Testimonios de una supervivencia

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Fushimi Natsu, 25 Febrero 2015.

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    Fushimi Natsu

    Fushimi Natsu Fanático

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    Escritora
    Título:
    Testimonios de una supervivencia
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    966
    Esta historia nació gracias a una de las actividades creadas por @Fenix Parker, en donde me divertí y disfruté mucho al probar una temática nueva que hacía ya algún tiempo había despertado mi curiosidad. El "comienzo" de este relato se llama Sobrevivir, pero no creo que sea realmente necesario leerlo para comprenderlo.

    Básicamente, mi personaje resultó ser un deportista y durante su rutina de ejercicios mañaneros es sorprendido por un grupo de zombis llegados de la nada. Se oculta entre los árboles y, en cuanto ve una oportunidad, se dispone a abandonar el lugar para su seguridad. Es entonces cuando recuerda a cierta persona y decide volver por ella, acabando con el primer zombie que se le aparece y se marcha hacia su nueva misión.

    Sin embargo, si aún así deciden darle una oportunidad a ese one-shot, sepan que se los tengo muy agradecido :)


    Testimonios de una supervivencia


    Prólogo

    El ruido que hay afuera me despierta, mas me niego a mí misma el abrir los ojos todavía. Es demasiado temprano para ello, lo sé porque ni siquiera ha sonado mi despertador. Entonces, ¿por qué los vecinos se empeñan tanto en armar semejante alboroto un jueves por la mañana?

    Disgustada por tanto ajetreo ocurriendo, me giro en la cama muy dispuesta a conciliar por unas horas más el sueño nuevamente cuando… termino rodando hacia el suelo.

    —Pero qué… —comienzo a despotricar, luchando con mis extremidades por incorporarme, para justo al instante detenerme. ¡Por supuesto! La razón llega a mí de inmediato acompañada de la imagen de mí misma, ayer por la noche, sentada en ese sofá y disfrutando hasta tarde de una buena película. Y únicamente porque me daba demasiada flojera levantarme fue que decidí quedarme allí a dormir—. Espléndido, Lisa.

    Vuelvo a girar, esta vez tirada en el suelo, quedando boca arriba y con la vista fija en el techo de madera. Me doy cuenta que el golpe que acabo de darme en la cabeza me ha dejado bastante mareada, sin embargo descarto la idea de cualquier tipo de contusión en ella. Sé que no ha sido para tanto. Aún así, el agudo e insistente escozor que siento sobre la zonas de la nariz y frente comienzan a fastidiarme un poco.

    Me incorporo lentamente contra el sofá, agradecida de que mi sentido del equilibrio se hubiera restaurado ya aunque mi acción sólo acentúa el dolor de cabeza. Con cuidado palpo cada área de mi rostro en busca de daños. Tocar mi nariz duele, pero no parece estar dañada por suerte. Suspiro mientras mi mayor preocupación es descartada.

    En ese momento, un grito particular proveniente de la calle atrae mi completa atención al mismo tiempo que me roba un escalofrío. Seguidamente se oye el sonido de un bocinazo, un fuerte golpe seco y después más gritos.

    —¡Imposible! —tartamudeo asombrada. No podía ser que… ¿Es que todo eso significaba que acababa de ocurrir un accidente automovilístico frente a mi casa? Y, ¿acaso esas no son las sirenas de la policía?

    Me dirijo hasta la ventana, intrigada por saber qué es lo que ha ocurrido, antes de tropezar con mis propios pies durante los últimos pasos porque una mancha rojiza repentinamente cubre la visión de mi ojo izquierdo. Asustada, me restriego con el dorso de la mano consiguiendo impregnarla con la sangre que comienza a escapar de mi ceja partida.

    Tal parece ser que sí me lastimé un poco después de todo.

    Vacilo unos segundos entre si ir al baño por el botiquín de primeros auxilios o no. Afuera, los gritos continúan junto al bullicio de personas corriendo, tirando y rompiendo cosas y más patrulleros llegando. ¿Acaso tan grave ha sido este choque?

