PM: Capricho [Ashel&Amelia]

Publicado por Tarsis en el blog Remembers.... Vistas: 339

¡Feliz cumple mi vida! Ésta es la pm más larga que he hecho en mi vida. TODO PARA TI. Tiene Lemmon,, quedan advertidos los que lean. Espero te guste @Kyland ¡felices 19!

CORTESANA

ASHEL & AMELIA.



Ashel Deevont era alguien que cada semana tenía un capricho nuevo. Ésta semana era su nuevo y hermoso corcel negro. Otras semanas podrían ser las mujeres pelirrojas, otras las comidas exóticas, otras castigar a todos aquellos que le molestaban. Nunca se sabía, cuál iba a ser su siguiente capricho. Sólo sabían, que cuando lo dijera, tenía que llevarse a cabo, o muchas cabezas rodarían en el proceso.

Detuvo la marcha de su caballo en cuanto sus ojos la vieron, con una sonrisa tímida en los labios, hablando mientras compraba en el mercado del pueblo más cercano a su castillo. Su cabello claro brillaba bajo la luz del sol y sus mejillas sonrojadas la hacían ver completamente hermosa.

—¿Quién es ella? —Le preguntó al rubio a su lado. Evan Kolgers era su mano derecha, él era quien conocía a todos sus subordinados y la gente con la que se relacionaba, le susurraba los nombres de todos en las reuniones, conocer a la gente y hacer que pareciera que Ashel los conocía era su trabajo.

—Es Amelia Korzha. Hija de uno de tus principales productores, un conde menor de tus tierras del norte —contestó con aburrimiento, aunque elevando una ceja. Era muy extraño que Ashel Deevont preguntase por alguien, usualmente no le daba más de una mirada a nadie, al menos no por buenos motivos. Iba montado en su corcel negro y sus ojos verdes fijos en la pequeña de cabello tan claro como la miel con una cesta en las manos llenas de frutas y una criada acompañándola—. ¿No es muy niña para tus gustos?

—La quiero —dijo con firmeza, ignorando el anterior comentario de Evan con una sonrisa. Estaba dicho, sería su nuevo capricho. Era cierto, siempre tenía mujeres con mejores cuerpos y más voluptuosas en su cama, no era ningún secreto el gran apetito sexual del duque. No, él las llevaba a la cama, a cualquiera que señalara con el dedo o que lograra captar su atención. Las devolvía deshonradas pero no con las manos vacías, por eso muchas enviadas por su propia familia buscaban ganarse su favor. Aunque de cien, noventa y nueve fracasaban. El conde era un verdadero quisquilloso, que las evaluaba como una mercancía averiada. Si no eran perfectas y hermosas a sus ojos, volvían de nuevo por donde habían llegado, en algunas ocasiones incluso, su familia pagaba el precio de ofrecer algo tan horrible a sus gustos.

—Se ve que aún es una niña. —Se encogió de hombros, evaluando a la chica. Sabía que después de que Ashel decía algo, nadie lo sacaba de su capricho. Había crecido con él, eran primos y ahora su mano derecha. El conde Deevont era el más rico de la corte, sólo por debajo del rey. Tenía un humor de los demonios y una lista de caprichos impensable. Todos bajaban la vista por donde pasaba, tratando de no ofenderle.

—¿Y? —Sus ojos esmeraldas brillaban, como un niño que acaba de ver un juguete que deseaba en la vitrina. Estaba dicho. Él la deseaba y la tendría—. Piensa como hacer, la quiero en el castillo antes de tres días —ordenó sin miramientos en su voz inflexible. Le dio la vuelta a su caballo para cabalgar de nuevo a su hogar. Lo que él quería lo tenía… era así de simple para él.

*---*---*---*

Caminó con rapidez por los pasillos, asomándose en lo alto de las escaleras, viéndola. Desde allí arriba podía ver su piel enrojecida, su cabello alborotado, estaba flanqueada de dos guardias. Ashel frunció el ceño, pero Evan le alcanzó al inicio de las escaleras.

—Ahí tienes tu regalo. Me costó muchísimo traerla —suspiró, con evidente cansancio—. Comprometí a su familia y le saqué unas deudas, ofrecieron pagarlas, pero me traje a su hija como pago.

Ashel asintió, movimiento inteligente. Algo que él mismo hubiese hecho. Por eso no le preocupaba dejar nada en manos de Evan, sabía que él respondería.

