Colectivo [Colectivo] Escocia

N/A: Te dije que hoy era el día. Dedicado a mi bella, @Brássica
Amelia, es de su completa autoría.



Amelia Korzha.


Lección tras lección, suspiró desde el asiento, mientras la mujer parloteaba incesantemente las costumbres de una buena mujer, desde los tiempos más remotos hasta la actualidad. Mordió con delicadeza sus rosados labios, distraída en los detalles de la habitación mientras su mente volaba a kilómetros de allí.

No podía esperar a comenzar la universidad. Era tanta su ansiedad que se sentía enferma. Quería salir de una vez por todas de esas cuatro paredes que la mantenían encerrada. Cómo un pajarillo en una jaula de cristal, que al fin encontró una grieta, yla picotea hasta quebrarla.

Sólo faltaban días para al fin ser libre...

 

Ashel Deevont.



Taladró al tipo con la mirada, ¿qué parte de "ya" era lo que el inepto ese no había entendido? Ya tenía suficiente con que su madre lo dejara de niñero por un día, de una damita, tan aburrida como un conjunto de ropa interior beige. Alana le había lanzado un beso, y amenazado antes de desaparecer tras las puertas de su habitación. ¿Quién demonios se creía ella que era él? ¡¿Un maldito niñero?!

—Sólo unas semanas, sólo unas semanas...—Se repitió para él mismo, Sullen estaba esperándolo, ya incluso había diseñado su habitación.

Respiró profundo, haciendo girar el piercing dentro de su boca, mientras le arrancaba de la mano al cajero su pedido de hamburguesas. No tenía necesidad de eso, pues él era Ashel Deevont, pero necesitaba salir de la casa. O terminaría matando a alguien.

 

N/A: @Brássica Amelia, es de su completa autoría.


Amelia Korzha.

Esto no podía estarle pasando a ella, simplemente no podía...

La chica de largo y lacio cabello castaño tan claro como un amanecer, estaba al borde de las lágrimas. Sus pequeños y rosados labios temblaban con impotencia, ira, y miedo. Más que nada miedo... No tenía tres días conociéndolo. Y el hecho de que el dueño de esos fogozos orbes esmeralda le fulminara con la mirada como si fuera culpa de ella, no ayudaba.

—Mamá, y-yo, yo no creo que todo esto sea necesario. Estaré perfectamente bien en casa al cuidado de la servidumbre. —Imploró como último intento. Pero su madre sólo sonrió y negó con la cabeza, dando por terminado el asunto.

—Tranquila, mi pequeña ángel. —Alana de Deevont le abrazó los delicados hombros con una radiante sonrisa—. Mi demonio está encantado de cuidarte, ¿o no?

Sus ojos tan similares a los de él se encontraron, chocando con frialdad.

—Dije, ¿o no, Ashel? —reiteró la mujer con severidad.

—Sí —bufó, casi escupiendo las palabras.

Suspiré, ése era mi fin, el momento en que Ashel lo aceptara. Amelia no lograba decidir quién le daba más miedo, él o su madre.

—Sólo unas semanas, sólo unas semanas...—Se repetía ella en su mente.

 

Ashel Deevont.


Se quedó estático mientras su madre depositaba un suave beso en su mejilla, Hasson sólo sonreía ante la malcriadez inhata de su hijo. Le dio un abraz, susurrándole algo al oído que escapaba del alcance de su mujer.

—Cero secreteos sin mí —replicó Alana—, no haces más que consentir a ese niño. Espero te portes bien con Amelia, es una niña adorable... ojalá hubiera tenido una niña en lugar de éste salvaje —suspiró con cansancio.

Ashel se limitó a ignorarla, mucho más entusiasmado por su partida ahora que su padre le había dado algo por lo que sonreír.

—Es sólo una noche, Ashel. Los Korzha llegan mañana. —Lo tranquilizó su padre.

Ashel se limitó a ignorarla, mucho más entusiasmado por su partida ahora que su padre le había dado algo por lo que sonreír. Les dio una última mirada mientras se elevaban en su lujoso yet personal, mientras él subía al carro con el chofer.

—"La casa es toda tuya, aprovéchala sin tu madre." —Le había susurrado su padre con complicidad. Ashel sonrió para sí mismo. Al menos había una ventaja entre todo eso. Y si la mocosa no se callaba, iba a desollarla viva.

 

N/A: @Brássica Amelia, es de su completa autoría.


Amelia Korzha.


Sus orbes claros brillaron en lágrimas contenidas, enfurruñada en la amplia habitación colorida que Alana había dispuesto para ella en la gran mansión Kikpatrick. Suspiró abrazándose a su peluche haciendo puchero aunque nadie podía verla. Sus padres la habían dejado aquí antes de partir.

Escuchó la música en el aire, el sonido del violín la calmaba, se preguntó, ¿quién habría dado la orden de ello? Seguro Alana, siempre tan atenta de todo, que intentaba compensar la salvajada de su hijo con sus bellos detalles. Pronto el sueño la llamó, y ella se dejó llevar por él.

