Nunca

No, no puede ser, otra vez está aquí. Tengo que huir, correr hasta donde me lleven mis piernas, me da igual el rumbo, solo quiero escapar de él.
—Nunca podrás huir de mí.
—¡Ja! ¡Eso es lo que tú te crees! —digo sin perder aliento.
Corro, no miro atrás, no quiero hacerlo. Si lo hiciese, lo vería y si lo viese, entraría en pánico, porque es horrible, es horrible lo que me persigue. ¿Por qué está aquí todavía? No lo entiendo.
Casi sin darme cuenta, me alcanza y me asesta una brutal bofetada. Dolor, siento dolor. Un dolor más intenso que el físico, un dolor interno, en el alma.
—¡Nunca podrás huir de mí! ¡Te lo dije y te lo diré siempre! Porque siempre, aunque intentes deshacerte de mí desesperadamente, siempre estaré ahí. Me adueñaré de tus pesadillas y poco a poco de tu vida. Nunca me iré.
Lloro amargamente, pienso en el dolor, pienso en que no me puedo deshacer de él. Y ya no tengo ganas de correr, no tengo ganas de huir. Quizás sea hora de aceptarlo.
—Nunca podrás huir de tu pasado. Nunca.
Tenía razón. Nunca.