Recorriendo de la A a la Z [Días de Abecedario]

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Usagi-chan, 15 Julio 2015.

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    Usagi-chan

    Usagi-chan Bunny Bunny

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    Recorriendo de la A a la Z [Días de Abecedario]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    27
     
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    Los relatos presentados a continuación participan en la dinámica [​IMG]Días de Abecedario


    A de Aspereza

    El primer sorbo de chocolate caliente que llevó a su boca le supo a gloria mientras las escasas charlas del café se consumían bajo los potentes truenos de la tormenta en el exterior. La temporada de lluvias llevaba poco de haber iniciado pero la exhibición de su fuerza era palpable con cada desastre, muerte, inundación y destrucción que dejaba a su paso. Y si bien, la caída de gotas de agua venía acompañada siempre del rugido ensordecer de los rayos y de un frío demoledor que una ciudad como en la que vivía calaba hasta los huesos, no podía dejar de emocionarse y deleitarse con ella.

    — ¡La tormenta allá afuera está criminal! — exclamó con fuerza la voz de un joven desde la entrada.

    — Sí, ésta vez se ha soltado con mucha fuerza y sin previo aviso. — respondió la mujer que minutos atrás le había entregado la taza de chocolate caliente más deliciosa del mundo. — Bienvenido. ¿Puedo ofrecerle algo?

    Más atenta al libro sobre la superficie de su mesa que al nuevo personaje, la chica continuó su lectura, deslizando sus dedos a través de las páginas, fuertemente sumida en un mundo de fantasía que la fascinaba, y completamente ajena a su alrededor.

    — ¡Hola! ¿Cómo estás? — saludó casi a gritos la misma voz que había irrumpido quejándose de la lluvia en el exterior. — Oye, ¿puedo sentarme contigo? Me estoy congelando y estás justo debajo de la calefacción. — continuó sin importarle no haber obtenido respuesta a su inicial saludo.

    Curiosa por el tono grave y cálido en su entonación, ladeó la cabeza negándose a apartar la vista de su libro y con una sonrisa tímida asintió. No continuó la lectura pese a que el clímax de la historia se acercaba y las ansias por conocer el final la carcomían. En cambio, cerró los ojos y prestó atención a los torpes movimientos del chico mientras se introducía en la cabina acolchada y se deslizaba en el asiento hasta casi rozar su brazo con el de ella. Concentrada en su inspección, deslizó su atención hacia el frío destilando del cuerpo a su costado resultado contundente de su batalla con la repentina lluvia, y el sutil y picante aroma proveniente de su loción.

    — Ey, ¿qué estás leyendo?

    Asustada de haber sido descubierta detallando todo cuanto podía percibir de su nuevo compañero, abrió los ojos con rapidez, cerró el libro sobre la mesa con un fuerte golpe en la contraportada y giró su rostro hacia él.

    — Nada.

    — Eso no parecía nada. — escuchó la risa en su voz. — Pero está bien, no te molestaré demasiado mientras estoy aquí, sólo quiero entrar en calor.

    Mantuvo su rostro vuelto hacia el de él, aún incapaz de articular alguna palabra que le hiciera saber que no había nada malo con ella, que sólo era tímida para tratar con cualquier desconocido y no tenía nada personal en contra de él. ¡Era la primera persona en mucho tiempo que se acercaba a ella sin prejuicios! Necesitaba encontrar valor donde fuera para conocerlo también.

    — Estás viéndome muy fijamente, ¿tengo algo en el rostro? — preguntó con una timidez repentina. — Es decir, no tengo problema con que me veas, tienes unos ojos verdes preciosos pero...¡demonios! Espero no estar haciendo el ridículo aquí.

    La diatriba del hombre la divirtió mientras apartaba el rostro de él para dirigir su atención de vuelta al libro cerrado. Instantes después escuchó sin problemas el sonido de una nueva taza siendo puesta sobre la mesa y percibió el aroma dulzón del chocolate recién hecho. Pudiera ser que tuviera algo en común con ese extraño chico después de todo.

    — Un chocolate caliente para el joven. — rió soñadora la mesera antes de inclinarse hacia el oído de la chica y susurrar. — Deberías aprovechar, ese chico es muy apuesto y tiene unos hermosos ojos café.

    Un nuevo rubor ascendió por sus mejillas. Había sido imposible no notar que el chico probablemente era apuesto cuando destilaba una presencia cálida y acogedora que la hacían desear acurrucarse contra él como un gatito. Pero, ¿aceptaría él darle la oportunidad de conocerlo de la única y extraña manera que ella conocía?

    Los miedos e inseguridades de tantos años de su vida la golpearon con dureza mientras se preguntaba eso. ¿Perdería algo con intentarlo? ¿Cuál sería la mejor manera de planteárselo? ¿Puedo explorarte? ¿Me dejas tocarte?

    — De repente te has puesto muy seria, ¿te pasa algo?

    — No, yo...

    Las palabras se le atoraron en la garganta, el temor al rechazo atenazándole e hiriéndola. Hablaba con un completo extraño, no había forma de que aceptara su petición. Poca gente lo hacía.

    — Venga, no muerdo. — rió. — ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Te estoy molestando? ¿Quieres que me vaya?

    — No, no es eso. Es solo que yo...quiero conocerte un poco... — susurró tímidamente. — ¿Me dejarías tocarte?

    Escuchó con claridad el respingo del chico antes sus palabras y avergonzada por el rechazo y el carácter de insinuación que había hecho, alejó sus manos de la mesa como si pensara que ponerlas sobre su regazo alejaría cualquier amenaza y le permitiría resistir la tentación. Cuán estúpido había sido pedirle a un extraño que satisficiera un deseo que la sociedad consideraba casi perverso.

    — No, no, no. No te asustes. Lo siento. — comentó apresuradamente. — Tócame, está bien. Digo, no me refiero a en ese sentido, sólo...Lo siento, ¿sí? Sólo me quedé pensando en algo y quería confirmarlo.

    No comprendió ninguna cosa en particular del nuevo discurso del chico pues la emoción de que su petición fuera aceptada apartó cualquier pensamiento de su cabeza. De modo que, esperando tranquilizarse para no herir la piel que tocara con sus uñas, tomó unas cuantas respiraciones para relajarse, giró por completo su cuerpo hacia él y alzó las manos.

    — Déjame guiarte. — murmuró el chico.

    No alcanzó a negarse. Una mano enorme a comparación de la suya sostuvo su muñeca y la guió a su rostro. Las yemas de sus dedos hicieron el primer contacto contra una lisa y ahora cálida superficie, y a partir de ahí iniciaron un camino ascendente y descendente por todas las curvas y ángulos de su rostro. Sin apenas parpadear, sus dedos explorando a fondo ese rostro, memorizando cada parte, cada textura, cada sensación.

    Entonces se detuvo. Sus dedos tocaron en un costado de las mejillas una textura áspera que le picó las yemas y le hizo cosquillas. Siguió el camino de esa uniforme textura hasta la barbilla de ese rostro y suspiro extasiada de descubrir por primera vez en su vida lo que sus libros relataban como “la barba de un par de días”. Eran diminutos picos que dotaban de aspereza un rostro hermoso y cincelado, y que sin embargo, estaba segura que no le restaban atractivo alguno.

    — ¿Te gusta la barba?

    — Nunca la había sentido. — respondió de forma automática.

    Cada palabra salida de la boca de su acompañante generaba un movimiento que impulsaba aquella textura contra sus dedos, generando más y más cosquillas que la hicieron reír. Nunca antes una exploración que a las personas tendía a parecerles completamente extraña y muchas veces repugnante, la había emocionado tanto.

    — Otra vez tienes esos preciosos ojos clavados sobre mí. — susurró con voz sedosa. — No puedes verme, ¿verdad?

    — ¿Qué?

    — Casi no parpadeas, tus ojos se quedan clavados sobre las personas y objetos como si nunca se movieran y aunque lo ocultaras, desde que entré a este café noté que leías a través de tus dedos el lenguaje de Braille.

    — Soy ciega. — respondió con simpleza y un poco más de confianza.

    — No. Eres hermosa. — susurró acariciando suavemente la mejilla de la chica.

    El tacto de ese extraño personaje calmó todo su interior mientras alejaba sus manos de él. Raramente ocultaba su condición a las personas y la única vez que lo había intentado éste hombre la había descubierto desde un principio y no había mostrado ninguna exaltación que la hiciera cohibirse o sentirse blanco de su lástima.

    — La tormenta disminuyó. — comentó de repente, como si aquel momento íntimo hubiera sido meramente efecto de su imaginación. — Debo irme.

    No obtuvo respuesta inmediata por parte del chico pero una última caricia a su rostro le demostró que una sonrisa bailaba en sus labios. Atrevida como pocas veces había sido, se inclinó hacia él y depositó un beso sobre su mejilla, experimentando las mismas cosquillas que sus dedos sobre su propia barbilla.

    Tomó el libro sobre la mesa, colgó su bolsa de su hombro y habiendo pagado el chocolate, abandonó el cálido interior de la caseta acolchada donde había vivido uno de los momentos más interesantes de su mundo a oscuras.

    — ¿Vienes seguido por aquí? Vas a volver, ¿verdad? — preguntó recuperando la torpeza en sus palabras que nuevamente la hizo reír.

    — Por supuesto. — respondió. — Éste es mi rincón de lectura.

    — Entonces, nos volveremos a ver pronto, chica de los ojos verdes.

    Sonrió mientras salía del local y finas gotas de lluvia la rociaban. Tal vez nunca descubriera el recto perfil de ese extraño, o apreciara el oscuro tono de su mirada que había hecho suspirar en tantas ocasiones a la mujer que les atendió. Probablemente jamás reconocería su silueta en medio de una gran multitud o encontraría las palabras para describir la belleza física de su cuerpo cuya evidencia sólo podía proceder de las palabras de quienes los rodeaban.

    Así es, existían muchas probabilidades de que ni siquiera se volviera a topar con su cálida presencia, sin embargo y a pesar de ello, existiría una característica en particular que le permitiría recordar ese magnífico encuentro con él. Una sensación que a futuro permanecería arraigada en aquel baúl que desde su nacimiento conforma sus recuerdos, en donde las imágenes no tienen cabida y el resto de sus sentidos imprimen sus memorias. El lugar en donde su tacto almacenará y resguardará las formas que aquella tarde lluviosa memorizó en un pequeño y olvidado café de México:
    ...la aspereza de su piel.
     
