Mimiko's past (3)

Publicado por Yugen en el blog ~NOIRLAND~. Vistas: 400

Meloetta

—¿Qué estás tocando, cariño?


Mamá era pálida, frágil como una flor de invierno y tenía una constitución muy débil. Desde la primavera no había hecho más que palidecer y pasaba largas temporadas en cama. Pero era hermosa. Tenía unos ojos vivaces y serenos que todo parecían ver y que todo comprendían, y una larga melena ondulada del color del trigo al sol, que se ondeaba sutilmente con cada uno de sus movimientos. Desprendía un aire de calma, serenidad y templanza. Era una mujer muy dulce y buena, con un corazón frágil por naturaleza pero de enormes demensiones.

Yo... admiraba a mi madre. Era la perfección que yo aspiraba a alcanzar, una auténtica dama de la élite. Junto a papá, ella era mi modelo a seguir. Pero tampoco podía pedir demasiado teniendo solo cinco años.

Dejé de tocar las teclas del piano y sin volverme, respondí:

—¡Heindenröslein*!

Aunque no la estaba mirando, supe por su voz que había sonreído. También supe que el sereno Luxray que acompañaba siempre a mamá me atravesaba con una mirada helada. Ese Luxray gruñón. Raiden se parecía mucho a su padre con esa serenidad y presencia que lo caracterizaban.

Pero Raito daba aún más miedo.

—Vaya...- dijo ella con dulzura- Has mejorado mucho.

Aquello me hizo feliz. Las palabras de mamá siempre sembraban mi corazón de dicha. Aún si no era como si hubiera estado practicando mucho esa pieza; esta era sencilla... y desde que mamá me había enseñado a tocar correctamente las teclas, sencillamente mi interés no había dejado de crecer. Amaba la música. Amaba el piano. Pronto empezaría mi clase en la Academia. En una de las más exclusivas de Ciudad Corazón.

¡Y estaba exultante de alegría!

Mecí mis pequeños pies en el aire. Con cinco años, estos ni siquiera alcanzaban el suelo desde la butaca.

-¡Yay! ¡Mamá me halagó, mamá me halagó!- exclamé, volteándome- ¡Algún día seré una pianista tan genial como tú!

Ella pareció sorprenderse, quizás. Su fisionomía calmada apenas sí lo dio a entrever.

-¿Quieres ser pianista?

-¡Sí!- exclamé, y sonreí ampliamente- ¡Porque amo la música!

No mentí cuando lo dije. ¡Amaba la música! ¡Amaba el piano! ¡Era mi bien más preciado, un tesoro invaluable! Lo compartía con mi madre después de todo. Y mientras papá estaba trabajando, yo sólo la tenía a ella. Todas mis posesiones no tenían ni punto de comparación con lo feliz que me sentía cuando solo pasábamos las horas. Por eso, cuando ella murió hice todo lo posible por desechar la música. No era lo mismo... nunca lo sería. Abandoné el piano y me centré en otras cosas, cosas que mantenían mi mente ocupaba y que me gustaban. En la interpretación y los concursos... pero nunca dejé ir aquellos recuerdos. ¡No podía hacerlo! Y después... después estaba Meloetta.

Mamá sonrió de nuevo.

-Eso es maravilloso, mi vida- me dijo, con una voz muy suave y dulce. Y me acarició el cabello con la mano- Pero sabes de sobra que papá no te lo permitirá. Él quiere que sigas sus pasos y te encargues de la empresa familiar. ¡El orgullo de los Honda! ¿No te gustaría eso?

Inflé las mejillas con aires de niñita regañada.

—¡Claro que sí! Soy una Honda después de todo — dije con auténtico orgullo, y me mordí el interior de la mejilla poco después— Pero no es justo. Papá es un estirado aburrido.

—¿Oh?

Y entonces sí, por primera vez en mucho tiempo... escuché a mamá reír. Su risa era suave, como el murmullo de un riachuelo, como el repiqueteo de un centenar de campanillas. Pero estaba llena de alegría y jovialidad. Era una risa corta y femenina, muy femenina, pues mamá ponía especial cuidado en las cosas que hacía. Pero al mismo tipo estaba llena de sinceridad.

¿Cómo alguien podía reír así?

