Aquí mi fanfic de "Código Lyoko", serie de la que estaba obsesionada cuando era una niña.
La historia trata sobre la vida adolescente en pleno fervor de los protagonistas de la serie. Aviso que no me quedo corta usando palabrotas y representando escenas de sexo bastante explícitas. Sólo espero no traumatizar a nadie, dejo claro que intento ser realista, basándome en cómo fue mi adolescencia. Cuando yo tenía 16 años, os aseguro que iba más salida que el borde de una mesa, y de mi boca sólo salían tacos.
Espero que os entretenga tanto leerlo como a mí escribirlo.
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  1. Sin ni siquiera esperar a recibir una confirmación por parte del italiano, la chica se abrió paso entre el gentío y desapareció, seguida por la mirada de todos los del grupo. Odd observó con incredulidad la bebida que tenía en la mano, y con la otra se restregó la cara cómo si intentara despertar de una terrible pesadilla.

    — Chicos, decidme la verdad… La estoy cagando con Jules ¿no? — Jérémie, Ulrich y Yumi no pudieron evitar asentir con la cabeza. — Joder… Pero ¿qué es lo que hago mal?

    — Primero de todo, empieza por dejar de llamarla “Jules”, Odd. Es obvio que no lo soporta. — comentó Yumi.

    — … ¿En serio? ¡Venga ya!

    — Es bastante evidente que lo odia. – dijeron Ulrich y Jérémie a la vez.

    — ¡Pero si es un apodo genial! ¡Muy artístico! A ti te gusta que te llame “Einstein”, ¿verdad, Jérémie?

    — Digamos que he aprendido a tolerarlo, pero de eso a que me guste… No te pases, Odd. — le respondió Jérémie, con una mueca de desaprobación en los labios.

    — Ningún apodo es genial, tío, por muy artístico y original que sea. A la gente hay que llamarla por su nombre. — declaró Ulrich.

    — Está bien, he pillado el mensaje… Julia. Julia y punto. — el italiano resopló con resignación. — … ¿Algo más que deba saber?

    — Sí, hay otra cosa. Muy importante, Odd… Deja de acosarla. — continuó Yumi.

    — ¿¿QUÉ?? ¡¡Pero si yo no la acoso!!

    — Sí que lo haces… Tooooooodo el tiempo. Cada vez que hablas con ella es para intentar ganártela a toda costa.

    — ¡Esperad un momento! Por si no lo sabíais, a eso se le llama “juego de seducción”. Y, que yo sepa, a mí siempre me ha funcionado…

    — Odd, permíteme comentarte una cosa. — Jérémie se recolocó las gafas antes de continuar. — Cuando a ti te gusta alguien, pero ese alguien no muestra interés por ti desde el principio, tu maravilloso “juego de seducción” se transforma rápidamente en un “juego de persecución”. No sé si me entiendes…

    — Exacto… Mira, colega, si ella no ha sido receptiva en todo un mes, dudo que nunca lo sea. A veces hay que saber leer las señales, ¿comprendes? — dijo Ulrich.

    — Pero, chicos… — Odd sabía que sus amigos tenían razón, pero parecía que se resistía a admitirlo. — Dios, es que Julia me fascina… De verdad que me vuelve loco.

    — Lo sabemos, Casanova. — Yumi le sonrió compasivamente mientras le colocaba una mano caritativa en el hombro. — Pero está claro que ella no siente lo mismo, Odd. Tienes que aceptarlo y pasar página, por mucho que te duela.

    — Ya… Supongo que es lo que hay.

    Odd observó pensativo el vaso de sangría de Julia una vez más, como si estuviera recapacitando sobre el comportamiento que había tenido con ella hasta el momento. Sus amigos intentaron animarle, con algún que otro golpe de cadera y tiernas palmadas en la espalda. “¡Ahora no te vengas abajo, campeón! Sigues siendo el mejor tira-cañas del estado.” bromeó Ulrich, y el italiano carcajeó agradecido. En ese instante, Julia reapareció y, sin ni siquiera mirar a Odd a la cara, le quitó con firmeza su vaso de sangría de las manos. La chica mojó primero sus labios con el contenido para degustarlo, y seguidamente le dio un trago más grande. Con el ceño fruncido, miró fijamente a Odd, y esperó unos segundos antes de darle su veredicto. El chico le devolvió una mirada aterrorizada, mientras notaba como una fría gota de sudor le bajaba por el cogote. Finalmente, en el rostro de Julia se dibujó una expresión de mezcladas sorpresa y satisfacción.

    — Uauh… Está realmente buena, Odd.

    — Joder… Casi me da un soponcio… Menudo susto me has dado… — Odd suspiró aliviado, aunque notaba como el corazón aún le iba a cien por hora.

    — En serio. Deliciosa. No tengo nada malo que decir.

    — ¡Genial, entonces! Me alegro mucho de que te guste, Ju… ehmm… Julia.

    La española quedó boquiabierta. ¿Lo había oído bien? ¿O había sido su imaginación? Odd Della Robbia la había llamado por su nombre… ¡su nombre de verdad! A Julia le pareció de lo más inverosímil lo que acababa de suceder, y observó pasmada a los otros tres, los cuales intentaron aparentar no haberse enterado de nada. De repente, notó como si inhalara una ráfaga de aire fresco, y se sintió igual que si hubiera vuelto a nacer. Al parecer, la gente podía darse cuenta de sus errores, e incluso cambiar a mejor. Eso la alegró tanto que no pudo evitar dedicarle al italiano una de las sonrisas más radiantes y dulces que le podía ofrecer. Esa increíble sonrisa hizo que la taquicardia de Odd se intensificara aún más, y se le puso la cara roja como un tomate.

    De golpe y porrazo, una figura masculina brotó de la nada y pasó un brazo tatuado por el cuello del italiano. “Odd, tío, tienes que ver a la yanqui de Jade moverse… Colega, ¡esta chavala es la puta polla en vinagre, en serio! Os lo robo un segundo, chicos, ¿vale?”, y sin esperar respuesta de nadie, lo arrastró con él hacia el centro del comedor, donde se desenvolvía la batalla de baile.

