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Publicado por Yugen en el blog ~NOIRLAND~. Vistas: 317
Escribo esto aquí porque necesito sacarlo de mi pecho y deshaogarme.
Llevo una semana aproximadamente sintiendo que no puedo más. La situación me supera, me siento tan al límite que tengo ganas de escapar de mi propia piel. Ya no sé en qué centrar mi mente ni con qué distraerme porque absolutamente nada consigue evadirme. Trato de no afrontar la situación, quiero escapar, huir, volver atrás en el tiempo, pero parece que se presenta ante mí de nuevo con más fuerza y me recuerda lo hija de puta que es la realidad. Una y otra vez me lo recuerda y me siento exhausta.
A veces me gustaría saber que ha hecho mi familia para que nos pase esto. ¿Qué hemos hecho mal? Solo éramos felices y unidos; mis padres, mis tíos... mis abuelos. Éramos una familia unida, compenetrada, sin rencillas ni discusiones familiares más que de vez en cuando en algún partido de fútbol de media tarde. A mi no me gusta el fútbol pero... cada uno tiene sus equipos y es normal que ocurran esas cosas. Nunca nada excesivamente serio. Éramos felices, muy, muy felices. Teníamos una casa de campo e íbamos de acampada, playa, viajes de aquí a allá. Nunca le hicimos daño a nadie... de hecho recibíamos daño de otros y nos callábamos, yo nunca dije nada por sufrir acoso escolar... aunque eso acabó finalmente con mi vida como estudiante.
Es como una maldición.
Es una puta maldición. Primero fue mi abuelo. A él no lo conocí mucho, aunque según mi madre era la niña de sus ojos y se sentía terriblemente orgulloso de mí. Él estaba ya muy enfermo cuando yo nací, tenía un mieloma múltiple si no recuerdo mal; un tipo de cáncer de las células de la sangre. Mi abuelo murió en febrero de 2003 cuando yo tenía unos cinco o seis años, no lo sé muy bien. Mi abuela enfermó poco después de exactamente la misma enfermedad.
Sus hijas, mi madre y mi tía nunca le contaron que padecía cáncer. Jamás. Los médicos le dieron unos tres meses de vida y duró doce años, y aún así cada vez que la veían en oncología se sorprendían de como era que seguía viva. Mucho amor y cariño, decían. Mi abuela padecía también alzehimer y lo que terminó con su vida fue la rotura de la cadera y una embolia cerebral. Después del ictus no podía comer sola, tuvo que usar pañales y empezó a distorsionar la realidad.
Esto fue en 2012. Murió con ochenta y seis años. Yo no estaba en el hospital esa noche, estaba en casa con mi tía porque al día siguiente tenía clase. Nadie me dijo nunca que mi abuela se iba a morir. Mis padres se lo callaron, mis tíos se lo callaron, pero yo podía intuirlo de alguna forma. Dormí un poco y cuando desperté fui directamente al comedor, me senté en el sofá y miré a mi tía. Tenía el móvil entre las manos y los ojos vidriosos, así que le pregunté que pasaba. "La abuelita se nos ha ido" me dijo. Fue un shock tan grande para mí... ni siquiera pude derramar una sola lágrima. No porque no me doliera, sino porque no lograba concebir la idea de que ella ya no estuviera. Una mujer tan fuerte, con tanto redaños, que se había críado en el campo y trabajado desde que era una niña. Que había vivido la propia guerra civil... y ya no estaría más con nosotros.
La muerte de mi abuela fue un gran golpe para todos. Yo no asistí al tanatorio ni al entierro. No podía, no tenía fuerzas. Nunca guardé duelo y terminé pensando que nunca había pasado, tomándolo como una parte más de la vida y ya está.
Naces, creces, te reproduces y... mueres agonizando en un hospital. Esa es la puta realidad de la vida. No hay forma alguna de morir con dignidad. No mueres dignamente. Mueres con el cuerpo marchito, deteriorado, gritando desesperadamente por unos segundos más que nadie te da. Ni dios, ni los ángeles benditos ni el diablo si es que existen.
Por esto soy atea. Por eso me hierve la sangre cuando los "religiositos" de turno me dicen "Oh, no te preocupes, que ahora está con dios". Me importa una mierda que esté con dios. Yo no quiero que esté con dios, joder. Yo quiero que esté conmigo.
¿Qué clase de dios puro, benefactor y misericordioso hace sufrir tales penurias? Si tanto nos ama como dicen que lo hace, ¿por qué nos hace sufrir tanto? Si tú amas a alguien lo último que quieres es hacerlo sufrir. Lo último que quieres es ver como se deteriora cada día, como se apaga, como empieza a convertirse en una persona totalmente distinta. A rechazar tus abrazos, tus besos, a alejarse de ti. Lo último que quieres es que termine su vida sufriendo.
