Los lazos que nos unen

¡Hola! Hacía mucho que no publicaba en Originales. Realmente me pareció muy linda la actividad así que decidí formar parte de una experiencia tan linda. Una forma de expresar lo que sentimos por nuestras madres a través de una pequeña historia. La intención vale muchísimo, la creatividad siempre irá más allá de los límites c:
No olviden amar a sus madres, ellas fueron quienes los trajeron al mundo, ellas son quienes siempre nos querrán.

Los lazos que nos unen
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Un niño pequeño se frotó los ojos, alzó la mano y la agitó. A pesar de tratar de contenerse, no pudo: sus lágrimas salieron a la luz.

Era otra despedida. Cada mes venían unas personas a llevarse a sus mejores amigos.

Su cuidadora siempre decía que no llorara, que sus amigos serían felices, que se sintiera feliz por ellos, y que en algún momento él se iría también. A un mejor sitio...

—¿Hogar? —se secó las lágrimas con la manga de su suéter—. ¿Qué es un hogar?

La muchacha sonrió con dulzura. Se llevó un mechón de cabello castaño detrás de la oreja, y se aclaró un poco la garganta.

—¡Sí, un hogar! —exclamó vivazmente—. Oh, bueno... Un hogar, verás, es todo aquello donde te sientes feliz, a salvo... Un hogar, sin darte cuenta, es parte de ti. ¿Y sabes? A veces las personas importantes para ti, se convierten en tu hogar.

—¿En serio? Entonces... ¡Usted es mi hogar, señorita Miranda!

La muchacha de ojos azabache soltó una risita y no pudo evitar sentir una cálida sensación en su pecho.

—Tú también eres mi hogar, Tommy —la castaña tomó al pequeñín en sus brazos y lo acarició—. Es hora de ir a dormir, pequeñito.

La joven dejó al niño de ojos azules sobre la cama y lo arropó con dulzura.

—No tengo sueño —el pequeño se quitó el edredón de seda y se cruzó de brazos, mirándola.

—Es tarde —manifestó con una mirada llena de paz.

—Pero yo no quiero dormir.

Soltó un suspiró, caminó y se sentó en un lado de la cama.

—Los ángeles deben irse a dormir.

—¡Yo soy un demonio!

—Los demonios también —acarició su cabeza.

El de cabellos negros bostezó, tomó un osito de peluche y se acurrucó entre las sábanas. Sus suspiros eran una dulce melodía y su rostro sonriente y joven era su felicidad. ¿Él era la inocencia en persona?

Besó su mejilla y apagó la luz, y dejando la puerta entre abierta, le echó un vistazo por última vez.

—Buenas noches, mi pequeño.

Miranda era una de las cuidadoras en el orfanato. Era algo triste para ella ver a tantos niños sin familia, ver como algunos padres abandonaban a sus hijos, era algo que ella realmente no entendía.

Se alegraba de que adoptaran a los niños, se alegraba de saber que ahora ellos tendrían un hogar, una familia, pero había un niño en específico del cual no quería separarse.

¿Qué haría cuando se lo llevaran? No podían llevárselo. ¿Cierto? Porque si lo hacían, dejarían un vacío irreparable en su corazón... Quedaría hecha pedazos.

—¡Señorita Miranda! ¡Señorita Miranda! —una vocecita la sacó de sus pensamientos—. ¡Mire lo que encontré!

Observó entre las manos del niño, tenía en ellas una flor muy hermosa, la más bella, que jamás había sido capaz de encontrar.

—¡Es para usted, señorita!

La joven sonrió con gracilidad y se inclinó. Al hacer esto, el moreno colocó la flor en su cabello.

—Gracias, Tommy —sonrió y lo miró de arriba hacia abajo—. ¡Pero qué sucio estás! ¿No te he dicho que no juegues con barro?

—Es que estaba haciendo una casita... —se excusó haciendo un puchero.

—Tienes que lavarte, vamos.

Tomó su mano, tan pequeña a comparación a la de ella, era realmente adorable.

Y cada día para ella era más que bello, cada momento junto al pequeño era memorable. Quería cuidarlo, darle un hogar, quería ser su hogar.

Los meses pasaban, las hojas de los árboles caían, y pese al temor que sentía, tomó una decisión.

Firmó los papeles de adopción, y le dio paso a una nueva vida.

—¿Qué pasará con el Orfanato, señorita?

—Seguirán llegando niños nuevos que encontrarán un lindo hogar.

—¿Igual que nosotros?

Una sonrisa se formó en su rostro de manera inconsciente, asintió y lo miró.

—Igual que nosotros.




*Años después*

Miró desde la ventana, en el patio había dos niños jugando alegremente, un pequeño con ojos cafés, y una niña con mirada azulada.

Suspiró.

A sus sesenta años había vivido una vida plena, tranquila y feliz; en ese preciso instante no podía asimilar qué ocurría. Pero... aún podía sentir ese cálido sentimiento dentro de sí.

—Mamá.

Los recuerdos llegaron de pronto. Esa dulce vocecita se había convertido en una voz llena de autoridad y postura.

—Tommy...

Las lágrimas cayeron de sus ojos. Recordó su baja estatura, sus mejillas sonrosadas y sus microscópicas manitas.

Se acercó a ella y le hizo entrega de un ramo de flores. Eran las mismas... como la de aquel día.

—Feliz día de las madres —la abrazó con ternura, como si de eso dependiese.

—Gracias por hacerme madre... Tommy —musitó y besó su frente.


Y es que lo que los unió no fue la sangre. No fue por obligación; lo único que los unió a ellos fueron los lazos del corazón.



~Fin~