    Una reventada Aelita puso música de fondo después de una intensa y duradera sesión de DJ. El calor invadía su cuerpo, igual que la emoción de haber podido conectar con el público de forma tan fluida. Esa sensación de plenitud y de autosuperación era lo que necesitaba para impulsar su inspiración al crear música, y estaba totalmente dispuesta a aprovecharse de ello. En ese momento, su cabeza era un hervidero de nuevas ideas que pedían a gritos ser materializadas, pero Aelita sabía que se merecía un descanso. Intentó disimular su euforia, dio las gracias a los presentes, y bebió ansiosa de una botella de agua que Odd le había dejado apartada para cuando terminara. Después de ser acribillada por montones de enhorabuenas, consiguió reunirse con sus amigos. Jérémie la besó con dulzura en los labios, y Yumi y Ulrich le dieron dos tiernos abrazos.

    — Has estado impresionante, Aelita. Como siempre. — la felicitó Ulrich.

    — Si no eres famosa aún, te queda bien poco, ¡te lo aseguro! — la vitoreó Yumi.

    — Muchas gracias, chicos, de verdad… No os podéis imaginar lo contenta que estoy de pinchar de nuevo. Es agotador, pero vale la pena. ¿Te ha gustado, Julia?

    — Por desgracia, me lo he perdido casi todo… Hace poco que he llegado, y no he podido disfrutar mucho de tu música… Espero que pronto haya una próxima vez.

    — ¡Más pronto de lo que crees! Sólo me estoy tomando un descanso. Dentro de un rato volveré a salir. No os vais a librar de mí tan fácilmente…

    — ¿¡En serio!? ¡Eso es genial! — dijo Julia, entusiasmada.

    — Aelita, yo… espero que no te importe, pero me iré de vuelta a la academia muy pronto. — confesó Jérémie.

    — ¿Qué? ¿Por qué?

    — Hay demasiada gente aquí… Estoy agobiado, acalorado, y encima gracias a estos dos, ahora tengo ginebra circulando por mis venas.

    — Oh, vamos, Jérémie… Ni que fueras alérgico al alcohol… — comentó Yumi, quitándole importancia al asunto.

    — Oye, no me sienta nada bien beber, ¿de acuerdo? Pierdo agilidad mental y mi cuerpo se siente cómo… no sé… bastante débil.

    — ¿Y realmente crees que eso sólo te pasa a ti? Que tierno… — confesó Julia, y los demás estallaron a reír.

    — ¿Verdad? Es una auténtica monada. — bromeó Yumi, a carcajada viva.

    — No tienes por qué beber más si no quieres. Pero quédate un ratito más, al menos hasta que vuelva a pinchar. Por favor… — Aelita puso ojos de cachorrito, y eso fue demasiado para Jérémie, el cual no pudo evitar sonreír.

    — … Vale, está bien. Si me lo pides así, no puedo negarme. ¡Pero cuando se acabe tu tiempo de descanso, no me quedaré ni un minuto más!

    — Eres la monada tierna más maravillosa del mundo. — Aelita abrazó a Jérémie con fuerza, y le llenó la mejilla de besos. — Por cierto, ¿qué hay que hacer aquí para que a una le sirvan una copa?

    — Aelita, ¡no has podido ser más oportuna! Yumi y yo íbamos a buscar dos cervezas más. Ya te traemos algo. Julia, ¿te apetece un vaso más de sangría? — preguntó Ulrich.

    — No, gracias… ¿Vosotros habéis visto el tamaño de este barril? Aquí tengo trabajo para un buen rato.

    — Entendido. ¿Jérémie?

    — Una tónica… ¿Os ha quedado claro esta vez? Lo repetiré por si acaso: UNA tónica. SOLAMENTE UNA tónica, por favor.

    — ¡Que sí, hombre, tú tranquilo! — gritó Yumi, cuando ya se había adentrado en el pasillo hacia la cocina.

    Jérémie suspiró aliviado, ya que por la respuesta de Yumi le pareció que sus dos amigos habían entendido bien el mensaje. Sin embargo, Julia no lo tenía tan claro. Se giró hacia el francés, con una juguetona sonrisa en sus labios, y señaló “Sabes que regresarán con otro Gin tonic, ¿verdad?”. El rostro confiado de Jérémie se transformó de repente en una expresión de auténtica inquietud. “… Oh, mierda.”, dijo sin querer, y a Aelita le saltaban las lágrimas de tanto reír.
  2. Al abrir la puerta principal, Odd se alegró de ver que Sissi había cumplido su palabra. Julia estaba radiante, más guapa que nunca. Lucía un peinado trenzado, una blusa holgada y una falda ajustada que le quedaba como un guante. El italiano respiró hondo para calmar su excitación, y recibió a las chicas cómo mejor sabía hacerlo.

    — Uauh… ¡Buenas noches, bellezas! Creo que se han equivocado, señoritas. La agencia de modelos está por allí.

    — Puedes ser muy cuqui cuándo quieres, Odd… — dijo Sissi, excesivamente orgullosa.

    — Las has guiado mal, Elizabeth… Disculpadla, su orientación es pésima. — bromeó Odd, a lo que las chicas no pudieron evitar reír contenidamente, incluido Julia.

    — Te crees muy gracioso, ¿verdad? ¡Y deja de llamarme Elizabeth, o te corto la lengua! — Sissi sentía como la ira le creaba un nudo en el estómago.

    — Relájate, mujer… No pierdas los papeles tan rápido, Sissi, que aún queda mucha noche por delante. — el chico se apartó del portal y las invitó a entrar. — Entrad, chicas. Bienvenidas.

    Al traspasar la puerta, Julia cruzó fugazmente su mirada con la del italiano. En sus ojos azules, ella pudo leer un claro mensaje: “¿Lo he visto bien? ¿Te has reído con uno de mis chistes, Jules?”. La chica chasqueó la lengua con apatía… “¿Realmente piensas que has ganado terreno con esa chorrada, capullo? Eres un pobre infeliz”. De pronto, una atrevida y femenina mano acarició con suavidad el hombro de Odd. Françoise Maillard, compañera de clase de Yumi y fiel seguidora de Sissi Delmas, era una de las diecisiete-añeras más seductoras y deseadas de todo el instituto. Por supuesto, antes de que Odd diera el cambiazo, ella ni siquiera sabía que el italiano existía. Pero ahora lo miraba con otros ojos, y ese apuesto bohemio de metro ochenta la tenía cautivada.

