Historia larga Rubí en el Nirvana

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Durazno, 30 Abril 2018.

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    Durazno

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    6
     
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    Sinopsis: Un extraño niño de piel nívea y ojos carmesí nace en un pueblo abandonado a la suerte de dios. Misteriosos poderes incomprendidos por él mismo le harán ser diferente a cualquier criatura mitológica habitante de un mundo fantástico.

    Capítulo primero.

    Nació en un sitio eriazo, además de carecer de nombre. Los dioses no solo acuñaron con genialidad y destreza habilidades que hasta ellos mismos observaban pérfidos, desconfiados del caos que podrían llegar a generar, sino que además prestaron con desgracia el tozudo destino de vivir bajo la miseria. No sólo su nacimiento fue austero y pobre, también lo fueron sus primeros días y años de nacido.

    Patrulla era un pueblo pequeño a las afueras de las grandes urbes del mediterráneo. Ubicado en medio de la nada y a la vez en medio de todo, podía parecer el típico sitio de unas centenas de habitantes donde los exhaustos aventureros relajan el arduo y exhaustivo viaje del héroe, pero ni siquiera llegaba a ser la pretensión más modesta a imaginarse. Patrulla era la decadencia, anhelaba con ser Sodoma pero los pueblerinos ni anhelos tenían de satisfacer necesidades o deseos en su pueblo. Era un sitio ingenuo pero pobre, hasta el más ruin y pusilánime extorsionador lograría embaucar a cualquiera de los lugareños, mas eran tan despreciados de bienes y dinero que el tiempo invertido en la estafa es tiempo perdido, lisa y llanamente no había nada que robar. Las casas bien estaban construidas a base de caña brava y en las noches solo la luna y el firmamento mantenían levemente iluminado aquel rincón indeseado del mediterráneo. Los habitantes si bien era gente ignorante y en su mayoría analfabeta, el buen corazón era casi denominador común. El único esbozo de destreza en lo científico y matemático se hallaba en los comerciantes locales, que tendían a ser sujetos con un mayor grado de educación encargados de vender ciertos bienes ya manufacturados por otras personas que también vivían en Patrulla. El herrero no tenía ni la más mínima idea de cómo administrar el negocio ni de cuál debía ser el precio impuesto en su producto para generar ganancia, el sastre un poco más de noción tenía en cuanto a los negocios, mas necesitaba un intermediario para conseguir los materiales necesarios y atender a las últimas modas mediterráneas. En general, la mayoría de los comerciantes era gente nacida en Patrulla, pero educada en sitios donde las bibliotecas eran más o menos obligatorias por ley. Al menos existía la posibilidad de salvarse de las tinieblas de la ignorancia, si es que tenías buenos contactos.

    Alguna vez en Patrulla existió un bebé que en extrañas condiciones amaneció una tarde cualquiera del mes de marzo, desnudo a cabalidad. Lo más petrificante sin duda eran sus ojos escarlata y su piel nívea. Parecía ser tallado y coloreado por las nubes pero también maldecido por las fogosas llamas del averno. La gente, ignorante por no decir menos, temía del muchacho y de sus ojos. Debido a la locación geográfica de Patrulla, era común ver hombres recios y morenos, con un bronceado labrado por el sol debido a las largas jornadas de trabajo duro, por lo tanto, un bebé con esas cualidades tan septentrionales resultaba un desafío para la escasa inteligencia de los lugareños que intentaban descifrar el origen de aquel muchacho. ¿Una mujer del norte, allí? ¿En la devastación propia de la mente? ¿En la decadencia del ser? ¿En dónde nada bueno nacía? Patrulla era un chiste para los países y pueblos desarrollados, con grandes colosos de mármol y oro que rasgaban el cielo con su índice señalando hacia arriba, al mundo de las ideas, a lo abstracto. El único monumento de Patrulla era el desagüe que tenía como particularidad ostentar más de veinticinco olores distintos. Bajo todo este pretexto, el abandonar un bebé tan extrañamente tallado parecía una broma, o incluso, la manifestación del castigo divino que tanto promulgaban las viejas gitanas y los hechiceros de poca monta que maldecían el ya maldito pueblo al no encontrar nadie a quien embaucar, ni oro ni plata para robar. ¡Había llegado el fin, el tan aclamado fin! ¡El bebé de ojos rojos, la manifestación pura de la desgracia y la desdicha! ¡El castigo divino! Tantas palabras vacías fueron promulgadas por tantas personas repletas de paranoia que el tema en un rato dejó de ser importante, cuando el olor del desagüe volvió a molestar las narices de los pueblerinos.

    El chico sin nombre nació y creció siendo víctima de miradas mixtas. Algunos lo veían solo como un pobre niño desdichado que le tocó nacer en un pueblo sin gracia, mientras que otras personas eran partidarias de la crucifixión para evitar el caos que prometían las sagradas escrituras –que por más sagradas que sean, ningún ser humano bien hallado seduciría al asesinato de un pequeño infante-

    No sucedió nada anormal desde el nacimiento del muchacho hasta que se dieron cuenta que necesitaba un hogar. El orfanato estaba a todas luces abandonado, la gente que allí trabajaba se había aburrido de cuidar bebés con colas de caballo o con ojos de cocodrilo, nariz de murciélago o alas de lechuza: resultaba agobiante para la salud mental ver un espectáculo quimérico tan desagradable. Como era primera vez que un bebé con rasgos tan finos aparcaba en aquel cuchitril, convocaron a un consejo urgente en el único monasterio del pueblo, para definir así el destino del chico.

    — ¡Es una abominación! —Exclamaban las señoras más derruidas y trasnochadas por su ciega fe— ¡Padre, hay que hacer algo cuanto antes!

    — ¡Estás loca mujer! ¡Es la voluntad divina, debemos obedecer el destino que nos ha impuesto Dios! —Respondió otra frenética señora.

    —Calma, están todos mal. ¿Cómo vamos a abandonar a un cordero de Dios a su suerte? ¡Es un hijo del señor, igual que todos nosotros! —Vociferó el único cura del pueblo ante la multitud expectante— ¡Debemos hacernos cargo de él, aunque aquello nos suponga la muerte!

    —Pero padre, ¿y nuestros hijos?

    —Él será un hijo para todos nosotros también, y hemos de cuidarlo en conjunto. Ese es el verdadero recado divino, el cuidado de este retoño que nos otorga el cielo.

    — ¡Pero nuestros hijos morirán si él resulta ser el anticristo, padre! ¡También moriremos todos nosotros!

    — El padre ha hablado y razón no le falta. ¡Es un hijo de Dios, después de todo!

    La multitud eclipsaba nuevamente el transcurso del debate. Temían tanto del apocalipsis como cualquier ser humano que el raciocinio pasaba a segundo plano. Los temas divinos era lo que ponía paranoica a la gente y sólo lo mismo podía calmarlas; una explicación divina apaciguadora debía de colmar las llamas del averno que allí irradiaban.

    —Bauticemos al engendro y ya está. —Sugirió el comerciante de telas.

    — ¡Cuidado con las palabras y el tacto que utilizas para dirigirte a este cordero! —Refunfuñó el padre.

    —Pero no es una mala idea. Así podría seguir el camino de Dios, aquí en el templo. —Agregó el herrero— Hasta podría formar parte del coro, parece tener bonita voz.

    — ¡Hablando de voz! ¡Padre, no lo hemos oído llorar ni un segundo desde el día que apareció en los matorrales! ¿Está usted seguro que bautizarlo sería buena idea? ¡Podría tratarse del anticristo!

    —Eh… —El padre se vio un poco acorralado. Si bien quería zanjar el tema de una vez, no tenía tantos deseos de acuñar al bebé bajo su tutela.

    — Es un riesgo que hay que correr. —El comerciante de telas, conocido como el más letrado de Patrulla, se colocó a la diestra del padre en el consejo.

    — ¡Qué osado! —Murmullaron algunas voces— Mira que ganarse junto al padre. No ha hecho ni la primera comunión.

    —Hermanos y hermanas, hoy probaremos que si de existir un Dios, este puede ser uno de los desafíos que nos encomienda como humanidad. Como bien ha dicho el padre, nuestra labor es acoger a este retoño de la divina trinidad y guiarlo por el camino de las santas escrituras. ¿Qué sucedería si este muchacho alguna vez logra sacar a Patrulla de la ruina como muchos lo hemos intentado, y nosotros aquí balbuceando y sospechando de que es el anticristo sólo por tener ojos rojos como el rubí? ¡Patrañas, nada más que patrañas! ¡Bastardos mucho más feos y desnaturalizados que él ha llegado a este pueblo y no ha pasado nada! ¡Más miedo me daría que a la vieja Inés, la que se ha quejado todo el consejo, le saliera otra protuberancia en la horrible nariz que se gasta!

    — ¿Q-qué? ¿Desde cuando lees las escrituras? —Titubeó el padre en voz baja.

    —Usted solo hágame caso. —El comerciante trató de convencer al cura con una mirada tranquila, mientras de fondo se oían las quejas de las señoras por el maleducado desplante del susodicho portavoz— Háganos un favor a todos y quédese con el niño. Si algún día le ha de faltar dinero, tan solo me avisa. —La mirada maquiavélica pero los ojos amables y cristalinos del hombre le hizo dar un suspiro pesado al padre.

    —Está bien. Lo bautizaremos y se quedará aquí.

    Al bautizo del infante asistió todo Patrulla con el traje más elegante que pudieron sacar de la cloaca. Era un espectáculo triste si eras un viajero y se te ocurría entrar al monasterio; un montón de gente pueril en andrajos reunida alrededor de un chico que parecía no ser del planeta en el cual habitaban. Fueron tan fuertes los rumores de la llegada del anticristo y que, además, sería bautizado en el monasterio del padre Dionisio, que gente extranjera al pueblo acudió después de la ceremonia para descubrir que tan extraño era el asunto que se traía entre manos la gente de Patrulla. Sorpresa se llevaron todos cuando escucharon al bebé explayar sus primeros balbuceos justo en el momento del bautizo. Se escuchó más o menos claro la extraña palabra “Aniha”.

    — ¡Está endemoniado! —Replicó Inés, la vieja quejumbrosa— ¡Es una palabra del infierno!

    —Ay Inés, capaz y no tenga ningún sentido. —Suspiró el herrero cansado de tanta patraña.

    Una vez el padre intentó otorgarle un nombre al bebé, éste apretó con fuerza el dedo del hombre. El padre, desesperado, cambió inmediatamente el nombre otorgado, pero el resultado fue el mismo.

    — ¿No le gusta ningún nombre? —Alzó una ceja el sastre, sorprendido— ¡Mira la cara que pone!

    En efecto, el rostro del bebé se desfiguraba en razón de prepararse para el llanto. Roberto, Diego, Moisés, David, tantos nombres pasaron por la boca del padre pero ninguno apaciguó el temple del pequeño.

    — Mierda, me cansé. ¡Tu nombre será tu balbuceo, Aniha! ¡Aniha el desgraciado!

    Sorprendentemente, ante el espectáculo de poca cordialidad del padre, el bebé se calmó y se echó a reír. Le gustaba su nombre y apodo, por más horribles que parecieran. En el monasterio todos quedaron confundidos y la historia del bebé que balbuceó su propio nombre recorrió todos los vientos del mediterráneo.
     
    Última edición: 30 Abril 2018
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    Bueno, me gustaría seguir este relato.
    Por lo pronto todo tiene un tinte como si se tratara de una leyenda urbana, de esas historias que se cuentan oralmente, pero al mismo tiempo un poco transculturado. Es decir, el pueblo olvidado de Patrulla bien pudo haber salido de la imaginación de García Márquez (y se siente bastante su influencia hasta ahora), y al mismo tiempo la narración es bastante más clasista, como si quien lo narrara fuese una persona tan ajena al conflicto, tan externa a la comunidad, con este vocabulario casi se burla de la simpleza de los pueblerinos. Así que hay un contraste muy notorio. No es malo, al contrario, se plantea muy interesante esa dicotomía, pues una narración salida, por ejemplo, del cura, hubiera representado otra intencionalidad, la de reforzar las creencias religiosas antes que denostarlas con algo de ironía.

    Ya puedo ver un poco que el hilo argumental va a girar en torno a lo fantástico. Por lo pronto el niño, aun con las características con las que lo has dotado, bien podría pasar por albino, o perteneciente a alguna otra etnia de la que los pueblerinos no tendrían conocimiento pero intuirían que podría ser una posibilidad. Ahora resta ver de dónde ha salido este personaje y cuáles serán esos poderes que posee.

    Creo que la presentación de Patrulla fue bastante sólida, y el sacrificio de espacio que le realizaste en este capítulo podría hacer prescindir de mayores descripciones a lo largo del relato, pues ya deja en claro que se trata de un pueblecito marginal. Ahora esos detalles estarán al servicio de la narración, así que fue positivo.

    Tuve problemas con las oraciones demasiado largas, creo que pueden recortarse sin sacrificar nada de su carga descriptiva, sobre todo porque esa elongación se producía por tanto adjetivo. De pronto tuve que preguntarme incluso si los adjetivos beneficiaban realmente a la dinámica de la narración, como en el caso de "fogosas llamas del Averno", en donde entendemos que una llama es, por naturaleza, siempre fogosa (y por cierto, en el Averno tradicional no hay llamas). Entiendo la intención poética del texto, tratas de sacarle belleza a las descripciones llanas que puede tener algo tan decadente como Patrulla, pero siento que a veces ese estilo jugó en contra.
    Otra cosa que hay que decir es que los párrafos tan grandes podrían manejarse mejor. Un párrafo fluido, dinámico, no debería presentar tantas líneas. Una idea principal y un par de ideas secundarias que la respalden tendría que ser suficiente. Esto solamente me ocurrió al principio, pero sí, de pronto me ahogaba un poco intentando encontrar un respiro en el texto.

    En fin, toca esperar a ver hacia dónde se dirige la historia. Como dije, me interesa saber qué pasa con ese bebé y cómo va a repercutir su presencia en el pueblo. Creo que tienes bastante experiencia en el ejercicio de la narrativa, por lo mismo quise aportar esas ideas mínimas y dejar a tu consideración si deseas tomarlas. En general disfruto mucho leyendo cosas de tan buena calidad en un lugar como este (:

    ¡Un saludo!
     