No me vengan con la mierda de "oh, es que los designios del señor son misterios" o como quiera que sea esa frase. Un dios omnipresente, omnipotente, que todo lo puede y todo conoce, que ama a sus hijos como un "padre" no permitiría algo así.
En otro orden de cosas, mi gata Luna, ese animal al que tanto cariño le tenía, que me seguía a todas partes, que me daba mimitos y ronroneaba a mi lado... ella también murió de cáncer. Su cuerpo quedó en los huesos de forma literal. No veía, no comía, no podía lavarse sola... la enterramos en el campo, en el bosquecito de eucaliptos que hay detrás de la carretera.
Esto fue quizás en el 2013, tampoco estoy del todo segura. Y luego... sobrevino el 2014. Lo que más recuerdo de ese año es el verano... mi tío estaba ya enfermo por ese entonces. Fuimos a pescar al espigón que comunica Ayamonte con Portugal, al río Guadiana. Capturamos algunas doradas que después volvimos a soltar. Fuimos al cine de verano —para quien no lo sepa, ponen una especie de pantalla gigante en la playa y emiten películas ahí— y mi tío tuvo una bajada de glucosa tremenda. Él era diabético, como mi abuela también lo fue... nos fuimos a casa entre lágrimas, porque mi tío no podía dejar de llorar pensando que nos había arruinado la noche.
A partir de ese día no volví a pisar el cine de verano. Al principio no lo sabíamos, pero mi tío tenía un cáncer esofágico... fue fulminante. Pero esta vez en realidad fue espantoso de veras, porque los médicos nos dieron falsas esperanzas y nos mintieron en la puta cara. "No vamos a frenar la enfermedad, vamos a curarle", mentira. Lo operaron sí, pero mi tío sufrió lo indecible en ese hospital de Sevilla, en el Virgen Macarena. Tres meses sin poder comer, en los huesos, consumido por la caquexia y la metástisis. Parecía un hombre de noventa años con solo cuarenta y nueve. Ni tratamiento pudieron ponerle. Quimios, radios... ni mierda. No hubo tiempo de hacer una puta mierda. Un día estaba bien y al siguiente estaba suplicando para que lo dejasen morir, encadenado a una cama del hospital.
Yo tampoco estuve entonces. Mi tía quedó viuda, sin hijos, sola en su casa con sus perros. Porque no, tampoco llegó a concebir a pesar de lo mucho que deseaba ser madre. En un estado terriblemente vulnerable. Mis padres pensaron que la situación no era la adecuada para que estuviese sola —con sus problemas de dolores constantes por la prótesis de su brazo, cayéndose cada dos por tres por la flojedad de sus piernas—, así que decidimos mudarnos con ella.
Sí, estoy viviendo en casa de mi tía desde el 2014. No estoy en mi casa ni tampoco voy porque no tengo nada que hacer allí... quizás me mude allí cuando me indipendice. Estuve a punto de caer en una depresión por tercera vez. Fue el rol de Pokémon lo que me salvó de eso, ayudándome a distraer mi mente y pensar otras cosas.
Y aunque mi tía estaba terriblemente afectada por la muerte de su marido, mi madre nunca lo superó. A menudo la escuchaba lamentándose. "Mi cuñado, el pobre. Tan bueno que era... ¿por qué le haces esto, señor?" decía llorando, hablando con dios porque a diferencia de mí ella era muy religiosa. Ella cree en el cielo, el infierno, ella cree en todo lo que yo no creo. Nunca obtuvo respuesta, claro. Los por qué no existen, solo son cosas que pasan porque sí, no hay razones ocultas, aunque sean injustas. Porque la vida es dura e injusta.
Y entonces llegó 2016... y fue mi madre quien enfermó de cáncer. Un cáncer microcítico pulmonar de células grandes. Fue diagnosticada por total casualidad. A ella le dolía mucho el pecho, fuimos al hospital de urgencias, le hicieron una radiografía pensando que se trataría de alguna contractura muscular y boom, cáncer. Yo estaba con ella en la sala cuando el médico, un neumólogo le dijo: "Puede ser una neumonía redonda, pero yo creo que es algo distinto. Espere que voy a llamar a unos colegas para que me den su opinión"
Se reunieron como tres médicos en la consulta, todos especializados en enfermedades pulmonares. Los tres miraban la pantalla del ordenador, comentando entre ellos. De pronto, uno de ellos dijo. "¿Usted es fumadora?" "Sí" dije yo. En aquel punto de la conversación empezaba a sentirme ansiosa, porque había algo en la expresión de esos médicos que no me gustó. La única chica que estaba entre ellos nos miró con algo que juraría era lástima.