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    B de Bazar

    El letrero escrito con una pulcra y estilizada caligrafía era bastante claro para comprenderlo con facilidad. “Bazar de Antigüedades. 11:00 pm a 11:59 pm”. Sencillo, elegante y directo al punto, dirían en alguna de las aburridas clases de publicidad que su mejor amiga la había forzado a tomar. Ahora bien, independiente de eso, el horario para llevar a cabo una venta de antigüedades y la corta duración de la misma era en un principio, lo que a su perspectiva, más atraería la atención.

    Un bazar en mitad de la noche donde se venderán antigüedades durante una hora. ¿No sonaba eso demasiado sospechoso para que alguien se animara a asistir? La mirada oscura repasó una vez más el espectacular frente a sus ojos. No tenía adornos ni imágenes que atrajeran la atención, ni siquiera el lenguaje común de las ventas donde palabras como “gran”, “el mejor”, “el más económico” tendían a predominar en los anuncios. Sólo se encontraba esa hermosa caligrafía dorada sobre un liso fondo negro a gran escala.

    — ¿Alguien será suficientemente ingenuo para ir? — preguntó en voz alta sin dejar de observar con curiosidad las grandes y elegantes letras.

    — Depende de lo que estén buscando. — respondió una voz de improvisto. — Generalmente, no.

    Tensa por la repentina intromisión, dio media vuelta para observar el cuerpo de rasgos delicados y largo cabello negro que respondió a su pregunta. Frunció el ceño. No estaba realmente segura si la persona que se encontraba ahora frente a ella era un hombre o una mujer, pese a que la cadencia sedosa de su voz y la leve ronquedad apuntaba hacia la primera opción.

    — ¿Cómo estás tan seguro de eso?

    — Trabajo ahí de vez en cuando. — respondió con sencillez.

    La respuesta del intruso sólo incrementó más su curiosidad respecto al evento. ¿Podía un bazar ser un establecimiento regular? El sujeto parecía muy seguro de ambas respuestas y además, había algo particularmente extraño en él que no lograba identificar aún.

    — ¿Qué clase de antigüedades venden? — preguntó sin posibilidad de refrenar su lengua.

    — De todo un poco. — sonrió divertido. — Nos adaptamos a tus necesidades.

    Las últimas palabras dichas con un tono sugerente le provocaron una serie de escalofríos que la hicieron retroceder un par de pasos atrás. Mientras lo hacía, la mirada casi negra de su interlocutor no se perdió ningún movimiento y su sonrisa tampoco disminuyó. Rasgos andróginos o no, el hombre exudaba un aura masculina en la que no había recaído antes, y que sin embargo despertaba una chispa de temor en su interior.

    — No hay cantidad suficiente de preguntas que aún resueltas vayan a lograr apaciguar tu curiosidad. — comentó sin moverse de su lugar. — Lo mejor para ti sería pasarte un rato por ahí ésta noche.

    — No puedo.

    — ¿No te interesa?

    — No puedo. — reiteró acompañado de un movimiento de negación con su cabeza. — Probablemente no lo hayas notado, o si lo has hecho, te estás burlando de mí pero no hay dirección o indicación alguna para llegar al lugar donde se hará el bazar.

    En cuestión de un par de segundos, todo rastro de diversión y sonrisas se esfumaron del hermoso rostro del hombre, dejando en su lugar una máscara vacía que intensificó el oscuro color de su mirada. Incluso así, no perdió detalle de cualquier expresión o movimiento que pudiera hacer el extraño sujeto.

    — Ya veo. — murmuró sin emoción. — Tal vez deberías prestar más atención a lo que tienes enfrente, señorita.

    Uno de sus largos y finos dedos señaló hacia el anuncio y aún reticente a darle la espalda a un hombre que podía ser potencialmente peligroso, se volvió hacia el mismo. La misma pulcra caligrafía anunciaba sobre un fondo negro el bazar y su horario, pero ninguna dirección se vislumbraba ahí.

    — Ahí no...

    — Presta más atención. — ordenó demandante y suave a la vez.

    Nuevos escalofríos comenzaron a deslizarse a través de su cuerpo ante el contacto del cálido aliento contra su oído mientras sus ojos se estrechaban sin apartarse del letrero, ansiosa por encontrar lo que el sujeto estaba seguro que se encontraba ahí. Sin embargo, y a pesar de su esfuerzo por ignorar el cuerpo casi pegado a su espalda y de intentar ver más allá de lo superficial del anuncio, el tiempo continuó corriendo y no logró ver nada más aparte del dorado de la letra.

    — Te estaré esperando esta noche, Alice.

    Unos labios fríos se deslizaron desde el borde del lóbulo de su oreja hasta su cuello y el cuerpo enteró se le congeló. En algún remoto lugar de su cerebro una alarma comenzó a sonar con fuerza mientras el aliento que una vez había sido cálido terminó por colarse a su interior con una frialdad que la estremeció.

    Cuando finalmente logró recuperar el control de su cuerpo y calmar el alocado latir de su corazón, volteó con rapidez hacia atrás sin percibir nada más que la larga calle donde se había detenido y el cruce rápido de múltiples autos a un costado. Ningún rastro de que alguien más hubiera estado con ella instantes atrás permaneció en lugar. Así pues, dispuesta a alejarse de ahí cuanto antes, volvió su cuerpo de nuevo hacia el espectacular y durante una fracción de segundo observó como unas letras blancas con el mismo estilo de caligrafía del resto del letrero se deslizaron sobre el lienzo negro.

    — ¿Qué demonios?

    Un parpadeo después las letras blancas se habían desvanecido y la dirección que habían descrito, y a la que no había prestado ninguna atención consciente, se había grabado a fuego en su cerebro. Entonces, el dilema comenzó: asistir o no asistir. Su instinto de supervivencia VS la necesidad de saciar su curiosidad.

    Suspiró. No tenía caso perder más tiempo debatiéndose en una cuestión cuya respuesta decisiva ya estaba firmemente tomada en su cabeza. Esa misma noche, a las 11 en punto acudiría a una calle cuyo nombre estaba segura nunca había escuchado en esa ciudad y al número de una casa que sería imposible que pudiera existir en alguna parte del mundo. Así, sin duda alguna y contrario a su lado racional, acudiría a su cita en aquel extraño y misterioso...

    ...bazar.
     
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    C de Calidez

    El frío intenso le entumeció los músculos de todo el cuerpo, suponiéndole un esfuerzo inmenso conseguir abrirse paso en la calle. Trabajando en la biblioteca, el tiempo se le había escapado entre los dedos hasta el punto en que había perdido la noción de éste y la noche la había atrapado sin quererlo a mitad del camino.

    Se sentía cansada y ansiosa por volver a su hogar para sumergirse en la calidez de su cama y recuperar la sensación en sus dedos y rostro. Su madre le había advertido que se abrigara al salir, que tomara precauciones respecto a la tormenta de nieve que había sido anunciada en el noticiero un par de días atrás, pero hizo caso omiso a sus palabras, segura de retornar a su hogar antes del anochecer donde la temperatura bajaba todavía más.

    — Cuán equivocada estaba. — suspiró derrotada.

    Continuó avanzando a través de la fina capa de hielo que comenzaba a formarse sobre las calles, frotando sus manos una con la otra y soplando levemente sobre ellas para mantenerlas en la medida de lo posible un poco calientes. Su casa estaba cerca, dentro de un par de minutos se encontraría en el interior cálido y acogedor de su hogar, con una deliciosa taza de café recién hecho por su madre sobre sus manos y un libro interesante para leer. Sólo tenía que resistir un poco más.

    Decidida a distraerse del camino y del viento helado que la azotaba sin piedad, concentró su atención sobre los finos y suaves copos de nieve cayendo del cielo, comparándolos con el montón de nieve abarrotada en algunas zonas de la calle y su textura completamente diferente a sus gemelos danzando en el viento. ¿Por qué al volverse un montón sobre el suelo se volvían tan duros, casi como cristales de hielo?

    — Voy a morir congelada. — gimió cuando le fue imposible distraerse por más tiempo.

    Aceleró lo más que pudo el paso y al vislumbrar su casa a escasos metros de ella, suspiró con evidente alivio. Recorriendo la corta distancia con un enorme esfuerzo por hacer que sus piernas funcionaran lo suficiente para moverse una delante de otra, se abalanzó sobre la puerta de entrada y con otro esfuerzo por conseguir que las manos dejaran de temblarse por el frío para poder ingresar la llave, se lanzó al cálido interior.

    La puerta se cerró con un portazo tras de sí y sólo apreciar la oscuridad del pasillo le hizo saber sobre la ausencia de sus padres. Quitándose los zapatos húmedos por la nieve antes de internarse por el pasillo, encendió las luces y se dirigió a la cocina. Apena prestó atención a la nota que anunciaba una emergencia familiar que había requerido la inmediata presencia de sus padres mientras calentaba un poco del chocolate caliente de la noche anterior.

    — Bueno, no es precisamente un café bien caliente, pero el chocolate tampoco está mal.

    Con cuidado probó la bebida caliente y un suspiro satisfecho escapó de sus labios cuando el sabor inundó sus papilas. Tomó un plato para llevarlo escaleras arriba y subió a su habitación. Sabía que debía meterse a bañar para eliminar el frío de su cuerpo pero se resignó a lidiar con las consecuencias más tarde.

    En esos momentos nada más le importó. Armada con un buen libro que tomó de su cómoda, se cambió de ropa e internó en su cama, envolviéndose en la suavidad esponjosa de su edredón. Tomó un sorbo más de su bebida y volvió a suspirar satisfecha, antes de perderse en la lectura de una historia con paisajes nevados y abrazos cálidos para compensar las bajas temperaturas y el inclemente clima al que ella misma había sobrevivido tiempo atrás, y al que en esos instantes se enfrentaban los protagonistas de su lectura.
     
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    609
    D de Desastre

    La mirada felina se clavó sobre la mía con el brillo característico de quien sabe que ha hecho una travesura. Todavía no podía concebir que esa criatura lo hubiera vuelto a hacer y aún sabiendo las consecuencias, luciera tan elegante e impasible recostada sobre la enorme cama con dosel. ¿Cómo se las había arreglado para alcanzar un lugar tan alto, cumplir con su horrible travesura y acomodarse sobre mi cama en tan poco tiempo?