    Y como la curiosidad que me embarga es mucho mayor y, a mi sabio entender, la herida podía esperar un poquito antes de ser atendida, descorro la horrible cortina verde limón con la mano derecha a fin de no ensuciarla. Lavar sangre seca no figuraba exactamente en mi lista de quehaceres para este día.

    Cualquier reflexión sobre el tema muere y jadeo ahogadamente de la impresión. El espectáculo que se extiende frente a mis ojos era peor que cualquier cosa que podría haber imaginado.

    Ciertamente se ha tratado de un incidente grave si se toma en cuenta que sólo la parte inferior de un cuerpo sobresale por debajo del auto en cuestión, el cual demuestra evidentes señas de estar a punto de entrar en ignición. Además de los estragos por todo el lugar producto de otros vehículos que se han visto estrellados contra los edificios o entre ellos mismos. No obstante, lo que en verdad resulta aterrador son las cientos de figuras erráticas que inundan las calles.

    Es entonces cuando el horror cala en cada uno de mis huesos y me paraliza con una desagradable sensación de ahogo.

    Desde mi posición puede ver a las personas de mi barrio corriendo asustadas en busca de preservar sus vidas; gente que conozco y con la que hablo cayendo abatidas ante esos seres inhumanos, espectros caníbales que les absorben hasta el último aliento. Puedo ver la locura por la supervivencia expandiéndose como un saco de pólvora en llamas junto a los desesperados intentos de la policía por socorrer la sociedad que les fue concedida proteger.

    Todo esto contemplo a través de la ventana de mi hogar. Estoy sola, completamente indefensa y con una herida que ahora no deja de manar el preciado líquido carmín, elixir de la vida humana, por mi rostro y ropas. Mi cuerpo se halla completamente entumecido, paralizado e insensibilizado. Apenas si soy capaz de respirar o de retener las náuseas.

    Y un único pensamiento taladra mi mente con la impasible crueldad de la verdad. Hoy voy a morir.
     
    Última edición: 14 Marzo 2015
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    Fushimi Natsu

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    Escritora
    Título:
    Testimonios de una supervivencia
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1049
    Capítulo primero

    Oculto tras la solidez de los árboles, Damián observa concienzudamente los alrededores. Su cuerpo, tenso y precavido, se encuentra en un estado de pura expectación como si de un resorte comprimido al límite de su capacidad se tratara, impaciente por verse liberado de tal inclemente opresión. Vagamente llega a él la sensación de ardor que empieza a ceñir su mano derecha ante la fuerza con la que sujeta una de las piedras que oculta y transporta intimidad de su abrigo, lacerándose así la piel por la irregular y puntiaguda superficie.

    Desvía la mirada el tiempo suficiente como para echar otro vistazo a su reloj de pulsera y contar los últimos segundos en voz baja hasta que un nuevo minuto concluye. Durante este repetitivo y calculado proceso, el hombre ya ha arrojado dos piedras —la primera impactando contra el capó de una camioneta Ford negra y abandonada; la segunda fragmentando en mil pedazos los cristales de una ventana cercana— y nada parece haberse sentido atraído por el ruido de los daños infringidos.

    Ambiente momentáneamente despejado.

    Se pone en marcha.

    Recorre la calle con especial atención, guiándose por los recientes estragos presentes en toda la vía pública y por los gritos pavorosos que escapan desde el centro del poblado. Justo el lugar hacia donde él se encamina.

    De pronto, el chasquido de un revólver al que le es retirado el seguro suena a sus espaldas y lo detiene. Parsimoniosamente alza las manos por encima de la altura de su cabeza, con ambas palmas extendidas y los dedos ligeramente separados, ocasionando que su rudimentario medio ofensivo caiga hasta el piso.

