Capítulo 7

Publicado por BndW Owl en el blog El blog de BndW Owl. Vistas: 11

Julia estaba más que harta. Quería cargarse a todo el mundo. Si por ella fuera, habría sacado tanta punta a su lápiz que lo hubiera podido usar como arma letal para clavárselo en la yugular a todo aquél que la llamara por ese maldito apodo. “Oye, Jules, ¿me ayudarías con el tema 2 de Química? No pillo nada.”, decía ese. “Bonita camiseta, Jules. ¿Dónde te la has comprado?”, decía la otra. “Te devuelvo los dos euros que me dejaste para café el otro día. ¡Mil gracias, Jules!”, decía el de más allá… Jules, Jules, Jules, Jules… Estaba claro que eso ya no tenía arreglo.

La última semana de septiembre había llegado, y el curso escolar ya se desarrollaba en todo su esplendor. Deberes por aquí, algún que otro trabajo de grupo por allá, y apuntes. Muchos apuntes. Julia se consideraba una buena estudiante, nada excepcional, pero sí por encima de la media. Consiguió coger el ritmo bastante rápido sin mucho esfuerzo, aún y llegar a Kadic una semana después del inicio de las clases. Desde siempre, la organización y la autodisciplina habían sido su fuerte… Y la chica no podía dejar de pensar en la posibilidad de que la causa principal de sus cualidades fuera el hecho de que ella era… bastante especial.

Un desagradable escalofrío recorrió su columna vertebral, y le puso la piel de gallina. Por suerte, hacía un mañana perfecta para disfrutar del sol durante la media hora de descanso del día, y eso la hizo sentir mucho mejor. Fue directa a la máquina de café y tecleó el código para un té con limón que el cuerpo le pedía a gritos. De lejos, vio a Sissi y a algunas de las chicas, saludándola e indicándole que se sentara con ellas en el banco al lado de la entrada principal. La española se acercó a ellas con una sonrisa, y se juró a sí misma que si alguien más volvía a llamarla Jules, le daría un puñetazo.

— Ay, Julia, amor… No entiendo cómo puedes beberte ese líquido asqueroso. Huele en plan… super artificial… — Sissi observó la bebida con cara de repugnancia, sin creer que eso podía ser realmente té con limón.

— Necesito algo caliente, y el café de esa máquina no se puede beber… Es como agua pasada por calcetines sucios.

— Pues yo he oído que tomar mucho té deja manchas en el esmalte… Y no se van. — le insinuó Heidi Klinger, a lo que Julia gruñó con desdén.

— Es sólo un puto té al día, Heidi… No se me van a caer los dientes por eso.

— ¡Uuuhhh! Alguien se ha levantado de mal humor esta mañana… ¿Hay algún problema, Julia? — preguntó Françoise Maillard, algo sorprendida.

— Perdonad, es sólo que… odio a Odd Della Robbia.

— ¿En serio? ¿Por qué? A mí me parece una monada… — continuó Françoise, con una tímida sonrisa en los labios.

— Es un plasta insufrible… Siempre me viene con sus “¡Eh, Jules, tía! ¿Qué tal? Me mola tu rollo blah blah blah”… Dios, ¡no le soporto!

— No te lo tomes tan en serio, mujer… Odd puede parecer algo pesado a veces, pero yo creo que es un buen tío. — comentó Helena Fayolle, mientras abrillantaba sus uñas.

— Además, por su culpa, ahora todo el mundo me llama Jules… ¡Mi nombre es Julia! Ese apodo me da tirria, y empezó a usarlo él. Capullo de mierda…

— Vale, Julia, ya está… Relájate. – Françoise intentó tranquilizarla.

— Jules suena a nombre de chico… ¡Y yo no soy un chico, joder!

— De acuerdo. Nos ha quedado claro… Prohibido usar ese nombre delante de ti. Apuntado. Madre mía, qué carácter gastas, cari… — dijo Heidi, un poco temerosa.

— Bueno, chicas, hablemos de cosas importantes, ¿os parece? — Sissi se aclaró la garganta para continuar. — Tenemos que planear bien cómo iremos vestidas para la fiesta de este sábado.

—¿De qué estás hablando? — Julia arqueó una ceja, confundida.