    — Tienes que estar bromeando. — suspiré desesperada.

    Un suave maullido respondió a mis palabras y por un momento pude jurar que la criatura peluda se estaba burlando de mí. Había dejado mi habitación por un período de tiempo no mayor de cinco minutos, sólo lo suficiente para bajar a la cocina, llenar un jarrón con agua y volver para sumergir las hermosas flores que un misterioso admirador me había enviado por el día de San Valentín.

    — ¿Por qué lo hiciste, Blackie? — me dirigí a su impasible figura como si fuera capaz de responderme.

    No obtuve respuesta alguna. Sin embargo, mis ojos captaron el elegante y perezoso movimiento con que el gato sobre mi cama se estiró para sentarse sobre sus patas traseras y estirar al máximo de altura su figura sin dejar de observarme en ningún momento. Grandes ojos azules me inspeccionaron antes de comenzar a ronronear en una nueva exhibición de burla hacia mi diálogo con un animal.

    — Mejor dicho, ¿por qué demonios me esfuerzo a mantener una conversación contigo?

    Suspiré derrotada mientras mis ojos volvían a recorrer toda la habitación. Era un completo desastre. Lo que quedaba del hermoso arreglo de rosas y claveles estaba desparramado en numerosos pétalos por toda la estancia, y aquello que ya no podía ser llamado una flor, probablemente estaría en el estómago de ese pequeño demonio que se había llevado mi primer regalo de San Valentín.

    Tomando nota de la escena antes mis ojos, perdí noción de la posición del gato hasta que un par de maullidos atrajeron mi atención hacia la criatura que sigilosa se movía en dirección a la mesa donde había colocado el jarrón con agua nada más descubrir el desastre que había creado. Y en ese preciso instante, supe que las cosas iban a ponerse todavía peor.

    — Blackie, no. — intenté llamarlo. — No lo hagas, Blackie. Quédate quieto.

    A partir de ese momento observé la escena que le sucedió como en cámara lenta. El aliento se me atascó en la garganta conforme observaba esa pata completamente negra alzarse lentamente hacia la boca del jarrón para apoyarse. Mi gato parecía ir en contra de toda su naturaleza, mostrándose como un gran aficionado al agua.

    Cerré los ojos, la cámara lenta con que todo lo había visto se aceleró y no tardé en escuchar el sonido del cristal golpear contra el suelo, despedazándose en diminutos fragmentos cubiertos por el líquido que había contenido en su interior.

    — Tú no eres un gato. — miré furiosa al culpable sobre la mesa cuando finalmente me digné a volver a abrir los ojos. — Eres un maldito desastre andante.

    Un fuerte maullido fue su respuesta y de haber estado en el retorcido “País de las Maravillas” probablemente una enorme sonrisa habría acompañado a ese sonido. Volví a suspirar y di media vuelta tras echar un breve vistazo al charco de agua donde mezclados y sumergidos se encontraban los cristales y algunos pétalos. Era tiempo de ir por un equipo de limpieza completo para limpiar todo ese desastre.

    Ya más tarde, cuando lograra alcanzar al gato de pelaje negro y mirada pícara, me encargaría de enseñarle por qué la palabra desastre debió haber sido su primer nombre.
     
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    761
    E de Entierro

    Sollozos ininterrumpidos inundaron mis oídos mientras mi frente se apoyaba sobre la rugosa superficie del árbol de cerezos que había sido plantado especialmente para ese día. Un vacío enorme se abría desde el interior de mi pecho y era casi imposible mantenerme en pie con el dolor desgarrándome desde adentro.

    Se había ido. La persona a la que más había amado en este mundo había desaparecido de un momento a otro, sin despedirse, sin dar muestra de que regresaría en algún momento, sin más aviso que el suave tacto de sus labios sobre mí frente al despedirse aquella mañana.

    — Que desafortunado accidente. — cuchicheó una mujer.

    — El destino puede llegar a ser tan cruel. — respondió otra. — Estar en el momento y lugar equivocado sólo puede ser producto de una mala jugada del destino.

    Cerré los ojos, esforzándome por contener el aliento que con cada respiración volvía más grande el vacío que su pérdida me había dejado. Odiaba ser tan consciente de las habladurías de la gente, de las conversaciones huecas de los asistentes al funeral de una persona de la que nunca llegaron a conocer más que su máscara externa.

    Odiaba todavía más no haber sido la persona que estuvo en aquel lugar el día en que el ataque sucedió. ¿Cuántas noches había pasado recriminándome no haberlo detenido cuando su sentido del deber lo había conducido al hospital para atender una emergencia en su día libre y se había despedido de mí en aquel viejo café?

    — Escuché que estaba a punto de casarse...

    Una nueva oleada de dolor barrió a través de mi cuerpo ante los recuerdos que aquellas últimas palabras trajeron a mi mente. Él había estado a punto de casarse, eso era completamente verdad pero...no conmigo.

    Como un imán, mis ojos se dirigieron hacia la delicada y femenina silueta cuyos hombros de alzaban y bajaban como producto de los sollozos incontrolados de su cuerpo. El largo cabello rubio lucía más pálido que cuando la había visto con anterioridad y casi podía asegurar que la hermosa mirada celeste estaría vidriosa y enrojecida por las lágrimas. Ella había sido la elegida, la mujer que pudo satisfacer el deseo más grande de un hombre que aspiraba a formar la familia que yo nunca podría haberle ofrecido. No estando tan rota como siempre lo estuve.

    — Elisa... ¿qué estás haciendo aquí? — susurró una voz muy conocida.

    Mis ojos se cerraron y mis uñas rasparon la rugosa corteza del tronco. ¿Por qué de entre todas las personas que pudieran haber recaído en la anodina figura oculta tras el árbol, había sido precisamente él quien lo descubriera?

    — Era mi mejor amigo. — respondí a duras penas.

    Girarme hacia mi interlocutor y abrir los ojos para observar la mirada jade del hombre costó más de mí de lo que alguna vez admitiría. Sabía por qué él no estaba a la vista de todos los demás y prefería esconderse como yo. Era la viva imagen de aquel cuerpo que en aquellos momentos descendía a las entrañas de la tierra bajo los susurros de un último adiós.

    — Y era mi gemelo. — comentó por su parte. — Eso no responde a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí escondida, Elisa?

    — Verme ahora no hará bien a nadie.

    No cuando yo era considerada la culpable de su muerte, o al menos, de no haber hecho nada por impedirla. Ahogué un sollozo mientras los brazos de la copia exacta de la persona que fue la más importante para mí se cerraron en torno a mi cuerpo y me tensé. Al mismo tiempo, las palabras del obispo despidiendo a un alma que pronto se reuniría con el Señor anunció el final de un largo y doloroso entierro. Me volví consciente de que curiosas miradas se clavaron en nosotros y costó un esfuerzo sobrehumano no salir huyendo de ahí.

    — Él no volverá. — susurró con suavidad sobre mi oído.

    Mis manos se cerraron en torno a la pulcra y oscura camisa. No había nadie que comprendiera mejor mis sentimientos que el hombre cuyos brazos me sostenían. ¿Cómo podía alguien tan hermoso y bueno como él haber sido rechazado de la misma manera que yo?

    — Lo sé. — respondí con suavidad. — Ella jamás será tuya.

    El cálido contacto de un par de gotas sobre mi cabeza fue la única muestra del dolor que el hombre mostró, y la única forma en que las lágrimas por tanto tiempo encerradas en el vacío de mi existencia, finalmente encontraron su liberación. Al final de esa hora, éste sería el último adiós de parte de los dos.
     
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    175
    F de Fuego

    La noche alumbrada por el brillo fantasmal de la luna y las estrellas había sido hermosa y pacífica. Entonces ocurrió la explosión. El sonido retumbante estremeció la tierra enviando una ola de calor y fulgor que por unos momentos cegó a quienes curiosos, acudieron a la escena para observar la tormenta de cenizas y llamas que pronto se desató.

    La llamarada incandescente iluminó como una antorcha gigante los restos de una casa que por muchos años permaneció a la espera de unos ocupantes que nunca habrían de volver. Las ráfagas de viento incrementaron su poder, los gritos de los vecinos pidiendo agua para rescatar a la vieja estructura inundaron la noche y entonces, todo terminó.

    Oscuras cenizas permanecieron como únicos vestigios de una estructura que como tantas, sucumbió ante la potente fuerza de una llamarada. Silenciosas permanecieron flotando en el aire por días, observando la partida de todo ser viviente a su alrededor. Ningún vecino se quedaría por más tiempo ahí. La zona había sido declarada como peligrosa.
     
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    G de Guante

    Lo encontré solo y abandonado a la sombra de un enorme árbol en aquel concurrido parque. Pálido y forrado de encaje. Semi-oculto entre el verde follaje, con un dedo cortado y un desgarre en el centro de su elegante y estilizado estampado de flores. Su delicada y al mismo tiempo descuidada apariencia me atrajeron hacia él, deseosa de tomarle, y con un pequeño esfuerzo, devolverlo a su gloriosa forma.

    ¿Quién usaba guantes de encaje en pleno siglo XXI? ¿A quién había pertenecido una pieza tan obsoleta y poco utilizada más allá de los disfraces? La visión de su forma rota y abandonada me atrajo desde un inicio, y aún en contra de mi frente consciente, me impulsó a sacarlo de su solitaria existencia para llevarlo conmigo.

    En aquellos momentos pensé en aquel guante de delicado y lastimado aspecto como un reflejo de mi propio yo. Hermosa y rota por dentro y por fuera. Desechada como un objeto inútil y recuperada por la firme confianza de un individuo que siempre ha visto más allá del desquebrajado y vacío exterior.

    Sonreí. Con toda seguridad, el dueño de aquella elegante prenda jamás volvería por ella, y probablemente ni siquiera la extrañaría o añoraría con un aspecto tan desolado. Sin embargo, alguien en alguna parte de este inmenso mundo sabría apreciar la belleza de su detallado estampado y la suavidad de la tela. Alguien en este mundo encontraría en ella algo más que un pedazo roto de tela listo para desechar.

