Capítulo 13, Parte 2

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El chico se dirigió hacia la puerta principal a paso rápido, seguido por el cobarde de Geoff, el cual ni siquiera se atrevió a mirar a Odd a la cara. A medida que avanzaban, la gente se apartaba a su paso sin rechistar, evitando cualquier tipo de contacto físico. Aelita, Jérémie y Odd les siguieron con la mirada, hasta que esos dos se fueron dando un estridente portazo. El italiano suspiró y se giró hacia la pareja.

— Siento mucho lo ocurrido, chicos… ¿Estáis los dos bien? — preguntó Odd, a lo que un encendido Jérémie respondió echando chispas.

— ¿¡Que lo sientes!? A Aelita la acosan unos capullos a los que tú has invitado, ¿¡y lo único que sale de tu boca es que lo sientes!?

— … Oye, Jérémie, ¿Qué quieres que te diga, tío? — a Odd le sorprendió esa actitud tan agresiva por parte de su amigo.

— ¡Si fueras más cuidadoso con tus amistades, estas cosas no pasarían, Odd! ¡¡No puedes abrirle la puerta de tu casa a cualquier gilipollas que te caiga bien!!

— Jérémie, ¡tranquilízate, por favor! ¡Odd no tiene ninguna culpa de lo que ha pasado! — Aelita intentó calmar al francés, pero éste parecía haber perdido el juicio.

— Por dios, Aelita… ¡Ese chalado se te ha tirado encima, y a mí casi me pega una paliza! ¿Te van este tipo de amistades, Odd? ¿¡Te gusta formar parte de una banda de abusones degenerados!?

— ¡¡Uouh!! Vale, Einstein… Mejor relájate, ¿¡quieres!?

— ¡NO ME VOY A RELAJAR! — Jérémie gritaba como un loco, y apretaba los puños para contener su ira. — ¡¡Que te jodan, tío!! Me vuelvo a Kadic, ¡estoy harto de estar aquí!

— No, Jérémie, vamos, ¡espera un segundo! — Odd lo cogió por el brazo para hacerle entrar en razón, pero el francés lo apartó bruscamente para quitárselo de encima.

— ¡DÉJAME, MALDITA SEA! — Jérémie quiso terminar esa conversación cuanto antes, y se le escapó un comentario muy ruin. — Y no te me acerques, que apestas a cerveza.

El francés empezó a atarse los botones del cuello de su manchada camisa mientras se encaminaba hacia la salida, como si sintiera una intensa necesidad de recuperar esa imagen distinguida e ilustre que tanto le caracterizaba. A Jérémie le urgió volver a ser el Jérémie Belpois de siempre, ese tipo perspicaz que siempre lo tenía todo bajo control… pero por desgracia, no consiguió eliminar esa tristeza reflejada en su rostro.

Odd no pudo negarse a sí mismo que el comportamiento de su amigo le había dolido en el alma. Una vez más, el italiano había sido el saco de boxeo de los berrinches espontáneos de Jérémie, y aunque aquella no fuera la primera vez que pasaba, Odd no era capaz de acostumbrarse… Al final, todo siempre volvía a la normalidad, y si bien el francés nunca llegaba a disculparse, Odd lo dejaba pasar una y otra vez. Durante cuatro años, se lo había perdonado todo, porque al fin y al cabo era su amigo, y lo apreciaba. Así que el italiano decidió respirar hondo y comenzar a recoger del suelo los cristales de la botella de Radler rota. Aelita se agachó a su lado para echarle una mano.

— Oye, espera, esto ha sido culpa mía. Deja que te ayude…

— Da igual, no te preocupes, ya me encargo yo… Creo que deberías ir tras Jérémie.

— … Odd, perdónale, por favor… Estoy segura de que no hablaba en serio…

— Está bien… Anda, ve con él, corre.

— De acuerdo… Lo siento muchísimo, Odd… De verdad que lo siento.

Aelita se apresuró para atrapar a su novio, el cual ya estaba saliendo por la puerta principal. En el comedor había un silencio sepulcral, y sólo se percibía el sonido que hacían los trozos de vidrio al chocar mientras Odd los amontonaba cuidadosamente dentro del cubo con hielo. Cuando éste terminó de recogerlos, cogió una silla desocupada y se subió encima para que todos los presentes pudieran verle y oírle bien.