    Desconoce quién será este sujeto que le está apuntando ni por qué lo ha escogido a él. Mucho menos tiene el modo de saber si es que está actuando en soledad o en equipo, qué es lo que busca en realidad o si él mismo cuenta con alguna remota posibilidad de hacerlo razonar. Pese a todo esto, y al creciente estado de pánico que quiere bullir de su ser, se exige a sí mismo el componer una fachada de confianza y tranquilidad.

    —Quieto —ordena demandante aquella persona. La voz no tiembla ni se vislumbra en ella cualquier signo de duda, si no que se oye en perfecta calma y control. Sin embargo, es el timbre de su hablar el que ayuda a Damián a identificarlo como un joven adolescente—. Será mejor que no intentes nada tonto, amigo, si es que valoras tu integridad. ¿Estamos de acuerdo?


    Damián toma una pequeña pausa antes de asentir en silencio, reconociendo que de momento no hay nada más que pueda hacer excepto obedecer.

    —Si ya veo que eres un tipo inteligente —se mofa de él con frialdad—. Mucho mejor para los dos entonces. Dime, ¿llevas algún arma?

    —No.


    El asaltante chasquea la lengua, claramente hastiado.

    —Mira, mientras más rápido nosotros acabemos aquí, más chances tendremos de largarnos cada quien por su lado antes de que a algún amiguito se le ocurra aparecer por aquí. Sí me entiendes, ¿cierto? Así que dime ahora la verdad.

    —No tengo ningún arma conmigo —pronuncia cada palabra con lentitud—. Y es la verdad. No poseo tales cosas.

    —Vamos, viejo. ¿En serio tratarás de hacerme creer que saliste de casa, completamente desprotegido, cuando hay toda una horda de monstruos sueltos y hambrientos por doquier?

    ‹‹Sí. Eso es justamente lo que digo,
    amigo.››

    —¿Y bien?

    —Vengo del parque, no de mi casa. Es allí donde pasé la última hora hoy y en donde me sorprendieron esas cosas.

    La puerta de un local se abre de improviso frente a Damián y de su interior surge una niña. Rubia, algo rolliza, de unos once o doce años aproximadamente. Viste un conjunto de ropa en variados tonos rosado y carga con ella una mochila blanca y un pequeño peluche el cual parecía ser un mono, espachurrado firmemente entre sus brazos.

    No le resulta para nada conocida.

    —¿Lu…?

    —¡Usted también los vio llegar! —exclama con voz chillona, enardecida, haciendo caso omiso de su compañero. Sus grandes ojos verdes observan a Damián con fijeza e ilusión—. ¿No es así? ¡Usted tuvo que haberlos visto!

    —¡Lucila! —brama el muchacho con repentino enfado. Con grandes pasos se encamina hasta ella, dispuesto a regañarla por su imprudencia sin notar que estaba cayendo en su mismo error—. Te dije que te quedaras aden…

    Y es entonces cuando el hombre al que pretendía atracar salta sobre él.

    Una pequeña revuelta se desencadena mientras ambos forcejean por el control de la pistola. El chico es fuerte pese a la impresión que la delgadez de su cuerpo ofrece a simple vista y tan lleno de energía como cualquier adolescente en la cúspide de su edad. No obstante, Damián posee una contextura creada por años de ejercicio además de excelentes reflejos y experiencia. Así que cuando su contrincante busca golpearlo directo en la mandíbula, él esquiva el ataque más por instinto y se aferra a su antebrazo con un agarre de acero. Inmediatamente lo hace girar para después aprisionarlo en una simple llave antes de desarmarlo.

    —¡No! ¡No le hagas daño! —le implora la niña, la pequeña que le había otorgado el pie para revertir la situación a su favor—. Por favor… Él… Él es mi hermano.

    Su rostro se encuentra congestionado por las lágrimas y el temor, su cuerpo temblando con cada sollozo y en sus ojos acuosos se refleja el pedido implorante por compasión. El muñeco apenas si es visible por la fuerza con la que lo aprisiona.