—Es una fiera, lloró, peleó, intentó escapar. Tuve que ponerle una espada a su padre en el cuello y se calmó. Nadie le hizo daño. —Se adelantó a la mirada de advertencia de Ashel—. Ni la tocaron, sólo ha llorado todo el camino. Vuelve a tus gustos normales, estar haciendo esto es bastante trabajoso —resopló un poco irritado, siguiendo su camino.

Ashel sólo sonrió, idiota, sólo a él le permitiría hablarle así. Bajó las escaleras hasta detenerse frente a ella. Los guardias se pusieron firmes y tensos al verlo. Sus orbes castaños brillantes de lágrimas se elevaron hacia él, con el labio inferior temblando y las mejillas encendidas. Su virilidad le dio un tirón doloroso. Aquello se le hacía extremadamente incitante. La agarró de la barbilla, obligándola a mirarlo.

—Deja de llorar —gruñó, soltándola sin delicadeza—. Retírense —ordenó a los guardias—. Que nadie entre a ésta ala del castillo o adornaré con sus dos cabezas mi sala.

Los guardias asintieron, saliendo pitando del lugar, cerrando las gruesas puertas de madera tras ellos. Un silencio sepulcral se hizo en el lugar, el corazón le latía de forma tan rápida, que Amelia por unos segundos pensó que se le saldría del pecho.

—¿Tú no saludas? —inquirió de mala gana. Ella bajó la cabeza en una reverencia.

—D-Duque…—titubeó, con la voz rasgada por el llanto.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó, dando vueltas alrededor de ella, examinándola como un lobo a su comida.

—P-Porque mi p-padre le debe a u-usted…

—No. Estás aquí, porque te quiero. ¿Eres virgen? —Amelia dio un grito ahogado, era la pregunta más descortés que podía hacérsele a una dama, pero la mirada del duque no indicaba que hubiese cabida a no responder. Ella sólo se echó a llorar, y él la agarró del pelo con brusquedad, obligándola a verlo—. Te dije, ¿eres virgen o no?

—S-Sí, s-sí…—contestó en medio del pánico. Él la soltó, sonriéndole.

—Las cosas son así, Amelia. Yo mando, tú obedeces. Te voy a tomar y hacerte mía hasta que sacie mis ganas de ti y cuando me aburra, te mandaré de nuevo a tu casa —repuso con simpleza—, por cada desobediencia, dejaré una de las cabezas de uno de tus familiares en la puerta de la habitación donde te quedarás mientras estés aquí. ¿Entendiste?

La rudeza en sus palabras dejaba claro que no era una amenaza en vano. Ella asintió, con todo su mundo viniéndose abajo, él sólo sonreía complacido, ajeno a cualquier dolor o tristeza que ella pudiese sentir en ese momento. Sólo le importaba lo que él quería. Ashel se dejó caer con tranquilidad en el mueble de un caro terciopelo de algún otro país del cual él no tenía ni idea. Su mirada nunca la había dejado, midiendo cada uno de sus gestos, movimientos y reacciones. Era una niña, una niña asustada temblando frente a él.

Se desabrochó los pantalones, abriéndose el cierre, que rebelaba su virilidad ya medio despierta. La vio a los ojos, ella los abrió con desmesurada sorpresa, palideciendo.

—Compláceme —ordenó, recostándose del respaldar. Amelia se acercó a él llorando, las gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

—P-Pero, y-yo no sé qué hacer s-señor —titubeó, a medida que su llanto se acrecentaba, él la agarró de la mano, jalándola hacia abajo, poniéndola de rodillas frente a él.

—Lo vas a meter en tu boca y chuparlo. Eso a mí me gusta, así que tú lo harás. —Le colocó la mano sobre su miembro caliente, que se endurecía y engrandecía bajo su toque. La pequeña mano de Amelia temblaba, con sólo dieciséis años, apenas presentada en la sociedad, con tan poca experiencia en siquiera hablar con hombres estar en una situación como esa, era sumamente humillante. Lágrimas ardientes caían de sus preciosos ojos en cuanto abría la boca titubeante, tocando con sus delgados labios, la punta de su virilidad. Los rostros de cada uno de sus familiares vinieron a su mente, todos muertos gracias a ella. El estómago se le retorció de asco, a medida que lo empujaba dentro de su boca. Él empujo su cabeza contra él sin delicadeza, haciendo que se ahogara por su tamaño que no cabía por completo en su boca. La jaló del cabello y volvió a empujar contra su boca sin miramientos.