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    Durazno

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    Es realmente reconfortante leer tus comentarios, Cygnus. Aprecio bastante cada palabra que le refieres al texto y a mí a modo de consejo :) Espero tenerte por aquí seguido jeje
    Y sobre García Márquez, sólo me remitiré a decir que Patrulla es una especie de Macondo en decadencia tras la industria bananera. García Márquez ha sido mi más grande influencia a la hora de escribir este texto y se nota, mas me gustaría no abusar tanto del parecido y ahí es donde agradecería bastante apreciaciones del lector en cuestión diciéndome que tan bien o que tan mal uso la narrativa del "Realismo mágico".

    Por último, me olvidé de especificar el género del texto. Se trata de una Fantasía Heroica, así que vayan intentando adivinar el presagio del joven Aniha ajaja aunque espero que sea la novela de fantasía heroica menos fantasía heroica posible XD

    Sin más preámbulo, el segundo capítulo.

    Capítulo segundo.


    En aquel momento de la humanidad, Patrulla era un llano pueblo donde sus habitantes no ostentaban la dicha de la felicidad. Vivían para complacer sus necesidades y nada más; no les agradaba la muerte porque, si bien consideraban la fosa común como una indigna manera de ser velado, la última vez que intentaron una cremación en el horno del herrero este no toleró el olor a carne chamuscada que invadió su morada por más de tres semanas. No les agradaba la muerte porque no hallaban un adiós digno a su miserable vida, y eso era lo único que anhelaba la gente de su estirpe. En la verdulería era común hallarse con el anciano Matus, a quien comúnmente se le podía oír blasfemar «Dios me quiere dar miseria hasta en el día de mi muerte».

    El temple era melancólico por la bella nostalgia que significó los cimientos de Patrulla para los más ancianos, había siempre un pueblo pequeño, pero jamás tan derruido como ahora. Cuando en el mediterráneo las casas de caña brava eran habituales como para la nobleza el pan y el vino, Patrulla era el paraíso terrenal comparado a otros estados nacientes. La organizada economía, la bondad y humildad de los habitantes atraía la fascinación de los viajeros inspirados por novelas heroicas de autores aún en pañales y que hoy forman parte del clamor popular. La hoguera de la aventura aún estaba encendida en las joviales llamas de un mediterráneo naciente, allí donde se rumoreaba que la humanidad dio sus primeros pasos.

    Las religiones rendían culto a un dios, pero eran tantas creencias distintas que las disputas ideológicas y el paganismo era un tema peliagudo en cada pueblo, puesto que distintos rincones de la sierra veneraban a cada deidad que se les ocurría. En una cultura existía el dios del rayo representado en un anciano de dos metro veinte que alguna vez pisó el extenso desierto que separa al mediterráneo de oriente, numerosas hazañas se relataban en las escrituras de su religión. Que si mató a veinte minotauros lanzando chispas de las pestañas mientras dominaba un balón de fútbol, que si hizo retumbar los cielos cuando despertó famélico después de haberse devorado trescientas cebras con lepra, que si preñó a mil mujeres y tuvo mil hijos semidioses varones todos llamados como apodaba a su bícep, etcétera. En las escrituras de la religión de Patrulla se veneraba a un dios misericordioso, cuyo padre además de haberlo enviado a la tierra a sacrificarse, había asesinado a toda la humanidad antes del poblamiento del mediterráneo, pero resultaba que ahora quería que la gente se arrepintiera de los pecados que él mismo sembró por el mundo. Aniha nunca entendió estas cuestiones de la religión y cuando oía al padre Dionisio vociferarle plegarias comprometiendo su vida y alma a una cruz, comenzó a comprender lo chalada que era la gente de Patrulla.

    El problema de la religión era que se maldecía y se cerraba ante las criaturas mitológicas que de plano existían: ¡Los hombres ave surcaban los cielos cada mañana camino al enorme castillo situado en la cima de la sierra! ¿Qué lógica podía haber en ligar estas criaturas a la invención de un demonio? ¡Los hombres cocodrilo trabajaban en droguerías donde vendían cremas de escamas para combatir el mal de la petrificación! ¡Los licántropos cazaban con arco y flecha las plagas de grifos en los enormes bosques de la baja Germania! Bah, en realidad eran todos cuentos de Félix, el comerciante de telas. Se contaba que tres veces al semestre recorría todo el mediterráneo, visitaba la baja y alta Germania, sacudía sus telas y almorzaba como rey en Hispania, se emborrachaba en vino y seducía a las preciosas mujeres admirando las bellísimas maravillas en Galia, depositaba sus mil quinientos Huáscares occidentales en Helvetia dentro de una cuenta de ahorro que su madre le había dejado antes de morir y ser velada en la mismísima capilla Sixtina. Las historias de Félix eran un arte para Aniha, le pintaba un hermoso mundo colores claros donde la fantasía era real como para el pobre los ratones en las alcantarillas. Para el padre Dionisio, tener la presencia atea y derrochadora de Félix era más un despropósito que un favor para el niño que se criaba bajo influencias meramente religiosas.

    Aniha ya tenía para entonces cuatro años. Salía a cazar ratones con el báculo postrado en oro del padre Dionisio antes de que lo atraparan en las sucias callejuelas detrás de la choza del herrero, observando lo cálido que se veía el fogón dentro, sin saber que Iván el herrero sudaba como puerco cocinado vivo. Debía no salir del monasterio o sería duramente reprendido a la fe divina: veinticinco correazos en el trasero igualito a los que recibió el mesías cuando fue entregado a la cruz. Inés ya no salía de su casa, husmeaba con pavor por la ventana escondiendo sus arrugas y nevada cabellera detrás de la cortina para ver cuantas lauchas correteaba el anticristo. Lucas el sastre prestaba sus servicios para la confección especial del traje que vestiría Aniha el día de su primera comunión, donde finalmente entregaría cuerpo y alma al mesías y salvador del multiverso en expansión. Frecuentemente, cuando el ya castaño muchacho de piel nívea y ojos rubíes simulaba ser un caballero de la Orden Sánscrita y sacudía el báculo orificado al cielo, éste le relataba lo peligroso que podía resultar el mundo y el cuidado con el cual debía de andarse ante extraños. Lucas era un hombre humilde, noble y a diferencia de algunos otros obreros en Patrulla, le costaba ver maldad en el corazón del pequeño Aniha. Otorgaba la mayor parte de su tiempo en obras de caridad y sin él, el anciano Matus hace tiempo ya hubiese perdido el acceso al mágico brebaje que aún lo mantenía en pie escupiendo contra cualquier clérigo que se le acercase.

    Héctor era el encargado del único establo del mediterráneo donde no había caballos. Tuvo que sacrificarlos todos y, bajo la orden del padre Dionisio, encomendar su carne a los demás pueblerinos que padecían de la famosa cólera latina, pues en la carne de caballo se rumoreaba que se encontraba la cura a dicha enfermedad. Debido a esto, había generado un profundo rencor a cualquier actividad o autoridad eclesiástica que le dictara qué y cómo debía hacer con su rebaño. Inevitablemente la aparición de Aniha le provocó un sentimiento de karma, el anhelo del fin del pueblo que había quitado injusta e infructuosamente su sustento de vida, pero tras el bautizo y la adopción del niño, solo le parecía una pérdida de dinero que debía de entregar al monasterio en forma de impuestos. «No tengo ni un Huáscar y tengo que pagarle el pan, la gallina y el trigo a un mocoso que no soportaría tres días en la sierra», «Me levanto cuando el sol sale y me acuesto cuando el sol se va y sólo puedo ver como a este pueblucho se lo comen los ratones», o también la bullada y típica frase« ¡Me iría de esta mierda si aún tuviera mis caballos!» todas ellas eran típicas quejas y bullicios que Héctor blasfemaba en cada consejo vecinal que se realizaba en el monasterio una vez por mes.

    No había mujeres hermosas en Patrulla, según los exigentes varones. Es que en general no había gente atractiva en el pueblo, el cansancio y la melancolía había derruido los párpados y las facciones de bellos y limpios rostros que se erguían en la juventud. Norma, la encargada de la verdulería, era la mujer más entrada en años en Patrulla y la ex mujer del anciano Matus. Miraba con indiferencia como Aniha husmeaba las desnutridas manzanas, frotaba su rostro con las amoratadas bananas y olía las ennegrecidas espinacas hasta que la anciana le golpeaba la mano con una piedra proveniente de su particular tirachinas. Muchas leyendas contaba Félix al pequeño Aniha sobre la anciana Norma y su especial precisión con las armas a distancia.

    — ¡Ya te dije que no, mocoso! —Regañaba con ímpetu la entrada señora— Jamás llegué a tocar un arco en mi vida. Mi padre me decía que eso era para hombres.
    — ¿Por qué? —Preguntaba con inocencia el pequeño.

    En su mente consideraba inaccesible que una mujer con la destreza de Norma no hubiera blandido jamás un arco y flecha, mientras Félix le relataba que una vez esa misma señora que acertaba a su dedo índice cuando quería acariciar una lechuga le atinó con una flecha incinerada al ojo número cien del legendario Argo Panoptes, el mitológico gigante de cien ojos. El padre Dionisio también le contaba historias que alentaban la visión machista de Norma sobre las armas y la guerra: solo pertenecía a los hombres.

    Sobre Dionisio muchas cosas se cuentan, pero la más enigmática se remonta hace cuarenta años cuando Patrulla fue invadida por una manada de licántropos. Dionisio, en su naciente fe ciega, se encerró en el empobrecido monasterio negándose lo que veían sus ojos. No bien cuando saquearon todo lo que se pudo, el joven sacerdote salió de su escondite como si nada hubiese pasado y predicó la palabra del señor para acoger las plegarias de piedad que se oía en las callejuelas devastadas. Ese mismo día el anciano Matus había cosechado los tomates que su en ese entonces esposa Norma plantaba en el bello huerto a las orillas del río que escoltaba Patrulla y, con las últimas especies que pudo rescatar ante la invasión de los licántropos, llenó el monasterio y a Dionisio de tomatazos hasta que ya no dio más su vigor.

    El día más confuso y recordado desde el nacimiento de Aniha fue cuando huyó del pueblo, y al mismo tiempo, una pandilla de hombres ave vino a buscarlo en nombre del imperio. El problema fue que los hombres ave fueron encomendados bajo la descripción de una Patrulla gloriosa y próspera, de los días cuando el pueblo aún mantenía contactos con la capital e incluso le proveía una cantidad importante de frutos sembrados por Norma. Las bestias aladas, ignorando la decadencia del pueblo, se perdieron ante la inmensidad mediterránea y la anécdota no llegó a ser más que un rumor que se extendió de pueblo en pueblo. «Buscan al anticristo» pregonaba cada pueblerino en la zona adyacente a la derruida comarca de Aniha. Hector recordaba haberle blasfemado directamente al muchacho «Para peor, por tu culpa vienen las bestias de la capital» lo cual infirió fue el causante de que horas después desapareciera en la extensión de la nada. Se fue cinco días y cuatro noches, Patrulla y los pueblos aledaños que de alguna manera se habían encariñado con la leyenda del muchacho, se encomendaron en la búsqueda del castaño que había vuelto a darle un tono de fantasía a aquel rincón olvidado del mediterráneo. Héctor tuvo que pedir disculpas públicas en el monasterio por lo blasfemado ante el muchacho ya que el viejo Matus le había oído claramente en el acto a pesar de su media sordera, pero se enfureció cuando recurrieron a lo eclesiástico para perdonar la mala leche de Héctor.

    — ¡Hasta cuando el cobarde de Dionisio sigue perdonando a la gente jugando a ser dios!
    —Don Matus, es mejor olvidarlo por un rato. Hay que buscar al renacuajo. —Comentó Félix con una simpatía casi anti atmosférica.

    El muchacho volvió solo. Casi desnutrido, sucio como un perro callejero, repleto de rasguños que habían tardado unos días en cicatrizar y para más remate, con un zorro rojo bebé en sus brazos. «Se lo iban a comer los indios» Replicó el muchacho antes de estallar en llanto y ser abrazado maternalmente por la anciana Norma, quien también humedeció sus envejecidos párpados secos ya debido a décadas sin derramar ni una sola lágrima. Ver a Aniha con el animal más exótico posible y en el estado más puro de abandono le provocó pesar hasta a Héctor e inclusive a las señoras más fanáticas que todavía lo consideraban como el anticristo. ¿Pero un zorro rojo? ¿Ahí? Félix argumentaba que ni en la baja Germania había visto un zorro tan bello y de pelaje tan fino como ese, y que aquel descubrimiento solo podía ser obra de un ebrio destino, o de la más extraña casualidad posible.
     
    Última edición: 4 Mayo 2018
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    Holas holas~
    Qué redacción tan bella tienes. La prosa es tan poética que fue lo primero que pensé.

    Aniha desde el inicio ha sido fuente de misterio en la perdida Patrulla y creo que seguirá siéndolo de aquí en adelante, mira que traer un animal exótico luego de desaparecer es bastante curioso, sobretodo tratándose de un zorro del mismo color de sus ojos, el que tan mala espina provocó en la señoras más supersticiosas del pueblo... quizás estas mujeres no estaban tan erradas y este muchacho sí tenga más sorpresas que dar más allá de una apariencia extraña.

    En un principio yo también creía que lo de los ojos rojos y la piel nívea eran signos de albinismo, pero el que ahora lo describas como un "muchacho castaño" que no parece tener problemas para exponerse a la luz me ha hecho replanteármelo. Sumado a la existencia de diversas criaturas mitológicas, sus características físicas podrían deberse a alguna herencia no humana... o quizás solo es un chico albino muy peculiar.

    Espero que no, pero me huele que el zorro será tratado de la misma forma que Aniha, no tanto como un desprecio personal hacia su integridad sino más bien como otra señal relacionada con el fin de los tiempos, lo demoníaco o la mala suerte. Sería una lástima que se repitan los mismos errores, pero quizás esto sirva para que el niño tenga un compañero con el cual sentirse identificado.

    Todo lo que sigue es consecuencia de este suceso. Es como si alguien estuviera contando todo esto de forma anecdótica y desde su perspectiva, algún participante de la historia. ¿Debo entender que hasta ahora todo es una presentación del pasado y que aún no conocemos el contexto actual? Espero averiguarlo en próximos capítulos.