    — Y ese alguien tan sólo por ésta ocasión, seré yo. — suspiré.
     
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    Usagi-chan

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    H de Hilo

    Observé frustrada el tejido que estaba haciendo, más que dispuesta a romperlo en mil pedazos y lanzar cada uno de ellos al basurero más cercano. ¡Era un fiasco! Aún con el modelo a un costado y las detalladas instrucciones de la facilitadora al frente de la clase, no había logrado hacer ni siquiera una puntada de forma correcta y mucho menos había sido capaz de mantener en línea recta los desiguales trazos.

    ¿Por qué no era capaz de realizar la hermosa figura del modelo? Definitivamente tenía que ser culpa del delgado y brillante hilo dorado que había conseguido para realizarlo. Nadie parecía estar teniendo tantos problemas como yo, pero tampoco nadie tenía el tipo de hilo que yo había conseguido en una vieja tienda de dudosa procedencia.

    — ¿Necesitas ayuda, Annie? — preguntó con amabilidad la instructora.

    — Es el hilo. — gemí aún frustrada. — No logro hacerlo bien por culpa de éste hilo.

    La oscura mirada de la instructora me observó por unos instantes antes de dirigirse al rollo de hilo que era la fuente de mis problemas, frunciendo levemente el ceño.

    — Ese es un rodete de “hilo de oro”. — susurró como si hablara para sí misma. — ¿Dónde lo conseguiste?

    — En una tienda cercana a mi casa. — respondí pinchándome con la aguja y gimiendo de dolor.

    Parecía ser que ni siquiera la aguja estaba de mi lado ese día. Tomar clases de bordar y coser había sido con toda probabilidad, la peor idea que se le pudo haber ocurrido a una persona con mi aparente torpeza para las actividades manuales.

    — En la ciudad donde crecí corría una leyenda sobre el “hilo de oro”. — sonrió con repentina nostalgia. — Se decía que el “hilo de oro” sólo aparecía frente a la persona que estaba destinada a utilizarlo, a su elegido. Mucha gente ansiaba tenerlo pero nunca lo conseguían.

    — No parece ser que éste hilo me vea como su “elegida”. — bufé.

    — Bueno, puede ser porque el “hilo de oro” estaba destinado a proveer de grandes riquezas a quienes se ataran con él, no a quienes lo utilizaran para coser o bordar. — rió. — Pero son sólo leyendas, no me hagas caso. La clase está a punto de terminar, ¿por qué no dejas tu costura hasta aquí y en la próxima sesión la continúas con un hilo común y corriente?

    Asentí viéndola marchar y escuchándola dar por terminada la sesión. Continuamente, una onda de aplausos se alzó por la pequeña estancia mientras el resto de mis compañeras de curso comenzaban a guardar su material. Me quedé pensando, ¿podía un filo hilo hacer millonarias a las personas que atara? Lo dudaba seriamente pero mientras volvía a casa no pude dejar de sostener y rodar el pequeño carrete entre mis manos, aferrándome con fuerza a él.

    Ya fuera que la leyenda fuera real o mera fantasía, ese “hilo de oro” había terminado en mis manos y me había causado más daño que beneficios, de modo que con toda probabilidad apenas llegara a casa, lo metería en el cajón de mi cómoda y le dejaría ahí arrumbado hasta que en un día muy lejano buscando algún otro objeto me volviera a topar con él.
     
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    Sir Lord Baltimore

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    ¡Jey!

    Me he de confesar fan de este… amhhhh… ehhhh… ¿abecedario literario? Así es, fan absoluto y creo que el único –fangirleando-; no soy de leer estos cuentos de actividades. La mayoría son súper forzados. No es por demeritar a los otros. Pero es que has mostrado una fina capacidad para mantener la calidad de la mayoría de las… emmmmhhhhh… uhhhhhhh… ¿letras? En lo más alto. Y eso me hace estar gratamente sorprendido.

    El primer cuento… La primera oración del primer párrafo. Esa introducción resume todo ese texto. Es muy bueno; tiene un elegante lenguaje, la trama cierra muy bien y en ningún momento la narrativa se vuelve tediosa.

    Con la segunda “letra” subiste más aun en la calidad ofreciendo una historia que me recordó un poco a Mort Cinder. Es apasionado (y apasionante), al final misterioso y jamás oscuro.

    Calidez es un poco predecible; estaba punto de llamarle cálido, pero me parece que es más cándido. No tengo más que expresar.

    D es encantador. Con el lenguaje solemne le restas simpatía, pero intercambias muy bien esa característica para hacerlo entrañable. La narrativa que usaste (igual a la de las anteriores y posteriores “letras”) es lenta. Un poco descriptiva.

    Entierro es (para mi) el más flojo de todos. Muy por debajo de los anteriores. Es una lástima que aun estando bien escrito, no sobresalga como los demás por ser autocomplaciente, un poco moralista y muy, pero muy efectista.

    El siguiente va bien por su longitud. De hecho creo que es lo mejor. Funciona bastante bien como cuento cortó y ya.

    Si el anterior tenía alguna falla, fueron solucionados en la letra g. Es superior al anterior por tu fina atención en los detalles. Lleno de sensitivas, también simplista. Y un final que cumple las expectativas.

    Y la maravillosa ultima adición, me gusto. Sin mucho que comentar.

    En conclusión, una colección maravillosa en que sus errores son más del tipo conceptual. Buenas historias, buena narrativa y mucha imaginación. Este va para el oculto culto al que me unire.

    Sin más.

    Buenas noches, y buena suerte.
     
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    Usagi-chan

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    I de Inocente

    — A falta de pruebas en contra, el acusado ha sido encontrado inocente. — declaró con dureza el juez y mi mundo se hizo pedazos.

    El juicio había iniciado a las diez en punto de la mañana, con un mínimo de asistencia pública y ningún sujeto en el estrado del jurado. Un caso de tan poca relevancia para la sociedad solía encontrarse así de vacío y ser dejado en manos de un juez cuyo rostro severo era más capaz de revelar el aburrimiento y hastío de dedicarse a tareas tan mundanas que de la noción de justicia y honestidad que debiera ostentar una figura en un puesto tan importante, y en cuyas manos con frecuencia radicaba el destino de cientos de personas.

    Inocente.

    Me costaba creer en el veredicto a pesar de haberlo escuchado apenas un par de segundos atrás. ¿Era normal que un asesino fuera puesto en libertad con tanta facilidad? No, debía tratarse de algún error, tal veredicto era ¡inconcebible! ¿Quién era ese hombre barrigón y arrogante para decidir sobre la vida de los demás?

    — El juicio ha terminado. Pueden retirarse.

    La sala comenzó a vaciarse de los pocos asistentes al encuentro mientras el brillo de triunfo iluminaba la perversa mirada del hombre que acababa de ser puesto en libertad, y mi estómago se revolvía. La policía había declarado que el acusado era un ladrón de los barrios bajos que se dedicaba a robar a todo tipo de personas para sacar a flote a una madre convaleciente y a una larga de orden de hermanos menores. Difícilmente habían podido considerar que pese a su corta edad, ese muchacho había dado un enorme salto del mundo del robo al de los homicidios en tan solo un día, y por ello, muy seguramente no habían sido capaces de juzgarlo como tal.

    — Alicia, tenemos que irnos. — susurró con voz calmada mi mejor amiga.

    — A falta de pruebas en contra ha sido dejado en libertad, ¿puedes creerlo? — pregunté con incredulidad.

    ¿Qué más pruebas necesitaban teniendo el video de la cámara de seguridad? Ese joven había irrumpido en el hogar de mi padre forzando la entrada, y no conforme con robar todo cuanto fue capaz de conseguir de valor, había terminado con la vida de un viejo que poco podría haber hecho para defenderse.

    — Sólo de los cargos de homicidio. — respondió su tono racional. — Aún le espera algún tiempo en prisión por el robo y la invasión a propiedad privada.

    — No es suficiente. Podría haberse librado incluso de eso si tuviera el dinero suficiente para pagar la multa. — gruñí. — Mató a mi padre, ¡por todos los cielos! ¿Por qué nadie puede ver eso?

    — Ali, tu padre falleció de un infarto al corazón. — intervino suavizando su tono. — Ese chico no fue completamente culpable de su muerte.

    Cerré los ojos con pesar. No estaba completamente confundida, sabía perfectamente que un ladrón de ese tipo difícilmente se convertiría en un asesino de forma consciente. No había sido su culpa que mi padre tuviera un corazón débil y que el susto de ver invadido su hogar un día en donde no debió encontrarse ahí, lo hubiera conducido a un infarto, pero de todos modos no podía evitar culparlo.

    Las imágenes del cuerpo de mi padre tendido sobre la alfombra tinta y a un costado de su sillón favorito donde siempre se sentaba a leer, seguían invadiendo mis sueños, apareciendo incluso durante el día, cuando bajaba mis defensas y el proceso legal me agobiaba. Y en cada ocasión que se reproducía esa misma escena en mi cabeza, las náuseas me inundaban, mis intestinos se retorcían y sentía como si alguien me hubiera arrebatado todo el aire de un golpe. Justo después la ira me invadía, hirviéndome la sangre a un punto que casi podía sentir mi piel enrojecer. Era imposible. Yo simplemente no podía olvidar, ni perdonar a ese hombre.

    — Tienes que dejar ir ese rencor. — continuó con suavidad mi mejor amiga. — Míralo bien, es sólo un muchacho. Su familia lo necesita.

    Un eslabón muy importante de mi familia también me había necesitado y ese chico no lo consideró en su plan para saquear el hogar de mi padre. No había argumento que me fuera hacer cambiar de opinión, ni veredicto que me fuera impedir seguir buscando alguna forma de hacerle pagar a ese individuo por lo que me arrebató.

    — Eso ya no importa ahora. — mentí, no queriendo continuar con esa discusión. — Vámonos.

    Los sollozos de alivio de una familia que recuperaba a su sustento económico atrajeron por última vez mi atención a la escena de abrazos y lágrimas que protagonizaba el “hombre inocente”. Analizándola con rapidez, me esforcé por guardarla en mi cabeza a fin de poder eliminar un poco de ese amargo sentimiento que me estaba comiendo viva por dentro, sin embargo, la imagen de un cuerpo frío sobre una alfombra antigua siguió superponiéndose a ésta.

