Al final de la línea

Tema en 'Relatos' iniciado por Lionflute, 21 Mayo 2015.

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    Lionflute

    Lionflute Usuario popular Comentarista empedernido

    Aries
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    Escritor
    Título:
    Al final de la línea
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1650
    Era ya tarde, como siempre a la salida del trabajo. Trabajar de recepcionista en el hotel del aeropuerto era un buen trabajo, pero cuando le tocaban los turnos de la tarde, Ofelia encontraba siempre la estación de trenes vacía.

    Era un día de verano y el cielo se teñía de violeta en el horizonte cuando Ofelia se paró a esperar como siempre el último tren de la noche. Estaba totalmente sola en medio del andén cuando un ruido a lo lejos en las vías le hizo despertar del sueño. Llevaba ya quince minutos esperando y el sueño la había atrapado desprevenida entre recuerdos de tiempos pasados, como solía ocurrirle a menudo últimamente. Levantó su cuerpo del asiento y sentía cómo le pesaba, y es que a los treinta y cinco años a cualquiera le pesa el cuerpo de tanta rutina y sin consuelo de esta. La vida se la había vuelto monótona, nada más que un guión que debía repetir día tras día. Buenas tardes señor, bienvenido al hotel, unas cincuenta veces por lo general, un poco más, un poco menos y los mismos huéspedes semana tras semana. No eran exactamente los mismos, sino que ya le era tan indiferente que asociaba caras, formas, miradas, cabellos y entonces todos le parecían tan parecidos, pero tan diferentes de Ricardito. Suspiró al pensar en esto y vio el tren aproximarse como una serpiente que se acerca a su presa, que asecha con sus ojos luminosos en la penumbra, lista para atacar en cualquier momento. Los huéspedes nunca tenían que tomar el tren, siempre tenían sus automóviles o transporte privado que los llevaba de un lado a otro y el mundo de Ofelia les era desconocido, ella lo sabía y no le importaba, no era que ella no pudiese costearse un automóvil, pero era una mujer nerviosa y se sabía incapaz de manejar un carro sin poner en peligro a la vía pública. Otrora hubo alguien quien podía llevarla como a los huéspedes del hotel, pero eso es historia pasada, historia dolorosa, historia borrada al punto de raspar la hoja.

    Entró al tren con su expresión de siempre, una expresión vacía de cualquier emoción visible, sin risas ni llantos, sin tranquilidad ni inquietud y notó que como en el andén, estaba sola otra vez. Se sentó en uno de los asientos laterales como solía hacerlo siempre para al menos ver el anochecer tardío de verano a eso de las diez por la ventana en frente, el único espectáculo que la hacía no odiar esos viajes tan sola en un vagón tren y entonces notó, al fondo del cielo, cómo las nubes se iban tiñendo poco a poco del color de la noche y perdiendo su tono violáceo, algo que disfrutaba desde niña, pero que no había presenciado desde hace mucho tiempo. Esos días de niña, como Ricardito.

    En la siguiente estación subió un hombre de unos cincuenta años, de tes negra y expresión tranquila. Se sentó a unos metros de Ofelia y siendo los únicos dos sentados en el vagón, que se observasen fue inevitable. A Ofelia le dio un poco de miedo el hombre, como a cualquiera en un tren silencioso mientras esta oscureciendo y, para su temor, comenzó a dar señales de aparente locura. Comenzó a estirarse en el asiento como quien viene recién despertando y no dudaba en hacerlo con la mayor tranquilidad y exageración posible, como si nadie lo observara. Pero ahí estaba Ofelia con sus ojos abiertos de par en par presenciando el espectáculo aún más llamativo que el cielo al fondo en el horizonte. Luego de ésto, el hombre se puso a mirar por la ventana y Ofelia por fin se calmó un poco al pensar que el hombre quizás no estaba loco y sólo aprovechó el tren vacío para desperezarse. Asimismo, ella sentía grandes ganas de hacer lo mismo, pero su pudor no se lo permitía, quizás lo haría llegando a casa, sentada en el sofá mirando en la tele los programas de siempre.

    La tranquilidad y la rutina se quebraron de repente por algo tan simple como una canción. El hombre había comenzado a cantar de súbito una melodía que Ofelia podía reconocer y una letra que de golpe de memoria le vino a la cabeza:

    Le ciel bleu sur nous peut s'effondrer
    et la terre peut bien s'écrouler.
    Peu m'importe, si tu m'aimes
    je me fous du monde entier...”(*)

    Comenzó muy despacio, pero a medida que la armonía lo iba exigiendo, comenzó a cantar más y más fuerte. Cada nota raspaba en la garganta de aquel hombre, pero parecía que a cada palabra venía envuelta en un trozo de su alma. Lejos de asustar a Ofelia, esta se sintió feliz de escuchar aquella canción que le recordaba otros tiempos, el gramófono sonando en casa del abuelo y ella sentada en su regazo, sin preocupaciones, como cualquier niño, como Ricardito. Y entonces el cantar del hombre le hizo perder todo el miedo en él y decidió, ya que quedaba aún camino por recorrer, acercarse a él, ya que éste la había sacado de su rutina y le había entregado tan linda canción.

