Capítulo 11
Publicado por BndW Owl en el blog El blog de BndW Owl. Vistas: 9
Pasaron las horas, y bueno… Esa fiesta, que no pretendía ser más que un mero guateque, se transformó en una puta locura.
Los fumadores ya ni siquiera salían al jardín, y los porros de marihuana circulaban libremente por el comedor. La bebida nunca llegaba a su fin, y aunque las pizzas habían ayudado un poco, resultaron no ser suficientes para impedir la inevitable borrachera masiva. Los invitados, ebrios y excitados, bailaban y saltaban cómo locos al ritmo de la música, mientras aclamaban con entusiasmo a una Princess Gum que lo estaba petando. Los pocos trozos de pizza que quedaban eran devorados a gran velocidad en concursos de comida, y aquellos restos que no corrían esa suerte eran catapultados de punta a punta de la casa por algunos borrachos risueños que batallaban como salvajes. Las parejitas morreándose y metiéndose mano se aglomeraban encima del sofá y de la mesa de la cocina, Naomi y Matthieu entre ellos. La ensordecedora multitud, las potentes y rítmicas vibraciones de los altavoces, el cargado aire impregnado en cannabis, los cerebros flotando en alcohol… Nadie quería irse de allí. Absolutamente nadie.
Tal era el frenesí que Aelita terminó sacudiendo una botella abierta de cava barato encima del público, por petición unánime de todos los presentes. El grupo de amigos se lo estaban pasando tan bien que no podían ni creérselo. La sangría y las cervezas fluían sin parar. Nicholas tuvo que salir al jardín a vomitar en un arbusto, acompañado por Tania, la cual acabó vomitando también. Sorprendentemente, Sissi estaba de lo más encantadora, bailando sin cesar y abrazando a todo aquél que se cruzaba por delante de ella. Odd intentaba enseñarle a Julia pasos básicos de shuffle de una forma realmente pintoresca “Mira, Julia. Sólo fíjate en mí. ¡Es super fácil! Tú cruza las piernas como si cortaras el césped. Así: clis, clas, clis, clas…”, y ella probaba a imitarle sin éxito, porque las payasadas del italiano la mataban de la risa. Pero entonces apareció Jérémie, el cual estaba en la cúspide de la soltura; dio un último trago a su cerveza y comenzó a cortar césped como un auténtico profesional del baile. Al verlo, todos gritaron sorprendidos y empezaron a vitorearle mientras creaban un círculo animador a su alrededor. Odd bailaba con él, y los demás palmoteaban al ritmo del Clis Clas mientras los grababan con sus móviles. Finalmente, Odd decidió aceptar su derrota, y un acalorado Jérémie se desabrochó algunos botones de su camisa y culminó el momento diciendo “¿Hacía cuánto que no mordías así el polvo, colega?”.
En un mundo aparte, se encontraban Yumi y Ulrich. Con el tiempo, los dos amigos fueron consumidos por el efecto de la cerveza y la inhalación pasiva de marihuana quemada. Se miraban mucho, se sonreían más de la cuenta, y bailaban cada vez más pegados, hechizados por un sentimiento apasionado que iba más allá de la simple amistad. Los demás notaban como, poco a poco, les estaban perdiendo, pero decidieron dejarles en paz. Y es que, si esos dos no se soltaban entonces, ¿Cuándo iban a hacerlo? Los ojos del alemán se deslizaban por las caderas en movimiento de Yumi como si tuvieran voluntad propia. El deseo sexual era tan obvio que se podía llegar a palpar con la mano, y el intenso calor que emanaba el cuerpo de Ulrich atraía a la japonesa igual que si fuera un imán.
