parque arrancaban destellos de colores caleidoscópicos de la superficie del vidrio, de las alas de la mariposa.

    Acarició el cristal con mimo. Era suyo. Solo suyo y de nadie más.

    Ojalá pudiera meter a la Reina de Corazones en una cajita de cristal.
     
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  13.  
    Insane

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    Servicio a la habitación

    Han entrado 2 chicas disfrazadas de colegialas, con un televisor pantalla plana. Instalándolo en una de las paredes que da frente a la cama. Encendiéndolo y quitando el volumen por completo.

    —El televisor se apagará automáticamente. No le hagas ningún daño —recordaron que era la chica nueva, y volvieron a hablar—. No le diga a Noah lo que vio en el televisor, es una orden de Agnes Astaroth.

    Indicaron al unisono.

    Reglas del televisor.

    • No se puede cambiar el canal, ni subir el volumen ya que todo es controlado de manera inalámbrica desde fuera de las habitaciones.
    • No se permite dañarlo ni romperlo. Si no desean ver lo que se mostrará por éste pueden encerrarse en el baño.
    • Al ser encendido se ve la habitación del Joker por éste.
     
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  14.  
    Ceci

    Ceci Usuario VIP

    Cáncer
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    Noah Briggs ~

    Le costó un poco acostumbrarse al contraste entre la luz de los pasillos y la oscuridad de esa habitación. Se veía oscuro a través de la ventana, y lo único que iluminaba la habitación eran las tenues luces de colores que llegaban desde el parque. Apenas era suficiente para darse cuenta de que esa habitación era más oscura de la que había compartido con Cathy la noche anterior, y sintió como si se hubiera quitado una tonelada de encima al saber que no la vería esa noche.

    La extrañaba como si no la hubiera visto en años, y al mismo tiempo, sentía que no quería verla ni en pintura.

    Avanzó en la oscuridad, totalmente desinteresado en la habitación, en encender la luz, o en cualquiera cosa que no fuera llegar al baño y darse una ducha caliente hasta que cayera dormido en la bañera del cansancio o se terminara el agua caliente de todo el país, lo que fuera que pasara primero.

    Solo había una puerta en ese cuarto además de la de entrada, así que hacia ella se dirigió hacia ella, como si estuviera en autopiloto, sin siquiera reparar en nada más que abrir el picaporte.

    Pero hubo un pequeño detalle que no pudo obviar: una pequeña luz que se movía por la habitación, ténue, distorsionada en diferentes colores, como cuando la luz pasaba a través de un cristal.

    No estaba solo en aquel lugar.

    —¿Qué haces escondiéndote en la oscuridad? —preguntó al aire, sin soltar la puerta, sin moverse ni un milíetro de su lugar.

    'Tu compañera de habitación... Cuídate de ella'

    Justo cuando creía que había enfrentado a suficientes demonios por el día.
     
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  15.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Alice Dumont

    —Estaba disfrutando del espectáculo—respondió una voz suave, calma como el rumor de agua—. Pero mi gozo ha sido breve.

    Señaló en dirección a la televisión ahora apagada. Observó con un brillo extraño en la mirada todo lo que aconteció en ese vídeo. Agnes con el pelo recogido, Agnes sosteniendo un bisturí, Agnes... Oh, y el sufrimiento psicológico al que fue sometida la otra joven. Su psique fracturándose, quebrándose en mil trozos como el vidrio. Disfrutable pero...

    Qué cortes tan poco precisos.

    Sus ojos morados enfocaron a Noah en la oscuridad, en mitad del juego de luces. En aquel momento Dumont sonrió. Una sonrisa dulce, encantadora. Sus ojos permanecieron cerrados, como los de una muñeca.

    Ah... qué lástima. Qué gran lástima. Era encantador ver como la Reina manejaba sus pequeñas y desmoronadas piezas a su antojo.

    Acarició nuevamente el cristal de la mariposa.

    —Te contaría de que trata pero La Reina se corazones prefiere que no lo sepas—dijo con una pequeña risita enternecida—. Es una lástima. Estoy segura de que tu reacción sería sublime de contemplar.

    Dejó la mariposa sobre la mesa y se incorporó, acercándose a Noah en mitad del juego de luces. Seguía sonriendo, con una mueca brillante, genuina. Cargada de una profunda alegría interna.

    —Cuéntame recién llegado...—se detuvo frente a él y tomó sus manos entre las suyas. Las manos de Alice estaban heladas y eran pálidas, como una delicada muñeca de porcelana—. ¿Eres el Sinsonte?
     
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    Ceci

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    Miró hacia el televisor por unos breves instantes, sin querer perder de vista a su misteriosa acompañante en aquella habitación. Aún no podía verla entre las sombras, pero podía escuchar su voz aniñada rebotar por las paredes de la habitación. Si enfocaba su vista lo suficiente, podía ver una silueta pequeña sobre una silla, compuesta por delicadas curvas casi perfectas, simétricas, como si fuera una muñeca de tamaño real sentada en ese lugar.

