Lo habia perdido.

Se acostó en su cama, de lado, echándose el cobija encima y posando su cabeza en la almohada. Sintió en su pecho una aguda punzada de dolor, agonizante, mientras cerraba sus ojos e imaginaba una vida con su hermano, como sería si él estuviese vivo. Quizá tendría unos 17 años y viviera en un estado diferente dentro del país, y ella le llamaría o mensajería todos los días para charlar con él, porque sí, siempre tuvo la fuerte sensación de que iba a ser un hombre, un hermano menor sólo por dos años. Se lo imaginaba jugando con su otro hermano, quizá al futbol, o cualquier otro juego que el otro que el otro quisiera. Se lo imaginaba visitando cada ciertos meses a su hermana y su papá, pasando algunas temporadas con ellos, y ella disfrutando con él. Y en otras ocasiones ella visitándolo a él en su casa, amándolo de la manera en como se podía amar un hermano, hermoso como un rosa blanca florece.

Pero entonces ella abrió los ojos y la realidad la abofeteó. Estaba en su cuarto, hundida en su cama mientras su corazón se fragmentaba con sueños que no podían hacerse realidad, utópicos. No tenía ese hermano, y nunca lo iba a tener. No tenía a quien mensajear todos los días, ni tampoco llegaría su hermano de visita a casa. Porque no existía, porque eso sólo era posible en el mundo de los sueños donde su corazón, sólo unos momentos, dejaba de doler y ella sonreía.

Y lloró, gruesas lágrimas derramándose de sus ojos mientras su corazón se fragmentaba, mientras se ahogaba en sollozos y su alma se quebraba, frágil como un cristal.

No tenía ese hermano, se lo habían quitado.

Y a ella sólo le quedaban sus sueños, los cuales lentamente destruían su corazón.

Lo había perdido para siempre.