—Así —gruñó, con la voz afectaba. Echando la cabeza hacia atrás mientras ella hacía el movimiento que él le había indicado. Su pequeño cuerpo temblaba, humillada, mientras su saliva se unía al líquido pre seminal de aquel hombre que ni conocía—. Más rápido —gruñó, sin esperar por ella, movía sus caderas contra su boquita, exhalando el aire contenido en sus pulmones de golpe. Sus ojos aguados, su cuerpo delgado temblando en sus piernas, sus manos temblorosas en su miembro y su boca, pequeña, caliente y delicada, le volvían loco. No se la había podido quitar de la mente desde el momento que la vio y no se arrepentía de haberla pedido.

Se corrió sin contenerse en su boca cuando se sintió satisfecho, ella tosía sonoramente, ahogada y escupiendo aquel semen que le dejaba ese sabor tan desagradable en la boca. Ella se dejó caer sobre sus piernas en el piso al momento que él se paró, se ajustó nuevamente sus pantalones y respiró complacido.

—Tengo cosas que hacer. Aséate, luego terminaremos esto.

Salió de la habitación, ordenando unas cuantas cosas acerca de su nueva inquilina antes de atender algunas cosas que tenía pendientes.

*---*---*----*

Las luces de las velas iluminaban la estancia. Todo en completo silencio, sólo el tintineo débil de los cubiertos. Él estaba sentado a la cabeza de la robusta mesa, ella comía a su lado, más que nada moviendo los alimentos de un lugar a otro en su plato, sin llevarse nada a los labios. Él comía con apetito y perfecto buen humor.

—Come. —Le dijo, aunque sin prestarle mucha atención mientras se concentraba en su propia comida. Había ordenado a todos se alejaran de el sitio hasta que él se fuese a dormir, así que no había ni sirvientes cerca, ni nada que respirase salvo ellos. Los quince minutos más largos de la vida de Amelia, pálida y encogida en su silla. Ashel se limpió los labios con la servilleta, después de haber comido su postre. Se levantó de la mesa, levantándola como si fuese lo más normal del mundo. La puso de espalda a él, oliendo profundamente el aroma de su cuello perfumado.

Se había ido después de dar la orden que la atendieran y que acomodaran una habitación para ella. Fue bañada con sales y especias, su pelo cepillado hasta quedar suave y lustroso. Le colocaron un vestido de seda lujoso, beige con una falda vaporosa con brocados brillantes que iban a la perfección con su tez y el color de su pelo.

Falda que Ashel hizo a un lado sin miramientos, mientras el borboteo del llanto de Amelia se hacía presente, en cuanto sintió la piel caliente de su miembro entre sus nalgas.

—N-No… p-por favor —suplicó entre sollozos, intentó moverse, pero Ashel la sostenía con mano de acero por ambos lados de sus estrechas caderas, la empujó contra la mesa, para poder tener mejor acceso a ella. Su mejilla pegada contra la fría madera que se mojaba con sus lágrimas. Seguía sollozando y rogando y un grito desgarrador salió de su garganta al sentirlo como se hundía en ella sin pudor. Un dolor completamente desgarrador, como si hubiese sido partida en dos, él comenzó a golpear contra ella sin molestarse en esperar que su cuerpo se acostumbrara a él, tan grande, tan grueso… no le importaba que ella gritase y llorase, seguía entrando y saliendo de ella, destrozándola, haciéndola suya. La sangre lubricaba sus embestidas, salvajes, que hacían temblar al pequeño cuerpecito bajo él, la jaló de su largo y sedoso pelo, gruñendo excitado escuchando el choque de su pelvis contra sus nalgas enrojecidas.

Se detuvo, sin salirse de ella, sólo para agarrar con fuerza la delicada tela y rasgarla en dos, aferrándose a sus pequeños senos, delicados y suaves. Los apretaba mientras seguía bombeando en ella, sus sudores mezclándose. El dolor era insoportable y a la vez se mezclaba con el placer de ser poseída, algo incapaz de contener pese a que su cuerpo chillaba adolorido. Sus pequeños gemidos se mezclaban con su llanto y sollozos.

—Di mi nombre, Amelia. —Ordenó, con rudeza, agarrándola nuevamente del pelo, haciéndola que subiera el rostro lloroso.

—S-señor…—dijo de forma lastimera, como un perrito herido.

