Where's my mind?

Publicado por Darren Frost en el blog ¡No es "Darren"!, es "Daaaaaaaaaarren~". Vistas: 237

¿No resulta un tanto descabellado pensar que nuestra mente puede ser más traicionera que cualquiera a nuestro alrededor? Por supuesto, somos eso, toda nuestra esencia y nuestros pensamientos yacen en lo que nosotros llamamos nuestras cabezas, todo lo que nos dedicamos a construir como nuestra personalidad desde que nos consideramos seres pensantes para los demás está dentro de los confines de nuestro cráneo, nuestro cerebro comanda todo lo que hacemos y puede llegar a parecer aterrador tomar consciencia de, bueno.... nuestra propia existencia. Pensamos todo el día, todos los días, incluso cuando dormimos, y eso no nos parece ni un poco extraño; pero cuando tomamos consciencia de que estamos pensando, todo se torna cada vez más siniestro. De repente, nuestra mente no es nuestro escape del mundo real sino una prisión llena de nuestros peores miedos, ilusiones destruidas, sueños que tuvimos que dejar de lado por ser demasiado infantiles, a medida que maduramos nuestros sueños se vuelven un reflejo de lo que nos permitimos ser. Un día, soñamos con una casa tan grande como un castillo, con prados verdes donde descansar a mirar las nubes, con un trabajo que sólo depende de nosotros y no nos molesta, con una esposa o esposo, hijos, nuestros padres como si la vida no hubiese pasado a envejecerlos.
Es muy bello soñar, sí claro que lo es, es bellísimo; pero la gente que nos rodea y por lo general los mayores, se encargan de encaminarnos a algo que no nos lastime tanto tener que dejar, nos guían hacia un futuro menos "fantasioso" algo más al alcance de nuestras jóvenes manos. De repente, nuestra casa soñada ya no es un castillo, es un lugar bonito porque aún podemos imaginarnos viviendo cómodamente allí, pero ya no tiene los detalles tan bonitos que hubiéramos querido tener, ¿Por qué? Porque el trabajo que soñamos no paga ese tipo de lujos; nuestro trabajo soñado en la mayoría de los casos es algo que nos de una buena rutina que seguir para no tener que pensar en los hermosos sueños que tuvimos que dejar morir. Algo simple, en una empresa en cualquiera de los puestos, quizás en una fábrica armando cajas durante siete horas sin hacer otra cosa que mantener callado al aparato de pensar que nos llevó allí en primer lugar: Nuestra mente.
Es algo increíble que nuestra propia esencia, la que nos dio todo el material para imaginar dragones y princesas siendo rescatadas por caballeros que montan caballos alados, es la misma que nos despoja cruelmente de todo aquello y nos traiciona sentándonos a lamentarnos durante años, convenciéndonos a diario de que es lo mejor, que no vale la pena soñar ni luchar por esos sueños. No podemos culpar a quienes nos rodean, ellos no saben lo que nosotros vivimos dentro de la sesera todos los días; ellos no saben de nuestros mantras, nuestras plegarias, nuestras apesadumbradas súplicas por comprensión, cariño y contención. No, la culpa, la mochila inmensa de nuestros sueños rotos no es de nadie más que nuestra, nosotros decidimos rendirnos en vez de luchar de manera totalmente voluntaria, le permitimos al veneno del conformismo estancarnos en un solo propósito: Nacer, crecer, reproducirnos, morir. ¿Por qué no podemos hacer de nuestro camino, al menos, uno más interesante? Uno que nos haga sentir que vale la pena soñar, que nos permita pelear y sonreír mientras lo hacemos, que nos brinde la alegría de quien finalmente logró encontrarle el sentido a su propio mundo, ese que no permitió que su mente lo envenenara con la desilusión y la melancolía. ¿Esos locos quiénes son? Es una pregunta un poco tonta, porque claro que están locos para nosotros que vivimos encerrados en nuestra propia soledad aún rodeados de personas; pero ellos, los locos bohemios y los poetas, los escritores novelistas, ellos crean los mundos que hacen nuestra vida en la cabecita un poco más llevadera. Ellos nos brindan parte de sus mundos, nos llenan de historias, de romances que florecen y mueren, de miedos que sacuden por completo nuestro ser, de atrapantes relatos con códigos, misterios, víctimas y victimarios; yo no puedo decir que soy parte de esa maravillosa sociedad que han logrado formar todos estos chiflados que se atreven a hacernos dudar de nuestro mundo, pero me gustaría. Mi mente no puede ser peor cárcel que la tuya, o la de él, o ella. Pero a partir de hoy, me niego a permitirle a la soledad auto-impuesta el paso a mis sentimientos; quiero ser parte de aquellos que llevan a la gente de nuevo a su infancia, o a los rincones obscuros donde temen entrar. ¡Entren, les digo! No hay nada más hermoso que enfrentarnos a la máquina que nos actualiza constantemente y decirle que se vaya al diablo con la monotonía; nada más divino que creer que podemos darle la felicidad a quien escucha nuestras palabras. Atrévanse, a veces ese rincón obscuro puede dar algo de luz y esperanza a nuestros caminos, puede sacarnos de nuestro sufrimiento, y puede que nos de un arma con la cual deshacernos del enemigo. La espada que sólo los escritores poseen, el afilado y astuto don de la palabra.
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