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  1. Dicen que las personas solas no saben que lo están. Porque nunca tienen tiempo para estar solos.

    Y hoy puedo dar constancia de ello.

    Yo nunca tengo tiempo de estar sola. Siempre estoy hablando con alguien, aunque sea por chat en alguna de las redes sociales. Siempre acompañada aunque sea indirectamente, yo no estaba consciente de lo sola ni mal que estaba. No me dí cuenta de que estaba tan sola hasta el momento en el que me hallé a mí misma a las 10 de la noche parada en lo más alto del techo de mi casa, sintiendo la brisa colarse por debajo del saco (que fue lo único que me puse para subir allí), alzando los brazos para formar una cruz y haciendo un movimiento para dar un paso al frente parada en la orilla.

    No me di cuenta de lo mal que estaba hasta el momento en el que, llorando, bajé hasta mi cuarto al darme cuenta de lo que estaba haciendo, tiré mi saco al suelo y me miré al espejo; no pude odiar más lo que vi en él. Una chica bonita, con el torso desnudo y los ojos bañados en lágrimas. No pude soportarlo y, con ganas de gritar, me tiré al suelo. No pude soportar la vista. Simplemente no pude.

    No pude básicamente porque no me reconocí. Yo no me veía a mí, y no porque no fuera yo. Sino porque nunca me vi a mí misma tan jodidamente vulnerable.

    Lo que yo veía todos los días al mirarme al espejo era una chica altiva, una muchacha preciosa y orgullosa; de labios carnosos y cabello lacio pero con personalidad. Me veía a mí misma hermosa, completa e independiente, una chica con corazón de león y temple de acero. Una muchacha joven y elegante, demasiado perfecta como para gustarle a cualquiera.

    Yo nunca veía lo que, por dentro, era yo realmente. Yo nunca vi a una chica destrozada, vulnerable y al borde del suicidio. No veía a una chica llorona, con una expresión de sufrimiento adornándole las facciones. Nunca ví nada de eso, y me asusté.

    Me dí miedo. Porque el miedo viene del desconocimiento, del no saber, del no conocer. Y yo no reconocí esa figura llorosa frente al espejo. Por eso me tiré al suelo llorando, derramando lágrimas. Por eso intenté llamar ayuda, ayuda que nunca llegó.

    Era difícil para mí digerir que la apariencia que me esforcé en forjar para mí misma no era lo que realmente llegué a pensar, nunca lo fue. Y tengo miedo.

    Miedo de mi reflejo en el espejo, miedo de lo que puedo llegar a hacer si me quedo sola otra vez. No quiero morir.

    Al menos, no a manos de una chica llorona, con un saco blanco y negro y una cara bonita.