    Ahora, del realismo mágico sé muy poco, no más de lo que me inculcaron en la escuela, así que quizás mis apreciaciones no sean válidas en el enfoque que quieres darle a la historia, pero igual las dejaré por si acaso.

    Tomando en cuenta que el relato es una fantasía heroica, creo que, al menos en este segundo capítulo, se perdió ligeramente el foco de la narrativa que debería ser la vida del héroe, dar la ilusión de que todos los acontecimientos giran en torno a un solo personaje.
    Puede ser que el primer capítulo, por ser de índole introductoria, sea usado en dar descripciones del entorno para ponernos en contexto, pero volver a hacerlo sacrificando gran parte del segundo capítulo (el inicio) creo que hace forzada la presentación y vuelve algo ambiguo el género.
    Me habría gustado más si hubieras empezado por hablar directamente de las actividades de Aniha o de su estadía en el monasterio, para hacer el nexo con el final del capítulo anterior. Algo como "Para cuando Aniha cumplió cuatro años, todo el pueblo se había acostumbrado al espectáculo de verlo cazar ratones con el báculo postrado en oro del padre Dionisio..." o algo por el estilo.

    Así mismo me habría gustado escuchar sobre las distintas religiones, los seres mitológicos o la leyenda de Norma y Argo el gigante a través de personajes como el padre Dionisio o Félix, por medio de diálogos que tuvieran con Aniha. Nos habrían hecho conocer el mundo indirectamente y habrían expuesto la esencia de sus personajes, y de paso también le habría dado más vida al relato... pero esto es solo un capricho mío.

    Lo demás respecto a lo difícil que se hace seguir las ideas a veces, descripciones muy efusivas, o sobre vigilar el volumen de los párrafos para mejorar la fluidez de la lectura, creo que ya te lo mencionó Cygnus.
    Conforme practiques el resultado será más pulido y de una calidad aún mejor a la que ya puedes lograr~

    Esop. ¡Saludos!
     
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    Cygnus

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    Hola. Bueno, hasta ahora todavía se me escapa de las manos la cuestión de la fantasía heroica, pero entiendo que habremos de tener paciencia, la historia va arrancando y te estás enfocando en profundizar en el planteamiento de los problemas, y crear un poco ese sentimiento de "cotidianidad" de Aniha y los demás.
    Por ahora veo que la trama no ha avanzado mucho, tuvo algunos puntos medulares como el escape de Aniha del pueblo, o ese misterioso zorro, que imagino que tendrá algún poder especial que los pueblerinos pasen de ver, pero creo que todo lo demás ha sido un poquito en retrospectiva.

    Tengo que decir que me sentí mucho más cómodo con la narración de este segundo capítulo, fuiste dando muy justos respiros y se sintió muy natural, con una presentación muy agradable, y los datos que ibas soltando sobre el pueblo o sus habitantes se sentían muy dinámicos, es decir, las descripciones no entorpecían el flujo natural de los acontecimientos en ese lugar. Fue muy ameno, y el capítulo se escurrió sin notarlo.

    También veo que la cuestión de los párrafos ha mejorado mucho, ya no sentí esa carga que me asfixió un poco en el primer capítulo, y debo agradecerte por eso, la verdad es que en general disfruté mucho de leer esta segunda entrega y tengo altas expectativas para las siguientes.

    Quiero comenzar por citar algunos conflictos nuevos que yo tuve. Tan solo son dos, pero quiero explicarlos (lo digo porque me voy a extender). Lo primero es que siento que, debido a tus ya mencionadas influencias de la novela latinoamericana del siglo pasado, el personaje de Aniha sigue estando eclipsado por el personaje colectivo de Patrulla. Es decir, hasta ahora si me preguntas quién es el protagonista de la historia, yo te diría que es el pueblo. Nada incorrecto en ello, pero si me vendes una historia de fantasía heroica, sería de agradecerse que el relato diera más enfoque a Aniha antes que nada, que me ponga en su piel o que me haga vivir sus andanzas y sus experiencias en general. Hasta ahora, lo siento algo ajeno, como si fuese un personaje más que vive en el pueblo, salvo uno que otro chispazo de importancia. Aunque claro, entiendo que es joven aún y que sus aventuras aún no están planteadas para dar comienzo.

    Hay otra cuestión, y es que me sorprendió mucho notar ciertos nombres de lugares que me hicieron entender que la historia se desarrolla, a lo sumo, a prinicipios de nuestra era. Hispania, Galia, Germania, todos nombres predominantes de la época romana. Entonces debo entender que el relato se sitúa incluso antes de la Edad Media como tal. Y el hecho de dar énfasis en los nombres de esos lugares me hace entender que, pese a que el universo es distinto (acá hay magia y la mitología es real), creo que quieres señalar de manera muy terminante que el mundo como lo conocemos sigue siendo válido en tiempo y espacio.
    Al pueblo de Patrulla yo lo siento muy, muy latinoamericano. Me cuesta comprar que se trata de un pueblo mediterráneo, cuando grita Latinoamérica por todos sus poros. Desde los nombres de su gente, pasando por el apelativo de Don Matus, hasta sencillamente hablar de indios... Sí, ya mencioné que siento mucha transculturación en el relato, y puedo aceptar que tomas el modelo de un Macondo o un Luvina para introducirle mitología netamente europea y medieval en una sopa un poco loca, pero eso no evita que me cause un cierto escozor por la ausencia de justificación.
    Supongo que tendré que acostumbrarme, porque claro, es tu universo y son tus reglas jaja.

    Por cierto, realismo mágico no hay en tu relato... De entrada en el realismo mágico, los pueblerinos no se hubiesen sentido amenazados o aterrorizados por Aniha, sino sólo sorprendidos, curiosos y poco más. Lo que pasa es que hay mitología activamente, entonces yo diría que más bien pinta a, como lo describes, Fantasía. La influencia de García Márquez más bien la sentí en la atmósfera, en los escenarios y en ciertos personajes, pero no en su corriente literaria.

    Me gustaría que te quedaras con el hecho de que la historia me está gustando cada vez más, y aún dejando el hilo argumental como punto aparte, me alegra mucho leer una prosa tan amena, llena de detalles, de poesía, y que me logra sumergir en tu universo. Por supuesto que quedaré al pendiente del destino de Aniha y su zorro, y aquí estaré para la próxima entrega. Gracias por compartirnos tu relato, saludos.
     
    Última edición: 6 Mayo 2018
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    Deskhore

    Deskhore Guest

    Me gusto mucho , espero con anhelo el siguiente capitulo
     
    Última edición por un moderador: 7 Mayo 2018
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    Durazno

    Durazno Vagando por ahí

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    Capítulo tercero.

    El día que Aniha desapareció del pueblo causó un estremecimiento emocional en cada pueblerino, mas no cabalmente por la ausencia del muchacho y lo peligroso que resultaba el exilio de un infante, sino que porque significó un duro golpe a la estrechez de mente de los más conservadores. Después de tanto había llegado alguien nuevo a Patrulla, había cambiado el patrón rutinario y repetitivo de los días miserables y melancólicos, pero algunas personas no supieron valorar el valioso momento que el divino firmamento les había entregado.

    Héctor adjudicó la fuga del chico a su pésima actitud con él, y en efecto esto es una muestra de arrepentimiento que vino tras sus palabras despectivas, pero no fue el motivo del muchacho para irse de Patrulla. Antes de que Aniha supiera que cosas pretendían los hombres ave o el por qué realmente lo buscaban –respuesta que halló años después- el sintió unos deseos incontrolables de atravesar el horizonte divisible ante la sierra.

    En ese entonces y según las palabras del mismo Aniha mucho más tarde, el horizonte incógnito más atrapante y repleto de misticismo era la enorme sierra selvática. Impensable fue después, para las personas que transmitieron el relato épico del muchacho, la existencia de un ecosistema tan bello en un lugar tan tétrico como el que terminó siendo el mediterráneo, era como mezclar los paisajes tropicales precolombinos de la nueva América con la desértica tierra al sur de la cuna del hombre.

    Al sur del mediterráneo –la famosa cuna del hombre- y de los atlantes, donde el continente abarcaba naciones que conocían el sur de las aguas del Atlas, se creía que existían bestias salvajes con el cuello tan alto que sus capilares rozaban el cielo y que eran tan negras que los religiosos creían que mientras dios guiaba al pueblo prometido, al resto de su creación se olvidaba de darles la noche y el frío. Antes de que se desvelara el misterio que se resolvió muchos años después de la muerte de Aniha, cuando comprobaron que los del sur eran personas tal y como cualquier otra, tanto la gente religiosa como la escéptica –un poco a modo de burla a los primeros- le llamaban a la zona “la tierra del dios Shamash” donde popularmente se creía que el sol jamás dejó de brillar y sofocar desde el día de la concepción del hombre. Por todo lo mencionado y si bien en la región de los atlantes dentro de la influencia del monte Atlas la situación era bastante diferente a las tierras de Shamash, era difícil ver tierras tan fértiles y verdes lejanas de la desembocadura de los más grandes ríos.

    Las regiones que se encuentran al este del monte Atlas y la que prácticamente dividía al entonces “civilizado” mundo conocido con la barbarie bélica que se desarrollaba en la desconocida tierra de los hombres de ojos rasgados, se le conoce hasta el día de hoy como Levante del Mediterráneo, o simplemente “Levante”. Allí se encuentra la región del Beth Narin erguida entre los dos legendarios ríos que muchos religiosos acuñan al nacimiento del hombre. En aquella región se alzan muchos estados y pueblos, algunos indecisos o sin deseos de pertenecer a alguna soberanía. Es aquel el lugar de nacimiento de Patrulla, el único pueblo adyacente a estos dos ríos que en ese momento de la historia ya no prosperaba. Como una especie de maravilla divina hubo alguna vez paisajes montañosos tropicales en el Levante que solo los bendecidos que vivieron aquel período de la historia disfrutaron, y para quienes tuvieron la dicha, era un espectáculo hermoso y atrapante.

    Aniha descubrió aquel día de su infancia lo mucho que le atraía la naturaleza y lo bella que podía llegar a ser la mano divina en caso de existir. El padre Dionisio le relató la historia a modo de parábola de cientos de imperios que se construyeron en el Levante y que cayeron a manos de la avaricia y ambición del hombre por conquistarlo todo, pero ¿quién no querría ser dueño de tanta hermosura? Crecer en un sitio tan empobrecido como Patrulla estaba llenando de desdén el tierno corazón del pequeño, le excitaba la idea de explorar el pulmón verde de la tierra a cabalidad. A su cortísima edad, comenzaba a atraerle la idea de alzarse tan alto hasta acariciar las nubes, corretear entre árboles respirando el viento que los abrazaba una y otra vez, en un cíclico vaivén donde la naturaleza se besaba constantemente.

    Entonces llegó el día donde las palabras del ser humano no le parecieron nada más que vestigios de un corazón corrompido por la falta de dios a quien solía asociar a la naturaleza, debido a la incapacidad cognitiva del muchacho de rechazar todavía a la deidad como se planteaba. Aniha relataba a sus compañeros de cuantas prisiones llegó a visitar lo mucho que había anhelado subir un verdadero árbol, debido a la debilidad con la cual crecía la vegetación en Patrulla. Así pues huyó como tantas veces lo hizo del monasterio, pero esta vez huyó del pueblo. Sus pies se movieron por inercia, simplemente corrió cuando nadie le tenía puesto un ojo encima. Corrió hasta que sintió sed, cansancio y frío, pero avanzó con una tenacidad mágica para un niño de cuatro años. Falleció ahí su alma sedienta y exhausta, en medio del edén que parecía Levante cuando se estaba fuera de Patrulla. Descansó su cuerpo junto a una ruta escoltada por tantos árboles como cabía a la imaginación. No sintió frío pues en el estupor del sueño sintió como una cálida energía rodeaba su agotado cuerpo. A la mañana siguiente, se levantó sobreexcitado por estar rodeado de tanta belleza: las hojas de los árboles así como el césped eran humedecidos por frío de la noche, pero el radiante sol que se imponía sobre la sierra secaba y relucía lo más verde de la vegetación. El graznido de las aves mucho más bello que la lira que intentaba tocar el padre Dionisio, el cantar de la Gaia le compadecía sin duda un espectáculo mil veces más agradable que los ruidos pretendiendo ser música que había escuchado hasta el momento.

    Siempre rodeado de una inesperada y majestuosa suerte en este trayecto tan osado, engulló cada fruta que encontraba pendiendo de los árboles. Las manzanas y ciruelas eran mucho más jugosas y gordas que las desnutridas frutas que paría el huerto de la señora Norma. Incluso orinar fue un espectáculo apolíneo, ya más adentrado en años Aniha hacía la analogía de como rociar un árbol con tus propios desechos obedecía a un ciclo natural mucho más gratificante que hacerlo en las cortinas o en un balde pestilente. Su objetivo era la sierra, pero parecía tan lejana que se notaba que le faltarían días y meses para llegar allí, mas siguió avanzando hasta que nuevamente se rindió al cansancio. Fueron así tres días y dos noches, hasta que parecía que la suerte lo estaba dejando de lado, puesto que la última noche pasó un frío incomparable al que lo había despertado más de una vez en el monasterio. Poco a poco dejaba de ser tan bello cuando el viento desordenaba su cabello por la soledad e inseguridad que comenzaba a sentir ante tanta grandeza natural. En un comienzo había abandonado los siempre magníficos esbozos de la civilización, valga la redundancia, más civilizada, como relataban los cuentos de Félix, mas ahora anhelaba el llegar a un sitio conocido para poder descansar y extrañaba a alguien que le deseara las buenas noches. No era simple indecisión, se trataba de un momento crítico de abandono infantil –no por responsabilidad de nadie en particular- y lo problemático que significa para la mente de un pequeño infante la ausencia de aquella figura protectora.