    La justicia en este país era un asco. No dudaba que diariamente se dejaran en libertad a sujetos muchos más peligrosos que el escuálido muchacho de éste caso pero vivirlo en línea directa había sido mucho más duro de lo esperado. A final de cuentas, sin embargo, había logrado comprenderlo. Ser culpable o inocente por estos rumbos no tenía mucha importancia puesto que al finalizar el día, todo acusado en este y cualquier otro juzgada terminaba siendo inocente.
     
    Última edición: 23 Julio 2015
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    @Sir Lord Baltimore, muchas gracias por tu comentario. Me alegro mucho de que hayas disfrutado de las letras que van hasta el momento, independientemente de que unas te hayan atraído más que otras. Resulta todavía más emocionante saber que de alguna forma, seguirás leyendo las que vienen y de las que espero, encuentres interesantes y estimulantes algunas más. Un par de los relatos anteriores son meramente resultado de mi imaginación, como has señalado, sin embargo, también hay un par que tuvieron un sustento en algo acontecido en mi vida. No diré exactamente cuáles puesto que arruinaría un poco la magia, pero será fácil adivinar que por lo menos "Blackie" el gato que destrozó un hermoso arreglo floral es más real de lo esperado y sí, también siente un insano deseo por juguetear con el agua y comerse las flores a su paso.

    Nuevamente gracias, y hasta pronto.
     
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    J de Jaguar

    Todo ser humano en algún momento de su larga o corta existencia se enfrenta a una situación en particular que lo hace preguntarse si vivirá para contarlo o se llevará la experiencia a la tumba en ese preciso instante. Se trata de un momento donde el grado de peligro sobrepasa con creces a la frágil estabilidad mental de las personas, en donde el cuerpo se paraliza, el aliento se contiene como si la más mínima inhalación o exhalación fuera una amenaza, y el tiempo se detiene. El corazón comienza a saltarse un par de latidos y una capa de sudor frío envuelve al cuerpo mientras los signos vitales disminuyen su ritmo. Algunos incluso agregan que imágenes sucesivas de su vida desde el nacimiento cruzan en forma de película a través de su cabeza a cámara lenta.

    No estaba completamente segura de que la última afirmación sobre rememorar los mejores momentos de su vida fuera completamente cierta, ya que desde el preciso instante en que el pesado cuerpo del animal tocó tierra, toda su mente se había vaciado y dejado de funcionar. El miedo atenazándole incluso se había deshecho de la buena dosis de adrenalina que en primera instancia la había invadido, activada por la alarma de supervivencia que como ser humano tenía implementada de forma natural.

    ¿Qué debía hacer una persona que estaba a punto de morir? ¿Qué tenía que sentir?

    Dudaba que existiera una respuesta para tales preguntas, y aún más que éste fuera el momento indicado para lidiar con los dilemas de su existencia mientras el animal, sigiloso como cualquier otro de su clase se acercaba cada vez más, balanceando la manchada cola y con la intensa mirada dorada firmemente clavada sobre su presa.

    — Quieto, bonito leopardo. — susurró ganándose el inicio de un gruñido por parte del animal.

    Infiernos. No había sido su culpa perderse en pleno recorrido por la selva, ni haber pasado por alto el enorme y elegante cuerpo de ese felino colgando perezosamente de la rama más alta de un árbol. Por supuesto, molestarlo había sido el último de sus planes pero parecía que su sola presencia lo había puesto en alerta, forzándolo a desperezarse con un excelente equilibrio sobre la rama y bajar con una serie de fluidos saltos que de no sentirse amenazada por la facilidad con que podría matarla, se habría esforzado por capturar con su cámara.

    — No es un leopardo. — comentó burlonamente una voz.

    Incapaz de apartar la mirada del cada vez más cercano felino, ni de la exhibición de unos colmillos sumamente afilados en su hocico, le tomó su tiempo tratar de identificar la procedencia de la voz y pedir auxilio.

    — Ayúdame, por favor.

    — No hay mucho que pueda hacer, tú la molestaste. — respondió conservando el tono burlón.

    — ¿La?

    — Es una hembra. — volvió a intervenir. — Una hembra a la que no conforme con invadir su territorio e interrumpir su descanso, confundiste con otra especie Tiene razones suficientes para estar molesta.

    La expresión y el lento avance del peludo y poderoso cuerpo animal no se vio afectada por la voz del intruso, su objetivo seguía siendo ella y no parecía dispuesta a distraerse. Pese a ello, ni siquiera una chica como ella podía evitar notar la ironía de estar charlando con un desconocido a quien ni siquiera podía ver mientras su vida peligraba.

    — ¿Vas a dejar que me mate?

    — Nah. — restó importancia al asunto. — Le produces curiosidad, no creo que vaya a hacer algo más que sólo olisquearte un poco, morder otro poco más y asustarte un tanto más.

    Sus palabras no sirvieron para disminuir el grado de ansiedad que estaba sintiendo pero habían logrado hacerla descubrir que por lo menos, ya sentía algo más que la parálisis y el miedo atroz de encontrarse al final de su camino en la vida.

    — ¿Qué es? — preguntó la chica, recuperando poco a poco el control de su cuerpo.

    — ¿Qué es, qué?

    — Dijiste que no era un leopardo aunque tiene manchas, entonces, ¿qué es?

    — Dímelo tú.

    El felino finalmente detuvo su marcha, y tan concentrada como lo había estado en no lanzarse contra el hombre que la dejaba a merced de una bestia, así como de recuperar el movimiento en sus músculos, no descubrió hasta que fue demasiado tarde que el animal se había detenido justo frente a ella, aplastando con una de sus patas uno de sus pies. La diferencia en el tamaño de ambas, en ese momento, le pareció abismal.

    — ¿Cheetah?

    — Ni siquiera cerca. — resopló.

    Tal y como lo había predicho el sujeto, el animal comenzó a olisquearla desde las piernas hasta su cintura, gruñendo de vez en cuando y volviéndola al estado de alerta. Sentir la presión y empuje del húmedo hocico la ponía sumamente nerviosa y en alguna parte había escuchado que esos animales podían sentir el miedo de las personas. Gimió. ¿Por qué sentía que descubrir el nombre de la especie de ese felino era su pase a la supervivencia? ¿Qué otro animal además de los leopardos tenía manchas?

    — Antes de que cometas el error más grande y ridículo de tu vida, de una vez te adelanto que tampoco se trata de un tigre o un león. — comentó con sorna.

    Las ganas de lanzar a dicho individuo directo a las enormes fauces del felino que no dejaba de olisquearla y que cada vez la empujaba con mayor fuerza eran poderosas. ¿Realmente creía que era capaz de confundir a un león y un tigre cuyo patrón en el pelaje era completamente distinto al de las manchas frente a sí? Sin resistirlo por un minuto más, giró la cabeza en busca de la voz y apenas descubrió al alto y fornido cuerpo de un tipo vestido como si estuviera en el ejército, el felino se alzó sobre sus patas y arremetió directamente el centro de su pecho con una fuerza que la tumbo de espaldas sobre el lodoso terreno. Ahora, con el pesado cuerpo enjaulándola sobre la tierra, el hocico abierto con grandes y filosos dientes estaba muy cerca de su rostro.

    — Si yo fuera tú, me apresuraría con esa respuesta. — rió con gravedad el hombre.

    Con una rapidez que le dio la nueva inyección de adrenalina suministrada por cortesía de su cerebro, repasó las lecciones que tantos años atrás había tenido respecto al mundo natural y más que ello, se concentró en el folleto que se le había proporcionado antes de iniciar el tour en donde enumerados, aparecían los animales que podrían observarse durante el mismo, y al que poca o nada de atención le prestó. Entonces, la respuesta finalmente le llegó y juró que si salía viva de aquella situación, desmentiría la idea de que al estar al filo de la muerte se podían repasar la historia de vida personal, sustituyendo semejante mito con la excelente capacidad que un golpe de adrenalina podía dar para recordar detalles hasta entonces insignificantes.

    — ¡Un jaguar! — gritó apenas el nombre le cruzó por la cabeza.

    En ese preciso instante el felino se detuvo. Su dorada y brillante mirada se quedó trabada con la de ella, un instante antes de que el inicio de un gruñido se convirtiera en un extraño ronroneo y su cabeza se frotara con dureza y mimo contra su mejilla.

    — Venga “Jaguar”, tienes que dejar ir a la chica.

    — Tienes que estar bromeando. — gimió intentando apartarse de la cabeza del felino.

    Tenía un pelaje muy suave que acariciaba su mejilla con cada frote pero su estructura ósea era enorme a comparación de la de ella y sus caricias llegaban a parecer más golpes duros que los mimos y el jugueteo que el animal pretendía darle.

    — ¿Sobre qué?

    — ¿Llamaste “Jaguar” a un jaguar? ¿No se te pudo ocurrir un nombre más original?

    — Ella se llama así, no tenía muchas opciones. — replicó con simpleza. — ¿Preferirías algún nombre como Sally, Jenny o “Minnie”?

    No respondió y el pánico que viene con estar a punto de perder el oxígeno bajo la pesada cabeza y pelaje del jaguar no la ayudó a pensar en un buen contra-ataque. Cuando creyó con un nuevo y retorcido sentido del humor no lograr salir de ahí con vida, el jaguar se apartó y el desesperante hombre invadió su campo visual.

    — Esta clase de recorridos no suceden todos los días, ¿no, chica?

    Le tendió la mano para ayudarle a levantarse y una vez de pie notó que el jaguar continuaba acechándola, frotándose contra ella sin dejar de ronronear. Suspiró. Domesticado o no, ahora se sentía un poco más segura considerando que con toda probabilidad ese día no moriría por la ira e instinto asesino del jaguar, pero seguro que sus mimos y ronroneos iban a dejarle varias partes del cuerpo severamente lesionadas y magulladas.

    — De eso no cabe la menor duda.
     
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    K de Kilómetros

    La mujer observó anonadada y sin aliento el largo sendero hacia la cima, angustiada aún más por el duro trayecto que la esperaba para conseguir ayuda para su automóvil. Se había quedado varada a mitad de la carretera después de que una de sus llantas reventara de forma misteriosa al pasar un cruce, y para rematar, su incapacidad e ignorancia sobre los aspectos mecánicos la había dejado sin más opción que avanzar por el borde de la carretera hasta el pueblo más cercano.

