Microrrelato Un mediodia distinto

13:30 pm marcaba el reloj de madera que colgaba en la pared. Mi dormitorio estaba tan lúgubre y oscuro como una pesarosa noche sin estrellas y yo, apenas despierta. Apenas despierta pero sentía sonidos y pasos desconocidos que provenían del largo e interminable pasillo.

Mi primera decisión fue no prestarles mucha atención por mas de que fueran claros y persistentes, y mantener mi mente pensando en cualquier otra cosa. Pero soy una persona extremadamente veleidosa y no hubo remedio, me fue imposible el hecho de quitar de mi cabeza quien era aquel que pudiera estar afuera de la habitación. Y a medida que los susurros e irritantes pasos continuaban haciéndose mas y mas constantes comencé a perder la paciencia, acto que no me habrá tomado mas de unos diez o quince segundos.

El creciente temor que había en mi me llevo a, incoherentemente, meterme en el ropero, si, en el ropero, entre los pantalones, camisas, remeras y zapatos, en el ropero, el mismo en donde tengo guardado el viejo cinturón de cuero con hebilla grabada con las iniciales de mi querido abuelo francés . Actué con tanta rapidez y cautela que nadie que estuviera afuera pudiera haber siquiera sospechado que había dado un suspiro. Pero fue entonces cuando creí escuchar que aquellos pasos se dirigían hacia mi habitación. A medida que su sonido se volvía mas fuerte, mi corazón latía con mayor rapidez cada instante y crecía en mi una sensación de terror mezclada con angustia por no saber que es lo que pasaría. Probablemente la muerte estuviera cerca, y ya no había ninguna escapatoria. El ruido se hacia intenso, grave, aunque al parecer no llegaba a oírse mas alto el latir de mi corazón, que parecía un caballo galopando a miles de kilómetros por hora.

La puerta del ropero se comenzó a abrir lentamente, muy lentamente, tan lentamente como yo desplazaba mi mano para tomar el viejo cinturón . Ahora creía haber comprendido la diferencia entre vida y existencia. Mi vida podía haber acabado, pero la existencia seguiría, se prolongaría. Y aunque aquella existencia sería miserable, el pensamiento de una muerte cercana me colmaba el corazón de horror.

Mi mente quedo en blanco, y dejo de correr el sudor por mi rostro. Solo era mi madre queriendo decirme que la comida estaba lista.

FIN