Presentando al personaje: Takeda el ronin
Publicado por Lucius Belmonte en el blog La Biblioteca de don Lucius. Vistas: 24
Lucius se levanta de la silla donde está sentado y se pierde de la vista, adentrándose en lo profundo de la biblioteca. Al regresar trae consigo a un hombre joven a inicios de la veintena. Va vestido con ropa que recuerda al Japón de la era Sengoku, el periodo de apogeo de la casta samurái. El joven parece un ronin, un samurái errante, a juzgar por el poco, si no es que nulo, lustre que tiene su ropa. Hay roturas cosidas hábilmente en las mangas del kimono y en los anchos pantalones llamados hakama; sin embargo va limpio y sin manchas. Su pelo negro le llega hasta la mandíbula, tapando sus orejas. Lleva una wakizashi, la famosa espada corta samurái, en el lado izquierdo del cinturón del kimono, mientras que a la espalda tiene un arco y una aljaba con flechas. Hace una reverencia en cuanto está cerca y se sienta al lado de Lucius.
—Este joven es una de mis creaciones, un personaje de rol creado por mí para interpretarlo. Su nombre es Takeda. Es oriundo de Rokugan, también llamado Imperio Esmeralda, un imperio medieval fantástico basado en el Japón feudal; aunque tiene elementos de origen chino como el go o con estética mongol, que inspiraron a uno de los clanes más importantes del imperio. Takeda nació en otro de los siete grandes clanes de Rokugan: El Clan del León, un clan conocido por su énfasis en la guerra; son los más peleones de un imperio que vive conflictos todos los años, así que imagínense. ¿No es así?
Por toda respuesta, Takeda suspira.
—¿Demasiado duro para ti, amigo? —pregunta Lucius.
—No, es solo que los recuerdos… En fin. Mi aprendizaje no fue agradable.
Lucius se acomoda en su silla.
—Me imagino. Perteneciste a la familia Matsu, si no mal recuerdo.
—Si… —dice Takeda mientras asiente—. Pero ya no más.
—Bueno, cuéntanos tu historia. ¿Cómo es que un miembro de una familia tan importante en un clan tan importante terminó por ser un “Sin clan”?
El samurái se acomodó en la silla y apartó la mirada durante unos segundos para después suspirar otra vez. Su vista se va a una ventana de la que proviene una suave luz. Luego parece reunir determinación y empieza a hablar.
—¿Por dónde empezar? Si, nací en el clan del León. Para mi mala fortuna, mi familia fue la Matsu, los guerreros más feroces del clan, famosos por su ímpetu y su furia en el combate. Mi preparación para continuar con su legado inició muy temprano en mi vida, a los 6 años. Mi padre era un guerrero muy importante dentro del clan y siempre me exhortaba a dar lo mejor de mí. Cuando llegué a los 12 años, entre en el dojo de guerreros de mi familia y empezó mi ordalia. El entrenamiento era el más duro e inmisericorde: Golpes de espadas de madera por la espalda, carreras que duraban kilómetros, pruebas de esgrima que requerían unos reflejos casi perfectos.; todo con tal de obtener los guerreros más letales. Yo lograba pasar todas las pruebas, pero nunca conseguí contentar a mi padre. El siempre parecía decepcionado con mi desempeño, como si hubiese pasado… ¿Cómo se dice?
—¿Por los pelos? —sugiere Lucius.
—¡Eso! Nada le parecía suficiente y a mí me lo empezó a parecer también. Lo único que…—Por un momento Takeda sonríe—. Lo único en lo que parecía que yo destacaba era en el shogi; de entre mis compañeros en el dojo, yo me mantuve siempre invicto en ese juego. Ahora que lo pienso, si me hubiesen cambiado de escuela, a los Sanadores Kitsu o a los Comandantes Akodo, quizás habría encontrado mi lugar. El caso es que empecé a detestar a mi familia, a sus tradiciones, a mi dojo, todo. Me esforzaba para superarme y todo me parecía poco. Hasta mi genpuku, mi ceremonia de mayoría de edad y prueba final…
—He oído que esa prueba final, en el caso de los Matsu, es famosa por ser especialmente dura.
—Lo fue —confirma Takeda—. Y cuando la pase, creo que algo dentro de mí se rompió. Lo único que quería era irme de ahí. Por suerte, tenía una alternativa, no tenía que escapar: Podía optar por el peregrinaje del guerrero, el musha shugyo.
—¿Eso es?
—Una especie de rito personal opcional de un samurái al pasar su genpuku. Durante un año renuncia al nombre de su familia para viajar por Rokugan, valiéndose únicamente de sus medios para subsistir. Una vez pasado el año, regresa a su familia.
Lucius sonríe como un pícaro.
—Pero tú no planeabas regresar; ¿verdad? Tú te quedaste vagando por ahí. — Takeda asiente—. Tipo listo. Hiciste mutis por el foro sin que nadie se diera cuenta.
—¿Eh? ¿Mutis por el que?
—Perdón, quise decir que te desapareciste.