    — Oye, Odd, ¿te importaría traernos algo para beber? — preguntó la chica, con un tono irresistiblemente dulce en la voz.

    — Claro, sin problema. ¿Alguna preferencia?

    — No lo sé. Sorpréndeme…

    No le costó mucho a Odd darse por aludido. Françoise tenía muy claro lo que quería, y él no pudo sentirse más elogiado. No había nada en el mundo que el italiano disfrutara más que una entretenida sesión de flirteo, especialmente si se trataba de un uno-contra-uno con la mismísima Françoise Maillard. Odd le guiñó un ojo a la chica, indicándole que el juego ya había comenzado, y entró en la cocina a por el recado. Al perderlo de vista, Helena Fayolle agarró el brazo de Françoise para acercarla hacia ella.

    — Disculpa, bonita, pero… ¿Qué es lo que acaba de pasar? — preguntó Helena, con una pícara sonrisa en los labios.

    — Nada. Nada en absoluto…

    — ¿Nada? Por dios, Fran… Podrías disimular un poco tu interés al menos, ¿no crees?

    — ¿Para qué? Coquetear es demasiado divertido… Y si hemos venido a esta fiesta es para divertirnos ¿verdad?

    — … Eres una chica muy mala, ¿lo sabías? Realmente mala.

    Françoise se tiró su larga y pelirroja melena hacia atrás con elegancia, y las dos amigas soltaron algunas risitas emocionadas mientras caminaban hacia el comedor. Sissi, que presenció la escena al completo, hizo una mueca de desconcierto. No llegaba a entender cómo ese palurdo de Odd podía ser tan popular entre las chicas. Su actitud de conquistador masivo le parecía de lo más irritante, aunque demasiadas veces se había visto a ella misma reflejada en el carácter de ese chico. Sin embargo, Odd tenía algo de lo que ella carecía: Amigos. Gente que le quería y le aceptaba por tal y cómo era… y eso, al fin y al cabo, era lo que más sulfuraba a Sissi. Por desgracia para ella, su comportamiento frente a los demás no mejoraba la situación, y por alguna desconocida razón, se negaba a aceptar que necesitaba ayuda psicológica para cambiar el rumbo de las cosas. Ayuda de alguien que, de una vez por todas, la hiciera entrar en razón.

    Cuando las chicas se adentraron en el comedor, consiguieron llegar hasta Ulrich, Yumi y Jérémie, afortunadamente sin recibir muchos codazos involuntarios por parte de la multitud. Los tres amigos saludaron alegremente a Julia al verla, pero sus sonrisas se borraron el en preciso instante que repararon en Sissi Delmas. Tal y cómo era de esperar, la diva no tardó mucho en abrir la boca.

    — Yo alucino, vamos… ¿No crees que es un poco tarde para ti, Belpois? A estas horas ya deberías estar en la cama abrazado a tu libro de… Matemática Cuántica.

    — … Para tu información, Sissi, se llama Mecánica Cuántica, no “Matemática”. Pero lo has sabido pronunciar muy bien, ¡y sin tartamudear! Estoy realmente impresionado. — contraatacó Jérémie con seguridad, sin una pizca de alteración en su voz.

    — Ya decía yo que algo no me cuadraba en esa frase… — dijo Ulrich, en tono sarcástico.

    — Por favor… Tu repelencia me resbala, Jérémie. En serio, ¿por qué no te largas? Los perdedores como tú no pintáis nada en eventos como éste…

    — Habla por ti, Sissi. Te aseguro que no eres bien recibida aquí… — comentó Yumi.

    — Que yo sepa, no estaba hablando contigo. Así que no te metas… golfa. — Sissi le dedicó una maliciosa mirada a Yumi mientras pronunciaba esa palabra alzando la voz.

    — Perdona… ¿¿cómo me has llamado??

    — ¡Ay, dios mío! ¡Evacuad la zona! ¡La nipona marimacho va a explotar! — la diva se desternillaba mientras fingía tener un ataque de pánico.

    — Lo que va a hacer esta nipona marimacho es REVENTARTE LA CARA A HOSTIA LIMPIA.

    — Oh, ¿no me digas?… Soy la hija del director. ¡No te atreverás!

    — ¿¡Quieres apostar, niñata de mierda!? — Yumi apretaba los dientes con rabia mientras se crujía los nudillos de las manos.

    Parecía que la situación se había descontrolado bastante, y Ulrich y Jérémie no sabían cómo reaccionar. Estaban paralizados, con los ojos muy abiertos, y si no actuaban rápido, Yumi iba a darle a Sissi la paliza de su vida. Y es que si había algo que no le faltaba a la japonesa eran ganas de romperle los dientes a la reinona de Kadic. Por suerte, Julia Santana pudo intervenir a tiempo, y se colocó entre las dos rabiosas adolescentes justo antes de que empezaran a pegarse.

    — ¡Ei, ei, ei! ¡Chicas, estaos quietas! Será mejor que nos tranquilicemos todos un poco, ¿¡de acuerdo!?

    — ¡Yo estaba muy tranquila antes de que la zorra de Sissi llegara al mundo!

    — Ulrich, cariño, ¿te importaría controlar a tu gatita rebelde? ¡Le sobra mala leche!

    — ¡SILENCIO LAS DOS, JODER! — dijo Julia con firmeza, que empezaba a tener dolor de cabeza. — Vuestra compañera de clase se lo está currando muchísimo con la música, así que, si le tenéis ni que sea un mínimo de respeto, ahora mismo vais a dejar esta estúpida pelea sin sentido y vais a disfrutar de la fiesta ¿¡queda claro!?

    — …

    — ¡Os he hecho una pregunta! ¿QUEDA CLARO, O NO?

    — Sí, Julia, queda claro. — dijeron las dos chicas al unísono.