    —Disculpe, ¿le molesta que me siente a su lado? —preguntó Ofelia al hombre que la miró sonriendo.
    —Una mujer, siendo mujer, puede hacer lo que desee en un vagón vacío —le respondió, a lo que Ofelia soltó una sonrisa tímida y tomó lugar al lado de él.
    —Sabe, canta usted muy bien.
    —Era mejor hace unos años. Ya sabe, esto de la edad.
    —Esa era la canción favorita de mi abuelo. Tenía el disco de Edith Piaff siempre listo para escucharse cuando él lo quisiera.
    —No lo culpo, ella fue una gran cantante. Lástima lo de la morfina.
    —¿Qué hace usted a éstas horas en el tren?

    Entonces el hombre la miró sonriendo, pero no con una mirada lasciva ni mucho menos. Era una mirada como la de un abuelo a su nieta y encima tardó en contestar, lo que dejó a Ofelia un poco fría en ese momento.

    —Voy al final de la línea, a ver a mi esposa... Bueno, mi ex-esposa —le contestó finalmente con un aire calmado.
    —Ya veo. Terminaron en buenos términos, supongo.
    —Aún nos amamos, de eso estoy seguro, sólo que ella decidió partir de casa. No la culpo, no soy un tipo fácil. Pero voy ahora para volver a estar con ella, estoy seguro de que ahora no se irá nunca más. Y usted, ¿dónde se dirige? ¿Tendrá quizás a alguien a quién visitar?

    Esto último dejó a Ofelia en silencio por un tiempo. Era un tema que no hablaba con casi nadie. Su familia de hecho se enteró por casualidad una mañana que la visitaron de improviso y no estaba segura de confiarle esto a un extraño. Sin embargo, por algún motivo algo en la cara de él le infundía confianza y decidió que, ya que no había nadie más en el vagón, podía contarle a un perfecto extraño aquello.

    —Hace tiempo que ya no. Las cosas no terminaron muy bien con él.
    —¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó él con tranquilidad —, si no es mucha la impertinencia.
    —Fue hace ya tiempo —dijo Ofelia mientras se arremangaba la blusa dejando al descubierto su brazo derecho —, la cicatriz debería ahorrarme la historia.

    El hombre observó el brazo de ella y mantuvo una expresión seria. Comprendía lo que ella quería decir y mantuvo silencio por un rato dudando si ahondar más en el tema o dejarlo ahí y hacer como que nada hubiese pasado, pero estaban solos en el vagón y ella ya se había mostrado dispuesta a confiar.

    —Pues qué bien que eso haya acabado —le dijo muy levemente.
    —Estas cosas no acaban tan fácil, a veces siento que sigue aquí.
    —Imagino que fue todo muy duro para usted. Lo siento mucho.
    —Yo le di el derecho de hacerme lo que quisiera y en gran parte fue mi culpa —dijo Ofelia con la voz medio quebrada.
    —No diga eso señora, no se aflija.
    —Yo le di el derecho —insistió ella —, pero a Ricardito, ¿por qué a él?

    El hombre guardó silencio. Lo entendía bien y sabía que no era momento para decir nada más en aquel vagón a mitad de viaje con una desconocida que de repente le confiaba parte de su vida. Por unos veinte segundo todo fue silencio de nuevo. Silencio respetuoso del hombre y silencio ahogado de Ofelia hecha un ovillo en el asiento.

    ... Si un jour la vie t’arrache à moi;
    si tu meurs, que tu sois loin de moi.
    Peu m’importe si tu m’aimes,
    car moi je mourrai aussi…”(**)

    El hombre retomó el canto y Ofelia comenzó de a poco a sentirse más ligera, de a poco comenzó a olvidarse de lo sucedido. La voz de aquel hombre era un canto de amor perdido, así como el que hace tiempo le fue arrebatado a ella y entonces se volvió a enderezar en el asiento y le sonrío al hombre al tiempo que una lágrima en el ojo izquierdo le brotaba de a poquito. La sonrisa al hombre le supo a gracias y le sonrió a la mujer mientras seguía cantando.

    —Disculpe —le dijo al hombre, que detuvo su canto para ponerle atención —, ¿le molesta si canto con usted?
    —No hay problema —le respondió siempre sonriente —. A todo ésto, usted no me dijo dónde se iba a bajar.
    —No se preocupe. Por hoy puedo acompañarlo a usted hasta el final de la línea.

    ___________________________________________________________________

    (*) El cielo azul puede derrumbarse sobre nosotros y la tierra puede colapsar. Poco importa, si me amas me da igual el mundo entero...
    (**) ... Si un día la vida te aparta de mí; si tu mueres, que sea lejos de mí. Poco importa si me amas, porque yo también moriré...

    AMBOS, EXTRACTOS DE LA CANCIÓN "L'Hymne à l'amour" DE EDITH PIAFF.
     
    Última edición: 21 Mayo 2015
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    Scarlet Liaison

    Scarlet Liaison Entusiasta

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    Hola \(*-*)/
    Me encanto este one-shot, por alguna razón se me hacia conocida la canción —aunque yo la asociaba con "Le Festin" de Camille—, me gusto mucho. No te corregiré la ortografía porque hasta yo fallo en eso aveces jaja, pero en lo que a mi concierne no vi ningún fallo.

    Me gusto como narraste todo, la canción la puse y lo volví a leer ¡Y vaya que es linda! Este... No entendí muy bien ¿Ofelia estuvo casada y su marido la maltrataba? Bueno, eso es lo que yo si por sentado al leer que Ofelia tenia una cicatriz en el codo. Aww... Ese hombre es la clase de persona que hace pensar, que la humanidad tiene salvación. —No se si tu me entenderás pero bueno,— Me encanto y espero que sigas asi.

    ¡Saludos!
     
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