    El momento crítico fue cuando al caer la tercera noche, escuchó repentinamente una caravana a lo lejos de la ruta. Era impetuoso el galopar de los caballos que oía el muchacho, por lo cual decidió esconder su delgado y pequeño cuerpo en el arbusto más espeso posible. Inquietantes temblores le hacían insoportable su primera situación de peligro real, puesto que lo único que lograba comprender el muchacho era la lejanía que comprendía su escondite de su hogar. Cuando los caballos azotaron con violencia su rango de visión, Aniha pudo vislumbrar el en realidad rápido pero lento a sus sentidos declive de los dos caballos que conducían la caravana. Los corceles estaban heridos por lo que parecían ser unas flechas, como las que había descrito una vez Félix relatándole las increíbles odiseas de Norma. Tenían una flecha en cada ojo inyectada con una precisión milimétrica: parecía que los últimos metros recorridos había sido un último disparo de frenesí. De la caravana que era bastante más grande para solo llevar pasajeros, salieron chamuscados las tres personas que ahí habitaban. Con el frenético desplome de los caballos, el choque y el desastre del vehículo fue de proporciones importantes, por lo cual el golpe que se llevaron los tres individuos tanto contra los caballos como contra el piso les debió haber causado una muerte instantánea. Aniha admiró perplejo la extrañísima situación que sus rubís estaban viendo, un sentimiento de náuseas tremendo se apoderó de sí cuando vio las flechas impactadas contra los corceles. Tuvo que aguantar unos minutos para salir de su escondite, lenta y gallardamente tragó saliva mientras se acercaba al lugar del crimen. Echó un breve vistazo a la cabina donde iban los hombres en la caravana, pero aquella grotesca escena le provocó la expulsión de todo lo que había comido aquellos días. La muerte humana había sido un tabú que el padre Dionisio jamás quiso detallarle a Aniha y el muchacho en cuestión aún no se hacía las preguntas filosóficas necesarias para llegar a ese específico punto de la vida donde todo se acaba. La imagen obscena no tenía comparación de lo que significaba el desmembramiento de ratones que había visto en Patrulla: si bien aquello le causaba suficiente asco, lo visto allí no tuvo comparación alguna. Los sesos, cabezas rotas y sangre por doquier fueron demasiado para un niño de cuatro años: aquella imagen lo perseguiría por un buen tiempo.

    Aniha vomitó con tal fuerza que llegó a llorar de dolor en la garganta. Una vez levantó el cabeza, asqueado por sus propios deshechos, observó una mirada que jamás había visto en su breve vida. Unos ojos pequeños y una figura enardecida como las llamas de la hoguera donde se quemaban los desechos en Patrulla le observaba tímidamente en la cola de la caravana. Aniha, perplejo, intentó acercársele, mas la pequeña bestia atinó solo a huir despavorida del lugar. Siempre que llegaba a este punto de la historia cuando la contaba a conocidos, el castaño no podía evitar humedecer un poco los ojos y sonreír casi pidiéndole misericordia a la raza humana.

    —Entonces me acerqué a lo que parecía ser la bodega de la caravana… —Sostenía un breve silencio— Y recuerdo echar una tímida mirada al interior. Había un olor invasivo, ahora lo relaciono como a pelaje húmedo de perro. Entonces lo vi, había decenas de cadáveres de zorros, desde pálidos hasta rojos.

    Suscrito a una palidez que extremaba su ya nívea e innata piel, las pupilas del infante se contrajeron hasta ser un pequeño punto en el infinito del burdeo de su iris. Cientos de cadáveres de animales que jamás había visto en su corta vida permanecían uno a uno alineados, formados como para una especie de presentación morbosa. Sus débiles piernas cedieron ante la indignación que la moral le provocaba, sucumbió ante una ferviente pena y miseria misma: como si él fuera el responsable de dicho magnicidio. El pequeño animal le observaba escondido, temeroso, apenas si podía sostener sus pequeñas patas y no conocía el lugar en el que estaba. El zorro había, de alguna forma que explicaría Aniha años después, pasado inadvertido en el pezón de su madre mientras le amamantaba. Ahora, su progenitora no era más que un cadáver entre la multitud que allí yacía pudriéndose quizá hace cuantos días. Aniha golpeó su cabeza contra el piso estupefacto, sin creer y sin entender por supuesto que significaba tanta crueldad.

    —Era pequeñísimo. Más chico que una lágrima en el océano. —Relató Aniha después en prosa— No podía hacer nada por los zorros, aunque en mi cabeza intentaba hacerlo todo.

    Unas pisadas irrumpieron el bosque y la incomodidad del chico. Rápidamente miró al pequeño cachorro con sus grandes ojos fijos, quien correspondió a la mirada. Los castaños ojos del animal se iluminaron como un reflejo ante los rojizos ojos de Aniha, y allí mismo, ante la caravana, en medio de un bosque ebrio de belleza y muerte: el pequeño cachorro comprendió. Su alma vagó dentro de los ojos del muchacho y se reposó en la tranquilidad e inocencia de su joven espíritu, un extraño confort mutuo que sirvió de excusa para huir inmediatamente del lugar. Ambos sabían que estaban en peligro porque ninguno de los dos se suponía que debía de estar allí. Aniha corrió hacia el cachorro y el susodicho animal se lanzó con la débil fuerza de sus aún no desarrolladas piernas al regazo del chico. Aniha lo escondió como pudo bajo sus andrajos que bien parecían un saco de papas y allí, siendo confidentes de un calor que iba más allá de lo simplemente físico, huyeron en espíritu de aquella terrible escena del crimen.

    Aniha corrió con el sol derritiendo su frente y con la luna escarchando sus mejillas. Las estrellas guiaban la suerte del muchacho, como si el firmamento fuese el único modelo maternal del chico. Las estrellas, la vía láctea, las constelaciones, de alguna manera Aniah sintió que debía correr hacia donde tres brillantes estrellas formaban un arco. Años más tarde aquella constelación recibió el nombre de “El arco vulpino” otorgado por un famoso astrónomo inspirado en las leyendas de Aniha, astrónomo que además convenció a la civilización que la tierra era redonda como una naranja.

    Así fue como volvió a Patrulla un infante de cuatro años perdido a su suerte en un bosque. Los indios lo estaban persiguiendo, o eso creía: las leyendas de Félix sobre los indios relataban unas violentas criaturas que se movilizaban en grupo y asustaban corceles con flechas. Suponía que los caballos vistos eran los corceles mencionados y que aquellas flechas pertenecían a manufactura “india”.

    — ¡Un maldito zorro, la mierda que nos faltaba! —Exclamó Héctor furioso en el consejo del monasterio.

    El monaguillo, hijo del herrero, lavaba al animal mientras Aniha bebía la horrible leche de Patrulla encerrado en su cuarto. El castaño se afiebró casi un mes y estuvo al borde de la muerte varias veces durante ese lapsus, hasta que una increíble e inesperada defunción rehabilitó al muchacho de su peste.

    —Los zorros son animales mágicos y no hay ninguno en Levante. —Agregó Inés— ¿No basta eso para decir que el niño es tan misterioso como lo es una vaca con orejas de burro?
    — ¡Ustedes no han visto un zorro en Levante porque nunca han salido de este mugroso pueblo! —Contestó Félix, enfadado hasta los pulmones— Claro que hay zorros en Levante, zorros rojos, pálidos, ¡hasta amarillos y con tres colas, carajo! Si son mágicos es problema suyo, pero eso no quiere decir que el chico esté embrujado.
    —Don Félix, ¿no cree ya que es demasiada coincidencia? —Inquirió la dueña del triste e inhóspito bar de patrulla, la joven Krishna. Según Matus, sería bella como una germana si no fuese tan cochina y malhablada— ¡Es pálido como mis nalgas, ojos rojos y tiene un desgraciado zorro!
    —Silencio. Si estamos aquí, es porque estamos expuestos a la voluntad de dios. Si dios quiere que haya un animal así, hay que recibirlo con los brazos abiertos como así también recibimos a Aniha. —Puntualizó el padre Dionisio.
    —Aniha no ha sido para nada un problema a Patrulla. —Afirmó Norma, una de las más duras con el muchacho— Y como decía el salvador, el que esté libre de pecado que lance la primera piedra.
    — ¡Claro que no, Norma! ¡No hay ningún problema con él, pero la comida de su almuerzo sale de aquí! —Héctor sacó sus tristes bolsillos vacíos de sus pantalones.
    —Calla de una vez, puta madre. —Lucas se alzó en medio del monasterio. Los demás guardaron un perturbado silencio ante el soez lenguaje del sastre— Eres envidioso, mediocre y rencoroso. Si tienes algún problema con el muchacho, ¡pues vete de una vez del condenado pueblo, maldición! —Exclamó en la casa del salvador—Fuera un perro de un hijo mío, del monaguillo hijo de Iván, un gato negro de Félix o incluso una rata de Norma no habría problema. ¡Pero como es un animal del muchacho maldito todos pierden la cabeza en este antro de mala muerte! ¡Que perdida está la humanidad! —Lucas caminó furioso hacia la puerta y antes de azotarla se dirigió nuevamente hacia la asamblea— Y si hay algún problema con que el muchacho viva o muera bajo los confines de esta putrefacción, tráiganlo a mi casa que mi esposa le cocinará con gusto, y no con plata del cochino Héctor.

    Allí se fue el hombre más valiente después de Matus que pisó Patrulla. El único capaz de maldecir en un monasterio y agitar la puerta erguida en el recuerdo del salvador.

    Matus, en el momento del consejo, se encontraba con el afiebrado muchacho en su habitación. Conversaban sobre lo que había sucedido y Matus aprovechaba de relatarle algunas historias de su juventud que tanto disfrutaba el chico en todo momento. Pero aquella situación no era la indicada. El júbilo de Aniha se había extinto y en su mirada solo se veía un vago intento de atención casi por mero compromiso con el anciano. Matus fue el primero antes de Félix en darse cuenta de la gravedad del resfrío y advirtió a la gente del pueblo que si en realidad apreciaban al muchacho, hacerle algo funesto al zorro sería lo más cercano a asesinarle el espíritu al chico. Aniha deseaba ver al animal en todo momento y el deseo de abrazarlo recordando el triste escenario donde lo encontró era su único motivo para seguir despierto. El monaguillo mantuvo apresado al zorro por unos días a orden de Dionisio a la espera de que un experto en animales domésticos diera el visto bueno para el mantenimiento del animal, debido a las opiniones vociferadas en el consejo. Matus en uno de estos días donde el vulpino era apresado, le robó un desnutrido tomate a su ex mujer y con los últimos vestigios de vigor lo lanzó a la ventana de la habitación de Dionisio en el monasterio.

    — ¡Pásale el zorro, hijo de puta!

    Esa misma tarde Iván lo alimentó por última vez junto a su hijo y lo llevaron al cuarto de Aniha. Ebrio de estupor, Aniha intentó levantarse con el mismo ímpetu que le caracterizaba, pero un profundo mareo debido al brusco movimiento lo mandó directo a la inconsciencia. Al menos, estuvo más tranquilo junto al tímido y confuso animal que había orinado casi todo el monasterio en represalia a su prisión.
     
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  8.  
    Deskhore

    Deskhore Guest

    ¡Muy buen capitulo!
     
  9.  
    Durazno

    Durazno Vagando por ahí

    Piscis
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    Capítulo cuarto.

    ¿Cómo conviviría un pueblo en decadencia con un ser mágico? Esta pregunta nacía a raíz de la expectación de Félix, sabiendo lo que significa para los magos más perturbados de la baja Germania la cola de un zorro rojo, especie ya en peligro de extinción en los campos verdes al norte del mediterráneo, en Europa, o lo que significaba para los alquimistas el poder químico de la magia del susodicho animal. El zorro es la representación vívida de la magia de los bosques y dentro de muchas tradiciones es tanto venerado por su divinidad como sacrificado por su peligrosidad. Para la religión ortodoxa de Judea, la gente que como Dionisio se cegaba ante la existencia de hombres ave, licántropos y que inclusive negaba la magia, esto no eran más que simples paganismos, pero era innegable ver el avance de la temible alquimia que estudiaba los fenómenos más complejos dentro de la magia sin ser ellos poseedores de dicho poder, para así explotarlo y de allí crear las máquinas más temibles que la humanidad haya visto.

    Una revolución científica importante se vivía en el mundo y la gente de Patrulla no lo sabía. La alquimia sin duda estaba aplazando a la magia y los más tradicionalistas veían como el abrumador poder de los magos en su mayoría gente usurera que con su poder perpetuaba la explotación del hombre sobre el hombre, se desplazaba y no de manera errática, lánguida y gris como el yugo de los ancianos barbudos, sino que frenética y cromáticamente al ritmo de los fuegos artificiales más despampanantes de las festividades paganas. El aislamiento decadente de la vieja Patrulla le cerraba los ojos al mundo. Félix concluyó que culpa de aquello la tenían los más tradicionalistas del pueblo.

    Los alquimistas usaban ese no sé qué, esa partícula subatómica en aquel electrón de valencia situado en cual núcleo de la configuración electrónica de tal carbono hidrógeno y tal que ningún cristiano lograba entender como lograban prender un cañón cargado con pólvora y disparar arcoíris. La alquimia no eran cuentos para niños, la magia sí podía ser entendida hasta por el enfermo Aniha, puesto que no se complejizaba demasiado en su manera de ser: simplemente las cosas se hacían así porque sí, por como dice el dicho: solo arte de magia. Pero la alquimia hallaba la explicación científica de la magia e iba más allá de lo que podía hacer un simple mago mortal que nacía con dichos dotes y se desarrollaba solo en capacidad de vociferar conjuros más enredados, pero el alquimista que evolucionaba en sus conocimientos podía llegar a construir motores capaces de disparar rayos catódicos en trescientos sesenta grados. En el fondo, la diferencia entre un mago y un alquimista, era el dote innato con el que el mago se hacía capaz de controlar la magia. Un alquimista debía sus invenciones al más puro ingenio y armonía científica que, con el tiempo y mucho estudio, se podían desarrollar.

    Ahí estaba el zorro como materia prima. Era sacrificado por el temor al cambio brusco y asesino que la alquimia se podía conferir con ellos, así como también por el paganismo que representaba para algunas religiones hasta el punto de verlos como simples emisarios del averno con sedición hambrienta de derrocar a Dios como el absoluto gobernante de todos los planos espirituales.

    Hacía un tiempo ya que a Dionisio le empezaban a llegar cartas escritas con algún tipo de máquina cuya tipografía se le hacía más clara y al parecer rápida de emitir, ya que mucho más texto se fue guardando en su bodega que en los tiempos donde la pluma y la tinta eran regla solo en lugares de gente letrada. Félix entendía por sus viajes al extranjero a que cambio social respondía algo tan ínfimo como la tipografía más dura e impregnada en el papel que la belleza manual de la pluma. Era todo gracias a máquinas que hallaban su funcionamiento desde las raíces más rudimentarias de la alquimia.