Abrió los ojos adormitada y desperezándose. "Wow...", pensó. Al ver que las luces que entraban por las ventanas no era la del sol, sino los reflejos brillantes de la luna. Se puso de pie, y después de darte un cómodo baño, se colocó un camisón de dormir y volvió a la cama. Escuchó su estómago rugir, se mordió el labio inferior indecisa, bajaría a la cocina al menos por un vaso de leche...

Si al menos estuviera en su casa...

Bajó con sigilo las escaleras, adentrándose en los amplios pasillos de la mansión hasta dar con una de las cocinas principales de esa ala de la edificación, abrió la nevera y comenzó a servir el vaso de leche con tranquilidad. Sobresaltada lo dejó caer haciendo un desastre al notar que no estaba sola.

—Idiota —bufó el chico con burla.

Y ella que tenía la esperanza de que aquel día al fin había terminado. No sabía lo mucho que se había equivocado... La noche apenas empezaba.

 

Ashel Deevont.



Sus ojos verdes la recorrieron; como hombre, cualquier tipo de ropa íntima beige hacía que se le bajara su amigo del tiro, así fuese de encaje, pero en realidad, esa bata de niña pequeña era muchísimo peor que una braga beige.

—¿Eso es una pijama? Contigo no se acostaría ni el perro. —Bufó con insolencia, acortando la distancia entre ellos con sólo dos pasos. Sonrió al verla sonrojarse y balbucear cosas a las cuáles él no prestó ni la mínima atención. Tomó las orillas de la bata y la subió observando a través de los cristales de sus lentes el cuerpo níveo y delgado de la chica que emitió un chillido horrorizada.

Sus manos no permitieron a la chica moverse, atrapándola entre el mesón y su cuerpo. Sintió el calor de su piel bajo la suya..., y se excitó. La sentía tan frágil temblando, ¿cómo sería mientras estuviera...? Sus cejas y sus labios se curvaron en una sonrisa divertida.

—Serás mi diversión de ésta noche.

—¡No! —chilló la chica, tratando de liberarse, algo completamente imposible tomando en cuenta la diferencia de estatura y peso. Trató de gritar y pedir ayuda. Ashel le tapó la boca con la una de sus manos, mientras la otra le acariciaba la pierna, comenzando desde sus rodillas hasta alcanzar su entrepierna.

—Te recomiendo que te calles —habló en su oído—, nadie vendrá por ti. Estás en mi casa. Sólo tu y yo.

Sintió el calor de las lágrimas de la muchacha bañar su rostro, pegó su frente a la ella.

—¿Sabes que tu familia vive gracias a la mía? ¿Qué pasaría si yo le digo a papá, que la hija de los Korzha se me insinuó? O mejor aún, que rompa todo negocios con ellos... —Los sollozos de Amelia se hicieron más pronunciados, y Ashel sonrió, porque sabía que ella había entendido y comprendido el mensaje—. Asi que shhh...

La volteó sin titubear, pegándola de la fría cerámica mientras subía ese horrible pijama. De igual forma, lo que estaba abajo era mucho mejor.

 

Amelia Korzha.



Su espalda se mantenía recta, la miarada fija en el plato, y sus mejillas completamente sonrojadas.

—Amelia, has estado especialmente callada toda la noche, si no te conociera, diría que no extrañaste a tus padres...—comentó Alana observando la actitud de la joven Korzha.

—No tengo mucho que decir, Sra. Alana, fue una estadía... encantadora —musitó con los labios temblándole por la mentira. Una mentira blanca que restaría mucho sufrimiento e inconvenientes, era el precio que debía pagar con su silencio.

Todos estaban de vuelta, y cenaban aún en la mansión Fiztpatrick antes de volver a su propia casa. Ashel frente a ella, comía fresco como una lechuga, en realidad, todo lo ocurrido la noche anterior pasaba de él, ni siquiera parecía notar que la castaña estaba al borde de las lágrimas, que le avergonzaba mirar a los dueños de la casa a los ojos, que se sentía utilizada y desechada con un trapo. Que él había abusado de ella.

No, eso no parecía afectarlo. Comía tranquilamente, con su habitual frente fruncida al estar cerca de su madre, bostezando de vez en cuando a causa del sueño. Quién tiene buena noche, no puede tener buen día, dice el dicho.

—No me convence tu respuesta, ¿segura que niño bestia no te hizo nada? —indagó tomándole la mano. Los ojos se cristalizaron en lágrimas que luchaban por salir, y prefirió negar con la cabeza, porque sabía que si abría los labios, lloraría.

Por primera vez su mirada esmeralda se fijó en sus ojos, Amelia enrojeció de inmediato y Ashel sonrió. Su vulnerabilidad le excitaba, haría lo mismo nuevamente... mil veces si se le daba otra vez.

 

Ashel Deevont.