—Sí. Desaparecí en dirección suroeste, hacia las Montañas del Espinazo del Mundo. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa: Ser guardia de mercaderes, protector de un paso, hasta llegue a considerar unirme a un monasterio; todo con tal de no volver. Por fortuna, terminé llegando a un nuevo hogar.
“Unos tres meses después de “el inicio de mi peregrinaje” termine cruzándome con cuatro bandidos que habían rodeado a dos hombres. Ninguno me había visto, pues iba ocultándome entre la maleza después de volver de cazar un par de conejos. Lo que más me llamó la atención fueron las ropas de los arrinconados, su estilo era algo que no había visto nunca en un rokuganés. Después de dejar en un rincón de mi mente el pensamiento de que quizás fuesen de algún lugar lejano del imperio al norte o al sur, me dispuse a rescatarlos. Coloque una flecha en mi arco, apunté al que tenía más cerca y disparé. El bandido cayó a tierra con un golpe seco y los demás se dieron la vuelta para encararme. Pude dejar herido a otro en un hombro antes de cargar contra ellos con mi espada. Las victimas atacaron por su lado, pues la pelea ahora estaba igualada. El bandido herido murió y el resto huyó; ninguno de nosotros quiso perseguirles. Los hombres empezaron a darme las gracias, y fue entonces cuando tuve la certeza de que no eran de Rokugan. Su acento era demasiado extraño, sus ropas, miradas con más atención, eran un poco gruesas; como una imitación bien hecha pero con diferencias notables para el observador atento de los kimonos de los campesinos. Cuando se pusieron suspicaces por ver mi expresión me apresuré a decirles que no tenía nada contra ellos, que era un viajero y que, si no tenían inconveniente, me gustaría tener su compañía por un tiempo, pues había pasado mucho sin interactuar con nadie. Ellos accedieron y aquella noche estuve acompañado en mi refugio”.
“Durante la cena, esos dos hombres empezaron a preguntarme acerca de los últimos acontecimientos que habían ocurrido en la región. Decían no conocerlos por venir del otro lado de las montañas, pero yo intuía que había algo más. Cuando comunique mis sospechas se pusieron un poco hostiles, pero yo los tranquilice diciéndoles que no tenía nada contra ellos. Les conté mi historia cuando me preguntaron sobre mí, evidentemente para ver si era parte de algún grupo que ellos considerasen enemigo. Se tranquilizaron al saber que estaba solo y que nadie lamentaría mi muerte. Para devolver la confianza, me dijeron que su trabajo era averiguar cosas para las personas de su hogar, pues vivían algo aislados y no tenían mucho contacto con el resto del mundo. Yo me ofrecí a acompañarles en su viaje y ayudarles. Al principio se negaron, pero después de que insistiese se fueron aparte, hablaron entre ellos entre susurros y acordaron que podía acompañarles”.
“Pase los siguientes tres meses recorriendo las tierras del clan del León, el norte de las tierras de la Grulla y las tierras del clan del Unicornio al norte de las Montañas del Espinazo del Mundo. Logramos disimular nuestra condición de forasteros, pues la mayoría de los samuráis no suelen prestarle mucha atención a aquellos por debajo de ellos en el Orden Celestial, y un ronin esta apenas un par de escalones por encima de los campesinos; que tres anduviesen los caminos de los distintos clanes sin causar problemas no era un asunto digno de su atención. Cuando ya estábamos a mitad del otoño, en las tierras de la familia Ide del clan del Unicornio, me comunicaron que su viaje había llegado a su fin y que volvían a con su gente. Llegados a ese punto yo les había tomado cariño y pedí que me dejasen ir con ellos. Uno de los forasteros, llamado Gobi, dijo que no tenía inconveniente alguno, pero que esa decisión no le correspondía a él, si lo que quería realmente era quedarme a vivir con ellos. Como había resultado ser de confianza y habíamos compartido alegrías y penurias, me darían la oportunidad de llevarme con quien podría tomar esa decisión”.
“Me llevaron hasta las faldas de la montaña, hacia la casa de un hombre al que se refirieron como “El Anciano Cuervo”. Dicho hombre resultó ser un tanto extraño, pues no paro de mirarme directo a los ojos y de analizarme como si fuese un animal pequeño que acababa de levantar del suelo mientras me hacía preguntas; en franca violación de la etiqueta rokuganesa. Como estaba en los límites de las tierras del Unicornio no le di importancia, pues ellos tienen unas costumbres algo distintas al resto de Rokugan. Terminó por dar su aprobación y entonces emprendimos el camino hacia las montañas y se abrió para mí un mundo nuevo: Gobi y su compañero pertenecían a unas gentes que se hacía llamar “La Tribu de la Montaña Sonriente”. Vivian en un conjunto de aldeas y pueblos en valles entre las montañas. La sensación de calidez que percibí al verlos fue…”
El ronin se queda mirándose las manos y sonriendo feliz, sumido en sus recuerdos.
—¿Cómo si hubieses llegado a casa? —pregunta Lucius.
—Sí.
—Conozco esa sensación, amigo mío. Es hermosa. ¿A que si?
—Sí. El lugar era precioso y la gente…—Takeda hace silencio unos instantes—. ¿Puedes creer que me dieron golosinas en cuanto llegué?