    Descubrir al llegar que su única posibilidad de salir de ahí consistía en un pueblo fantasma había resultado tan descorazonador como darse cuenta de que el único teléfono de emergencias había sido situado en la cima de una empinada colina a la que sólo se podía llegar recorriendo los 4 kilómetros existentes desde su base hasta el final en la cima.

    — Nunca he sido una chica deportista. — gimió agotada.

    Cuatro kilómetros se recorrían con facilidad y en poco tiempo cuando se iba a bordo de un automóvil equipado con aire acondicionado y la comodidad propia de una excelente tecnología y un perfecto sistema de audio para escuchar tus canciones favoritas mientras cantas a todo pulmón, sin temor a desafinar o ser la burla de tus acompañantes.

    Por el contrario, recorrer 4 kilómetros caminando implicaba una tortura a la que estaba muy poco dispuesta a enfrentarse con unos tacones de plataforma y una falda corta. Su atuendo era el indicado para acudir a la fiesta de compromiso de su prima, no para ir de excursión a través de un paisaje desértico y subir una colina para conseguir un teléfono y pedir ayuda. Para empezar, ¿en qué demonios pensaba la PFC ("Policía Federal de Caminos") al situar un teléfono en un absurdo punto como ese? ¡Era un teléfono de emergencias, por todos los cielos! ¿Por qué no lo habían dejado a la orilla de la carretera como todos los demás?

    — ¿Nadie puede darme un aventón hacia allá? — suspiró.

    Quejarse no serviría para llegar antes a su destino, pero ciertamente ayudaría a drenar todo el estrés y la angustia que la situación le generaba. A fin de cuentas, a muchas les pasaba lo mismo que a ella...en las películas de terror de bajo presupuesto. Justo antes de comenzar a ser acechadas, y más tarde violadas y asesinadas por humanos que nacieron mutados y deformes por efecto del contacto directo con una zona contaminada con restos nucleares.

    Aceleró el paso, no quería convertirse en la nueva víctima de algún asesino en serie y mucho menos ser alcanzada por la noche antes de lograr conseguir un poco de ayuda. ¿Por qué no había aprendido a cambiar una llanta cuando su hermano mayor se ofreció a enseñarle? ¡Ni siquiera era capaz de sacar la llanta de repuesto de su anclaje a la cajuela exterior!

    — ¿Señorita?

    El cuerpo se le congeló y un escalofrío descendente comenzó a invadirla apenas escuchó el oscuro y grave tono de voz. ¡Había sido atrapada! El asesino la había encontrado y ahora estaría planeando llevársela para torturarla y acabar con su miserable vida. ¡Y sólo había conseguido llegar a la base de la colina!

    — No me hagas daño, por favor. — gimió aterrada. — Nunca le he hecho daño a nadie. Lo juro. Soy una buena persona.

    — ¿Hacerle daño? — preguntó contrariado. — Yo sólo iba a preguntarle si necesitaba un aventón.

    Suspicaz pero más agotada y burlona por su estado de paranoia producido por un exceso de películas de terror, no lo pensó mucho para aceptar el ofrecimiento, aún en contra de todos los preceptos y enseñanzas dadas por sus padres desde la infancia. Subir en tacones estaba completamente descartado, prefería un millón de veces aceptar el “amable” ofrecimiento de aquel hombre.

    — Necesito llegar a la cima para usar el teléfono de emergencia. — comentó. — Mi celular no tiene señal en ésta zona y necesito ayuda con mi automóvil.

    — Por supuesto. Suba aquí, la llevaré a la cima.

    Agradecida, subió a la cabina del conductor y tomó asiento en el destartalado lado del copiloto para observar mejor a su salvador. Era un hombre entrado en años, las canas ya bordeaban su cabello en forma de parches claros, y las pequeñas arrugas sobre su rostro comenzaban a abarcar terreno en éste. A pesar de ello, un cuerpo fornido y unos brazos llenos de manchas de vejez le hacían ver macizo y fuerte para su edad.

    — ¿Qué le pasó a su camioneta? — preguntó rompiendo el extraño silencio en la cabina.

    — Se ponchó una de las llantas y no pude cambiarla.

    La deteriorada camioneta del señor continuó avanzado sendero arriba mientras el silencio se volvía a apoderar de la cabina. Era agradable descubrir que aún existían personas interesadas en ayudar por el bien común a quienes lo necesitaban, pese a que una diminuta alarma en el fondo de su cerebro la estaba alertando de alguna información en especial.

    — El pueblo luce abandonado. — comentó, a fin de ignorar la molesta alarmita. — ¿Pasa mucho por aquí?

    — Oh, no. Yo vivo aquí.

    — ¿Solo?

    — No realmente. Mi esposa vive conmigo.

    El silenció volvió de nueva cuenta y la alarma en su cabeza se intensificó. ¿Cómo sería vivir solamente con tu pareja en un pueblo abandonado? ¿No sería eso muy solitario? Mientras se debatía con esas preguntas, su cerebro por fin mostró claridad en su alerta. De repente, la información que había pasado por alto volvió con toda claridad y el corazón se le paró. No recordaba haberle dicho en ningún momento al agradable viejito que su auto era una camioneta. ¿Cómo lo había sabido?

    — ¿Qué le pasó al resto del pueblo?

    — Sin suficientes recursos u oportunidades para sacar a sus familias adelante, se fueron mudando hacia el Norte. Algunos incluso hasta territorio “gringo”. Otros vagan todavía por aquí.

    — Ya veo...

    — ¿Le sucede algo, señorita? — preguntó con voz plana. — Luce muy pálida.

    Las palabras se le atascaron en la garganta ante la pregunta. Un terror que nunca antes había sentido comenzó a invadirla conforme la vieja camioneta se acercaba cada vez más a la cima. De repente la extraña lógica de situar el teléfono de emergencia en la cima cobraba un feo significado y estaba poco deseosa de alcanzarlo.

    — El teléfono no está en la cima, ¿verdad?

    — No. — respondió con una frialdad que le caló hasta los huesos. — Pero lo estuvo en algún momento.

    Cuatro kilómetros en auto se recorren con rapidez, había pensado al inicio de su travesía. Sin embargo, cuando esos míseros cuatros kilómetros se convertían en el único tiempo con la posibilidad de lograr un escape, las cosas cambiaban radicalmente. Ahora, la cima no le parecía la meta ideal.

    “Después de todo, no he visto demasiadas películas de terror”. — pensó mientras comenzaba a rezar en silencio.
     
    Última edición: 25 Julio 2015
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    L de Luciérnaga

    El pequeño frasco de cristal se tambaleó sobre la mesa y no pude evitar preguntarme si el diminuto y brillante animal en su interior pensaría que el movimiento era producto de su insistente golpeteo contra una de las paredes de cristal, en lugar del resultado de una fuerza externa y ajena a él como la de mi pie tras golpear accidentalmente una de las patas de la mesa de centro.

    Desde que era pequeña siempre había tenido una fascinación por esos pequeños bichitos que en medio de la ciudad sólo aparecían muy extrañamente, alumbrando la noche con destellos de luz. Siendo sincera, podía recordar tan sólo dos ocasiones en las que había tenido la fortuna de encontrarlos pululando en el parque frente a mi casa, sin embargo, también yacía en el fondo de mi memoria la escena de un paisaje plagado de luciérnagas en mitad del campo y un grupo de niños cazándoles antes de dejarlas de vuelta en libertad.

    — Cariño, no olvides que debes dejarla irse pronto. — comenté con dulzura a mi sobrino.

    — No quiero, tía. — gruñó. — Yo la atrapé, es mía.

    La desesperación del animal era evidente en cada empuje contra las paredes y en el parpadeo constante de luz. El estómago se me revolvió. Encerrada en un frasco tan pequeño, sin oxígeno y sin libertad, la pequeña luciérnaga no lograría sobrevivir ni siquiera un par de horas más.

    — No es una sugerencia, Andy. — me puse firme. — Vas a dejarla ir.

    Los grandes y oscuros ojos de mi sobrino comenzaron a llenarse de lágrimas ante la dureza de mi tono y en cuestión de segundos, tuve sobre mí a mi hermana mayor reprendiéndome por mi frialdad y poca consideración hacia un pequeño de 6 años.

    — No puedo creer que te comportes así, Lizzie. — me regañó mi hermana. — Si Andy no quiere dejarla ir, que se la quede.

    Morderme la lengua para evitar entrar en conflicto con mi hermana supuso un esfuerzo por mi parte que me dolió en demasía. En algún momento de mi infancia había estado en el lugar de mi sobrino y mi crueldad hacia esos pequeños animales había sido igual a la de él. Habiendo madurado, sin embargo, me costaba demasiado simplemente dejarlo pasar.

    — Es un animal, tiene que estar en libertad.

    No obtuve ninguna respuesta verbal por mi declaración pero la orden silenciosa de mi hermana condujo a que viera con impotencia cómo mi sobrino tomaba el frasco y se alejaba de la estancia agitándolo con brutalidad. A veces los niños podían llegar a ser tan crueles que me sentía frustrada y poco amistosa hacia ellos, a pesar de haber estado en su lugar en algún momento.

    — Lizzie, Andy es sólo un niño. — comenzó su sermón la delicada voz de mi hermana. — No tienes por qué hacerlo sentir mal por atrapar y mantener a una luciérnaga. Hay demasiadas en el mundo, una menos no hará daño a nadie.

    A pesar de su discurso, no logré aceptar su extraña lógica. Me fastidiaba enormemente que se viera natural mantener en cautiverio a un animal que no sobreviviría más allá de un par de horas. Era algo abominable e inaceptable.

    — Esa no es justificación. — respondí con sequedad.

    Viendo a mi hermana lista para iniciar una discusión, suspiré, me levanté y salí de la casa. La imagen de la luciérnaga luchando contra la dura pared de cristal, incapaz de rendirse hasta dar su último aliento me acompañó en todo el regreso a mí hogar, y más tarde, la imagen de su pequeño haz de luz comenzando a apagarse segundo a segundo hasta su muerte, pobló mis sueños.

    El destino de aquellos animales de repente me pareció triste y doloroso. Nadie merecía morir de esa manera.
     