    A Félix le causaba desazón el imaginarse que el encuentro entre un zorro y un niño de ojos rubíes como la luna en un eclipse lunar, tuviera algo que ver con la concepción del muchacho en esta tierra. Aniha seguía enfermo, pero abrazaba aquel animal mágico que no tenía nombre, que aún no aprendía a orinar fuera donde también comía y que a nadie aún le cabía en la cabeza su existencia. El viejo Matus comprendía la belleza de aquel acontecimiento: jamás en su mísera y decrépita existencia dentro de Patrulla, había visto un animal mágico que aparentemente emergiera de ahí, todo lo contrario: seres mitológicos por cuenta propia y no por orden del emperador habían visitado Patrulla pero alguna especie de aura profética les relataba en el desdén que se convertiría aquel pueblo y arrancaban a la primera que podían. Cuando Aniha huyó lo entendió del mismo modo: el muchacho, como todas las criaturas mágicas que allí habían pisado ese fangoso suelo, entendió de alguna forma la naturaleza inhóspita y vil del lugar y aún siendo un infante, huyó a pies pelados sin deseos de mirar atrás. Bello fue para él verlo ver por donde se fue, más encima con un zorro en sus brazos. Matus brindaba con alegría mientras convencía a Félix que no había nada por qué preocuparse.

    De alguna manera aquel acontecimiento terminó por separar a la gente de Patrulla. Los que ya no gustaban del tinte que tomaba el pueblo, aquellos enemigos acérrimos de la magia y conspiraciones paganas, demolieron su hogar y con la misma caña brava con la cual se había alzado su lecho, huyeron en la primera caravana de bisontes con tres cuernos que pasó por las puertas del río. Héctor se quedó solo por aquella tenaz idea de llenar su establo con los más fieros corceles del mediterráneo tal como fue alguna vez su compañía. Norma, por supuesto, halló el consuelo de que su triste y desaprovechada vida no tenía otro destino que acabarse sobre los lechugosos suelos de su verdulería. Lucas también se quedó y así lo hizo Iván a su vez, solo con la idea de que su familia ya estaba consolidada y un cambio de aire tan brusco en una zona tan violenta y desapegada de la bondad del ser humano, sería solo una bienvenida a una dolorosa, perfectamente evitable e irresponsable muerte, a manos de algún bandido o malhechor. La vieja Inés se encontró demasiado vieja y demasiado sola para obtener ayuda al momento de desmontar su casa. Intentando arrancar la llave atascada en la cerradura de aquella puerta abandonada donde alguna vez durmió su hijo que hoy ya no la recordaba, se encontró tan débil como un alma incorpórea. Sus lágrimas no fueron suficientes para calmar la desdicha que espinaba los contornos de su apagado corazón, y que en cada sollozo presionaba con más fuerza aquel derruido órgano que la mantenía, desgraciadamente, con vida.

    Inés halló la muerte poco antes que el padre Dionisio. Los ratones ya no resultaban apetecibles para la anciana, y los conejos, las liebres, los pescados gordos que se hallaban de vez en cuando en el río, parecían solo un parche a una herida que llevaba años visible e infectándose. La piel de Inés fue seducida por sus huesos, no se hallaba sitio con grasa en el cuerpo de la mujer, solo descomposición constante. Un día, sentada y sola tras la tenue luz de una vela, miró con desgano la escasa comida que esta vez había comprado con sus innumerables ahorros que ahora de nada le servían. Había sido toda una vida ahorrando, sufriendo, viviendo al límite, trabajando día y noche pescando, moviendo las pesadas aguas de aquí para allá, ayudando a Norma en el huerto, tejiendo, tejiendo, tejiendo con más fuerza, tejiendo con desaire pero tejiendo al fin y al cabo. Halló su consuelo cuando su hijo la abandonó en el evangelio que traía un joven Dionisio. Nunca quiso gastar más de la cuenta pensando que algún día su hijo volvería y la rescataría del hoyo en el cual la había dejado y con gracia, por fin endulzando la amargura, le entregaría toda la plata, todo el oro que se había ganado en toda su vida para que finalmente pagara sus estudios de ciencias políticas en la universidad más prestigiosa de Britania. El esperma de la vela consumió la tenue llama y quedó en penumbras. Como un árbol que cae en medio de un bosque pero que nadie lo escucha, pero que nadie lo ve, así mismo desfalleció la anciana Inés. El día siguiente fue velada en el monasterio de Dionisio y enterrada en el cementerio que cada día sumaba más adeptos: como si morir fuese la solución final a la desgracia. La tierra de las ya flores marchitas que se hallaban desde hace décadas adornando el lecho de Inés, fueron enterradas junto a ella por el recuerdo que Norma tenía de la anciana. «Ella era la mejor persona de este pueblo, pero un día se despertó diferente. Ese día recién terminó hoy»

    El pueblo había reducido a la mitad sus habitantes y ya esbozaba la figura de un pueblo fantasma. Como si una especie de mala energía consumase aún más esta triste situación, la tierra tan fértil donde Norma tenía su huerto, se secó. De la noche a la mañana, ni un tomate, ni una zanahoria ni más trigo crecieron de ahí, aún estando al lado del río. A la semana de este triste acontecimiento, donde cual nómades se vieron en la obligación de cazar con mayor ímpetu animales salvajes e incluso llegar a comer perros, fue que el padre Dionisio falleció.

    Muy a modo de broma para el destino, Dionisio murió la manera más adversa a como vivía la gente en Patrulla en ese entonces. El padre murió por el derrumbamiento de uno de los lingotes de oro que sostenía la bella arquitectura de los baños del monasterio. Murió mientras excretaba los desechos de una buena y apetitosa comida, que más tarde se descubrió que mantenía refrigerada en una de estas máquinas paganas de alquimia que tenían la capacidad de enfriar los alimentos para que así no se echaran a perder. Había pedido en una de estas cartas tan eclesiásticas a la ciudad santa una pequeña ayuda en modo material para la gente de buena fe y costumbres del pueblecillo. Eran tan secretas que los hombres pájaro, encargados del correo en todo el mundo conocido y civilizado, no podían ser encargados con este tipo de encomienda, por lo cual usaban una especie de lechuza que la ciudad santa compraba y re vendía. Dionisio tenía una lechuza, esto los descubrió Félix un día que indagaba en las posesiones del padre y, sobre la cornisa, se posó una bella y nívea lechuza como nunca antes había visto. Allí se quedó y no se volvió a ir más, porque Félix inmediatamente la vendió al mejor postor: eran animales caros como un banquete real.

    Félix asumió el liderazgo de la aldea en una votación melancólica. Se hallaba Iván el herrero con su familia, así mismo lo hacía Lucas el sastre, junto a ellos el desposeído Héctor, más adelante Norma muy lejos del ahora contento Matus que por primera vez en mucho tiempo volvía a hacerse presente en una instancia de estas magnitudes, la malhablada Krishna acompañada de su pequeña hermana Carmelita, mayor por tres o cuatro años que el enfermo Aniha y las cinco doncellas hermanas que mantenían el trabajo dentro del Monasterio. Sus nombres eran Dana, Dafna, Dina, Dalia y Daiana. Las cinco eran jóvenes y de piel medio trigueña casi endulzadas por la simetría y suavidad del brillo blanquecino. Eran muy bellas para sorpresa de varios, ya que el padre Dionisio las mantenía oculta como su más valuado tesoro. En total eran cinco o seis familias con varios descendientes que aún mantenían la ilusión de que se conservaba llama fresca en el pueblo.

    — ¿Qué pasará con el coro? Necesitamos un padre, alguna autoridad más de orden divino. —Sugirió Héctor.
    —El coro no tiene porqué ir ligado a la iglesia. —Respondió así Félix— Muchas actividades no tienen por qué ser eclesiásticas
    —Félix, seamos sinceros. Lo que nos preocupa a todos es lo que harás con la iglesia.
    —Bueno entonces no haber votado por mí.

    Félix había sido el único candidato a ser cabecilla del pueblo, algunas personas de orden más humilde habían sugerido a Lucas o Iván, pero estos dos se reconocían demasiado ignorantes para el cargo.

    —Gobernaré con mano dura porque hace rato ya que veo cambios necesarios. Tienen que comprender que yo pertenezco a otra generación, a una que ha visto los demás países y como se vislumbran las luces mágicas en las grandes urbes donde esta Patrulla no es más que un triste insulto a la raza. Miren a su alrededor, gente humilde de Patrulla, ¿qué es lo que ven?
    —Oro. —Respondió Matus— Este montón de mierda se construyó con el dinero del diezmo de estos ignorantes, y miren todo lo que lograron juntar. Lo suficiente para que todos estos, ustedes mismos, montones de mierda, se juntaran en un solo lugar.
    —Matus, no olvides que hay niños. —Norma se alzó con vigor. Bastó una advertencia de la mujer para que el anciano no hablara más en la reunión.
    —Es cierto, siempre me ha parecido bonito. —Admiró Iván— Pero injusto. Las casas son de caña brava y esta iglesia es de oro macizo, siendo que acá sólo vivía Dionisio y… ¿las doncellas?
    —Hay un sótano. —Reveló Dana, la más adulta— Ahí dormíamos las cinco.
    —Pero no era de oro macizo ni brillante. —Agregó Daiana, la más joven.
    — ¡Silencio! —La azotó Dafna— No hagas esa clase de comentarios. Son codiciosos y mal agradecidos.
    —Miren, ahora ya no hay muchas ancianas tan devotas como Inés. ¿A nadie le parece incómoda esta injusticia? Yo nunca fui muy creyente para ser sincera. —Inquirió Krishna.
    — ¿Y el niño? —Reclamó Héctor, nuevamente— Dionisio era el que estaba a cargo.
    —A nosotras nunca nos dejó verlo. —Reveló Daiana, nuevamente.
    —Yo dije un día que podía abrirle las puertas de mi casa a Aniha y eso haré si es necesario. —Repitió Lucas ante el consejo.
    —No hay de qué preocuparse con Aniha. El próximo mes trataremos algunos temas más importantes.

    Y así se dio por finalizada la primera reunión del pueblo sin Dionisio a cargo en varias décadas. Félix se dedicó secretamente a indagar en las pertenencias del difunto padre, encontrando así un montón de pertenencias avaluadas en una gran cantidad de dinero. Las vendió todas y, con ese oro y un poco más, contrató una empresa de demolición para sacar al monasterio de la faz de Patrulla. Aniha mejoró su salud en este lapsus de tiempo y, para cuando pudo volver a caminar, ya se había enterado de todo.

    A las doncellas Félix le ofreció llevarlas a otro monasterio lejos del funesto pueblo, pero se negaron. En ningún lugar aceptarían a las cinco juntas y preferían estar en el mismo sitio todas que distribuidas por el mundo, por lo que aceptaron quedarse con la promesa de que Félix les levantaría un hogar para que trabajasen y tuvieran familia una vez que obtuviera el dinero esperado vendiendo el oro de la iglesia.

    Así comenzó la reconstrucción de Patrulla, con la caída del tradicionalismo representado en la figura eclesiástica del padre. Félix durante varios meses se encargó de comprar, vender, invertir y manejar el oro obtenido en las pertenencias de Dionisio sin sospechar o advertirse posibles represalias de la ciudad santa. Vendió hasta el último lingote de la iglesia y mando a empedrar todas las casas de Patrulla. El huerto de Norma seguía sin florecer, por lo cual le compró una docena de armas al herrero Iván para dárselas a los jóvenes y que partieran a cazar liebres y conejos a los al rededores, como así alguna vez lo hicieron los fundadores de Patrulla. El hijo de Iván, el antiguo monaguillo, demostró un gran talento a la hora de despellejar los cadáveres de animales y filetear su carne, por lo cual Félix lo proyectó para terminar siendo el carnicero del pueblo unos años después usando el refrigerador que le pertenecía al padre Dionisio.

    Por el momento, Félix había impuesto una colectivización total. El único dinero que se administraba en el pueblo era el generado por las inversiones de la ex iglesia: los trabajos eran recompensados con comida y no con dinero, por lo cual la labor de los jóvenes al cazar era imprescindible. Aniha, deseoso de participar en la actividad y cansado de los abusos físicos de Norma, le hurtó el tirachinas un día que la halló descuidada. Así salió junto a su zorro a cazar los ratones que abundaban en el pueblo desde la época donde la mitad del pueblo lo había abandonado. Hector le enseñó claves de la domesticación al pequeño pero también a los adolescentes que salían a cazar animales a los bosques, siendo de vital importancia a la hora de traer de vuelta perros para la caza y para el ganado. Así fue como, fascinado con la actividad que se estaba viviendo en el pueblo, se decidió por transformar el que había sido su establo por un rancho con las vacas, aun sin vacas por el momento.

    Félix le regaló a Norma un manual de como plantar cereales, así también una gran cantidad de cebada. Había pasado demasiado tiempo acostumbrada a la fertilidad de la región, por lo cual nunca había aprendido a lidiar con suelos secos. Con algunas hectáreas de plantación de cebada, la siguiente temporada de cosecha fue un rotundo éxito y la abundancia de dicho alimento permitió palear la hambruna que solo se había apaciguado con el retorno de la cacería.

