En el Punto de Mira Capítulo 5

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Después de aquella charla, un coche nos trajo, a mi y a Mangel, a nuestros pisos. Fuimos en un Mercedes Clase S del 2013 negro.
Primero, lo dejó a él y luego se dirigió a mi casa. Durante la trayectoria hasta mi piso, miraba por la ventanilla al exterior, viendo como poco a poco se hacía de noche.
En mi mente, planeaba como hacer todo en tan poco tiempo. De vez en cuando también me venía algún que otro recuerdo de viejos tiempos, en los que era feliz.

-Hemos llegado señor Doblas-dijo el conductor. Podría acostumbrarme a esto de tener un chófer, pero en estas condiciones prefería que no.

-Gracias-digo mientras abro la puerta y salgo del vehículo. Cierro la puerta y me dirijo hacia el edificio.
Subo las escaleras y entro en mi piso. Hachi viene a la puerta a recibirme. Sigo andando hacia el comedor e identifico a Raspby en el sofá. Voy hacia allí y me siento a su lado, Hachi me sigue y también se sienta a mi otro lado. Acaricio a mis dos gatas a la vez. Estoy cansado, tanto físicamente como psicológicamente. Me duele la cabeza y estoy harto de todo. Me levanto, enciendo la tele y vuelvo a sentarme.
Las gatas se marchan a sabe dios donde. Me pongo cómodo en el sofá y miro la tele. No hay nada interesante, pero me vale. Siento como mis párpados me pesan. Cada vez más. Hasta el punto de quedarme dormido.
De repente, una luz me molesta. Abro los ojos y un rayo de luz entra por la ventana dándome en toda la cara. Hachi viene y se tumba en mi regazo. Miro el reloj que hay en mi muñeca izquierda. Son las siete de la mañana. Voy a la cocina y bebo un vaso de leche. Voy a mi habitación y empiezo a hacer mi maleta. Cogo ropa y algunos objetos de valor, al menos para mí. Dejo la maleta medio hecha y decido ir a casa de mis padres para explicarles el caso. Me he entretenido tanto, viendo viejas fotos y recordando momentos, que ya son las nueve de la mañana.
Salgo de mi piso y voy a la parada del bus que hay más cerca. Allí, cogo el autobús que lleva a otra parada y una vez allí, cogo otro bus que me lleva directamente a donde viven mis padres.

Después de hacer todo el trayecto, llego a la que era mi antigua casa.
La casa de mis padres es de dos plantas, con un pequeño jardín en frente y otro un poco más grande detrás de la casa. Es de un color amarillo muy suave, y todas las ventanas son marrones. La casa está rodeada por una verja.
De pequeño, soñaba con que viviría aquí siempre. Me casaría y mi mujer y yo viviríamos aquí. Incluso llegué a soñar que nuestro hijos crecerían en esta casa.

Entro por el caminito que hay en el jardín. Miro a los lados mientras me dirijo a la puerta. Todo sigue como la última vez que vine aquí. La hierba sigue perfectamente cortada, los enanos de cerámica siguen estando a ambos lados de la puerta. El rosal sigue floreciendo donde siempre, las flores recién plantadas de mi madre florecen como nunca… Nada ha cambiado.

Toco al timbre.
Oigo un poco de ruido y abren la puerta. Es el padrino.

-¡Hombre Rubén!-dice mientras me abraza-Hace mucho que no vienes por aquí- me suelta.

-¡Hijo!-oigo a mi madre por detrás. Luego, viene y me abraza dándome un achuchón como cuando era niño.

-Bueno...si…-digo rascándome la nuca-Es que estuve bastante liado-contesto sonríendo para que no se preocupen.

-¿No tendrás una novieta?-dice el padrino en voz baja mientras me dá un codazo. Luego, se echa a reír, y con él mi madre.
Ojalá, pienso.
De repente, escucho como una voz de niña.

-¿Rubén?-pregunta mientras se acerca a la puerta. La identifico. Es mi hermanita.

-Soy yo pequeña-digo mientras la cogo en brazos y le doy un beso en la mejilla. Ella me estruja entre sus brazos con todas sus fuerzas. La echaba mucho de menos.

-Pero pasa hombre-dice el padrino mientras me invita a entrar con la mano. Dejo a mi hermana en el suelo y entro a la casa. Voy a la cocina y me siento en una de las sillas. Mis padres se sientan enfrente mía y la pequeñaja esta de pie junto a nosotros esperando a que digamos algo.

-Que maleducada soy, ¿quieres beber algo cariño?-dice mi madre mientras se levanta de la silla.

-No mamá, gracias-digo-Siéntate, por favor-ella lo hace- Tengo que contaros algo muy serio-y dirijo una mirada al padrino que lo dice todo.