    Damián no afloja la presión de su agarre, mas no tiene ninguna intención de hacerle daño a ninguno de los dos. Justo cuando empieza a abrir la boca para esclarecer sus intenciones, sus palabras se enredan sin formar en su garganta y un extraño gemido ahogado es todo lo que puede huir de él.

    Un zombi acaba de aparecer.

    Levanta la pistola presta a terminar rápidamente con él. Había sido sincero cuando confesó su nula relación con las armas de fuego, pero tal y como ocurrió en la plaza, es su cuerpo el que se hace cargo de la situación y jala del gatillo.

    Pero nada ocurre.

    —Idiota —balbucea el adolescente, tembloroso—. No tiene balas.
     
    Última edición: 17 Marzo 2015
  3.  
    Fushimi Natsu

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    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    1133
    Capítulo segundo.

    No tiene balas. El arma no tiene balas.

    Son tres tristes personas, muy sanas y suculentamente aterrorizadas, paradas en mitad de la calzada, tomadas fácilmente con la guardia baja por un muerto-andante que lucía muy hambriento mientras redirigía su camino directamente hacia ellos. ¡Y la maldita cosa que podría salvarles la vida en estos momentos se hallaba completamente descargada!

    El zombi acelera su marcha de trancos tiesos y errantes hacia su dirección, exponiendo su maltrecha quijada repleta de dientes filosos y mortales como una simulación de mala caridad de una sonrisa victoriosa. Pronto el aroma a carne putrefacta, tierra húmeda y sangre fresca abordan el ambiente sin piedad alguna, señalando como último y tardío recurso de la supervivencia humana la presencia de tal monstruosidad en el lugar.

    —Has… ¡Has algo, idiota!

    Y, tras esa abrumada orden, Damián recupera el control de sus extremidades. Por empezar suelta al muchacho, quien inmediatamente se precipita cual potro desbocado hasta su hermana para envolverla entre sus brazos en un desesperado intento por protegerla, y sin meditarlo ni un segundo más él se lanza hacia adelante. Así es como impacta contra el cuerpo, desequilibrando su escasa rectitud, y le propina un diestro culatazo en la zona del lóbulo frontal, llegando a partir el hueso del cráneo de la aberración con la intensidad de sus movimientos.

    No se necesitan más acciones ofensivas después de eso para desbaratar a la criatura pero, dadas las circunstancias del momento y de la adrenalina que aún inunda su sistema, Damián persiste de manera expectante y a una distancia prudencial en caso de un nuevo ataque. Solamente el sonido de unas pesadas pisadas alejándose velozmente por la calle le recuerda que se hallaba acompañado hasta ese instante y, para cuando se voltea en su dirección apenas si logra distinguir las siluetas de aquellos dos hermanos desapareciendo al doblar la esquina.

    Inmediatamente siente la imperiosa necesidad de llamarlos a gritos, de seguirles el paso hasta conseguir alcanzarlos y de obligarlos (si resultaba estrictamente inevitable) a que permanecieran junto a él, bajo su amparo y cuidado. Empero, justo cuando está a punto de actuar como tanto es que desea el graznido del monstruo abatido, luchando forzosamente por alcanzar a su jugoso y muy vivo botín, le recuerda cuáles son sus prioridades aquí.

    La imagen de su amada aborda su mente. Es por ella por quien se está jugando la vida, la única razón de que se impusiera a sí mismo esta misión de rescate cuando todo lo que desea es dar media vuelta y huir tan lejos como pueda.

    Sopesa la pistola en su diestra, aclimatándose a su peso, adaptándose a su forma y solidez. Desde el extremo de la culata todavía persiste manando aquel fluido viscoso y pútrido proveniente del zombi, empapando su muñeca y el puño de su ropa en su descendente viaje, pero Damián prefiere ignorarlo. Es algo a lo que sabe que deberá comenzar a acostumbrarse a partir de ahora.

