La atracción, vino tinto y jugo de uva (Parte 1/2)

Publicado por Ruki V en el blog Espíritu encaminándose. Vistas: 32

En Diciembre, trataba de explicar mis sentimientos románticos por alguien comparándolos con una hamburguesa.

Aunque no me había sentado a escribirlo así, creo que en fue más o menos en Febrero que empecé a compararnos, tanto a esa persona como a mí misma, más bien con un jugo de uva.

Imagínense que un hombre sediento va a la tienda y ve en venta una botella, la única en su anaquel, que le parece muy bonita, diferente a las demás de una forma que no sabía explicar; la cual tiene la imagen de un racimo de uvas para dar a entender su sabor.

El hombre compra la botella sin detenerse a leer una sola palabra de lo que dice en la etiqueta, pero está muy confiado en que no puede ser otra cosa sino vino tinto. Se le antoja tanto que se le hace agua la boca.

En la caja, la cajera le pregunta si encontró lo que buscaba, y él dice "Sí, muero por probar este vino tinto", ante lo cual la cajera se muestra confundida y dice "Oh pero, aunque es muy delicioso, esa botella es solo jugo de uva". Él se ríe, como diciendo "sí, claro". Paga su botella y se retira.

Llega a casa y abre la botella, todavía sin haber leído la etiqueta; se sirve una copa, le da un sorbo, y se da cuenta de que en realidad es solo jugo de uva. Se nota que no hay una sola gota de alcohol ahí. Sin embargo, en lugar de comprobar esto leyendo la etiqueta, da más sorbos, tratando de disfrutar la bebida. Incluso trata de convencerse a sí mismo de que tal vez solo es muy bajo el nivel de alcohol por volumen.

Ante la duda, por ese día solamente se bebe la copa que se sirvió. Sin embargo, días después le vuelve a dar otra oportunidad. El líquido sigue sabiendo a jugo de uva, siendo completamente sinceros. Le gusta; el sabor es dulce, y también su mente le asegura que el alcohol está ahí, aunque sea casi imperceptible. Ese día se bebe dos copas repitiéndose a sí mismo que el sabor está perfectamente bien, pero decide no servirse más que eso.

Pasan semanas antes de que se acuerde de la botella. La ve en su vitrina de licores, piensa en el sabor de las pocas copas que se sirvió cuando recién la compró, y luego de un poco de titubeo decide sacarla para servirse un trago. No llena la copa, sino que se sirve literalmente lo suficiente para un sorbo, tal vez dos. En verdad le gusta cómo sabe, pero, ¿es vino tinto? No le cabe en la cabeza que sea jugo de uva, y confundido vuelve a guardarlo en su sitio.

Tiempo después, el hombre ronda la vitrina de vez en cuando. A veces incluso abre la puerta; a veces incluso sostiene la botella en sus manos; a veces incluso saca una copa vacía y la pone en la mesa. Pero todas esas veces acababa devolviendo la botella (y la copa) a su sitio. Suspiraba y se lo pensaba de nuevo. Hasta que un día se hartó. Sacó la botella y su juego de seis copas, vertiendo parte del líquido en tres de ellas de una sola vez.

Antes de dar un sorbo a la primera copa, por primera vez en meses echó un vistazo a la etiqueta. Más claro no podía leerse: "JUGO DE UVA". Pero tomó su primer sorbo y se dijo a sí mismo que sabía a vino tinto. Se rió y se bebió la copa despacio y con gusto. Luego se bebió la segunda un poco más a prisa; con la tercera, relajó una vez más el paso; pero se sirvió una cuarta y esa se la tomó más rápido que la primera.

Se sirvió una quinta copa, le dio un sorbo, se lo pensó un momento, frunció el ceño, y no dio un segundo sorbo sino hasta después de varios segundos de meditación.

Le tomó varios minutos beberse media copa, después de los cuales la dejó en la mesa, se sentó frente a ella, la contempló meditativo, y finalmente se dio por vencido.

Acercó su mano a la copa para levantarla de la mesa y llevarla a lavar, pero en su lugar fue descuidado y la tumbó, dejando que el líquido se derramara en su mantel. Pero no le importó: dejó así como estaban el mantel, la copa y la botella.