    No le extrañaría que lo fuera y tampoco descartaba la posibilidad de estar alucinando, pero cuando la vio levantarse de su lugar y caminar a través del umbral de resplandor que entraba por la ventana en dirección a él, Noah se clavó en su lugar, tenso, con el ceño fruncido.

    Aquella chica se veía como una muñeca de tamaño real, pero se movía con la misma fluidez que un ser humano.

    ¿En qué clase de de película de terror lo habían metido? Aquella niña que no podía ser mucho mayor que él se veía como si fuera incapaz de ganarle una pelea a una mísera mosca, pero había algo en sus profundos ojos que lo obligó a no perderla de vista, a no subestimarla, porque ya había visto ese brillo tan oscuro en alguien más, en alguien a que respetaba.

    Aquella chica definitivamente no era normal.

    Había dejado de prestar atención a lo que fuera que estaba diciendo aquella chica, como si estuviera tratando de descifrar si era un ser humano o no. Podría culpar su confusión en estar agotado y pensar que estaba sobreactuando, pero algo le decía que aquella chica iba a ser una protagonista recurrente en sus sueños, y no de los bonitos.

    Hasta el tacto de sus manos se sentía frío como el de una muñeca de porcelana.

    '¿Eres el Sinsonte?'

    Nunca pensó tener que escuchar ese nombre fuera de la jaula.

    —Noah —corrigió, apartando sus manos de las de ella sin querer ser brusco, porque si algo recordaba de la porcelana era su fragilidad—. ¿Y tú eres?
     
    Última edición: 27 Mayo 2019
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    Yugen

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    Alice Dumont

    Alice alejó con suavidad las manos de Noah cuando él las rechazó amablemente. Lo dejó libre limitándose a observarlo con curiosidad como si fuera un espécimen único en el mundo. Una pieza de valor incalculable. De alguna forma, parecía llamar poderosamente su atención.

    Aquel era su adorado Sinsonte.

    —El flamenco. Dócil, grácil y femenino—le respondió con suavidad dándole la espalda para tomar asiento nuevamente en el sillón de felpa—. Soy Alice. Alice Dumont.

    —Pero no hablemos mí, después de todo aquí tú eres el invitado de honor querido Noah—sus palabras tenían un tono encantado, donoso, como si hubiese esperado por siglos la visita del muchacho. Con un suave ademán le indicó los pies de la cama, pues no había otro lugar donde sentarse—. Toma asiento por favor.

    >>Háblame de ti, quiero conocerte—le dijo. Las luces del parque arrancaban destellos rojizos de sus ojos morados—. Noah... qué bíblico. Astaroth... presiento que todo aquí está fuertemente relacionado en un sentido religioso. Ya sabes, somos corderos de sacrificio—apuntó. Pero su gesto no varió en lo más mínimo. Seguía sonriendo de aquella forma dulce, aniñada—. Hicimos mal y ahora estamos pagando nuestros pecados en el mundo de Astaroth. ¿Sabes demonología, Noah?

    Su nombre tenía un tono distinto al pronunciarlo. Más hosco, más áspero. Cada vez que lo nombraba su voz parecía arrastrarse como una serpiente silenciosa. Era acariciadora, gentil, pero siseante, sutilmente amenazadora.

    Estudió con especial interés al muchacho. Se veían tan simple. Tan débil. Podía entender por qué la Reina había decido resguardarlo de todo mal bajo su ala. Parecía alguien fácilmente manipulable. Un pajarillo tembloroso y asustado, alguien que aceptaría la protección a cambio de un falso sentimiento de seguridad. Un cobarde íntegro, de psique frágil.

    Una pieza especialmente importante en su tablero.


    —Noah, Déjame preguntarte algo. ¿Crees poder salvarnos?—inquirió. Entornó los ojos, posándolos nuevamente en su mariposa. Tomó el cristal y lo posó en su regazo, acariciándolo como si de un gatito se tratase— ¿Construir algo así como una enorme jaula en diez días y evitar la muerte de todas las parejas de aves?

    Ah, qué ocurrencia. El Arca de Noé solo era otra falacia. Otras más de las tantas que encerraba aquella prisión disfrazada de parque de juegos.

    Rio ligeramente, divertida ante su propia ocurrencia. Una risita suave, femenina pero jocosa. Ocultó su sonrisa tras una de sus cartas.

    —Discúlpame. Los acompañantes desabridos me ponen especialmente ingeniosa, como puedes ver. Soy una caja de sorpresas.

    Ladeó la cabeza con los ojos entrecerrados. Su voz era como el murmurllo sosegado de un arroyo. Pero algo ella, algo extraño, activaba todas las alarmas cuando estabas cerca.

    Como si fueses una delicada mariposa en la telaraña de una viuda negra.
     
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    Ceci

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    Noah Briggs ~

    Se había quedado allí, estático en su lugar, como si tuviera los pies clavados a las tablas del suelo. Todo en Alice le enviaba señales equivocadas, confundiendo sus sentidos, como si no pudiera dar crédito a lo que escuchaba, a lo que sentía, con respecto a lo que veía. ¿Por qué sus palabras se sentían como navajas si su voz sonaba dulce e inofensiva? ¿Por qué sentía que ella lo estaba envolviendo en un laberinto con cada cosa que decía, como si sintiera que tuviera que sobreanalizar todo lo que decía?