—¿En serio? —Lucius levanta una ceja mientras sonríe.
—Sí. Quien me la dio fue una niña, por proteger a su hermano, que resultó ser Gobi. Y bueno, me acogieron con ellos y me volví uno más del pueblo.
“Pase con ellos el mejor invierno de mi vida. A esa altura el frio parece abrazarte y congelarte los huesos, pero gracias al carbón que extraen de la montaña todos se mantenían calientes en sus casas. Y las risas; esa gente parecía siempre estar feliz. ¿Sabías que, según cuentan, su fundación como pueblo empezó con una multitud riendo a carcajadas?”
—Por como lo cuentas, deben de ser gente acostumbrada a verle el lado bueno a la vida.
—Sí, así es. ¡Ah, y el Anciano Cuervo resultó ser un tengu!
—Oh, un yokai. ¿Hay muchos yokais viviendo entre esas personas?
—Solo he visto tengus. Eso sí, los he visto por decenas. Uno de sus ancestros hizo el pacto que sello la creación del pueblo y la protección de los tengus sobre cada uno de ellos. A cambio, los humanos les dejan ofrendas, que son siempre dulces, sobre todo hechos con arroz.
—¿Sabes? Presiento que estamos a punto de llegar a un conflicto nuevo. Digo, por cómo se nota que estás haciendo tiempo para disfrutar de lo bueno.
Takeda aparta la mirada unos segundos. Su expresión se vuelve totalmente seria.
—Tienes toda la razón, tuvimos que luchar. Dos años después de mí llegada a La Montaña Sonriente, varios grupos de bandidos empezaron a asentarse cerca de las faldas de la cordillera, en los territorios de la familia Ide del Clan del Unicornio y de la familia Soshi, de los Escorpiones. Para evitar que los guerreros de los clanes les capturasen, decidieron adentrarse aún más en las montañas, hacia nuestras tierras. Entonces decidimos que no íbamos a tolerarlo y que les expulsaríamos por la fuerza. Yo formé parte de los que planearon la estrategia y dirigí a mi propia partida de hombres contra nuestros invasores gracias a todos los conocimientos que había adquirido en el dojo; al final tanto esfuerzo había valido la pena. Aprovechando nuestros conocimientos del terreno y que defendíamos lugares altos, enfrentamos a los bandidos y fuimos ganando cada vez más terreno hacia la base de la cordillera. Al final los expulsamos, pero durante los combates finales fuimos avistados por exploradores del clan del Unicornio. Eso es un problema, pues no somos súbditos del emperador a pesar de vivir en su territorio. La Tribu de la Montaña Sonriente desciende de habitantes de Rokugan que, cuando los kamis bajaron de los cielos hace más de 1000 años, decidieron no acatar su mandato y vivir según sus normas y costumbres. Para poder hacerlo huyeron a las montañas después de que los seguidores del dios Akodo, fundador del Clan del León, les atacasen y se mantuvieron escondidos para que nadie supiese de ellos. Ahora habían develado su existencia y no tardaría de ser de dominio público entre toda la nobleza.
El silencio vuelve a apoderarse de la estancia, esta vez parece tender un manto oscuro sobre todos.
—¿Y ahora que harás?
—Tengo un plan, pero es la mayor locura que se me ha ocurrido: Unirnos al clan del Unicornio. Ese clan tiene costumbres de distintos pueblos de fuera de las fronteras del imperio, así que muy probablemente respetaran las costumbres de la Montaña Sonriente. Estamos armando una delegación para dirigirla hacia la familia Ide, los cortesanos de los Unicornio, para proponerles el trato: A cambio de nuestros territorios y de los recursos que hay en ellos, nos uniremos al clan como una familia más, con todos sus privilegios. No tenemos alternativa, necesitamos la protección de un clan para evitar que nos ataquen con cualquier excusa. Calculo que tendremos que sortear a los cortesanos de la ciudad de la Rana Rica, que está relativamente cerca de nuestro hogar y está gobernada por la familia imperial Miya; al fin y al cabo toda la tierra de Rokugan pertenece al emperador y él es quien tiene la última palabra sobre quien la administra en su nombre. Y…”
—Y quien sabe cómo acabara eso, ¿no? —Takeda asiente—. Bueno, eso lo veremos cuando tu historia eche a andar.
—¿Crees que saldrá todo bien, creador? —pregunta el samurái. Se nota la duda en su voz.
—¿Sabes? Haré mi mejor esfuerzo para que así sea. Te lo mereces.
—Gracias creador.
Lucius extiende la mano izquierda con el puño cerrado.
—De nada.
—¿Qué es eso que estás haciendo?
—Es una suerte de gesto cordial entre amigos. Anda, extiende el puño.
El samurái extiende su mano cerrada sin mucho convencimiento y la choca con el puño de su creador.
—Te deseo la mejor de las suertes, Takeda.
—Muchas gracias. ¿Necesita algo más de mí?
—No, puedes retirarte.
Takeda se pone de pie y, con una última reverencia, emprende solo el camino hacia el interior de la biblioteca.
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