-Cariño, ¿puedes ir a tu cuarto a jugar un rato con tus muñecas?-le dice a mi hermana. Ella asiente y se va.

-¿Qué pasa?-dice mi madre seria y con los ojos como platos.

-Resulta que…-digo-resulta que vuelvo...a…

-¿¡A DÓNDE VUELVES RUBÉN?!-dice mi madre histérica mientras se levanta de la silla.
El padrino le pone una mano en el brazo para que se calme. Ella se vuelve a sentar.

-Vuelvo a la agencia-digo cabizbajo con la mirada en la mesa, por lo que no puedo ver sus reacciones, pero las intuyo.

-No puede ser-dice el padrino-Pero si ya estabas fuera, para siempre-puntualiza.
Mi madre me mira, tiene los ojos llorosos. Sin embargo, no llora, pero ganas no le faltan.

-Ya lo sé

-¿No irás verdad?-dice él-La última vez que fuiste casi te perdemos, no podemos arriesgarnos una segunda vez

-Tengo que ir. La cosa está muy mal, y están escasos de personal

-Que lo haga otro-dice mi madre

-Los únicos que podemos arreglarlo somos Mangel y yo, lo siento-digo firme, aunque por
dentro me esté derrumbando. Esto es más difícil para mí, que para ellos.
Mi madre se echa a llorar.

-No sé lo que tenemos que hacer-sigo-Solo sé que tenemos 48 horas para despedirnos de nuestros familiares y de preparar nuestras cosas. También sé que se trata de algo muy gordo.
Mi madre sigue llorando, y el padrino intenta consolarla como puede. Yo me levanto de la silla y me dirigo hacia la habitación de mi hermana.
Voy silenciosamente hasta llegar al umbral de la puerta, ahí me paro y observo lo que hace. Está jugando con una muñeca en el suelo. La mueve de un lado hacia otro, simulando que está andando. Me acerco a su cama y me siento.

-Hola enana-digo observando como juega.

-Oh dios mío el vestido rosa-dice haciendo caso omiso de mis palabras. Lo busca por el suelo de la habitación y cuando lo encuentra lo coge y vuelve a su sitio inicial. Le pone el vestido, y luego deja la muñeca en el suelo. Viene junto a mí y se sienta a mi lado. Sus piernas cuelgan y juega balanceando sus pies de delante hacia atrás.

-¿Por qué llora mamá?-pregunta mirándome a los ojos. En ese momento, se me parte el alma. Tener que decirle adiós a mi hermana es la cosa más difícil que he tenido que hacer en toda mi vida.

-Enana…-digo mientras la cogo y la siento en mis rodillas-Tengo que irme

-¿A dónde?-pregunta.

-¿Te acuerdas de aquella peli de superhéroes que vimos en la que buscaban a la gente mala que querían apoderarse del planeta?-ella asiente-Pues yo soy como un superhéroe, pero sin poderes.
-Pues que rollo-dice-molaría más si tuvieras poderes
Sonrío
-¿Cuándo te vas?-pregunta.

-Mañana por la noche

-¿Durante mucho tiempo?

-No lo sé-se pone seria y yo también. Tengo ganas de llorar y de abrazarla y no soltarla nunca, pero tengo, más bien, debo aguantar-Pero esta noche me quedo, y vemos una peli ¿si?
Ella sonríe y asiente. Luego, se va al comedor a ver la tele.
Me levanto despacio, pensando en cómo haré para despedirme de mi hermana. Después, me dirijo al pasillo. Avanzo, hasta una puerta de madera de abedul. Abro la puerta y me adentro en la que era mi habitación. Todo sigue tal cual lo dejé. Mi estantería llena de figuritas, consolas, videojuegos, gorras, la máscara de V de Vendetta, mi pipa de agua, las paredes aún con mis posters...

Echaba tanto de menos todo esto…
Me siento en mi cama y observo mi habitación. Desearía poder quedarme aquí para siempre, pero no puedo. Voy a mi armario y rebusco. Encuentro ropa que hace siglos que no me pongo. Muchas de ellas me recuerdan a momentos de mi vida en los que era más que feliz. Mi sudadera verde, la que llevaba puesta el primer día que la conocí. Mi chaqueta de cuadros de varios colores, en nuestra primera cita. La camisa azul, en nuestro primer aniversario.
Mis ojos se volvieron llorosos. Una lágrima cae por mi mejilla. Me la quito con la manga de la chaqueta mientras respiro fuerte por la nariz tirando por los mocos. Vuelvo a poner la ropa en su sitio y voy a cerrar la puerta de mi habitación. Luego, vuelvo a sentarme en el borde de mi cama. Apoyo los codos en mis rodillas y hundo mi cara en mis manos. Rompo a llorar.
Venir aquí se me hace muy duro, después de todo. Y aún más si tengo que despedirme de mi familia.
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