Julia notaba las oleadas chisposas del alcohol en su mente. Sus ganas de bailar y de reír no parecían desvanecerse nunca, y sentía su cuerpo flotar, ligero como una pluma. Entre carcajada y carcajada, sus manos se movían solas hacia él para tocarle “accidentalmente” la espalda, un brazo, o un hombro. Y cuando él respondía con una corta y sutil caricia a lo largo de su cintura, ella le dejaba hacer, pretendiendo no darse cuenta de ello. Esa incómoda tensión que había existido entre ellos dos desapareció, juntamente con los “Jules” y los insufribles intentos de coqueteo. Ahora Julia sólo veía a un Odd Della Robbia totalmente distinto al anterior: un chico simpático, divertido y alegre, con el que daba gusto pasar el rato… Y guapo, realmente guapo.
Helena Fayolle, la cual se había dado cuenta de ese cambio radical en la actitud de su amiga frente al italiano, se acercó a ella con disimulo. Después de chocar su cerveza amistosamente con la de Julia, empezó a hablarle con confianza.
— Oye, te veo realmente bien con Odd… ¿Es que ya no le odias? — Helena rio antes de darle un pequeño sorbo a su botella.
— No te lo vas a creer, pero en algún momento durante la fiesta, ha dejado de llamarme Jules y de tirarme la caña… No lo sé, es como si se hubiera dado cuenta de que la estaba cagando y…
— … y ha cambiado de actitud. — la interrumpió Helena, acabando su frase. — ¿Odd Della Robbia está madurando? ¡Parece demasiado bueno para ser cierto!
— Lo sé, a mí también me sorprende… ¿Sabes? Supongo que, en el fondo, no es tan capullo como me pensaba.
Julia observó a Odd, y esperó a que él cruzara la mirada con la suya. Al hacerlo, ella le sonrió y levantó su botella de cerveza, como si brindara por él. El italiano le respondió de la misma manera, aparentando serenidad en sus formas. Sin embargo, su cabeza era un hervidero de disputas con su yo interior. “Me ha vuelto a sonreír… La hostia, que sonrisa tan bonita…” “Tío, vamos, cálmate… Tienes que dejar de pensar en ella. Es sólo una chica más.” “No, joder. No lo es. Ni de coña lo es. Julia es increíble…” “¡Odd, reacciona! Fíjate en sus defectos… sus de-fec-tos…” “No tiene defectos.” “¡Alguno deberá tener, joder! Intenta hacer un esfuerzo.” “Puede que sea algo impertinente… grosera… engreída…” “¡Ya lo tienes! Venga, sigue, ¿Qué más?” “Es lista… segura de sí misma… honesta…” “Te recuerdo que aún estamos con los defectos, Odd…” “Algunos dicen que le sobra algún kilo… No tienen ni puta idea de lo que dicen.” “Colega, te estoy perdiendo, ¿verdad?” “Mira, voy a volver a acercarme a ella.” “Mala idea, tío. Muy mala idea.” “Sólo una vez más. Seré extremadamente educado. Ella parece más receptiva, ¿no?” “Me avergüenzo de ser tu puto subconsciente.” “Te prometo que, si no funciona, esta vez será la última. Te lo juro por mis muertos.” “… Perdona a este pobre idiota, Julia. He hecho todo lo que he podido”. Odd le dio un profundo trago a su cerveza, y después de un minuto de espera para no levantar sospechas, se dirigió lentamente hacia Julia como quien no quiere la cosa. Helena, que le vio venir, se despidió de su amiga para no molestar, congregándose con Françoise y Sissi.
— Vaya, vaya… Ya veo que has cambiado la especialidad de la casa por una cerveza del montón. ¿Es que le has encontrado alguna pega, al final? — Odd se relajó un poco al ver que la española dejó escapar una risita al oírle.
— ¡Qué va! Para nada. — la chica echó una ojeada a su botella medio vacía antes de continuar. — La birra no le llega ni a la suela del zapato a tu sangría, pero… en serio, si me tomo un vaso más de eso, no creo que vuelva a mi habitación después de la fiesta.