    Ya habían pasado dos años y medio. Aniha se había dedicado a limpiar las callejuelas de ratones y conejos con el tirachinas de Norma que ya no se lo pedía de regreso. Las calles como nunca en años habían quedado completamente transitables sin tener que pisar un ratón vivo que se escabullía entre los matorrales, y los cadáveres de los ratones le servían de alimento a los gatos que había introducido Félix al pueblo como medida de compañía para la gente solitaria y control de plagas. Por supuesto, la plaga de gatos también se controlaba con la aparición de los perros domésticos que habían reemplazado al perro callejero: aquel mestizo vagabundo era bienvenido en los campos de los nuevos gremios de cazadores, por lo cual, jamás había un perro desnutrido en alguna calle de la modernizada Patrulla. Las casas estaban empedradas como bien lo merecían, ya que tal parece que el progreso del pueblo en la antigüedad se detuvo justo cuando pensaban en empedrar los domicilios. La iglesia había sido reemplazada por una gobernación y Félix se había ratificado como el gobernador gracias a la nueva junta de vecinos de Patrulla, que se encontraban formulando su propio grupo de leyes. Habían nacido nuevos estamentos: los jóvenes cazadores que hace dos años habían servido al rescate de emergencia contra la hambruna, hoy ya eran dedicados en el área. Algunos adolescentes habían encontrado consuelo en los brazos de las doncellas y más de uno estaba esperando descendencia, por lo cual se pronosticaba un aumento en el gremio de cazadores. La comida y en especial los conejos, la carne de vaca y buey, dejó de ser un método de pago para los trabajos. La cebada constituía la principal moneda de cambio dentro de Patrulla, puesto que Félix le compró una hectárea entera al ya extenso huerto de Norma que se había unificado corporativamente al emergente rancho de Héctor, famoso por la calidad de la leche de sus vacas. Félix le pagaba en oro municipal para que Norma trabajase la hectárea comprada además de la que le pertenecía, producto que además de distribuir como moneda de canje, también exportaba a las zonas fértiles y ricas del Levante pero que no eran tan secas como el “huerto” de Norma y por lo tanto, no conocían la cebada. También le compró 5 vacas de las 8 a Héctor, le compró varias máquinas al sastre Lucas y le dio un enorme salto tecnológico al horno de Iván el herrero, todo con la intención de obtener parte de su producción para así exportarla y venderla al resto de países y pueblos.

    Félix era el encargado diplomático, político y gobernador hegemónico absoluto de Patrulla, por lo tanto, él tenía que ir de aquí para allá y de allá para acá vendiendo las materias primas de Patrulla, comprando cosas nuevas para introducirlas al pueblo y también realizando encargos que los mismos pueblerinos le hacían cuando acumulaban tanta comida que no serían capaces de comer y necesitaban algún bien tecnológico del extranjero. Patrulla había vuelto a ser un pueblo sin papel moneda debido a que no había bienes de consumo más allá de la comida, la ropa y las armas. Félix intentaba innovar analizando las necesidades de su pueblo y reclutando profesionales del extranjero para que se trabajase de manera aún más eficaz en los oficios ya presentes, debido al tradicionalismo y al aislamiento cultural que el pueblo había vivido. El gobernador, comerciante de telas y declarado ateo no pasaba mucho tiempo en el pueblo y siempre que podía le daba una lección a modo de parábola eclesiástica a Aniha, como su antiguo cuidador, para así no perder algunas costumbres que tan mal no estaban. Félix le prometió a Aniha que algún día él sería gobernador de Patrulla cuando esta fuese un imperio extenso, que se vestiría con un disfraz militar y su pecho estaría lleno de medallas internacionales que reconociesen su valor como estratega y político. Pero a Aniha aquello no le llamaba mucho la atención.

    Aniha en estos dos años optó por vivir con Lucas el sastre. Lucas y su esposa, Edit, sirvieron como débiles figuras paternales para el chico. Era difícil para ellos ya que hallaban en el ojirrubí un fulgor de libertad, de no ser capaz de estar mucho tiempo en el mismo sitio. Se despertaba, cogía su tirachinas y partía a las calles con su zorro a cazar ratones y volvía solo cuando ya el frío de la noche le congelaba los huesos. Cuando se acabó la plaga de ratones, salió a cazar junto al hijo mayor de Lucas, Mateo, quien un año después embarazaría a Dafna. Mateo le enseñó lo que sabía del uso de espadas y nociones básicas de la caza, así también cómo moverse sigilosamente ante una posible presa. El ex monaguillo y ya después encargado de la carnicería, Amir, le enseñó como despellejar una presa y las claves del corte en la carne. Las ex doncellas que ahora habían montado una posada junto a la taberna de Krisha, mantenían un esbozo de educación semi eclesiástica para el muchacho, pero no le interesaba realmente. Quien le otorgaba una verdadera educación representada en vivencias e historias era el anciano Matus, cada temporada más decadente. Krishna le enseñó el don de la palabra, la capacidad de persuadir a la gente.

    — Escucha lo que dice, lleva quince años vendiéndome el mismo licor convenciéndome de que cada día es distinto.

    Carmelita, sin embargo, en función de cómo crecía, se tornaba un poco en una especie de musa para el muchacho, aunque a sus seis años poco y nada le interesaba el amor. Carmela era una muchacha muy dotada en la música y a sus tiernos diez años ya era toda una profesional en la guitarra latina que Félix le regaló para su cumpleaños. Daba conciertos todos los viernes en el centro del pueblo, donde todos asistían a escucharla acariciar los dulces arpegios de sus finos y danzantes dedos, que revoloteaban sumidos en la belleza musical del genio de la chica. A Aniha le fascinaba la música y los bellos sonidos de la naturaleza, pero Carmelita se negaba a enseñarle al chico.

    —Aún tienes las manos muy pequeñas y más encima están todas cochinas.

    Héctor ya se había convertido en un fiel devoto del muchacho, puesto que gracias a su zorro habían correteado varias vacas que finalmente terminaron en su rancho. No tenía problema en invitarlo a tomar un vaso de leche porque sabía que a él le encantaba, así aprovechaba de relatarle las magníficas historias de cuando era el jinete más famoso del Levante.

    Todo fue calma y progreso.
    Hasta que un día,
    Volvieron los licántropos.
     
    Última edición: 15 Mayo 2018
  10.  
    Cygnus

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    Ugh, me ausento unos días para avanzar en la tesis y me pierdo de dos capítulos, encima cada vez más largos, jaja. Ni modo, culpa mía.

    Bueno, ya vine. Divido el comentario en dos partes para apreciar mejor cada capítulo.

    Cap. 3

    Bueno, en éste... casi no pasa nada, en realidad. Un poco nos narra de manera más puntual lo que vivió Aniha durante su escape pero tampoco es que haya vivido las grandes aventuras. Así que aún no se abona sustancialmente a la trama, pero ya voy viendo que esta historia será larga, creo que bastante. Por lo menos ya hemos conocido de dónde ha salido el zorro.
    Veo que Aniha es un fuera de serie, parece poco pero toda esa hazaña realizada a los cuatro años no es poca cosa.
    Interesante lo de la caravana. Creo que aún no se suelta ningún otro dato sobre alguna amenaza que se cierna sobre las tierras de Patrulla y sus alrededores, salvo éste. Queda imaginarse qué pudo haber pasado con esa gente y esos caballos. Me parece que esto va a marcar profundamente a Aniha. También quiero saber si el zorro tendrá alguna particularidad... digo, ya voy viendo que seguramente será algo así como su mejor amigo en un futuro cercano, pero ¿será la clave para desentrañar algún misterio? El tiempo lo dirá.
    Jaja, en el pueblo todos son tan simpáticos. Independientemente del momento histórico y hasta del lugar en donde se desarrolle la historia, los pueblos siempre tienen ese aire... siempre son así. Me gusta cómo están retratados sus habitantes. Tienen esa fineza de campesinos, jaja. Y vaya si son supersticiosos, me parece que aún no terminan de tolerar la estancia de Aniha en ese lugar, siguen viendo con recelo a él y todo cuanto de él se trate. Pobre zorro que se lleva la peor parte.

    Problemas: los párrafos vuelven a ser tan largos ): y cada vez veo menos justificación a su longitud. En la sección en donde Aniha se encuentra con la caravana incluso juega en contra, una escena que debió pasar de manera trepidante, rápida, imprevista, está cargada de descripciones y se hace deeeensa. No sentí emoción.
    Otro: comienzo a ver demasiado sinónimo que me causa tantita molestia. Capilares en vez de cabello, rubís (rubíes) en vez de ojos... ¿y qué sería una "piel innata"? Todas las pieles son innatas... Creo que ahí la pluma vuela de más.
    Debo acabar con una última cosa, que no sé si mejore en el cap siguiente que aún no leo: Aniha me sigue pareciendo tan distante. Sí, se llevó al zorro, pero no termino de sentir ternura, empatía, ni siquiera sé por qué habría yo de ponerme de su parte, y no de parte de Dionisio y compañía. Todavía no lo palpo. No es mi héroe aún. Y en un relato de fantasía heroica, vamos en el cap. 3 y eso comienza a ser un problema para mí. En fin, ¡a continuar! Tal vez me estoy yendo de más con eso.



    Cap. 4

    Vaya, éste estuvo bastante entretenido. Me parece prudente que se haya sacrificado toda la extensión de un capítulo para profundizar en tantos personajes a la vez. Esta especie de revisión del pueblo abonó bastante para que comprendiéramos mejor el micro-universo en el que se maneja el relato y que de paso empatizáramos con varios de los personajes descritos.
    Debo decir que hay partes del capítulo que me suenan satíricos. Es decir, todo ese asunto de "derrocar" a la iglesia a microescala... puede verse como una crítica medio mordaz a todos estos pueblitos, sobre todo latinoamericanos, en donde la iglesia local es el pilar, de tal manera que sin ese símbolo todos perderían la cabeza. Acá de buenas a primeras todos aceptaron que la figura eclesiástica había llegado a su fin, y por ello siento dos cosas: 1) que es una libertad muy considerada que te tomas para hacer evidente que Patrulla estaba tan decadente que ni en la santa institución creían ya, una hipérbole, y 2) ligado a lo anterior, lo que decía desde el primer o segundo comentario: que Patrulla es realmente un solo personaje colectivo, que tiene ese afán de desear superarse, que tiene su propia creencia, su propia vida. Que cuando Inés o Dionisio mueren, una pequeña parte de ese magno-personaje muere también. Y se siente muy intenso verlo así.
    Y sí, tengo que comentar que me gustan mucho los personajes, ahora ya tenemos una mayor profundización, esta vez no voy a quejarme de la poca preponderancia de Aniha porque el capítulo tuvo una función muy puntual y la cumplió bien.
    Y vaya, al final lo de los licántropos fue inesperado. Bueno, parece que ahí tenemos una posible solución para el misterio de la caravana.
    Corrígeme si me equivoco, pero ¿no se había mencionado la figura de un emperador? Estoy esperando ver a algún comendador, preboste o similar, que se pare en Patrulla a cobrar impuestos, a meter su manota autoritaria y a cometer fechorías. Parece que están tan, tan aislados que ni al gobierno les interesa exprimirlos como sería lo natural.

    Problemillas: de pronto siento que los pueblerinos usan palabras que no deberían estar en su vocabulario. Una persona sin estudios, que quizá no haya leído un solo libro en toda su vida (vaya, que quizá no sepa leer), no siento que debiera usar palabras como "eclesiástico", "vislumbran", "urbes"... vaya, entiendo que es una libertad que te tomas como autor, pero perjudica más de lo que ayuda para la credibilidad.
    "Aniha mejoró su salud en este lapsus de tiempo" <--- Recuerda que "lapsus" y "lapso" tienen dos significados muy diferentes, no equivalen. Y, en todo caso, todos los lapsos son de tiempo.
    Lo de los párrafos lo vuelvo a suscribir. Párrafos se componen de una idea principal y un par de ideas secundarias que la respalden.

    Saludos, quedo a la espera de otro cap, espero no atrasarme de nuevo.
     
    • Adorable Adorable x 1
  11.  
    Durazno

    Durazno Vagando por ahí

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    Cygnus, como siempre, gracias por tus comentarios. Son esenciales para mí a la hora de escribir, tu sabes que tu opinión pesa bastante.
    Y bueno, este capítulo podrá parecer demasiado fantasioso o pretencioso, pero todo está ahí por su respectivo motivo. Espero que lo disfruten.

    Capítulo quinto.

    El progreso tiene sus costos, es evidente. Mientras Patrulla crecía y crecía, mientras profesionales extranjeros llegaban e inclusive se levantaban escuelas otorgando la educación no para los más acomodados sino para todo el pueblo joven, Félix sucumbía más y más ante una extraña tiniebla que nadie era capaz de vislumbrar con claridad.

    Las carreteras que antes estaban llenas de agujeros y hoyos donde los conejos y ratones armaban sus nidos, ya se encontraban simétricamente pavimentadas por ingenieros extranjeros traídos, según Félix, de Germania. La arquitectura nueva era variopinta, la mezcla colorida entre la piedra y la madera bellamente barnizada erguía edificios simpáticos y de tono medieval, con eternas antorchas que jamás dejaban de fulgurar. Tuvieron que ampliar la posada y la taberna porque la cantidad de viajeros nuevos era importante. La gente comenzaba a relacionarse nuevamente con culturas extranjeras y principalmente con gente del Beth Narin: la región entre ríos donde se extendían los imperios más importantes del mediterráneo.

    — ¿Son una región autónoma?

    Esta fue una pregunta constante por parte de los aventureros que incomodó más de una vez a los pueblerinos de Patrulla. Los extranjeros llegaban con sus cuentos de guerra, con sus licores variados y generalmente con el malhumor típico de la gente perteneciente a imperios. Las peleas comenzaban a ser cosa de todos los días en la taberna y a las afueras de la nueva panadería inaugurada por Dalia, ex doncella que se encontraba en medio entre la más chica y la más grande en términos de edad.

    La belleza de las mujeres en Patrulla, antes completamente renegadas a solo un concepto fugaz que alguna vez existió en el pueblo, volvía a ser codicia por parte de los enfermizos hombres del mediterráneo. Las pequeñas muchachas que ya eran niñas cuando Aniha llegó al pueblo, estaban creciendo y se adaptaban a los estándares de belleza y estereotipos que adquirían de las mujeres que acompañaban a los aventureros. Pero su ferocidad era innegable: jamás en el Levante existieron mujeres más independientes y fieras que en Patrulla: Félix había sido promotor enérgico de la inclusión de la mujer en todos los aspectos de la vida laboral y social, cosa que no había sucedido en el pasado en el pueblo. Las adolescentes eran entusiastas con el estudio a puntos donde la materia intelectual caía casi exclusivamente sobre las mujeres, asimismo la fuerza juvenil a la hora de caza y demás servicios locales cada vez estaba erguido con más mujeres. Aquella fraternidad local por parte de los jóvenes hacía toda esta inclusión mucho más sencilla: estaban contentísimos de salir a cazar con las pequeñas con las que antes, hace años, asistían a coro todos juntos.