— A ver, escuchadme todos… Se acabó la fiesta, ¿entendido? Así que, venga, ¡todo el mundo fuera! Entenderéis que no estoy de humor para aguantar a nadie ni un minuto más… ¡Largaos! ¡A sobrarla a vuestras casas, vamos!

Algunos de los presentes murmuraron quejas entre dientes, pero todos tuvieron la suficiente empatía como para comprender que el horno no estaba para bollos, y la gente comenzó a avanzar acompasadamente hacia la salida. El italiano guiaba a los invitados hacia la puerta principal lentamente, pero sin pausa, a la vez que algunos de ellos le daban mensajes de ánimo. “Gracias por todo, tío. La fiesta ha sido increíble”, decía uno con un choque de puños; “Alegra esa cara, encanto… Nos vemos pronto, ¿vale?”, decía otra acariciándole la mejilla; “Te queremos, Odd… Eres un gran tipo, ¡no lo olvides!”, decían los de más allá mandándole besos. Él les sonreía agradecido, pero seguía sintiendo un fastidioso nudo en la boca de su estómago. De repente, se topó cara a cara con Françoise Maillard, y la chica le dedicó una mirada condescendiente.

— Hola, Odd… Vengo a despedirme…

— Ei, Fran… Perdón por cortar así el rollo, sé que os lo estabais pasando bien…

— Tranquilo, lo entiendo perfectamente… Siento mucho lo que ha pasado con Jérémie…

— Nada, no te preocupes por eso… Mañana hablaré con él, y solucionado. — Odd le guiñó un ojo con aparente tranquilidad.

— Escucha… lo que has hecho por Aelita ha sido una pasada… De verdad, eres un gran amigo. Fuiste muy valiente…

Fran posó con suavidad su mano encima del antebrazo de Odd. El italiano observó primero esa mano, y luego la observó a ella. Su comprensiva sonrisa, sus adorables hoyuelos, sus tiernos y brillantes ojos color miel… Después de unos pocos segundos de reflexión, Odd concluyó que no quería pasar solo lo que quedaba de noche. Ni de coña. De modo que le colocó un mechón de pelo suelto detrás de la oreja y se aventuró a susurrarle la proposición que ella llevaba horas esperando.

— Oye, Fran, estoy echando de aquí a toda esta gente… pero, si tú quieres, puedes quedarte…

Tal y como Odd imaginó, Françoise ahogó una risita, y le acarició el antebrazo con los dedos en señal de afirmación mientras se le enrojecían deliciosamente las mejillas. Odd le sonrió con dulzura y se acercó más a ella para besarle la frente. Sin embargo, ninguno de los dos se dio cuenta de que estaban siendo observados… Julia Santana, que ya estaba a punto de salir por la puerta principal, vio esa escena al completo, y chasqueó la lengua con decepción.

— Julia, ¿Qué ha pasado con Françoise? ¿No venía con nosotras? — preguntó Helena Fayolle, la cual caminaba un paso por delante de la española.

— Mucho me temo que Fran seguirá la fiesta a solas con el idiota de Odd…

— No me lo creo… ¿Al final lo ha conseguido? ¡Menuda tía! — Helena carcajeó mientras enviaba un mensaje al móvil de Fran, felicitándola por su logro.

— ¿Te he dicho que ha intentado volver a ligar conmigo? A éste le da igual en qué hoyo cavar… Mientras se lleve a una a la cama, todo le parece bien.

— Joder, chica, lo tienes cruzadísimo al chaval, ¿eh? — Helena cogió a su amiga por el brazo mientras avanzaban por el jardín. — Escucha, sé que Odd va de Casanova por la vida… pero no se puede negar que tiene un buen par. Ha puesto en su sitio a ese cerdo sobón sin ayuda de nadie.

— Eso no lo pongo en duda. Estoy de acuerdo que echar a ese tipejo ha sido admirable… Pero eso no quita que Odd siga siendo un capullo… y un follador compulsivo.

Helena fue incapaz de contener la risa, y se aguantaba como podía en el brazo de Julia para no perder el equilibrio mientras andaban. Las dos chicas continuaron charlando y desternillándose sin parar, mientras se acompañaban mutuamente en un largo camino a pie de regreso a sus habitaciones en la academia Kadic.
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