    — Pues venga, separaos… Que corra el aire, vamos…

    El silencio se apoderó del ambiente durante unos segundos, y la tensión que se respiraba podía llegar a cortarse con un cuchillo. Afortunadamente, otros alumnos de la academia les encontraron y se unieron a ellos, lo que ayudó un poco a romper el hielo. Nicholas Poliakoff había quedado para ir a la fiesta con Matthieu Ducrocq, y al llegar se juntaron con Tania Grandjean y Naomi Nguyen para a escuchar tocar a Aelita antes de toparse con el resto de sus compañeros. A los cuatro se les había ido un poco la mano con la sangría casera de Odd, cosa que acabó animando bastante el ambiente. “Jérémie, tío… ¡Tu novia es la hoooooooostia! Es la primera vez que la oigo pinchar en directo… ¡A-LU-CI-NAN-TE!”, dijo un entusiasmado Matthieu; “Ya te digo… ¡Aelita mola que te cagas! Sólo por oír su música ya ha valido la pena venir”, comentó una alegre Naomi; “¿Dónde está Odd? ¿Habrá preparado más sangría? ¡Odd! ¡¡¡ODD!!!”, gritó Nicholas, a lo que Tania respondió “Yo de ti, aflojaría el ritmo, colega… Bueno… Todos deberíamos aflojar el ritmo”.

    Finalmente, un cuidadoso Odd apareció con cuatro grandes vasos en sus manos, moviéndose tan lentamente como podía para evitar que cayera ni una sola gota de bebida al suelo. Ofreció caballerosamente dos de los vasos a Françoise y a Helena, un tercero a Sissi, la cual lo aceptó con arrogancia, y el último a Julia, con la intención de usar de nuevo sus habilidades seductoras.

    — Aquí tienen sus sangrías, señoritas. Frescas y recién hechas. Ya me diréis que os parece mi receta especial.

    — ¡No jodas! ¿¿Has hecho más?? De puta madre… ¡Ahora volvemos! — Nicholas y Matthieu se dirigieron a la cocina en busca del delicioso néctar.

    — ¡Intentad no volver a desorientaros, capullos! — les gritó Odd, antes de perderlos de vista. Seguidamente, se dirigió a Julia con aires de galán. — Bueno, realmente espero que no te sepa a poco, Jules.

    — … ¿Qué has querido decir con eso? — preguntó ella, arqueando una ceja.

    — Creo que la cantidad de vino es la que toca, pero no sé si a ti te parecerá muy suave… Ya sabes, para ser española. — Odd, cándidamente, le sonrió con ingenuidad.

    — Ah, claro… Porque es obvio que los españoles somos todos unos borrachos, ¿verdad?

    — ¿Cómo? No, oye, yo no quería decir eso…

    — Dime, ¿me vas a hacer la misma pregunta cuándo tenga una cerveza en la mano?

    — Pero… ¿qué? Jules, relájate, yo no pretendía…

    — Mira, Odd, ¿sabes qué? Olvídalo, ¿vale? Da igual… Si me disculpas, voy al baño un segundo. — Julia suspiró con actitud cansada, y le dio a Odd su vaso de sangría para que lo aguantara por ella. — Al fondo a la derecha, supongo.
  3. Ulrich miró la hora en su móvil. Las 21:10. Perfecto. Puntualidad alemana. Había quedado con Yumi a las 21:15h para ir juntos a casa de Odd, y él ya se encontraba a poco más de una calle de distancia de la residencia Ishiyama. En realidad, la fiesta ya hacía como una hora que había empezado, pero entre el artículo para Literatura Universal de Yumi y la sesión de entrenamiento de Pencak Silat de Ulrich, ninguno de los dos pudo estar allí a tiempo. Aún y haber informado a su amigo de su retraso, Odd les acribillaba a mensajes: “¿Os habéis perdido? ¿¡Dónde cojones estáis!?” “No traigáis cerveza, que vamos sobrados.” “¡Mierda! Comprad vasos de plástico. Maxi-paquetes.

    — Que sí, Odd, que sí… Puto toca-huevos, hay que joderse… — susurró Ulrich, mientras llamaba al timbre.

    La puerta se abrió, y allí estaba ella. Preciosa, más que nunca. Camisa de cuadros anudada a la altura de la cintura, pantalones de cuero ajustados, y un ligero toque delineador de ojos. Una mezcla deliciosa que deshizo al chico por dentro. El alemán tuvo que aguantarse una vez más las ganas de abrazarla. Amigos, Ulrich. Sólo amigos.

    — A y quince exactos. Increíble. ¡Eres realmente bueno!

    — Lo prometido es deuda… Por cierto, me gusta tu bolso, Papá Noel.

    — Toneladas de vasos de plástico. Por suerte, no pesan nada. ¿Nos vamos?

    Su olor. Ese dulce aroma era algo que la enloquecía una y otra vez. Yumi sintió el perfume natural de Ulrich como una brisa de aire fresco cuando empezó a caminar a su lado. Observó su atuendo con disimulo. Estaba realmente guapo. El combo de sudadera y tejana era un clásico en el alemán, pero esta vez, llevaba una camiseta con el cuello suficientemente bajo para dejar a la vista el pelo de su pecho. La chica apartó rápidamente la mirada hacia las farolas encendidas… Amigos, Yumi. Sólo amigos.

    — ¿Pudiste acabar el artículo antes de que llegara?

    — Mañana por la tarde le daré los últimos retoques, pero la parte dura ya está hecha. ¿Cómo fue tu clase de Pencak Silat? Supongo que serás el bebé del equipo…

    — La verdad es que sí, aunque te aseguro que eso no les ha ablandado el espíritu… Me han machacado bien, esos cabrones. Pero ha sido divertido.

    — Tranquilo, aprenderás rápido. Y en pocos días, veremos quién machaca a quién…

    — Más bien en pocos meses, pero te agradezco el cumplido. — la corrigió Ulrich, a la vez que le daba un suave golpe de codo a la chica. — ¿Tienes tiempo de seguir con tu libro ahora que ya no estamos de vacaciones?