    —Tuve que pelear para conseguir esta verdulería. Muchos hombres no se tomaban en serio mi trabajo, así que les pegaba entre ceja y ceja con una piedra de obsidiana desde mi resortera. ¿Bonito, no?

    Norma por supuesto fue defensora de los cambios porque solo así entendía que Patrulla podía avanzar en un bien común y social: abstenerse al conservadurismo sería contribuir al perpetuo letargo del pueblo.

    Los hombres y su desenfrenada sed de lujuria ante las indefensas muchachas del pueblo volvían a ser un problema a la interna y a la externa: Félix no hacía más que encerrarse todo el día con llave apenas volvía de sus interminables viajes al extranjero. Solo se limitaba a traer profesionales nuevos y planificar obras para atraer el turismo en pos de ofrecer una alternativa regional distinta, pero muchos problemas sociales estaban quedando al debe. La juventud de Patrulla, constituida por los jovencitos que asistían a coro en la iglesia –en su mayoría hijos de los funcionarios de la Patrulla decadente- ahora ya con más noción de combate y constituidos muscularmente a pura proteína de las vacas de Héctor, eran el motor de control ante estas situaciones. El problema es que no eran tantos como para estar en todos los sitios, así que las bestias como Iván el herrero y el mismo Héctor estaban al tanto ante estas situaciones. Lucas, que más escuálido era que proteico, se erguía alto como un farol y así también sus hijos y que bien entrenado se hallaba por parte de las antiguas artes del hacha gracias a Iván, parecía uno de esos horribles elfos oscuros que con un golpe son capaces de abrirte el pescuezo y chuparte el alma.

    Para atender a los heridos que se gestaban en más de una riña, estaba uno de los hijos de Héctor que volvía de la universidad en Galia a petición de su padre. Había terminado la parte más pesada de sus estudios en medicina, pero sus deseos y amor por el pueblo, además del júbilo con el cual le hablaba su padre sobre este nuevo proceso, le alentó para volver y levantar una solicitud de construir un nuevo hospital. Félix, cada día más ojeroso y débil, se demoró poco más de un mes en tener el edificio solicitado, al más puro estilo gótico de la vieja Europa. Nadie comprendía de donde estaba sacando tanto dinero y mano de obra mientras que los pueblerinos aún pagaban con cebada mientras que el oro que se reunía en las tabernas, posadas y demás servicios era requisado por la gobernación.

    Los consejos vecinales no se llevaban a cabo desde hace poco más de dos años. Félix ya ni se pasaba por el pueblo y cuando llegaba, estaban tan atareado en solicitudes de obras que no tenía tiempo para organizar reuniones, así que dejaba la organización del pueblo a los trabajadores para que ellos levantaran las peticiones necesarias. La última reunión que hubo, la presidió uno de los trabajadores de la gobernación, un extranjero de Hispania que Félix había contratado como contador. La evidente ignorancia del hombre ante los asuntos de la aldea conllevó al desgano de los pueblerinos por realizar dicha reunión, así que siguieron sus vidas sin la existencia de nuevos consejos vecinales y con Félix como un líder esporádico.

    El tema del oro y los huáscares, la moneda oficial de los pueblos del Levante, era de suma preocupación para los aldeanos. Se estaban cansando de ver como remuneración solo comida que ya ni salía de los huertos de Norma, sino que era cebada extranjera, más dura, compacta y deshidratada que la local. La gobernación parecía volverse más y más rica, pero Félix no malgastaba el oro y el Huáscar en lujos innecesarios, sino que se encargaba de traer gente y construir las obras solicitadas. Una vez que cada viernes la posada se llenaba hasta el punto que los que no alcanzaban a pedir un cuarto se decidían por dormir en las bancas de la nueva plaza central del pueblo, que la cerveza de la taberna, también local, se agotaba para el resto de la semana, que los cazadores tenían que levantarse tres horas más temprano porque ya no quedaba carne en la carnicería para el día siguiente, fue cuando el tema del oro y el Huáscar comenzó a molestar como una piedra en el zapato. Encima los comerciantes extranjeros que estaban prohibidos, pero que nadie les fiscalizaba, terminaban cediendo ante el intercambio de sus materiales por cebada. Había oficiales gubernamentales en cada servicio de la aldea cuya paga fuese en oro o Huáscar que sacaban cuentas a finales del día, y si faltaba dinero se pagaba con la recién inaugurada cárcel, en los confines de un subterráneo tan herméticamente construido que parecía una sala de torturas a escala de grises.

    El tema del calabozo subterráneo fue la gota que derramó el vaso. ¿En serio estaba dispuesto Félix a encerrar a sus compañeros, los mismos con los que había erguido nuevamente a la gloria a Patrulla? Esto, sin duda, no se quedaría así.

    Aniha, por otro lado, vivía un mundo completamente distinto a la rabia del pueblo. Asistía al colegio todos los días, mas no duraba un rato sin aburrirse de las clases y fugarse de las mismas. No entendía nada que los profesores extranjeros decían y sus costumbres le parecían raras y fantasiosas, como si el resto del mundo fuese poblado solo de gente loca y ridícula. A los diez años llegó a ser expulsado del colegio por sus constantes fugas e inasistencias y hace rato había dejado de ser tema para el control de Lucas, el simplemente dejaba al muchacho ser.

    —Aniha no está hecho para aprender las cosas en un aula, él quiere ver el mundo con sus ojos y a su manera.

    El muchacho, inquieto e incansable, ayudaba en todo lo que podía hasta que el cuerpo no le daba más. Traía tanta cebada a su casa que Lucas y su esposa aprendieron a cocinarla de mil maneras distintas y a almacenarla por si podían venderla en barriles algún día. El muchacho inseparable junto al zorro sin nombre que crecía a un ritmo de caracol, se había vuelto hábil en la caza, corte de carne, manufactura de ropa, había aprendido a fundir y a mejorar armas y su habilidad persuasiva había mejorado increíblemente, mas como dice el dicho: el que mucho abarca, poco aprieta. El único rubro donde Aniha destacó más, fue en su evidente talento con la resortera. La tenía hace tanto tiempo que su precisión era despampanante incluso para los viajeros que bien armados estaban con su arco y flecha. Detrás de Iván el herrero, en el campamento de cazadores, el mismo Aniha había levantado la solicitud de construir un campo de entrenamiento con dianas y demás muñecos para probar la habilidad de los extranjeros.

    — ¡Eres muy malo con el arco! —Exclamaba el muchacho a los aventureros para después largar a reírse— No le darías ni a un bisonte aunque lo tuvieras en frente.

    Generalmente este comentario traía rabietas y de vez en cuando algunos golpes por parte de los aventureros al muchacho, que desgracia desconocían absolutamente el rol armonizador que jugaba aquel ojirrubí en el pueblo. Si le ponían una mano encima, era asunto serio para la comunidad.

    — ¡Asqueroso y condenado pueblo! —Exclamaban apresados los que atentaban contra Aniha— ¡Maldito muchacho mimado!

    Aniha no terminaba de entender por qué tenía tanta protección y le dejaban siempre salirse con la suya. «Son órdenes de arriba» respondía cada matón de la gobernación que casi siempre se hallaban en los campos de entrenamiento, vestidos con obsidiana hasta el cuello. ¿Tan protegido tenía Félix al muchacho? ¿Lo estaba malcriando utilizando su jerarquía estatal para protegerlo? Lo cierto es que nadie esbozaba ni un solo pero cuando eran espectadores de susodicho espectáculo. «Es un niño después de todo» justificaban los pueblerinos, «Yo haría lo mismo si fuera Félix».

    Aniha nunca sospechó nada raro sobre las acciones de Félix para controlar los ingresos del pueblo, además de que los adultos controlaban sus conversaciones ante la presencia de los niños. Lo cierto es que ya se estaban organizando, tras varias cartas de reclamo a la gobernación que fueron ignoradas como cual burocracia de un estado moderno. Habían coordinado una protesta a las afueras de la gobernación en medianoche del mismo jueves. Era martes y los adultos ya ansiaban alzar sus antorchas frente al enorme portón de madera que se alzaba en medio del pueblo, frente a la plaza.

    Lo único que podía ser capaz de detener una manifestación, era otra manifestación. El miércoles al atardecer, trompas imperiales que alzaban estandartes del Beth Narin hicieron su aparición en el horizonte de Patrulla.

    Solo una vez habían sido testigos los habitantes más antiguos de Patrulla del olor a pelaje húmedo en las mañanas que se contagiaba con el aire. El hedor de los licántropos se sentía a leguas en cualquier sitio y era la principal alerta para las personas y animales de la presencia de dichas bestias: ahora el real problema era ser capaz de huir antes de que ellos te engulleran.

    Los licántropos venían junto a las fuerzas del imperio del Babilón, erguido varios kilómetros hacia el este de Patrulla. No se podía apreciar una armada muy pronunciada para los verdaderos alcances del imperio, solo varios estandartes, una docena de licántropos, una centena de carros de guerra (vehículos que se impulsaban de caballos donde dos arqueros y un conductor se alzaban dentro de estos) e incontables guerreros a pie.

    La gente estaba anonadada, las mujeres escondieron a sus hijos en los sótanos de pánico que Félix había mandado a construir por decreto casi constitucional en cada casa del pueblo, los hombres y algunas jóvenes, sólo las que sus padres le permitieron salir, se armaron y con valentía se irguieron en medio del pueblo esperando una muerte segura. No eran más de quince muchachos y cuatro muchachas quienes con espada y escudo en mano, alguno que otro arquero, se lanzaron a esperar las fuerzas del imperio.

    Aquel fue uno de los primeros días donde un decadente Félix salió de la gobernación. Vestido como general de guerra germano, con un despampanante mandoble y una capa hecha con piel de oso polar, pegó un chiflido que alertó hasta a las precarias ratas del pueblo.

    ֫—A ver si sois tan valientes como para pelear. —Exclamó Félix, con una voz rasposa— Con las mismas ganas que pretendían moverme de la gobernación.

    La gente solo se posaba temerosa en el pórtico de su casa. Miraban todos a Félix, asustados y como esperando alguna orden de parte del mandamás. Aniha se escabulló como siempre de la casa de Lucas y se posó, confundido y con resortera en mano, frente a la tropa de jóvenes.

    —Cobardes, vuestros hijos han tenido que dar la cara por vosotros. —Refunfuñó con un extraño acento Hispano nunca antes esgrimido por él— Pero esta no es su batalla. Aquellas tropas endebles del imperio del Babilón… —Respiró para desenfundar su espada y señalar al próximo ejército que cada vez acortaba más los kilómetros de distancia—…Serán aplastados por la merced de mi espada.

    Los pueblerinos, comerciantes, aventureros e incluso seres mágicos que allí vieron la decadente escena de aquel patético hombre vestido como un general de un ejército invisible, se miraron más asustados aún, pues su líder había perdido los estribos.

    —No me acuséis con vuestra mirada carente de valor. —Reclamó a sus pueblerinos— No he levantado este pueblo de sus cenizas para que sus habitantes sean un montón de mierda inservible.

    Casi en un instante, como en un ocaso precoz, como si de una estrella fugaz se tratara y sin escuchar ningún galope previo, varios cientos de caballos jineteados por caballeros de armadura de plata atravesaron el oeste de Patrulla, rumbo al campo de batalla. Fue un silencio previo atroz, dichos los reclamos del mandamás, había parecido como si el mundo enmudeciera para de golpe presentar aquella terrible manada.

    — ¡Estos son hombres de valor! —Exclamó Félix, sonriendo y dejando entrever un diente de oro nunca antes evidenciado por nadie.

    Un corcel se detuvo. Su jinete descendió y se arrodilló ante el líder del pueblo.

    —General. Aquí está su caballo.

    Era una enorme y bella pieza majestuosa traída directamente de Germania. Un caballo blanco de dimensiones apoteósicas, casi acariciando los tres metros con su mohicano de corcel, se paró junto a Félix. Estaba equipado con sendos artilugios de plata y oro, destacando más que ningún otro, más que cualquiera de los cientos que habían visto hace unos instantes.

    Félix se subió a su corcel y acto seguido, su escudero, aquel joven jinete le había entregado su caballo, se apartó del camino y se quedó frente a la gobernación.

    —Jóvenes de Patrulla, vuestro valor es heredero sólo del gran valor de la gente del Levante. Somos una raza fuerte, capaz de mover montañas con pegar un solo grito. ¡Guardad vuestra espada, jóvenes sediciosos de victoria, para clavársela en el lomo a aquellos peligrosos gigantes de Escandinavia! ¡Guardad vuestras flechas para dejar ciegos hasta a los cetáceos más increíbles del mar báltico! ¡Os esperan grandes aventuras a cada uno de vosotros y os juro por mi mandoble que hoy reluce ante una inminente victoria contra el más grande imperio del mediterráneo, que preservaré con vida vuestros corazones ardientes de guerra! Tenéis ante vosotros una criatura mítica que se ha criado con el mismo pan, con la misma agua y que ha bebido la misma leche de la misma vaca que vosotros. Aquel famoso niño de ojos de rubí que hoy sin pudor alguno se mostró frente al campo de batalla con sólo una resortera, os llevará a la gloria y construirá un imperio más grande como nunca lo ha visto la civilización. Hoy os enseñaré como es realmente el sabor de la victoria.

    Grandilocuente, Félix abandonó los aposentos del pueblo. Se dirigió hacia el campo de batalla tras el enorme ejército de caballeros que había construido. Detrás de las enclenques fuerzas imperiales, descendiendo de las mismas colinas que habían hecho los licántropos, se asomó un considerable ejército a pie, con espadas de plata y escudo de la madera más fina del mediterráneo, dispuestos a encerrar a las fuerzas imperiales.

    Sin conjeturar ninguna palabra, los pueblerinos avistaron la batalla más épica del mediterráneo fuera de las paredes de su ciudad. Patrulla había derrotado a las fuerzas del imperio más pronunciado del Levante.

    —Así que para esto Félix se guardaba el oro… —Conjeturó Héctor.
    —Para cumplir sus fantasías de caballero, claro está. —Aclaró una Norma no tan impresionada.
    —Claro que entre los discursos eclesiásticos de Dionisio y estos… prefiero los de Félix, sin duda. —Concluyó Matus, encerrándose en su casa sin decir nada más.
     
  12.  
    Cygnus

    Cygnus Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Vuelvo después de... un mes. Gracias por esperar.

