La mala suerte también es tradición

Publicado por Hygge en el blog Liza's blue heart. Vistas: 337

Día 3: "Vela"

Hasta hace un par de años, siempre ocurría lo mismo por estas fechas tan señaladas. Celebrar Navidad en casa de la abuela siempre hacía que mi hermana y yo intercambiásemos miradas cómplices y alguna que otra risita porque cada año, sin excepción, ocurría el mismo desastre que lograba retrasar la preparación de la cena. De alguna u otra forma, "el desastre de la cena de Navidad" se había vuelto parte de nuestra propia tradición.

Siempre se seguía el mismo patrón, y cada año tanto nuestras primas como nosotras dos esperábamos preparadas el percance, y por qué no, con ciertas ganas. Nos sentábamos en el sofá del salón, hablando entre nosotras mientras los padres preparaban la mesa, y tanto mi abuela, mi madre y mis tías se repartían los lugares en la cocina. Podíamos escuchar las charlas y las risas desde nuestro lugar, pero sabíamos que la calma no duraría mucho. Encendieron el horno, el microondas, alguna que otra luz y... Oh, craso error.

De un momento a otro, todo el hogar se vio sumido en la más profunda oscuridad. En ese instante, todo siempre era un revoltijo de voces. Los padres nos pedían calma, que ya volvería la luz en seguida, aunque mis tías nos buscaban para comprobar si estábamos bien. Mi abuela resoplaba frustrada un "Ya empezamos otra vez", mientras que nosotras no podíamos dejar de reír. Mi prima más pequeña reía también, pero no me pasaba desapercibido su agarre en mi brazo, pues era bien sabido que le tenía mucho miedo a la oscuridad. Por eso, nos quedábamos juntas, curiosas de cómo resolverían esta vez el problema de cada año.

Debido a esto, siempre teníamos preparadas las velas en el cajón, como medio de emergencia por aquel entonces en el que no teníamos linterna en los móviles. Las colocaban en la mesa, mientras que nos quedábamos embobadas mirándolas, y algunas eran llevadas a la cocina para encontrar el interruptor que se había vuelto a estropear. Al parecer, la caja de la luz estaba demasiado vieja y no aguantaba la más mínima carga, y por eso preparar las cenas de estas fechas se volvían un suplicio para los pobres.

Luego volvía la luz, pero al poco rato de conseguirlo, todo volvía a irse al traste, y regresaban una vez más las risas. Al final, las velas siempre eran nuestra más confiable y fiel compañía.

Sus flamas habían sido testigos de los momentos más divertidos de la cena de Navidad.

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