    — Qué va, voy retrasadísima… Cuando tengo un momento para escribir, el plasta de mi hermano me molesta, o mis padres me piden ayuda con las tareas de casa… William me dijo que, a este ritmo, lo terminaré cuando camine con bastón. — Yumi rio mientras esa imagen le pasaba por la cabeza.

    — … Vaya, no sabía que seguías hablando con William... ¿Cómo le va por allí?

    — Sí, hablamos… Aunque sólo de vez en cuándo… Está bien, siempre liándola parda, ya le conoces. Tengo la sensación de que esos norteamericanos pronto lo mandarán de vuelta a Francia de una patada en el culo si no se comporta.

    Yumi continuó riendo, intentando sacarle importancia al tema de que ella era la única del grupo que aún mantenía el contacto con William Dunbar, especialmente después del problemón en el que les metió en Lyoko. Algo le decía a Ulrich que la japonesa escondía algo, pero no le costó mucho dejar de preocuparse. Yumi siempre se había caracterizado por ser la reina del misterio, y el chico sabía perfectamente lo poco que le gustaba a su amiga que le hicieran demasiadas preguntas. Al llegar a la parada del autobús, la japonesa le pasó la bolsa llena de vasos de plástico a Ulrich con cierta irritación. “Coge esto un momento. Estoy hasta las putas narices de mi pelo.” Yumi se recogió su larga cabellera en un alto y despeinado moño, dejando al descubierto la blanca piel de su cogote. No hubo nada que el alemán deseara más en ese momento que besar esa suave y tierna nuca. Amigos, Ulrich, joder… Sólo amigos, y nada más.

    Yumi no se sentía orgullosa de sí misma. En absoluto. Estaba metida de lleno en un lío de cojones. Había entrado en una red de mentiras y encubrimientos de la que no sabía cómo salir. Ninguno de los chicos sabía lo de William, aunque éste pensara que sí. Y tampoco sabían nada de su futuro viaje a Japón… Tampoco William. El chico creía que, al regresar a Francia desde San Francisco, Yumi estaría esperándolo con los brazos abiertos. Pues menuda sorpresa se iba a llevar… La chica tomó la bolsa de nuevo y dijo “Qué alivio. Así está mucho mejor, ¿verdad?”. Ulrich le dedicó la sonrisa más dulce del mundo, sin llegar a responderle. No le hizo ninguna falta. Mierda, Yumi, sólo amigos, ¿recuerdas? Amigos y punto…

    En poco más de media hora, el autobús les dejó a dos calles del domicilio de Odd. Y a medida que se iban acercando, empezaron a escuchar los graves zumbidos de una cabina tocadiscos acompañados por risas y voces alegres. Cuando los dos adolescentes llegaron a la entrada del jardín, quedaron atónitos al observar el ambiente. Allí había gente, muchísima gente. Los fumadores se amontonaban en pequeños círculos a lo largo de la parcela, y a través de las ventanas se podían visualizar las figuras de múltiples individuos moviéndose de un lado a otro de la casa. Ulrich tocó el timbre exterior, con pocas esperanzas de ser oído por nadie. Sin embargo, varias personas en el jardín gritaron al unísono “¡ODD, PUERTA!”, y al cabo de pocos segundos, el portal se abrió automáticamente y el italiano salió de la casa con dos cervezas en mano para recibir a sus amigos.

    — ¡Ya era hora, joder! ¿Traéis los vasos?

    — Tu simpatía es abrumadora, gilipollas… — dijo Yumi, tirándole el saco a los pies.

    — Tía, lo siento, ¿vale? Algunos quieren hacerse cubatas, y paso de que la gente use los vasos de cristal. — Odd recogió la bolsa con la mano libre, mientras con la otra les ofrecía las cervezas ya abiertas. — Gracias por salvarme el culo por milésima vez.

    — … ¿Y?

    — … Y mis disculpas por haber sido un capullo integral, oh su excelentísima eminencia Yumi, diosa del Olimpo, me merezco la muerte más cruel, blah blah blah…

    — Creo que un simple “lo siento” hubiera bastado, Odd. — se burló Ulrich.

    — Callaos y empezad a beber ya, coño, que a la birra se le van las vitaminas.

    Los tres rieron con ganas, y mientras Yumi y Ulrich daban sus primeros tragos, siguieron a Odd hasta el interior de la casa. Y fue entonces cuando sus temores fueron confirmados. Allí dentro no sólo había alumnos de Kadic, sino también un montón de gente a la que no habían visto en su vida, pero que Odd conocía de fuera de la academia. “Tío, diría que esto se te ha ido un poco de las manos...” Ulrich evitó por los pelos impactar contra una pareja de desconocidos que se estaba comiendo la boca en medio del pasillo. “Qué va, colega, está todo bajo control… ¡Dale duro a ese guaperas, Janine!” gritó el italiano, y Janine le levantó el dedo pulgar a Odd sin dejar de besar a su conquista.

    Odd les abandonó de repente para dejar los vasos en la cocina, pero antes les indicó que siguieran hacia el comedor para disfrutar de la fiesta. Así lo hicieron, y allí al fondo se encontraba ella, en todo su esplendor. Una radiante Aelita pinchaba maravillas sin cesar, y estaba siendo vitoreada por un público de lo más animado. No se podía negar que esa chica llevaba el ritmo en las venas. Sabía perfectamente qué sonidos mezclar y cuándo mezclarlos, creando puras genialidades musicales que, sin lugar a duda, llegaban al nivel de artistas del techno como Daft Punk. Su estilo volvía loca a la gente de la fiesta, hasta al punto en el que algunos de ellos se batían a duelos de baile… Y no lo hacían nada mal.

    — Joder, Aelita está que se sale… ¿Y de dónde ha sacado Odd a todos estos prodigios? — preguntó Yumi, mientras saludaba a su amiga con la mano.

    — Ni idea, pero sólo con ver lo entusiasmada que ella está, me alegro de que los haya traído. — contestó Ulrich, devolviéndole el saludo a su amiga desde la distancia. — Mírale la cara… No puede estar más feliz.