—No hables así de tu padre, Mimiko- me reprendió cariñosamente, apartando la mano de sus labios- Él te quiere mucho, pero es un hombre ocupado.

Sí, claro.

Desvié la mirada. Papá era un hombre ocupado... ¿cuantas veces había escuchado eso ya? ¿En cuantas ocasiones habia sido esa la respuesta? Estaba harta de oírlo. Papá es un hombre ocupado. Papá tiene asuntos que atender. Papá no puede venir hoy. ¿Por qué no podía estar con nosotras? ¿Por qué su trabajo era más importante que yo o que mamá? Era... ¡era mi padre, después de todo!

Aquello no podía ser justo. Apreté los puños sobre mis rodillas, herida, y asentí vagamente.

—Hum.

—Mimiko.

-¿Si?

-¿Conoces la historia del pokémon canción?

Recuerdo que aquello llamó mi atención poderosamente. Alcé la mirada, curiosa, y clavé mis ojos azules en la mirada agumarina de mamá.

-¿Chatot?

-No- respondió, sacudiendo suavemente la cabeza. Ella tomó asiento junto a mí en la butaca frente al piano y me abrazó. Raito se sentó junto a nosotras- Un pokémon que vive mucho más lejos, en una región apartada. Cuenta la leyenda que su hermosa música, su melodiosa voz... serena y calma el corazón de las personas.

¿Un pokémon que amaba la música?

En ese momento mi pecho se llenó de calidez. ¡Una historia de mamá! ¡Amaba los cuentos que me contaba! Normalmente la encargada de ellos era Marie, pero nadie lograba envolverme con sus historias, a través de las palabras, como lo hacía mi madre. Mis ojos brillaron de ilusión ante la perspectiva. También sentí una chispa de curiosidad.

-¿Qué pokemon es?

Pregunté, acurrucándome entre sus brazos. Ella me abrazó más fuerte.

-Meloetta.

-¿Melo... etta?

-Hum. ¿Quieres que te cuente su historia?

-¡Sí!

Poco después de aquello... la condición de mamá empeoró. Yo no entendía nada, pero la servidumbre andaba cada vez más alborotada. LLegó un momento en que la debilidad de su cuerpo le impidió levantarse de la cama. Aún tengo en la mente la imagen de mi padre en el gran salón mientras fuera llovía a cántaros, aquella fatídica noche de invierno... caminando de un lado a otro pesadamente mientras apuraba un cegarrillo apretado entre los dientes. Cuando el médico abandonó la masión tuve que escudarme entre los brazos de Marie, asustada. No tenía idea de lo que pasaba. No sabía que pintaba el médico en mi casa. No sabía por qué la servidumbre estaba tan alterada, comentado y lamentando el estado de su ''señora''.

¡No iba a ocurrir nada horrible! ¡No era el fin del mundo!

Pero así lo sentí.

Mamá falleció poco después de eso. Y la soledad se impuso en mi vida con mano de hierro, coaccionándome, hiriéndome. Al principio me mostré incrédula... luego sentí rabia... incluso llegó un momento en que odié a mi madre por abandonarme. Pero tras el duelo solo quedó la nada.

—¿Por qué? ¿Por qué ahora?

¡Jamás me lo esperé, jamás creí que pudiera ocurrir! Fue devastador para mi yo de seis años. Cuando papá desaparecía de casa, yo pasaba las horas en solitario sentada al piano. Trataba de tocar, y lo hacía... pero nada era igual. El sonido se sentía tan vacío y lejano. Raito me observaba silencioso desde el otro lado de la habitación.

Y entonces decidí no volver a tocar una sola de esas teclas. Olvidé mi sueño de ser pianista. ¡Lo deseché todo, rabiosa y herida! Pero jamás olvidé la historia de Meloetta que mamá me contó. Jamás olvidé aquella historia.

Un pokémon que hacía felices a los demás con su música. Un pokémon como mi madre.

Yo tenía que verlo. Definitivamente debía encontrarlo como fuese.

****

*Heidenröslein ("rosita del matorral") es un poema de Johann Wolfgang Goethe y una pieza de Franz Schubert. Es una canción habitual en las clases de música en los colegios. Su interpretación a piano es muy sencilla, perfecta para principiantes.
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