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    M de Maldición

    El espejo devolvió la imagen de unos ojos cuya oscuridad era tan grande como el pozo vacío del iris y la pupila unidos. Atrás había quedado el brillante azul de su mirada, sustituido por la mirada de un demonio traído directo de sus peores pesadillas. La anatomía de cada uno de sus ojos se había fusionado, fundido y derramado en un color ónix que aterraba a quienes le veían con fijeza, y evocaba imágenes de posesiones y películas de terror con finales atroces.

    Ese había sido su castigo y maldición. Perecer bajo el poder de una realidad a la que había permanecido incrédulo e impávido, sufriendo el agónico dolor de sentir sus ojos derretirse y arder en sus cuencas en cada despertar. Vivir observando un plano paralelo a su realidad con criaturas repulsivas arrastrándose por las paredes día y noche, monstruos acechando y devorando los corazones de los débiles para su deleite y placer. Y peor aún, disfrutar enormemente con los resultados.

    No, eso no era vivir. Estaba muerto. Murió el día en que un juego con lo paranormal le arrebató los ojos y lo condenó a vagar entre dos mundos llenos de sombras y oscuros secretos que prefería no descubrir.

    — Si escucho una voz más, voy a volverme loca. — gimió con desesperación la única fémina del grupo.

    La locura a estas alturas era ya un eufemismo. Los cinco integrantes de su selecto grupo cargaban con sus propias culpas y maldiciones, cada una acompañada de una enferma dosis de desesperación y locura. Todos estaban locos ahí. Todos estaban malditos y condenados a continuar con una existencia vacía por tiempo indefinido. Estaban varados y sin salida.

    — Deja de quejarte. — gruñó el auto-proclamado líder del grupo. — Lidia con ello.

    La mirada negra se concentró en la mujer sin ningún signo de piedad. Su apariencia era hermosa y etérea, su maldición no había cambiado en absoluto alguna parte de su perfección, pese a que jugara con los límites de su cordura. Nadie a excepción del hombre de manos rojo carmesí con filosas garras y él mismo, sufría en su apariencia externa las consecuencias de su horrible maldición. Sólo por eso los envidiaba.

    La picazón que siempre antecedía al horrible ardor de sus ojos lo trajo de vuelta a la realidad, preparándose para la explosión de dolor. Cuando la oleada llegó con la fuerza de un tsunami, contuvo con dureza el alarido en su interior. Las formas humanas del excéntrico grupo que habían formado se distorsionaron y pulularon perdiendo cada vez más rápido su forma, y dejando en su lugar una masa difícilmente humana.

    — Oh, oh. Le está sucediendo de nuevo al chico demonio. — murmuró en la lejanía la mujer.

    Las figuras continuaron ondulando frente a sí hasta recuperar su forma original modificada a un punto donde todo rasgo facial había sido borrado. Ninguna tenía cabello, ni ojos, boca o nariz. Sus rostros eran una forma ovalada y vacía. Gimió. Incapaz de parpadear, la quemazón se intensificó todavía más y el dolor bordeó con sombras sus ojos, reclamándolo a la inconsciencia. Se resistió. No sucumbiría a la maldición.

    Cuando la oleada de dolor se detuvo, sus ojos realizaron el movimiento involuntario de parpadeo y el extraño alivio que siempre lo recorría después de ello, lo invadió. Había aprendido a apreciar el mísero segundo diario en que la maldición le permitía parpadear y dejar de observar todo lo oculto en el mundo donde se manejaban. Ni siquiera el corto de periodo de sueño que se le permitía alejaba el efecto de la maldición, lo torturaba día a día, noche con noche.

    — Oye, chico. Tus ojos está soltando esa sustancia de nuevo. — informó el líder.

    — ¿Viste algo interesante, demonio? — secundó la mujer.

    No respondió a ninguna de las palabras. La mirada se movió automáticamente hacia el espejo para observar el líquido del color y la consistencia del petróleo escurrir en caminos zigzagueantes desde sus ojos. Aún con todo el tiempo que llevaba cargando con la maldición, no había logrado averiguar qué era la sustancia que sustituía las lágrimas de sus ojos, aunque sospechaba que podrían ser partes podridas del globo ocular completamente negro.

    — Di lo que has visto. — ordenó entonces el supuesto líder.

    No respondió. Sin limpiarse todavía el líquido oscuro de los ojos, contempló a los otros dos hombres que permanecían silenciosos y alejados del grupo. Eran los más extraños entre los miembros ya de por sí extraños pero comprendía por lo menos el bien que hacía uno de ellos al no abrir la boca para hablar. Escucharlo era la peor tortura que uno podía sufrir.

    — Te he dado una orden, chico.

    Lo ignoró de nueva cuenta. No importaba lo que intentara hacer, jamás obedecería. Lo que sus ojos malditos veían era cosa que sólo le incumbían a sí mismo. Además, la mayor parte del tiempo, ni él mismo entendía lo que veía, aunque había algo de lo que estaba completamente seguro. Odiaba a los malditos ángeles que habían permitido que se convirtiera en lo que ahora era.
     
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    N de Nudo

    Tiró de la soga probando por décima ocasión la firmeza y resistencia del nudo. Nunca antes había escalado pero estaba completamente segura de que la fuerza con que ese nudo estuviera hecho sería la única diferencia entre vivir y morir, sin exagerar la situación. Odiaba las alturas, eso no era ningún secreto, pero perder la apuesta con su hermano la había conducido al pie de un acantilado lleno de salientes rocosas listas para escalar.

    — Muy bien, hermanita, estamos listos. — sonrió ampliamente el sujeto a su lado. — La meta es llegar a la cima, sin presión por el tiempo. ¡Andando!

    Con la mirada cristalizada por la repentina oleada de terror observó cómo el ancho y fornido cuerpo de su hermano iniciaba el ascenso sin ninguna preocupación. Y supo que no importaba qué, no podía hacerlo. Si por alguna razón sus pies llegaban a fallarle, sus manos se magullaban o alguna de las salientes rocosas decidía que era demasiado pesada para sostenerla e impulsarla, su vida terminaría de una forma horrorosa al caer. Simplemente no podía arriesgarse a eso. Aún era joven, tenía un futuro por delante y muchos viajes que hacer.

    — No te preocupes, niña. — intentó tranquilizarla uno de los instructores. — El arnés que tienes puesto es de la mejor calidad, así que aún si pierdes el equilibrio o te agotas y sueltas, éste te sostendrá suspendida en el aire hasta que uno de nosotros te ayude a bajar.

    De repente, el nudo del que tanto había estado preocupada se había instalado al interior de su garganta impidiéndole hablar. Quedar suspendida en el aire, aún si caer al vacío, no era ninguna clase de consuelo para una persona que con dificultades aceptaba ver a través de la ventana de un avión.

    — ¿El nudo es...seguro? — vaciló intentando ganar tiempo.

    — Como pocas cosas lo son en este mundo. Tranquila, estarás bien.

    El grito de su hermano llamándola desde la mitad del recorrido llamó su atención y la forzó a ponerse en marcha a pesar del temblor en sus piernas y del miedo carcomiéndola. Había pasado días investigando la teoría de una actividad como escalar, conocía las medidas de seguridad y el proceso que debía seguirse mientras se ascendía. En primer lugar, probar la resistencia del nudo, que ya había hecho. Continuamente, buscar un saliente rocoso que se viera resistente y le permitiera estirar los brazos sin lastimarse para apoyarse y pasar a otro. Después de eso, repetir el mismo proceso hasta llegar a la cima. Habiendo memorizado todo ello, junto con la tasa de accidentes en dicha práctica, ¿por qué no era capaz de sólo lanzarse a ello y ya?

    — Maldita apuesta.

    Sorprendentemente, iniciar el trayecto finalmente no resultó tan complicado como había supuesto, sin embargo, llegar a la mitad y mirar accidentalmente hacia abajo probablemente había sido la peor de las ideas. La distancia hacia el suelo le pareció abismal y amenazante, conduciéndola a una parálisis que comprendió, no tendría forma de superar para seguir con su camino. De repente, el aire comenzó a escasearle, su corazón inició una alocada carrera y supo que un ataque de pánico estaba a punto de apoderarse de ella. Cuando los bordes de su visión comenzaron a volverse negros, gimió.

    Fantástico. Probablemente sería la primera mujer en desmayarse a quien sabe cuántos metros de altura y permanecer en ese estado suspendida en el aire.

    — Odio las alturas.
     
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    Taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarde, pero aquí.


    No sé si es mi idea, o tal vez los ideaste así; pero me parece que las nuevas letras son más ligeras. Se dejan leer más fácil, son menos ampulosas y más pensadas como sensitivas (en específico L de luciérnaga).


    Y me temo escribir esto, pero ahora son más adictivas. Mas, no sé, tan atractivas como antes y con un “no sé qué” indescriptible. Me entusiasma decir que no voy a describir mis lecturas de cada una -caería en redundancias-, pero si diré que espero las siguientes y espero más y más de usted.


    Como conclusión; te mueves en tu prosa más cómodamente y estas ganando por eso.


    Sin más.


    Buenas noches y buena suerte.
     
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    Usagi-chan

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    @Sir Lord Baltimore nuevamente te agradezco tu comentario. Es bueno saber que poco a poco voy a mejorando y que la lectura se vuelve un tanto más sencilla. Seguiré esforzándome.

    Ñuzco = Diablo.
    Ñ de Ñuzco

    Sin deseo alguno de dedicar su atención a asuntos tan banales, observó el cuerpo humanoide herido, golpeado y sangrante hecho un bulto sobre el terroso suelo. Dos grandes surcos por donde corría la sangre a raudales eran visibles en su espalda mientras gemidos ahogados y adoloridos escapaban entre los agrietados labios de la figura, deleitándole con un sufrimiento como pocos existían en todas las dimensiones.

    He ahí un cuerpo corrompido y destrozado. Una victoria más en la eterna batalla contra el Señor de todos los Cielos. La prueba más fehaciente de que no existía en este universo un ser capaz de resistir por completo sus tentaciones, ni de ignorar los deseos más enfermos y malignos encerrados en su interior.

    Dos bultos fueron lanzados sin cuidado a un costado del cuerpo y su deleite creció todavía más. Blancas alas que habían terminado cubiertas del carmesí de la sangre trajeron recuerdos de una época en donde él había poseído un par de color dorado y fuerza asombrosa. Nunca tan hermosas como las que había poseído su actual Señor antes de rebelarse contra el Creador pero igualmente magníficas.