Obviamente no se molestó en hacer maletas -todo lo que necesitaba podría comprarlo en la ciudad cercana a Sullen, o simplemente pedir a alguien que hiciera las compras por él-, mucho menos despedirse. Hasson estaría allá y podría cortarse una mano que su madre no tardaría en ir, así que, ¿para qué tantas despedidas?

Ya era hora de comenzar la universidad nuevamente, un nuevo periódo escolar. Gracias a Dios, porque ya comenzaba aburrise de estar en casa soportando los gritos y exigencia de su madre. En Sullen era completamente libre, por no mencionar que ser el hijo del Director y dueño de toda la universidad, le daba un toque extra a su vida universitaria.


Y lo mejor de todo..., allí estaría ella.

Amelia Korzha con su delgado y suave cuerpo infantil, sus delicadas curvas y sus ingenuos ojos castaños. Sonrió para sí, quería ver el brillo en sus ojos mientras la hacía suya en su cuarto y en el baño y en todos lados que le apeteciera. Porque, ¿quién le dice que no a Ashel Deevont? Si algo le había enseñado bien Alana, es que las cosas siempre deben ser como él quiere, a excepción solo de las que ella quiere.

A las 09:00 am, estaba arribando en el yet privado rumbo a lo profundo de las montañas donde estaba la impresionante construcción que correspondía a Sullen. Desde la ventanilla podía observarla, dejando escapar un suspiro... Desde pequeño le había gustado aquel lugar y asiduamente acompañaba a su padrastro en sus deberes como director sólo por el gusto de estar aquí.

Incluso, cada vez que la remodelaban anualmente, él opinaba activamente en los cambios post-modernistas que se le aplicaban. Y ésta año había elegido el blanco sofisticado. Se sentía en casa cuando estaba ahí.

Al llegar subió directo a su habitación, que quedaba aislada en el ala privada del director y encendió su laptop, entró en el servidor de la universidad con la clave de Hasson y tecló el nombre de la pequeña Korzha y descargó su horario.

Esa niña sería suya y nadie le diría que no.

Contenido oculto: Sullen, fachada principal e interior principal

 

Amelia Korzha.



El ruido del motor del avión al aterrizar hacía eco en sus oídos desagradablemente. No alcanzaba las orejeras, estaban aterrizando en el aeropuerto privado de Sullen, junto a los otros estudiantes que arribaban al nuevo período escolar. Una nueva vida.

Suspiró, Sullen era un lugar mu grande como para toparse con Ashel Deevont, ese era su más grande consuelo. No quería verlo. No quería que la tocara. Quería olvidar por completo lo que pasó esa noche..., pero él esaba decidido a no dejarla olvidar.

Sintió el latir nervioso de su corazón al caminar hasta el transporte escolar que los llevarían hasta los dormitorios. No era momento de pensar en eso, sus orbes castaños observaron el magnífico paisaje desde el vehículo. Lagos, canchas, bosques, tiendas. El bosque y lo actual se unían en perfecta armonía para crear ese hermoso Edén. Subió las escaleras hasta dar con el número de su habitación asignada, lejos del campus y del ruido, en el ala norte. Descorrió las cortinas, tenía una preciosa vista al lago desde allí, el agua cristalina brillaba bajo los rayos del sol.

Era un paraíso terrenal.

Se dejó caer agotada entre las mullidas mantas, sabía que ya su equipaje debió haber sido descolgado por la servidumbre, así que se dejó abrazar por los brazos de morfeo sin remordimiento. Mañana sería otro día...

 

Ashel Deevont.




Lo único que había aprendido de su madre era, que cuando quería algo podía tenerlo. Siempre ha sido así. Y siempre será así.

Bajó corriendo las escaleras principales de Sullen, el empleado le entregó el paquete en sus manos. Le dio el dinero y sin siquiera agradecer se dio media vuelta y lo dejó allí solo. Se sentó en una de las ventanas que daba al lado y rasgó la caja, y allí estaban, una serie de disfraces "sexys" en sus respectivos empaques. Sonrió, imagnándose a la pequeña castaña en ellos.

Claro, aún no había hablado con ellas. Y bufó con fastidio recostándose en una de las columnas. Tenía que atraer a esa niña a sus manos. La deseaba. Sonó el timbre, dejó el paquete en su cuarto antes de irse a clases, no sin antes pasar por el pasillo donde sabía que ella tendría clases.

—Hola —. La pequeña dio un brinco por el susto, su pequeño rostro se sonrojó inmediatamente al ver de quién se trataba.

—H-Hola —contestó con evidente vergüenza y nerviosismo.

—Nos vemos a las 12 en la cafetería, me siento en la mesa principal —dijo.

—P-Pero...

—Nos vemos allá. —Se inclinó hacia ella, depositándole un beso en la comisura de los labios antes de alejarse a sus propias clases.

Ashel Deevon jamás aceptaría un no por respuesta. No sabía que tenía ella, pero le encantaba...

Era la primera vez que le pasaba, esto se estaba volviendo una obsesión. Y no descansaría hasta tenerla.