    Preferentemente antes si lo que desea es vivir por un largo tiempo.

    ‹‹Si tan sólo tuviera algunas balas.››

    Acertadamente arroja el arma contra aquella aberración, en el punto mismo de la lesión ya hecha por él mismo y contempla con cierta fascinación como ésta se hunde con todo su peso sobre el cráneo. El zombi perdura unos segundos retorciéndose en el limbo de la agonía antes de sucumbir finalmente.

    Para ser un hombre al que jamás se le había pasado por la cabeza ni la idea más fugaz de acabar con algún tipo de vida, Damián debía reconocer que se estaba tomando todo aquel asunto vivido hoy con demasiada calma. Cierto era que al principio, en el parque, el terror lo había asaltado en cuanto los vio aparecer y, que a causa de este mismo sentimiento, casi acabó huyendo del pueblo a fin de preservar su existencia. No fue sino hasta recordarla a ella que la sensatez retornó a él, seguida conjuntamente por una fuerza que se había hecho con el control de su cuerpo y abatido de una simple pedrada a un zombi.

    Y, de una forma similar, acababa de sumar uno más en su haber.

    No obstante, Damián se sorprende por segunda vez en el día ante la revelación que supone el silencio de su conciencia. No hay culpa o conmoción corroyendo su ser a causa de sus actos, ni la aversión hacia sí mismo quebrando su voluntad. Sólo una vaga percepción de aceptación para con los hechos, sin cuestionamientos o reflexiones. Casi parecía como si ni siquiera hubiese sido él quien hubiera acometido tales actos, si no fuera sólo fuera un acontecimiento que su mente escogía archivar para su uso en algún momento de la posteridad.

    No lucha contra el estremecimiento que sacude su cuerpo ante su propia frialdad. Al contrario, lo permite y se otorga unos cuantos minutos para que la sensación lo domine y se establezca plácidamente en su sistema. Indiferencia y completo desapego, en eso consistía la validez para su supervivencia, el cumplimiento de su meta.

    Unos alaridos despavoridos, provenientes desde el centro del poblado, lo hacen saltar de la sorpresa y dar un paso hacia atrás. Por un microsegundo Damián titubea, inmovilizado en su lugar, mas su fuerza de voluntad se hace presente y rápidamente domina esas ansias de fuga que aún lo acompañan.

    —Clara. Tengo que ir por Clara —se reitera, apremiante.

    Y de esta forma, persiguiendo esta fiel convicción, es que el hombre se sumerge en las calles infestadas de zombis y cadáveres, destrucción y sobrevivientes aterrados.

    A un ritmo alarmante Damián consigue agotar su considerable suministro de piedras, entre lanzamientos acertados contra las horribles criaturas y algunos ardides para confundirlos. Sin embargo, cada vez son más las bajas humanas que decoran el lugar y, para suerte de los sobrevivientes, los zombis pronto comienzan a centrarse en la abundante comida ya dispuesta y a luchar entre sí por la obtención de toda la carne fresca.

    Con la adrenalina aún estallando en sus venas y sus sentidos completamente agudizados, inicia una búsqueda del tesoro entre los escombros y desperdicios, ignorando la escena de horror que se desarrolla a su lado. Bajo una máscara de apatía Damián se centra en registrar las calles, haciéndose poco a poco de nuevas herramientas para su defensa personal mientras aplasta las cabezas de aquellos muertos-vivos caídos a consciencia. El ruido de los cráneos siendo triturados y de la oscura sangre salpicándose hacia los lados junto a la pesadez y la humedad que retardan sus pisadas resulta abominable, empero él persiste en su tarea aunque la odie y sienta la bilis escalando por su garganta.

    Lo que menos desea ver es a esos engendros resucitando otra vez y si para ello debía encargarse él mismo de eliminar cualquier posibilidad, lo haría.

    —¡Corran! ¡Corran!
     

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