La chica rio, sin darse cuenta de lo que acababa de hacer. Esa revelación que para ella no significaba nada más que “Porque estaré tan borracha que no seré capaz de encontrar el camino a Kadic de nuevo. ¿Lo pillas?”, para Odd fue una obvia confesión repleta de segundas intenciones. El subconsciente del italiano resurgió de nuevo para decirle “Coño… ¿Has oído eso? Antes dudaba, pero ahora lo veo clarísimo… Se te está insinuando, Odd. ¡Esta diosa quiere dormir contigo esta noche!”. El chico se vino arriba, dejándose llevar por una súbita excitación que no supo cómo controlar, y le murmuró sin pensar el comentario que lo iba a enviar todo a tomar por culo.
— … ¿De verdad?… Pues que sepas que no me importaría nada que eso pasara, Julia…
La sonrisa de la española desapareció bruscamente de sus labios. De repente, un doloroso pinchazo le recorrió la espalda de arriba abajo, y sintió como esa sensación le helaba la sangre de sus venas. Otro puñetazo en la cara, de parte de la dura realidad. “… La madre que te parió, Odd… Con lo bien que ibas, y la has vuelto a joder…”. Sin embargo, Julia soltó una fuerte carcajada, tan sonora que sobresaltó al italiano. Odd no acababa de saber cómo interpretar el comportamiento de la española, pero su risa consiguió ponerlo de muy buen humor. Finalmente, Julia le miró fijamente a los ojos, y le indicó con el dedo que se acercara más a ella. Odd obedeció, hipnotizado por esos sensuales ojos color esmeralda, pensando que el momento de besarla había llegado al fin… Pero se equivocaba. La chica lo agarró por la nuca, y mejilla con mejilla, le susurró lo siguiente al oído.
— Escúchame bien, capullo de mierda. Te tengo calado desde el primer día que te vi el careto… Eres el típico imbécil que sólo quiere lo que no puede conseguir, y ni tu puta galantería ni tu gigantesco ego me van a poder conquistar en la vida… Así que ni sueñes en que algo pase nunca entre tú y yo… ¿Lo has entendido?
Esa aclaración dejó a Odd petrificado. Las palabras de Julia le sentaron igual que un cubo de agua fría, y notó como su pecho se encogía a causa de la angustia. La chica se apartó con lentitud, y con una dulce y escalofriante sonrisa en sus labios, concluyó con un “Que te diviertas, soplapollas”. Julia le dio la espalda, y no volvió a mirarle en toda la noche. Por el contrario, decidió reunirse con sus tres amigas e intentó reconfortar con abrazos y mimos a una desanimada Sissi, quién desgraciadamente acababa de descubrir que Yumi le había quitado de las manos a su queridísimo Ulrich Stern.
Después de unos pocos segundos, Odd volvió en sí, con el ánimo por los suelos. Esta vez, la había cagado de verdad. Le echó una ojeada a la botella que tenía en la mano. De repente sintió tener muchísima sed, y aunque su subconsciente se lo había desaconsejado con bastante empeño, se terminó esas tres cuartas partes de cerveza de un solo trago. Felicidades, Odd, por ser coronado como el Más Supremo Gilipollas de todos los tiempos. Has trabajado duro para conseguir este título, y te lo mereces… con todos los putos honores.
Mientras intentaba recomponerse, el italiano cruzó varias veces su mirada con la de Françoise Maillard. Al principio no le llamó mucho la atención, pero al cabo de unos minutos, lo vio muy claro: esos tiernos y relucientes ojitos, la forma tan sensual que tenía de tocarse el pelo, su deliciosa manía de humedecerse los labios cada vez que él se fijaba en ella… El chico la provocó guiñándole un ojo, y Françoise aceptó ese gesto con una juguetona sonrisa. Odd no necesitó nada más para darse cuenta de que ya había cambiado de objetivo.
“Mira por dónde, Jules… Al final, este soplapollas sí que se va a divertir esta noche…”
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