    De pronto, los chicos divisaron a Jérémie abriéndose paso entre la multitud para acercarse a ellos. Cualquiera podía intuir que las masificaciones no eran su estilo. Su pelo rubio estaba algo despeinado, y aunque una camisa blanca le pareciera adecuada para ir a clase, no lo era en absoluto en un ambiente como ese. Tuvo que dejársela por fuera de los pantalones y doblarse las mangas para evitar asfixiarse por el calor. Ulrich y Yumi no pudieron evitar ahogar una risita al verle.

    — ¿Cómo lo llevas, Jérémie? Te veo algo sofocado… — bromeó Yumi.

    — Tan pronto como Aelita se tome un descanso, me iré de aquí… Si he accedido a venir ha sido para apoyar a mi novia, pero nada más. Achicharrarme rodeado de gente que no conozco de nada no es lo mío.

    — Pero es que vamos a ver, tío… ¿Cómo se te ocurre venir con camisa de vestir a una fiesta como ésta? Podrías haberte cambiado de ropa después de clase, para variar. — Ulrich sonreía a su amigo mientras le daba una palmada en la espalda.

    — ¡No pensaba que habría tanta gente! Odd se ha pasado tres pueblos corriendo la voz… Lo siento, chicos, sé que acabáis de llegar, pero a mí este rollo no me va…

    — Tómate algo con nosotros al menos. Iré a buscarte la bebida si hace falta, y de paso cogeré dos birras más. — Yumi se terminó su cerveza, y se tomó la libertad de quitarle a Ulrich su botella de las manos, que ya llevaba varios minutos vacía. — ¿Qué te traigo?

    — Una tónica está bien. Gracias.

    — Enseguida vuelvo con dos cervezas y un Gin tonic.

    — ¿¡Qué!? Yumi, espera, ¡ni se te ocurra! ¡YUMI! — gritó Jérémie, pero su amiga ya había desaparecido entre el gentío, y Ulrich no podía parar de reír.

    …​

    Julia notaba su rostro algo acartonado. Había permitido que Sissi la maquillara un poco para la fiesta, y ya se estaba arrepintiendo de ello. No pudo negar que los resultados fueron increíbles… Seguía siendo su cara de siempre, pero con un cierto je-ne-sais-quoi que no se podía describir con palabras. Aun así, no se sentía del todo cómoda, aunque las chicas la llenaran de cumplidos. “Ahora sí que no te sacarás los moscardones de encima, cari… Bueno, ya sabes a lo que me refiero.”, insinuó Sissi, y Julia reía por fuera y maldecía por dentro.

    Las chicas fueron las últimas en llegar. Elegantemente tarde, tal y como ellas solían decir. “Es una pena que al final Heidi no haya podido venir…” dijo Françoise, a lo que Helena respondió “Escapar de unos padres tan rígidos no debe ser nada fácil. Debería haberse inventado cualquier cosa, esa tonta…”, y Sissi añadió “Ai chicas, ¿y qué más da eso ahora? Mientras Ulrich esté allí dentro, todo lo demás me importa bien poco…”. Julia pensaba en que habría dado un brazo para estar en la situación de Heidi. Sabía perfectamente porqué estaba allí, por la misma razón por la cual Sissi había insistido tanto en que asistiera. Pero poco importaba eso ahora. Una fiesta era una fiesta, y ella lo iba a dar todo. Y si alguien le tocaba demasiado la moral, ya se encargaría ella personalmente de hacerle saber quién era la auténtica Julia Santana.
  4. Julia estaba más que harta. Quería cargarse a todo el mundo. Si por ella fuera, habría sacado tanta punta a su lápiz que lo hubiera podido usar como arma letal para clavárselo en la yugular a todo aquél que la llamara por ese maldito apodo. “Oye, Jules, ¿me ayudarías con el tema 2 de Química? No pillo nada.”, decía ese. “Bonita camiseta, Jules. ¿Dónde te la has comprado?”, decía la otra. “Te devuelvo los dos euros que me dejaste para café el otro día. ¡Mil gracias, Jules!”, decía el de más allá… Jules, Jules, Jules, Jules… Estaba claro que eso ya no tenía arreglo.

    La última semana de septiembre había llegado, y el curso escolar ya se desarrollaba en todo su esplendor. Deberes por aquí, algún que otro trabajo de grupo por allá, y apuntes. Muchos apuntes. Julia se consideraba una buena estudiante, nada excepcional, pero sí por encima de la media. Consiguió coger el ritmo bastante rápido sin mucho esfuerzo, aún y llegar a Kadic una semana después del inicio de las clases. Desde siempre, la organización y la autodisciplina habían sido su fuerte… Y la chica no podía dejar de pensar en la posibilidad de que la causa principal de sus cualidades fuera el hecho de que ella era… bastante especial.

    Un desagradable escalofrío recorrió su columna vertebral, y le puso la piel de gallina. Por suerte, hacía un mañana perfecta para disfrutar del sol durante la media hora de descanso del día, y eso la hizo sentir mucho mejor. Fue directa a la máquina de café y tecleó el código para un té con limón que el cuerpo le pedía a gritos. De lejos, vio a Sissi y a algunas de las chicas, saludándola e indicándole que se sentara con ellas en el banco al lado de la entrada principal. La española se acercó a ellas con una sonrisa, y se juró a sí misma que si alguien más volvía a llamarla Jules, le daría un puñetazo.

    — Ay, Julia, amor… No entiendo cómo puedes beberte ese líquido asqueroso. Huele en plan… super artificial… — Sissi observó la bebida con cara de repugnancia, sin creer que eso podía ser realmente té con limón.

    — Necesito algo caliente, y el café de esa máquina no se puede beber… Es como agua pasada por calcetines sucios.

    — Pues yo he oído que tomar mucho té deja manchas en el esmalte… Y no se van. — le insinuó Heidi Klinger, a lo que Julia gruñó con desdén.

    — Es sólo un puto té al día, Heidi… No se me van a caer los dientes por eso.

    — ¡Uuuhhh! Alguien se ha levantado de mal humor esta mañana… ¿Hay algún problema, Julia? — preguntó Françoise Maillard, algo sorprendida.

    — Perdonad, es sólo que… odio a Odd Della Robbia.