    Bueno, primero tengo que decir que este capítulo me pareció muy agradable en varios aspectos. Ya la presentación me parece más estética y todo fluye bastante ameno. También hay un buen balance entre descripciones y acciones. No sé... hasta qué punto sea tan necesario o imprescindible brindar tantos detalles sobre Patrulla, pero si esto tiene más adelante sus fundamentos en la trama, bienvenido sea, al fin y al cabo es muy entretenido conocer mejor al pequeño pueblo de Aniha, cómo funciona y cómo va progresando.
    Noté que esta vez hacen menos apariciones los personajes de manera individual, porque de algún modo sus mentalidades se van colectivizando... esta vez es la opinión de todos ante Félix, o el discurso de Félix ante todos. De cualquier modo creo que es acertado, porque ya usaste el capítulo anterior para darnos el desfile de los principales componentes del pueblo (debería releerlo porque de varios ya no me acuerdo bien jaja).

    Qué decir, en general me parece magistral el modo en el que has ideado a Patrulla. Creo que lo tienes tan vívido en tu mente que en cualquier momento podrías dibujar un croquis perfecto sobre él. Esto lo transmites mucho en tu narración, siento que a Patrulla le has dado vida y tú diriges sus designios. Eso causa en el lector mucha credibilidad en la historia; no revelas todos sus detalles con minucia, pero uno sabe que todos esos detalles existen.

    No recordaba a Félix tan... tan líder. Hasta el capítulo anterior me había parecido que su designación había sido elegida un tanto azarosamente y que lo habían escogido por ser el... menos incapaz, pero aún así de una forma un tanto improvisada. Ahora veo que no. O será que esas idas y venidas del pueblo al extranjero le han forjado una nueva visión y lo han endurecido. En todo caso es bueno saber de qué se trataba todo ese asunto, y que la miseria en la que se veía el pueblo después de su época de renacimiento tiene sus frutos en, por lo menos, ese ejército del que hizo gala.
    Todavía no sé... exactamente cómo es que consiguió todo eso, o de dónde ha venido su ejército ni dónde ha sido entrenado, es decir... no creo que sea mágico. Y bueno, el ejército del imperio luce bastante impresionante, veremos si la fantasía de Félix sale realmente airosa. Fue llamativo que hiciese alusión a Aniha en su discurso, imagino que lo tomaron tan poco en serio que ni siquiera valió algún comentario de los que lo escuchaban.
    En fin. La verdad es que ya quiero ver a Aniha en acción jaja. También saber si alguno de esos "jóvenes" a los que alude Félix tendrá alguna relevancia mayor en las próximas aventuras del protagonista, porque hasta ahora ninguno de los personajes jóvenes ha capturado mi atención.

    Bueno, ahora lo único que debo mencionar es que de pronto repites la misma palabra en una sola oración. Ocurrió suficientes veces como para que tuviera que señalarlo. Ahora mismo no sé cuáles son esas oraciones pero no vendría mal revisarlo. No son pleonasmos, son creo que pequeños descuidos que quizás te ocurrieron por haberlo escrito en varias sesiones.

    Saludos, espero la continuación...
     
  13.  
    Durazno

    Durazno Vagando por ahí

    Piscis
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    Rubí en el Nirvana
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    1917
    Capítulo sexto.

    Los constantes azotes del imperio del Babilón al pequeño poblado en vías de un sospechoso y acelerado progreso, mantenía la preocupación de la paz civil. De día constantemente impactaban a los edificios flechas incendiadas, de noche, se libraban a cabo espeluznantes batallas tanto fuera como dentro del pueblo. Toda esta parafernalia detuvo considerablemente la productividad del pueblo, tanto así que anticipándose a un futuro saqueo y quema de tierras, Norma no sembró ningún cereal durante esa primavera. Patrulla en sus constantes batallas defendiéndose del imperio, cada vez se veía más mermada y lentamente se hacía más preocupante el salir del pueblo.

    Félix, si antes estaba ausente prolongadamente, ahora simplemente era invisible. Era el general del ejército del pueblo y estaba en la línea del frente día y noche resistiendo con su ejército de mercenarios que había comprado supuestamente con los fondos del pueblo, pero la consistencia de aquel ejército permanente que cada vez se cohesionaba más a la cultura del pueblo, daba índice de sospechas ante la cantidad de personal y la imposibilidad de que tanta infantería fuese financiada por los viajeros que se hospedaban y bebían en aquel pedacito de la nada.

    Los adolescentes y algunos forasteros que habían encontrado su alma y esperanza en aquel poblado, motivados por una fuerza patriótica sin igual, entrenaban día y noche ante la negativa de Félix y de los padres por formar parte de la guerrilla. Si bien era un poblado medieval, los abrazos paternales eran mucho más cálidos ahí que en cualquier otro imperio o ciudad amurallada donde obligaban a los jóvenes a luchar sin opción. En el caso de los forasteros, Félix no confiaba lo suficiente en gente que no había visto rondando en las que alguna vez fueron carreteras de tierra plagadas de roedores y que hoy se erguían pavimentadas y mantenidas con minuciosidad.

    La juventud era fuerte y enérgica, pero era una fracción ínfima comparada a los esfuerzos de ganar una guerra contra un imperio. Ante la inferioridad numérica y política, Félix utilizó sus influencias para concertar una alianza con el principal rival del Babilón, el Subartu.

    El Subartu era un imperio de consistencia militar desde las raíces hasta el sudor de las gotas. Desde su conformación que sus líderes cívicos y militares ansiaban el territorio y la cultura del Babilón, de hecho, a lo largo de su historia, más de una vez habían penetrado en las esplendorosas murallas del Babilón y habían decapitado a su monarca, pero el Babilón casi por arte divina se recuperaba del duro golpe y una vez más volvía a surgir incluso siendo ya parte del imperio del Subartu, separándose y nuevamente conformando las diferencias políticas que les caracterizaban.

    El Subartu anhelaba la brillantez intelectual que el Babilón había construido en cada biblioteca construida, se decía que mil copias de un solo libro se podía encontrar solo en el Babilón, la capital del movimiento intelectual del Levante.

    En el Babilón se esgrimió el primer código de leyes que rigió a la región levantina por más de mil años, asumía a todos los pueblos de aquel sector del mediterráneo como parte de la misma raza y cultura, otorgándose la misión política y cultural de aglutinar a todos los pueblos de las mismas raíces para así penetrar en cada rincón del globo terráqueo e inundar las calles de la humanidad con la proliferante cultura levantina, la cuna de la civilización.

    El Subartu, por otro lado, era un pueblo necio que únicamente se dedicaba a la guerra y donde los hombres no tenían mayor preocupación que fornicar con cualquier mujer habida en la proximidad. Según Félix, cooperar con ellos era lo mismo que pedirle ayuda a un mono con un sable montado en un burro bañado en oro, pero sólo la infantería y caballería del Subartu era tan fornida como para hacerle frente a las del Babilón. El emperador Subartino, Abu Anunaki, consideraba a Félix un hombre de inteligencia solo propia del Babilón, por lo que una alianza con ellos solo sería rentable si aceptaba la sumisión de Patrulla al Subartu.

    Claramente era mucho más fácil persuadir al rey de los monos con sable que a un verdadero rey Babilónico nutrido en política y con sus consejeros controlados a cierta distancia.

    El Babilón pretendía anexar a Patrulla con la excusa de compartir la misma cultura y raíces, mas Félix sabía que esto no era más que una simple fachada para esclavizar a su pueblo en la construcción de las grandes pirámides que el rey babilónico, Baltasar, se esmeraba en esgrimir para conservar su legado.

    —No seremos esclavos de nadie, ninguna civilización es nuestra progenitora ni eclesiástica ni culturalmente. Hemos rechazado la religión y hoy la arquitectura occidental de nuestras estructuras sin duda nos desmarca de estos gorilas que hoy nos pretenden poseer. Campesinos, tomad vuestra hoz de ser necesaria en el campo de batalla. Cazadores, guardad siempre algo de energía para estar preparados y clavar vuestras flechas en el sanguinario cogote de estos miserables.

    Félix recitó estas palabras una vez que ganó la primera gran batalla al Babilón, lo cual inspiró enormemente a la población. Lo que desconocían absolutamente en aquel momento, era que todas las pequeñas batallas venideras, serían ganadas por el Babilón, y no por el ejército permanente de Félix.

    Cuando el gobernante de Patrulla fue tomado prisionero, reinó el pánico en el pueblo. Fue una noche como cualquier otra, los guardias que pertenecían al ejército regular, dieron como excusa al día siguiente que fueron drogados con algún opiáceo, porque perdieron sus sentidos en el momento y se dedicaron a delirar en extrañas alucinaciones. Nadie vio ni escuchó nada cuando hombres del Babilón se llevaron a Félix justo la noche que había decidido no acampar y dormir en la gobernación, junto a su pueblo. Se habló de traidores en el ejército, pero ya de nada servía si el principal sustento económico de dichos hombres, se había desvanecido.

    La moral desvanecida de mercenarios sin corazón no cabía dentro de un pueblo asustado ante tantas posibilidades de ser acechados por el mal imperialista. Nadie sabía quién debía tomar el mando y las decisiones ahora que el capataz de un pueblo casi sin identidad, había desaparecido. Esta fue una excusa perfecta para que saliera a la luz del balcón de la gobernación que daba a la plaza del pueblo un pequeño joven de aspecto germánico sin duda, ojos oceánicos pero pequeños en comparación al ciudadano común del Levante, estatura media bordeando la baja pero acorde a la edad que representaba este rubio personaje.

    Nadie entendía quién era aquel chico que se presentó ante el pueblo la tarde posterior al secuestro de Félix. Caló aire profundamente previo a revelarle al pueblo su identidad. Con una débil habilidad en el idioma levantino, les comunicó que se trataba de un trabajador del rubro de las telas que Félix había acogido en uno de sus viajes a Germania, prometiéndole un futuro esplendoroso en un pequeño pueblo que se recuperaba de las ruinas que la religión había causado. Su nombre era, al igual que el de muchos germanos, Marcus “el orador”.

    Marcus fue contratado por Félix con la fachada legal de que serviría en su imperio de las telas, pero no podía ser nada más lejano a la verdad. Marcus era tan hábil en el arte de la persuasión y, a pesar de ser tan joven, su extroversión le había formado una habilidad comunicativa que podría convencer a un rey de comprarle unos calzoncillos sin que le temblara la mano. El arte de la palabra que Aniha había aprendido no era lo suficientemente locuaz en comparación con la habilidad nata del germano de orígenes sencillos. Félix sabía que junto a él las relaciones públicas y políticas serían pan comido una vez que aprendiera lo suficiente: le estaba heredando el legado de la conducción política de un pueblo, pero prometiéndole ser el regente de una gran nación algún día.

    El discurso donde se podía apreciar las carencias del muchacho en el idioma, fue bastante sencillo de digerir para los patrullanos. El mensaje fue claro: el ejército se estaba replegando tácticamente alrededor del pueblo para proteger cualquier amenaza, pero que la situación no era tan drástica. Alegó que se había auto secuestrado por sus aliados para despistar el ejército del Babilón y hacerles ver una flaqueza en la conducción del pueblo, pero en realidad Félix se estaría organizando bélicamente para atacar y asaltar al Babilón mientras las tropas de dicho pueblo estuvieran dirigiéndose a Patrulla.

    La respuesta del pueblo fue una mezcla de calma y horror. ¡Era un peligro terrible que estaba corriendo el pueblo al ser expuesto de esa manera! Y en respuesta a esta reacción, Marcus acotó la necesidad de medidas extraordinarias en momentos extraordinarios. Eso, si bien no apaciguó los ánimos, ayudó parcialmente a entender la supuesta medida.

    La verdad es que todo era una farsa. Marcus se lo ingenió todo en aquel momento para que el pueblo no cayera presa del pánico y estuvieran preparados pero optimistas ante un ataque enemigo. Félix había sido efectivamente secuestrado por el rival y, el expuesto poblado, contaba cada vez con menos despliegue militar. Un pequeño adolescente que rodeaba los catorce años le había mentido sin tapujos a un pueblo entero.

    Los días sin Félix fueron una angustia tremenda. La gente trabajaba con tanto nerviosismo y temor que la cena era la situación más tensa y melancólica del día entero. Los patrullanos pensaban en las torturas que su líder podría estar sufriendo por defender al pueblo de un invasor extranjero y les congelaba la sangre junto con el corazón. Las vacas no se hicieron más flacas ni los días se nublaron, tampoco llovió por las noches ni el frío golpeó la puerta de la gente, pero pareciera como si una tormenta agitara el alma de los hombres y mujeres.

    Aniha pasaba los días en una vagancia nunca antes vista en él. Se dedicaba a subir al tejado de cualquier casa a presenciar la salida y el escondite del sol. El zorro, que nunca calificó para él como su mascota, ahí estaba acompañándole. El joven se preguntaba con frecuencia quien mierda era aquel rubio que osó a dirigirse ante todo el pueblo en nombre de un emergente héroe local.

    — ¡Come mierda!

    El tercer día sin Félix, Aniha se expresó frente a la gobernación. Lanzó un tomate hurtado de la verdulería de Norma. Los pueblerinos observaron al chiquillo en una inquietud que les obligó a ignorarlos, puesto que ya dudaban si temían por la vida del gobernador o su propia vida como seres humanos indefensos.

    Marcus no volvió a aparecer. Aniha todos los días durante una semana lanzó tomates que ya Norma le regalaba para fomentar la protesta del muchacho.

    — ¡Es una mentira, todo lo que dice es mentira! —Le exclamaba a cada persona que veía, obteniendo solo una mirada penumbrosa llena de falsa misericordia.

    El joven pateaba piedras por el asfalto tan bello ahora que compararlo con las carreteras infestadas de ratas de antes era un verdadero delito. La muchacha de la guitarra en la plaza no se había aparecido desde hace ya rato y ni los pájaros se asomaban por los árboles que adornaban el pueblo.

    El séptimo día fue un apagón total. Nadie salió de sus casas, las antorchas estaban apagadas en todo el pueblo y todos los edificios yacían cerrados. Aniha esperaba en un tejado mirando el horizonte donde suponía que se encontraba el Babilón. Fue la primera vez que conoció la angustia por la injusticia.
     

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