—Fuerte y claro. Di Ashel —gruñó, dándole una nalgada con su mano libre que la hizo chillar de dolor. Montó su delgado cuerpo sobre la mesa, sentándola de frente a él, su respiración estaba entrecortada por el cansancio y la excitación, hundiéndose de nuevo en ella—. Dilo —exigió robándole un beso, apropiándose de sus labios hasta hincharlos y saciarse del sabor de su boca que obligada le correspondía, se separó al dejarla sin aliento, entrando nuevamente en ella, ahogando el quejido de ella en sus labios. La poseía haciendo su cuerpo temblar, sus senos saltaban con el movimiento brusco de su cuerpo, mientras él se saciaba de su cuerpo.

—A-Ashel —gimió con fuerza, como él había exigido, mientras él se corría en su interior, exhausto. Se dejó con él sobre la silla, incómoda y dura, arrastrándola con él, teniéndola a horcajas sobre su cuerpo, mientras sus respiraciones completamente azoradas se calmaban, suspiró en su cuello, completamente satisfecho. Se puso de pie, aún sosteniéndola. Subiendo las escaleras con ella aferrada a su cuello, llorando bajito. La tiró sobre su enorme cama sin miramientos, tenía la entrepierna ensangrentada, lo cual no le importaba un carajo, sólo quería dormir y necesitaba algo suave y caliente que abrazar. Amelia resultaba un espectáculo digno de llorar, toda su piel tenía grandes marcas rojas, el vestido rasgado que él terminó de arrancar de su cuerpo antes de meterse bajo las sábanas y jalarla hacia él, abrazándose a ella como si de una almohada se tratase.

Ella estática, sin moverse, le dolía hasta la más mínima parte de su cuerpo. Pronto sintió la respiración de él volverse muy suave, se había quedado dormido mientras ella a su lado sollozaba en silencio viendo el techo hasta que con el trinar de los pájaros, el sueño por fin la venció.

Era la primera vez… que dormía en la misma cama que un hombre.

*---*---*---*

Se dejó asear por las sirvientas, que movían su cuerpo como si fuese una muñeca sin alma. Borrando cualquier rastro de sangre, untando su piel con cremas para los morados que comenzaban a esclarecerse bajo sus hábiles manos. Le susurraban que todo había terminado, que el señor ahora la dejaría ir a casa.

Pero él volvió por ella antes de comer, volvió a tomarla, ésta vez sobre la cama, haciendo que ahogara sus gemidos en las almohadas de plumas. Será la última vez, se decía ella en su interior, infundiéndose ánimo. Una última vez que se repitió nuevamente en la noche, hasta que él cayó exhausto a su lado y se durmió nuevamente sobre ella.

El duque Deevont tenía un nuevo capricho. No dormía y si no la abrazaba como si fuese su almohada. Y ella permanecía allí, llorando en silencio mientras él la hacía suya antes de dormir y al levantarse. La hacía suya cada vez que se antojaba de ella. Cada vez que estaba enojado o frustrado. Cuando quería que alguien se metiera en la tina con él, o dormir en las tardes. Estaba obligada a comer con él y a estar todas las noches en su cama. Era su deber esperarlo en la puerta cuando regresara de viaje, si es que no la llevaba con él si era muy largo.

Ya no sabía cuántos días habían pasado desde que había llegado a ese palacio. Sólo una vez preguntó, ¿cuándo volveré a mi hogar?

—Nunca —dijo como si aquello fuese lo más obvio del mundo—. Eres mía. No me gusta que mis cosas estén lejos de mí.

—P-Pero usted dijo…

—Cambié de opinión. —La cortó con brusquedad.

Y esa pregunta merecía un castigo. Ella tenía que pensar sólo en él y en lo que se sentía pertenecerle.

*---*---*---*

—No puede pasar, señorita. —La detuvo el guardia. La mujer iba envuelta en una toga negra, su cabello rubio platino escapaba por los lados.

—Vengo a darme al conde —repuso la mujer, avergonzada pero firme. Otra más siendo ofrecida al diablo.

—El conde ha ordenado expresamente que no desea ver a ninguna mujer —contestó el guardia, aún bloqueándole la entrada. La mujer parpadeó sorprendida.

—¿Se casó? —inquirió impresionada, cuando el señor de esas tierras se casara, hasta el más mínimo rincón del reino lo sabría.

—No. Pero ya tiene una señorita con él.

—Él siempre tiene a muchas —replicó la joven.

—Pero no tiene intención de devolver a la señorita Amelia.

Y todo el mundo lo sabía. Estaría confinada a ese palacio, a la merced de los caprichos de ese hombre, hasta que se cansara de ella. Lo cual era muy improbable.
Necesitas tener sesión iniciada para dejar un comentario