— Tu odiado Della Robbia va a dar una fiesta en su casa este fin de semana. Parece que sus padres se largan y no regresan hasta el lunes… Lo he oído por allí. Es crucial que decidamos esto juntas. ¿Os imagináis que repetimos modelito? Qué horror…

— Pero Sissi… Odd no nos ha invitado, ¿verdad? — preguntó Helena, dubitativa.

— Aún no. Pero lo hará… Estoy más que segura de ello.

Sissi observó de reojo a Julia. Sabía perfectamente que el italiano haría lo que fuera para que esa chica estuviera presente en su fiesta el sábado, y eso significaba que podía usar ese punto débil de Odd para obtener algo a cambio: a Ulrich Stern. Julia, que no se chupaba el dedo, percibió enseguida las maliciosas intenciones de su amiga, y suspiró con desilusión. Lo que era capaz de hacer esa chica para acercarse a Ulrich no tenía nombre…

Mientras bajaba por las escaleras hacia el exterior, a Aelita Stones le brillaban los ojos de la emoción. Odd acababa de ofrecerle algo que era incapaz de rechazar, y sólo podía pensar en ponerse manos a la obra con la mesa de mezclas tan pronto como terminaran las clases.

— Entonces, ¿qué? ¿Lo harás? — le preguntó Odd, mientras salía del edificio con ella.

— ¿Estás de broma? ¡Claro que lo haré! Me muero de ganas de pinchar en tu fiesta, Odd. Tengo algunas ideas que podrían funcionar bastante bien.

— ¡Esa es mi chica! — el italiano la abrazó con entusiasmo. — La gente va a flipar con tu música, Aelita. Ya lo verás. Les vas a encantar como DJ.

— Anda, calla, tonto… Pero oye, ¿y qué vas a hacer con el pobre Kiwi?

— ¿Kiwi? Se lo llevan mis padres. Se pasarán el fin de semana con unos amigos en una casa rural cerca de Dijon. Estarán rodeados de campo y bosque. Ese saco de nervios se lo pasará mejor allí que aquí, te lo puedo asegurar.

— Vamos, que tienes la casa entera para ti solo… ¿Debería tener miedo, Odd? — bromeó la chica, y él arrancó a reír.

— Mientras nadie le prenda fuego a mi comedor, no habrá de qué preocuparse. — Odd le guiñó un ojo a su amiga, mientras ésta fingía rezar para que todo fuera bien.

Entre los intensos rayos de sol, Odd vislumbró al grupo donde se encontraban Julia y Sissi. Inspiró profundamente, y después de despedirse de Aelita, caminó con seguridad hacia ellas. Al llegar a su lado, Sissi dedicó una pícara sonrisa a todas sus amigas, como si insinuara con orgullo “¿Qué os había dicho?”. La hija del director no esperó a que Odd iniciara la conversación, y se abalanzó a hablar.

— Ya nos hemos enterado de tu fiesta, Odd… Estaba claro que vendrías corriendo a invitarnos. No puedes estar menos desesperado, ¿verdad?

— Mi querida Elizabeth… — Odd sabía lo mucho que Sissi odiaba que la llamaran por su nombre real, así que no dudó ni un segundo en usarlo. — Creo que, aunque no te invitara, te presentarías allí igualmente. Así que no voy a malgastar saliva contigo… Haz lo que te venga en gana.

El italiano dirigió sus sensuales ojos azules hacia Heidi, Helena y Françoise, ofreciéndoles con gentileza tres pequeños papelitos mientras decía “Su invitación, señoritas”. Ellas los tomaron delicadamente, seducidas por el trato caballeroso de Odd. Acto seguido, se giró hacia Julia, la cual evitaba el contacto visual para sosegar sus ganas de derramarle el té por la cabeza. Pero entonces, como era de esperar, él dijo lo que no tenía que decir.

— ¿Qué tal, Jules? ¿Cómo lo llevas?

Las chicas se sobresaltaron, y observaron a Julia algo atemorizadas. Sissi no pudo aguantarse, y comenzó a reír sonoramente. La española se bebió el té que le quedaba de un solo trago, “Cálmate, Julia. No hagas un espectáculo aquí en medio de todo el mundo…” aplastó el vasito de plástico vacío con la mano hasta casi desintegrarlo, “Sé que te mueres de ganas de matarle, pero tranquilízate, vamos…”, y sin ni siquiera mirarle a la cara, dijo:

— Lo llevo genial. Nunca en mi vida he estado mejor.