    — ¿En serio? ¿Por qué? A mí me parece una monada… — continuó Françoise, con una tímida sonrisa en los labios.

    — Es un plasta insufrible… Siempre me viene con sus “¡Eh, Jules, tía! ¿Qué tal? Me mola tu rollo blah blah blah”… Dios, ¡no le soporto!

    — No te lo tomes tan en serio, mujer… Odd puede parecer algo pesado a veces, pero yo creo que es un buen tío. — comentó Helena Fayolle, mientras abrillantaba sus uñas.

    — Además, por su culpa, ahora todo el mundo me llama Jules… ¡Mi nombre es Julia! Ese apodo me da tirria, y empezó a usarlo él. Capullo de mierda…

    — Vale, Julia, ya está… Relájate. – Françoise intentó tranquilizarla.

    — Jules suena a nombre de chico… ¡Y yo no soy un chico, joder!

    — De acuerdo. Nos ha quedado claro… Prohibido usar ese nombre delante de ti. Apuntado. Madre mía, qué carácter gastas, cari… — dijo Heidi, un poco temerosa.

    — Bueno, chicas, hablemos de cosas importantes, ¿os parece? — Sissi se aclaró la garganta para continuar. — Tenemos que planear bien cómo iremos vestidas para la fiesta de este sábado.

    —¿De qué estás hablando? — Julia arqueó una ceja, confundida.

    — Tu odiado Della Robbia va a dar una fiesta en su casa este fin de semana. Parece que sus padres se largan y no regresan hasta el lunes… Lo he oído por allí. Es crucial que decidamos esto juntas. ¿Os imagináis que repetimos modelito? Qué horror…

    — Pero Sissi… Odd no nos ha invitado, ¿verdad? — preguntó Helena, dubitativa.

    — Aún no. Pero lo hará… Estoy más que segura de ello.

    Sissi observó de reojo a Julia. Sabía perfectamente que el italiano haría lo que fuera para que esa chica estuviera presente en su fiesta el sábado, y eso significaba que podía usar ese punto débil de Odd para obtener algo a cambio: a Ulrich Stern. Julia, que no se chupaba el dedo, percibió enseguida las maliciosas intenciones de su amiga, y suspiró con desilusión. Lo que era capaz de hacer esa chica para acercarse a Ulrich no tenía nombre…

    Mientras bajaba por las escaleras hacia el exterior, a Aelita Stones le brillaban los ojos de la emoción. Odd acababa de ofrecerle algo que era incapaz de rechazar, y sólo podía pensar en ponerse manos a la obra con la mesa de mezclas tan pronto como terminaran las clases.

    — Entonces, ¿qué? ¿Lo harás? — le preguntó Odd, mientras salía del edificio con ella.

    — ¿Estás de broma? ¡Claro que lo haré! Me muero de ganas de pinchar en tu fiesta, Odd. Tengo algunas ideas que podrían funcionar bastante bien.

    — ¡Esa es mi chica! — el italiano la abrazó con entusiasmo. — La gente va a flipar con tu música, Aelita. Ya lo verás. Les vas a encantar como DJ.

    — Anda, calla, tonto… Pero oye, ¿y qué vas a hacer con el pobre Kiwi?

    — ¿Kiwi? Se lo llevan mis padres. Se pasarán el fin de semana con unos amigos en una casa rural cerca de Dijon. Estarán rodeados de campo y bosque. Ese saco de nervios se lo pasará mejor allí que aquí, te lo puedo asegurar.

    — Vamos, que tienes la casa entera para ti solo… ¿Debería tener miedo, Odd? — bromeó la chica, y él arrancó a reír.

    — Mientras nadie le prenda fuego a mi comedor, no habrá de qué preocuparse. — Odd le guiñó un ojo a su amiga, mientras ésta fingía rezar para que todo fuera bien.

    Entre los intensos rayos de sol, Odd vislumbró al grupo donde se encontraban Julia y Sissi. Inspiró profundamente, y después de despedirse de Aelita, caminó con seguridad hacia ellas. Al llegar a su lado, Sissi dedicó una pícara sonrisa a todas sus amigas, como si insinuara con orgullo “¿Qué os había dicho?”. La hija del director no esperó a que Odd iniciara la conversación, y se abalanzó a hablar.

    — Ya nos hemos enterado de tu fiesta, Odd… Estaba claro que vendrías corriendo a invitarnos. No puedes estar menos desesperado, ¿verdad?

    — Mi querida Elizabeth… — Odd sabía lo mucho que Sissi odiaba que la llamaran por su nombre real, así que no dudó ni un segundo en usarlo. — Creo que, aunque no te invitara, te presentarías allí igualmente. Así que no voy a malgastar saliva contigo… Haz lo que te venga en gana.

    El italiano dirigió sus sensuales ojos azules hacia Heidi, Helena y Françoise, ofreciéndoles con gentileza tres pequeños papelitos mientras decía “Su invitación, señoritas”. Ellas los tomaron delicadamente, seducidas por el trato caballeroso de Odd. Acto seguido, se giró hacia Julia, la cual evitaba el contacto visual para sosegar sus ganas de derramarle el té por la cabeza. Pero entonces, como era de esperar, él dijo lo que no tenía que decir.

    — ¿Qué tal, Jules? ¿Cómo lo llevas?

    Las chicas se sobresaltaron, y observaron a Julia algo atemorizadas. Sissi no pudo aguantarse, y comenzó a reír sonoramente. La española se bebió el té que le quedaba de un solo trago, “Cálmate, Julia. No hagas un espectáculo aquí en medio de todo el mundo…” aplastó el vasito de plástico vacío con la mano hasta casi desintegrarlo, “Sé que te mueres de ganas de matarle, pero tranquilízate, vamos…”, y sin ni siquiera mirarle a la cara, dijo:

    — Lo llevo genial. Nunca en mi vida he estado mejor.

    Y se fue. Lentamente y a paso firme, caminó sin rumbo mientras se alejaba del grupo y de Odd. Éste la siguió con la mirada, más confundido que nunca. Heidi, Helena y Françoise dieron unas rapidísimas gracias al chico por la invitación, y fueron tras Julia, quien había lanzado el machacado vasito a la papelera con una rabia sobrehumana. Finalmente, las carcajadas de Sissi comenzaron a disiparse, y la diva se secó las lágrimas con las yemas de los dedos para no correrse el maquillaje.