"Tenemos que hacerle unas pruebas complementarias para ampliar el estudio. Vamos a ingresarla unos días para acelerar el proceso, ¿le parece bien?"
Mi madre asintió. Ambas lo hicimos.
"¿Qué cree que puede ser, doctor?"
Recuerdo que el médico dudó un poco y soltó sin más: "Creemos que puede ser un tumor".
Y eso fue todo. La ingresaron. Mi padre se quedó con ella y yo me fui con mi tía a casa para llevarles ropa y demás utensilios para su estancia en el hospital. Le hicieron las pruebas, análisis de sangre, radiografías, una broncoscopia... mientras mi madre se encontraba recuperándose de la anestesia, un médico salió, nos llamó a una sala y nos soltó sin la más mínima consideración ni tacto que sí, que era un tumor.
" ¿Tiene... cáncer?" pregunté yo.
Y la respuesta del médico fue afirmativa. Y allí nos dejó, tratando de procesar aquella nueva información. Como quien te dice que está lloviendo, como quien te dice que el pan de hoy está muy calentito y recién sacado del horno. No puedes dar un diagnóstico de cáncer como si no fuese la gran cosa. Es la gran cosa, joder. Más cuando no es la primera vez que pasa, cuando no hace ni un año que perdiste a otra persona por la enfermedad, aunque a usted no le importe una mierda es mi madre. Como supongo que usted tiene la suya, ojalá conserve mucho tiempo su salud.
Los siguientes meses pasaron muy rápido. Conocimos al oncólogo, el doctor Inoriza, la doctora de radioterapia, la operación en la que le extrajeron el lóbulo izquierdo del pulmón y tres costillas afectadas... en verano de 2016. La operaron el seis de junio si no recuerdo mal y su recuperación fue tan rápida que incluso sorprendió a los médicos. El día nueve estaba fuera de la UCI.
Por aquel entonces nos estábamos hospedando en un piso que no estaba lejos del hospital, con aire acondicionado. Era de agradecer con el horrible calor sevillano. Mi padre que se estaba quedando con ella venía de vez en cuando para ducharse, dormir un poco y cambiarse de ropa. La verdad es que ya tenía malas experiencias de Sevilla por mi tío, que murió en el mismo hospital donde operaron a mi madre... pero empecé a recuperar la confianza en los médicos al ver que todo salía bien. Estaba feliz. Mi madre estaba feliz, todos lo estábamos. El tumor había desaparecido y pasamos unos meses bastante tranquilos, agradeciendo la suerte que por una vez teníamos...
Pero en Septiembre, si no recuerdo mal, todo cambió. Un TAC nos dio el diagnóstico que menos esperábamos; en el borde de la sección segmentada, pegada a la red que le habían puesto en sustitución de las costillas, aparecieron de nuevo células tumorales. Escribí una entrada en este blog también por ese entonces. Fue un diagnóstico duro, pero con opciones de tratamiento y el optimismo de los médicos se hizo más llevadero.
De nuevo le pusieron quimioterapia... pero lastimosamente no funcionó una segunda vez. Fue este mismo año, en mayo, cuando nos dijeron que si el último tratamiento no funcionaba no habría absolutamente nada más que hacer. Cuidados paliativos y esperar el final inevitable. Y ya está.
El lunes nos dirán si el medicamento por vía oral, denominado Tarceva, ha funcionado o no. Estoy esperando como una estúpida el lunes, estresada hasta límites del colapso, para que un médico me diga si mi madre se muere o no. Y eso me tiene histérica.
Mi madre está en los huesos. Como lo estaba mi tío aquella vez. Sin fuerzas, sin ganas, sin comer ni beber. Mi padre se molesta con ella porque no come y yo lo entiendo, pero molestarse no va a servir de nada. Tiene mucho dolor en el pecho, que se extiende a lo largo de la línea de la cicatriz que aún tiene en la espalda, el estómago y el brazo. Todo el día duerme, pero es un sueño con el que no descansa. Estos son síntomas de una persona en el final de su vida, esos son los síntomas de una persona con un cáncer terminal.
No quiero ni pensarlo. No puedo pensarlo y lucho por distraerme, pero sé que el diagnóstico que nos de el doctor el lunes no será favorable. No quiero decirle nada a nadie, pero me pesa el corazón. Me siento como la canción de "Wake me up when September ends" de Green Day.
De verdad... Despertadme cuando termime Septiembre.
a Fushimi Natsu, Jaenie, juanjomaster y 6 más les gusta esto.
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