    — Ángel caído. — comenzó a hablar entre gruñidos uno más de los súbditos de su Señor. — Fue expulsado del cielo tras atacar a uno de los nuestros sin provocación.

    Se relamió los labios, escuchando con una renovada atención las palabras de la deforme criatura. Era bien sabido que los ángeles poseían reglas muy estrictas en cuanto a sus acciones, y si bien solían ser piadosos, raramente proporcionaban segundas oportunidades entre los de sus filas. Atacar a sus enemigos sin provocación no era un delito mayor para ellos, a menos que fuera uno de esos enemigos quien llegara en primer lugar a la escena y dictaminaran la sentencia. Entonces, no había nada que sus magníficos compañeros pudieran hacer para salvarle.

    — Ve al punto.

    — Era protegido directo de uno de los Arcángeles. — siseó la criatura. — Intentaron salvarlo pero la condena fue dictada antes de que lo consiguieran.

    — ¿Quién lo protegía?

    — Uriel.

    El cuerpo se le tensó brevemente ante la mención del nombre. La situación no podría haber sido más perfecta. No tenía ningún asunto en particular con ese Arcángel pero sabía que su Señor se haría cargo personalmente del asunto. Su mirada volvió a trabarse sobre la figura tirada sobre el suelo sin rastro alguno de compasión.

    — Restaura sus alas y llévalo ante nuestro señor. — ordenó a la criatura.

    Una mirada azul opaco no tardó en clavarse sobre sí con un mínimo rastro de esperanza. Sonrió. Permitirle recuperar y unir de vuelta sus hermosas alas no significaba que tendría la oportunidad de escapar, sino que su primer encuentro con el verdadero “diablo” se acercaba, y con toda seguridad, éste querría tener el placer de ser quien le arrancara sin piedad las alas para darle la bienvenida a su nuevo e infernal hogar.
     
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    Usagi-chan

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    * Complemento de M de Maldición.

    O de Oídos

    Susurros. Estaba cansada de escuchar tantas voces, tantas quejas, tantos susurros penetrando a través de sus oídos, hiriendo sus tímpanos y destrozando el delicado equilibrio que había logrado alcanzar con esos molestos intrusos. Le dolía la cabeza, y no lograba comprender cómo el resto de sus compañeros de grupo podían soportar sus maldiciones sin inmutarse. Ella ya estaba al borde de la locura y esas malditas voces no se callaban en ningún momento.

    “Mátalos”.

    “Muerte. Muerte”.

    “Todos van a morir”.

    “Ese monstruo mató a mi pequeña”.

    “Odio a mis padres, deseo que mueran pronto”.

    “No puedo seguir soportándolo, quiero morir”.
    Gimió colocando las manos sobre sus oídos, aquella parte de su anatomía que se había convertido en el instrumento de su tortura diaria. Le costaba mucho creer que su maldición no era la peor de todas las recibidas por el grupo cuando las voces la seguían a todas partes y en todo momento, entremezclándose con gritos de dolor, risas y lloriqueos. Podía escuchar todo lo que las personas decían en un radio de largo alcance y era simplemente insoportable.

    No tenía control sobre aquello que sus oídos capturaban pero debía cargar con todo el sufrimiento y rencor derramado en cada palabra y pensamiento. Su cabeza registraba continuamente a las voces y traducía cualquier idioma en que éstas llegaran, como si un chip traductor hubiera sido implantado con una conexión de su oído a su mente.

    — Mujer, ¿estás bien?

    No lo estaba, por supuesto que no lo estaba. ¿Qué había hecho para merecer semejante castigo? ¿Por qué había sido condenada a escuchar todas las voces y pensamientos de las personas en todo el mundo? Cada día se estaba convirtiendo en un paso más hacia la locura y las voces seguían aumentando. Al principio había sido capaz de ignorar a la gran mayoría, encerrándolas en una caja al fondo de su consciencia, entonces la llegada del último miembro del grupo había destrozado toda su muralla.

    — Las voces... — gimió.

    “Me vengaré de todos quienes me hicieron daño”.

    “Estoy embarazada de otro pero fingiré que el bebé es tuyo”.

    — ¿Necesitas el medicamento? — continuó el mismo hombre.

    Y sus nervios estuvieron a punto de romperse. Escuchar las voces en su cabeza era una tortura pero recibir directamente en vivo el sonido de otras voces era simplemente un infierno mucho más doloroso. Ni siquiera el medicamento que su psiquiatra le había prescrito al inicio de su maldición, cuando se le había “diagnosticado” un “trastorno esquizo-paranoide”, era suficiente para lidiar con ello. No estaba enferma. Loca, tal vez, pero enferma jamás. Estaba maldita, sus oídos estaban condenados.

    — Cállate. — gruñó desesperada al sujeto.

    Sin obtener respuesta alguna, intentó alejarse del hombre que había sido culpable de que las voces adquirieran fuerza, más que dispuesta a retornar a su refugio y permanecer cerca del único ser humano que jamás hablaba. Sin embargo, apenas dado un paso lejos de la enorme figura, la enorme y rojiza mano con largas y filosas garras la detuvo por el hombro.

    Entonces, las voces cesaron por un momento dando paso a un dulce silencio que llevaba muchísimo años sin experimentar. Anonadada, dirigió la cristalina mirada hacia el hombre que había callado las voces y el rostro adquiriendo un tono rojizo semejante al de sus manos mientras se deformaba por el dolor, la impulsó a apartarse. Desafortunadamente, apenas la pesada y bestial mano cayó de su hombro, las voces volvieron con una renovada fuerza y el mundo comenzó a girar de forma vertiginosa.

    Chillidos, gritos, amenazas y palabras llenas de dolor volvieron a inundarla y por un momento creyó que esta vez no lo lograría, y que su cerebro junto con sus oídos explotarían al mismo tiempo. Temerosa, se apartó del hombre y dio marcha atrás, comprendiendo que al cargar con una maldición como la suya, el silencio tenía un precio demasiado alto que no estaba dispuesta a pagar.
     
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    Usagi-chan

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    P de Paisaje

    Los dedos palparon el lienzo blanco a fin de obtener un aproximado de las dimensiones de la superficie sobre la que se pondría a pintar. Había tomado la sabia decisión de alejarse de su fin de semana rutinario para tomarse un respiro al aire limpio y dedicarse exclusivamente a su pasión secreta. Tantas teorías y procesos fríamente exactos y científicos la tenían agobiada, y había esperado que un paisaje, un lienzo y su carboncillo favorito para dibujar la sacaran de esa prisión profesional que había escogido para estudiar.

    Hasta el momento, podía decir que no se había equivocado. El paisaje boscoso que la había recibido era tan mágico como hermoso, amplio hacia el horizonte con largos pasillos resguardados por altos pinos y una terrosa superficie que por momentos daba vida a flores de un singular y extraño azul eléctrico. Era su rincón secreto y especial. La zona de un bosque aledaño a la ciudad que desde pequeña había capturado su corazón y se había convertido en un refugio para respirar el aire puro y natural.

    Sin apenas darse cuenta de lo que estaba haciendo, su mano derecha inició con los trazos base del paisaje que había elegido. Así, moviéndose con fluidez y delicadeza dio forma a los árboles y al terreno, a los ángulos de la parte superior del paisaje y el cielo, asegurándose de dejar para último punto las espolvoreadas formas de las flores esparcidas por el suelo.

    Su intención original había sido dejar la pintura en los trazos de carboncillo oscuro, pero una especie de extraña sensación le había impulsado en un último momento a bajar de su auto e ir a buscar al interior de la casa su lápiz de color azul brillante favorito. Comprendía ahora que el impulso tenía que ver con la hermosa flor sobre el suelo.

    — La flor más hermosa que he visto. — suspiró comenzando a dibujarla.

    El color azul que había elegido para trazarla no le hacía mucha justicia al brillante y vibrante tono de la original pero no había modo de que pudiera solucionarlo. Suspiró decepcionada.

    — Combínalo con un poco del carboncillo negro y el color se hará más brillante. — comentó de repente una dulce voz.

    La impresión de encontrar a otra persona en un terreno del bosque que pocos conocían no fue tan grande como encontrarse obedeciendo de inmediato a la voz. Sin la más mínima idea de cómo combinar ambos colores sin oscurecer el tono como le dictaba su lógica, alzó la mano y pintó un solo punto sobre la parte inferior de la flor.

    — Muy bien. Ahora sólo tienes que utilizar las yemas de tus dedos para difuminar.

    Costó bastante esfuerzo encontrar la forma adecuada de esparcir y difuminar el punto negro del duro carboncillo pero cuando finalmente lo consiguió, el tono azul antes opaco adquirió un nuevo brillo.

    — Te ha quedado hermoso.

    — No realmente. — respondió con el ceño fruncido. — He arruinado el color en uno de los lados de la flor.

    — Era tu primera vez usando una nueva técnica, con la práctica mejorarás. — sonrió la chica y por fin pudo darse a la tarea de observarla.

    Era menuda, incluso más pequeña que ella misma, con una piel tan clara como la porcelana y largos rizos negros cayendo de su cabeza. En contraste al tono de sus mechones, rasgos delicados y finos enmarcaban un impresionante par de ojos azul eléctrico muy parecidos al tono de la flor que acababa de pintar.

    — ¿Quién eres? — preguntó curiosa.

    — Nadie importante, lamento haberte interrumpido. — rió con suavidad.

    Más tarde ese día relataría a sus padres que había tenido el encuentro más extraño de su vida con una chica casi fantasiosa. No cruzó muchas más palabras con ella pero la observó arrancar del suelo la flor que minutos antes había dibujado con esmero, antes de que se marchara sin despedirse o dirigirle alguna mirada más.

    El dibujo permaneció intacto en el transcurso de vuelta a casa. Pasaron todavía un par de días antes de que un nuevo impulso por darle color la atacara y se dedicara a esa tarea sin resultado alguno. No importó cuánto lo intentó, los colores jamás se quedaron por más de un par de horas sobre el dibujo, siempre se deslavó. Así pues, extrañada y frustrada, observó cómo con el transcurrir de más días el brillo azul de la flor permanecía, opacando todo a su alrededor.
     
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