Y se fue. Lentamente y a paso firme, caminó sin rumbo mientras se alejaba del grupo y de Odd. Éste la siguió con la mirada, más confundido que nunca. Heidi, Helena y Françoise dieron unas rapidísimas gracias al chico por la invitación, y fueron tras Julia, quien había lanzado el machacado vasito a la papelera con una rabia sobrehumana. Finalmente, las carcajadas de Sissi comenzaron a disiparse, y la diva se secó las lágrimas con las yemas de los dedos para no correrse el maquillaje.

— Ay, por favor… A veces eres realmente gracioso, Odd. Hacía meses que no me reía tanto. ¡Casi me meo encima!

— Pero… ¿Qué coño he dicho? ¿Por qué se ha largado de repente?

— Déjalo, cariño. Cosas de chicas. No lo entenderías. — Sissi le indicó al italiano con la mano que se sentara a su lado. — Aclárame una duda, Odd… ¿Por casualidad estará Ulrich en tu fiesta de este sábado?

— Vaya… Ya veo que mala hierba nunca muere. – dijo el chico, rechazando la oferta de Sissi al quedarse de pie inmóvil enfrente de ella. — ¿Necesitas que Ulrich te ignore aún más para que por fin te des cuenta de que le importas una mierda?

— Podría preguntarte lo mismo, Odd… Ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad?

Esta vez, la chulería del italiano no iba a poder ganar la batalla. Él lo sabía, y Sissi también. Odd no tuvo más remedio que morderse la lengua, y ella dibujó una sonrisa triunfante en sus labios.

— Debo admitir que, a veces, puedes llegar a dar mucho asco, Sissi…

— Sin rencores, Odd. No te favorecen en absoluto.

— Está bien, cariño, hagamos un trato. — Odd dejó caer encima de la falda de la chica dos papelitos más. — Yo me aseguro de que Ulrich venga a la fiesta si tú, a cambio, traes a tooooooooodas tus amigas. ¿Qué te parece?

— En especial, a una de ellas, supongo…

— No me calientes, Elizabeth. Podrías salir perdiendo.

En ese momento, sonó la campana. Sissi, orgullosa, guardó las dos invitaciones dentro de su sujetador y le enderezó la trencita de hilo al chico con aires de superioridad. “Siempre es un placer hacer negocios contigo, Odd.” susurró antes de entrar en el edificio, y el italiano notó como la cólera le hinchaba la vena del cuello.

…​

Sentada sobre la tapa del retrete, tanteó con nerviosismo detrás de su oreja derecha, y al encontrarlo, suspiró aliviada. Sus dedos empezaron a acariciar ese pequeño tatuaje, resiguiendo su contorno una vez, y otra, y otra… Julia notaba como, poco a poco, su respiración volvía a ser lenta y rítmica, y sentía retomar de nuevo el control de sus emociones. El hecho de que esa marca, cargada de sufrimiento, fuera lo único que tuviera el poder de tranquilizarla, le parecía curioso y a la vez, escalofriante.

Las chicas le hablaban desde el otro lado de la puerta del baño. Que si necesitaba ir a la enfermería a por un calmante… Que si no le diera importancia al comentario de Odd… Que si en unos meses, todo el mundo la volvería a llamar por su nombre… Y ella las oía, pero no las escuchaba. Ni siquiera pensaba ya en ese idiota descerebrado. Sólo sintió la necesidad de deslizar sus dedos del tatuaje a su columna, y palpar sus vertebras una por una hasta llegar al frío metal…

Recordó el dolor, las náuseas, los vómitos, las voces distorsionadas, las batas blancas, los fluorescentes parpadeando sin cesar, las descargas eléctricas… Y de pronto, el piso en Barcelona, el sol entrando por la ventana, un beso de papá, una caricia de mamá… Julia lloraba en silencio. Las lágrimas le resbalaban sin cesar por las mejillas. Sin embargo, no podía dejar de sonreír.

“El que no et mata, et fa más fort… I no hi ha persona al món més forta que tú…”
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