Say hello to my little friend!
Publicado por rapuma en el blog El blog de rapuma. Vistas: 169
Su nombre era Antonio Montana. Era joven pero de una juventud concentrada, dura y amarga como una nuez. En él, la juventud no era una estación de la vida sino un instrumento. Tony amaba la buena vida, sin importar como llegar a esos placeres, él haría lo posible. Amaba los monumentos, las mansiones, el dinero blanco y verde. Amaba el estruendo de sus mercenarios a sueldo cuando los chasquidos de las balas caían en el suelo. Amaba todo ese mundo como puede amarse a una mujer hermosa, cuyas joyas, cuya elegancia y riquezas fascinan...
En el final de sus tiempos, consiguió llegar hasta el gran ventanal desde el cual podía ver sus inmensos jardines y la multitud silenciosa bajo la luna. Un rumor como una trompeta había atraído a sus hombres ante la mansión y en un instante encendieron la alarma.
Tony murió extendiendo sus manos hacia esa fuente de agua que tanto amaba. Murió sin una queja, con los ojos llenos de su fama. Un poco apartado, su matador lo observaba y lo comprendía. En ese momento y por una burla del destino esos dos hombres eran los únicos que compartían algo en esa sala sangrienta. Un amor y una muerte.
Desde el otro lado de la televisión, nosotros, los televidentes, lo observámos. Y de pronto yo sentí una absurda piedad por él. ¿Absurda piedad? No. Justificada. Amor no es sólo lo material. También puede ser un castigo. Y había algo de funesto y de premonitorio en ese lugar en el cual tanto tiempo se había levantado a gritar y aspirar, donde, irónicamente, ahora estaba cruzado en un charco de sangre a sus pies...
Así murió el gran Tony Montana. Con los dos cojones bien puestos. Cualquier hombre tiene dos testículos, pero no cualquiera merece ser llamado hombre.
En este caso, sí.
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