    Cerró la puerta detrás de él, como si necesitara la certeza de que nada iba a aparecer por detrás, y se recostó contra la misma, dejando que su cuerpo se relajara, buscando dar esa apariencia, buscando establecer que él no estaba asustado, como si tuviera algo que probar, e ignoró completamente su invitación a sentarse cerca de ella, sin ningún interés de acercarse más de lo necesario; había mujer cuyas órdenes Noah obedecía sin rechistar y ella no se encontraba en la habitación en esos momentos. Sentía que a pesar de estar completamente interesado en verla y escucharla no podía ser lo suficientemente cauteloso, especialmente por la cautela con la que ella soltaba sus palabras. Ella parecía interesada en él, y al parecer, también había tenido suficienteme tiempo para pensar en lo que le diría, y él ya había recibido su castigo por hablar sin pensar.

    Había algo en ella que le resultaba particularmente familiar, y no tardó mucho en pensar en Agnes. Alice Dumont portaba su propio desequilibrio mental en sus palabras con el mismo orgullo que Agnes Astaroth, si no era que la primera lo hacía con aún más fanfarronería.

    —¿Salvación? —preguntó, con expresión incrédula en su rostro, una vez Alice terminó de hablar de todas esas cosas que Noah interpretó como distracción, como si quisiera llevarlo de un lado a otro con sus palabras, enredarlo y marearlo en ellas—. Esa es una palabra muy grande para alguien que parece estar desesperada por ponerse la soga al cuello con sus propias manos.

    No estaba dispuesto a darle nada, ni siquiera su propia confusión.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Alice Dumont

    En sus labios se dibujó una mueca torcida, imperceptible en la oscuridad. Raspó su labio inferior con sus dientes. Con fuerza. Casi quiso que sangrasen.

    "Entiendo porque eres tan preciado para ella.—pensó con rencor—"A la Reina le gustan los peones que se someten. Y tú eres un peón sometido por el miedo. El miedo te hace débil. Te enrreda más y más en una cadena de represiones y te paraliza.

    Y cuando los pajaritos pierden sus alas ya no pueden volar y caen al suelo donde son devorados. Destrozados. Corrompidos. Sin piedad".

    Volvió a reír. Aquella risita donosa, tan delicada como divertida. Era tan gracioso ver los intentos inútiles que hacía por ocultarse de ella. Era una presa fácil.

    Demasiado fácil.

    Lástima que tuviera prohibido ponerle un solo dedo encima.

    —Noah, somos compañeros de cuarto—dijo—. No pretenderás dormir contra la puerta ¿o sí?

    Lo miraba. Lo miraba de la misma forma que lo haría un gato a un indefenso y temeroso ratón. Su incomodidad era tan palpable y tan evidente que casi le parecía un chiste los esfuerzos que hacía Noah por ocultarlo. Era divertido. Una pieza tan frágil, tan... corrompible. Tan aparentemente fácil de destrozar.

    Ahora entendía a Agnes. Por eso era su protegido, su preciado Sinsonte.

    Se incorporó de la silla y prendió la luz. Se sentía cómoda en la oscuridad pero no era ella quien debía estar cómoda. Era él. El pequeño pajarito entrometido.

    —Ahora que puedes verme en su totalidad, continuemos la charla ¿te parece?—inquirió con un tono dulce, sumamente empalagoso—. Prometo no morder.
     
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    LOL YO ESPERANDO QUE ME CONTESTARAS Y JAMÁS ME LLEGÓ LA ALERTA ME MUEROOOOOO

    Noah Briggs ~

    ¿A qué quería jugar aquella tipa? ¿Por qué tenía tanto interés en hablar con él? Estaba cansado, tenía ganas de ducharse e irse a dormir, pero no podía desclavarse de su lugar y simplemente darle la espalda, porque tenía miedo de perderla de vista y no volver a verla hasta que fuera demasiado tarde para hacer algo al respecto.

    ¿Acaso la advertencia de Agnes se había alojado en su subconsciente de forma permanente?

    Todo lo que Agnes le decía se alojaba en él permanentemente.

    Suspiró, despegando la espalda de la puerta, dandole impulso a su cuerpo con el pie que había apoyado en la madera, dando un paso hacia adelante.

    —¿Y qué te importa a ti si...

    Se calló, interrumpido por el anuncio. Se los requería de nuevo en la jaula, y Noah no sabía si aquello era una bendición para sacarse a esa tal Alice de encima o si era la mismísima Satanás decidiendo que era hora de fastidiarlo y enviarlo a ver a Cathy.

    Pateó la cama en su camino hacia la puerta, sin dignarse a prestarle la más mínima atención a Alice, porque Cathy se había escapado del pequeño cajón oscuro en donde se la había guardado y el simple hecho de tener que verla después de todo lo que había pasado (y de lo que pasaría cuando la viera) le retorció los huevos en más de una dirección.

    Si se adelantaba lo suficiente, al menos tendría el camino para él solo y podría ser miserable en soledad.
     
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