Olor a pino

No tenía ni idea de la razón de por qué me encontraba deambulando sola por aquel bosque. Si bien era que me había separado de los demás para estar más tranquila, puesto que los niños gritaban demasiado, aquello era cierto. Tan pronto como acabé mi sándwich agarré un zumo y me alejé del picnic sin dar muchas explicaciones, dejando a los demás a su bola, y por su puesto, a mi a la mía.

Me abroché bien la chaqueta de punto y coloqué mi cazadora encima, sin abrocharla, no quería morir asfixiada. Hecho esto fui desenvolviendo la pajita de mi zumo mientras mantenía la mirada fija en el suelo y oía las ramas, hojas y demás cosas que hubiera, crujir bajo mis botas. Caminaba despacio, como si intentase que no me oyeran mientras daba pequeños traguitos del zumo. Asqueada puse una mueca cuando me di cuenta de que era de melocotón, pero estaba hambrienta y de ninguna manera volvería a por otro, así que me lo bebí.

Seguí igual de cautelosa durante unos metros, bajando y subiendo pequeñas cuestas, esquivando las raíces de los árboles y algunas plantas demasiado altas. El crujir de las hojas paró de repente y ahora noté como bajo mis pies había algo blandito y casi, casi esponjoso. Dirigí la vista al suelo que parecía estar ahora tapado con una manta de hiervas.

Me encogí de hombros indiferente y seguí caminando. Era más cómodo caminar por ahí, eso estaba claro, pero tampoco que importaba demasiado volver a caminar sobre las ramas secas. Así era yo, despreocupada como siempre. Una vez terminado el zumo decidí guardarlo en el bolsillo derecho de mi chaqueta. No iba a tirarlo al suelo como hacía la gente. "Que asco", pensaba cada vez que una bolsa de papel aparecía a mi lado. Pero aunque me molestase, tampoco me agachaba a recogerlo. Por el amor de dios, no tenía tantos bolsillos. Pegué una patada al aire y seguí caminando más despacio todavía.

Algo se movió a unos metros delante mío y alcé la vista rápidamente para ver un conejo correr y pararse y volver a correr y pararse. Reanudé el paso intentando acercarme, mientras seguía inmóvil y mirándome de reojo. Cada vez mas cerca... Idiota. Como si el conejo se fuera a quedar quito para que lo vieras más de cerca. Tan pronto como di unos cinco pasos se metió por patas en su madriguera. ¿Tanto miedo daba? Me reí.

Ahora no me preocupó hacer ruido así que me acerqué a aquel agujero dando casi zapatazos. Me arrodillé e intenté ver más allá de la oscuridad. Pero como era de esperar, no vi nada. Me aparté unos metros y me quedé de pié esperando haber por algún casual al conejo se le ocurría salir.

Cogí aire mientras esperaba y me relajé bastante. Olía a lobo, a castañas asadas, algo que me extrañó bastante y sobretodo a pino. Olía como si me hubiesen echado encima un kilo de ambientador de pino. Me reí ante mi sugerencia. Decidí que lo mejor sería reanudar mi paseo, puesto que aquel conejo no estaba dispuesto a mostrarse ante mí. No llevaba caminando ni un minuto cuando oí unas voces. Bueno, más que voces, chillidos. Fruncí el ceño. ¿No me había alejado para estar sola? Me molestaba demasiado la presencia de aquellas voces. Me reconcomía que por una mísera vez, no me dejasen en paz.

Aquellas voces que parecían venir de un mundo al que ni si quiera pertenecía intentaban colarse en mi mente y darme por saco. Con un movimiento rápido las aparte por un momento. Di varios toquecitos sobre la pantalla de mi móvil pensando si encenderlo o dejarlo como estaba. Terminé por volver a meterlo en el bolsillo y concluí de debía de alejarme de allí. Empecé a correr de repente evitando los caminos que aparecía. Solo siguiendo mi propio rumbo. Por fin, tranquilidad de nuevo.

Las sombras se alargaban, avisándome de que cada vez me quedaba menos tiempo de luz. Cerré los ojos y me concentré en el crujir de las hojas. Me aburría. Di media vuelta sin pensarlo y caminé despacio siguiendo el camino que había tomado anteriormente mientras trazaba en mi mente mi próximo destino. Me desperecé. Estaba decidido, volvería a la madriguera.

Como si fuese un robot memorizador, llegué en un santiamén y justo por los mismos sitios por los que había pasado. Eché un vistazo intentando esquivar unas ramas que me tapaban y volví a ver al conejo en la entrada de su "casa". Sonreí y me acerqué de nuevo sigilosamente y él, bueno, se limitó a hacer lo de la última vez. Irguió las orejas, olisqueó, me miró de reojo y cuando hube dado cinco pasos se escondió de nuevo. Chasqueé la lengua algo molesta, pero pícaramente sonreí. Parece que era una amenaza para él. Pasé al lado de aquel pequeño y escuro hueco sin mirar, para por si por alguna casualidad me estuviera mirando supiera que no estaba interesada en él y que no iba a burlarse de mi escondiéndose.

Estaba cansada y el sol trazaba en las hojas tonos rojizos y naranjas, no amarillos, no verdes, ni blancos. Bostecé y cogí el camino de vuelta al campin. Llegué justo a tiempo, ya que todos habían recogido sus cosas y se disponían a irse. Me saludaron y empezaron a andar hacia los coches. Mol se acercó a mi, juguetona, me cogió de la mano y exclamó con una voz chillona y dulce:
- Nos vamos ya a casa.- y empezó a estirar de mí. Suspiré.
-Ya voy, ya voy.- Sonreí agradecida de que por lo menos, ella se acordara de mí y se preocupara de que no me quedará a tras. Sus estirones parecieron cesar de repente y de puntillas se inclinó para hablarme al oído así que agaché la cabeza.
- Hay un conejito que nos está mirando.- susurró y soltó una risilla. Alcé la vista y observé que efectivamente, tras un matorral, se alzaban aquellas orejitas grisáceas, que indudablemente eran de aquel conejo.
- Te estoy viendo.- exclamé, pero no se movió.- Parece que quiere despedirse de nosotras, ¿no, Mol?- Ella asintió sonriente y emprendimos la marcha hacia los demás alejándonos del bosque, de las ramas que crujían y del olor a pino. Ah, y por supuesto, de aquel conejito que cuando volví a mirar, había desaparecido.