Era jugo de uva. Por más que deseara que fuera vino tinto, no lo satisfacía. Con el paso de los días, muy de vez en cuando pasaba por su cabeza de manera muy breve la idea de recoger la copa y servirse otro trago; pero eran pensamientos que consideraba impulsivos y los terminaba ignorando. A veces se sentaba y jugaba con la botella entre sus manos, admirando todo lo que le gustaba de su exterior, pero también reconociendo la tristeza que le daban las palabras "JUGO DE UVA" tan claramente escritas en la etiqueta. Un día incluso habría jurado que la copa se había llenado sola, a plena luz de día, ahí en medio de la mesa; pero él no quería beber de ella si no tenía vino tinto, así que la volvió a tumbar.

Algunas noches después soñó a la cajera que le vendió la botella. Ella le preguntó, con la botella en mano: "¿No me dijiste que estabas seguro de haber encontrado lo que buscabas? ¿No te dije yo que esta botella era solo jugo de uva? ¿No te pareció delicioso a pesar de no ser vino tinto? ¿No apreciaste su dulzura? ¿No fue suficiente?". Y el hombre, luego de respirar hondo, respondió "No"; y no fue la única respuesta que articuló, pero al estar soñando, nada de lo que decía tenía coherencia realmente. Aún así, la cajera asintió, dio media vuelta y se fue, llevándose consigo la botella. El hombre despertó de ese sueño prefiriendo no prestarle mucha atención.

En días siguientes, se encontraba rondando la botella una vez más. Otra vez se sentaba y jugaba con la botella entre sus manos, admirando todo lo que le gustaba de su exterior, pero nuevamente reconociendo la tristeza que le daban las palabras "JUGO DE UVA" tan claramente escritas en la etiqueta. "Terquedad" podía perfectamente bien ser el segundo nombre de este hombre.

Pero un día, se quiso servir una copa... y resultó que la botella estaba vacía.

Cayó si acaso una última gota dentro del vidrio cristalino, y fue demasiada la sorpresa. Agitó y golpeó la botella como si fuese catsup para tratar de sacarle más, pero no había más.

Era como si se hubiese evaporado en el aire. ¿O acaso en verdad se había terminado el jugo de uva y no lo recordaba? ¿Tenía menos sentido pensar eso?

Desesperado, corrió a la tienda decidido a comprar otra botella; y para su sorpresa, se encontró a la misma cajera acomodando otras botellas en el mismo anaquel de donde había obtenido la primera. Ella no se acordó de él de inmediato, pero cuando lo hizo sonrió amablemente y le preguntó si buscaba algo en especial; a lo que él respondió "Sí, una botella de vino tinto como la que compré tiempo atrás". La mujer trató de contener la risa y se aclaró la garganta antes de responder: "Lamento decirle que ese jugo de uva ha descontinuado su producción, pero, ¿le puedo ayudar en otra cosa?".

El hombre ni siquiera discutió. No insistió en que era vino tinto, no mandó a la mujer a buscar en la parte de atrás, no preguntó si podría encontrar la botella en otra tienda, no pidió un gerente, ni nada. Dio la media vuelta y se retiró.

Llegó a casa y vio la botella vacía todavía en su mesa, junto a la copa de vidrio manchada por una última gota que descansaba en el fondo, encima del mantel permanentemente manchado que no se había molestado en quitar.

Hasta entonces.

Jaló el mantel de golpe, lo que ocasionó que la botella y la copa cayeran al suelo. La botella, que era más frágil de lo que parecía, se quebró en varios pedazos. La copa se hizo añicos; y no quedó ni rastro de la última gota de jugo de uva.

Luego de pensárselo un momento, el hombre limpió perezosamente su desastre, barriendo torpemente los vidrios rotos del suelo, pensando que a fin de cuentas no era como si alguna vez estuviera descalzo en su planta baja. Tiró todo a la basura, mantel incluido, y siguió con el resto de su día.

Al día siguiente, se aseguró de que el camión de basura se hubiese llevado la bolsa, y solo Dios sabrá si volvió a pensar en esa botella de jugo de uva en su vida.
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