    — Ay, por favor… A veces eres realmente gracioso, Odd. Hacía meses que no me reía tanto. ¡Casi me meo encima!

    — Pero… ¿Qué coño he dicho? ¿Por qué se ha largado de repente?

    — Déjalo, cariño. Cosas de chicas. No lo entenderías. — Sissi le indicó al italiano con la mano que se sentara a su lado. — Aclárame una duda, Odd… ¿Por casualidad estará Ulrich en tu fiesta de este sábado?

    — Vaya… Ya veo que mala hierba nunca muere. – dijo el chico, rechazando la oferta de Sissi al quedarse de pie inmóvil enfrente de ella. — ¿Necesitas que Ulrich te ignore aún más para que por fin te des cuenta de que le importas una mierda?

    — Podría preguntarte lo mismo, Odd… Ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad?

    Esta vez, la chulería del italiano no iba a poder ganar la batalla. Él lo sabía, y Sissi también. Odd no tuvo más remedio que morderse la lengua, y ella dibujó una sonrisa triunfante en sus labios.

    — Debo admitir que, a veces, puedes llegar a dar mucho asco, Sissi…

    — Sin rencores, Odd. No te favorecen en absoluto.

    — Está bien, cariño, hagamos un trato. — Odd dejó caer encima de la falda de la chica dos papelitos más. — Yo me aseguro de que Ulrich venga a la fiesta si tú, a cambio, traes a tooooooooodas tus amigas. ¿Qué te parece?

    — En especial, a una de ellas, supongo…

    — No me calientes, Elizabeth. Podrías salir perdiendo.

    En ese momento, sonó la campana. Sissi, orgullosa, guardó las dos invitaciones dentro de su sujetador y le enderezó la trencita de hilo al chico con aires de superioridad. “Siempre es un placer hacer negocios contigo, Odd.” susurró antes de entrar en el edificio, y el italiano notó como la cólera le hinchaba la vena del cuello.

    …​

    Sentada sobre la tapa del retrete, tanteó con nerviosismo detrás de su oreja derecha, y al encontrarlo, suspiró aliviada. Sus dedos empezaron a acariciar ese pequeño tatuaje, resiguiendo su contorno una vez, y otra, y otra… Julia notaba como, poco a poco, su respiración volvía a ser lenta y rítmica, y sentía retomar de nuevo el control de sus emociones. El hecho de que esa marca, cargada de sufrimiento, fuera lo único que tuviera el poder de tranquilizarla, le parecía curioso y a la vez, escalofriante.

    Las chicas le hablaban desde el otro lado de la puerta del baño. Que si necesitaba ir a la enfermería a por un calmante… Que si no le diera importancia al comentario de Odd… Que si en unos meses, todo el mundo la volvería a llamar por su nombre… Y ella las oía, pero no las escuchaba. Ni siquiera pensaba ya en ese idiota descerebrado. Sólo sintió la necesidad de deslizar sus dedos del tatuaje a su columna, y palpar sus vertebras una por una hasta llegar al frío metal…

    Recordó el dolor, las náuseas, los vómitos, las voces distorsionadas, las batas blancas, los fluorescentes parpadeando sin cesar, las descargas eléctricas… Y de pronto, el piso en Barcelona, el sol entrando por la ventana, un beso de papá, una caricia de mamá… Julia lloraba en silencio. Las lágrimas le resbalaban sin cesar por las mejillas. Sin embargo, no podía dejar de sonreír.

    “El que no et mata, et fa más fort… I no hi ha persona al món més forta que tú…”
  5. “Wann wirst du uns in Frieden leben lassen? Scheiße aus XANA…”

    Un preocupado Ulrich esperaba para entrar a la clase de Física, juntamente con otros alumnos, en el tercer piso. Por suerte, una silueta femenina deteniéndose delante de él lo sacó de ese tóxico trance.

    — Mierda, pensaba que no llegaba… ¡Qué alivio! — Julia Santana resopló con desahogo al comprobar que todos aún estaban esperando para entrar.

    — ¿Estás lista para una emocionante avalancha de teorías y fórmulas matemáticas? — le preguntó Ulrich, guiñándole un ojo.

    — Eso dependerá de lo muermo que sea la persona que las explique.

    — No te mentiré. Madeleine Meyer no es precisamente de lo mejorcito que hay en Kadic… Pero tampoco te pegarías un tiro. Yo creo que sobrevivirás.

    A Julia le parecía que Ulrich Stern era una persona increíblemente agradable. La chica veía con claridad las razones de su indiscutible popularidad, pero lo más interesante de todo era que a él toda esa fama y notoriedad no le importaban lo más mínimo. El chaval iba totalmente a su bola, consiguiendo alejarse de todas esas chorradas redundantes y superficiales, y esa admirable actitud fascinaba a Julia. Ese tipo de gente le caía realmente bien.

    — Mira, te seré sincera… Creo que, si Sissi me ve hablando demasiado contigo, estoy más que muerta. — bromeó ella.

    — ¡Bah! Que le den a esa. Pasa de todo, mujer. Sissi suele ladrar mucho, pero nunca ha mordido a nadie. Y tú no serás ninguna excepción, te lo aseguro.

    — Tranquilo, la verdad es que no me preocupa en absoluto. Además, siento decepcionarte, pero no eres mi tipo.

    — ¡AUCH! ¡Aaaauuuchhh! Dios… Vaya puñalada… Oye, eso ha dolido… ¡Y mucho!

    Julia se reía con ganas. Era obvio porqué a Sissi Delmas le gustaba tanto Ulrich, pero ella, sin saber muy bien la razón, no llegaba a sentir ni una pizca de fogosidad al estar frente a ese chico… Curiosamente, Julia veía más a Ulrich como ese hermano mayor que nunca tuvo. Alguien a quién se le podía pedir consejo, o incluso con el que pasarse varias horas charlando, pero sin dejar de sentirse como una niña inmadura a su lado. En otras palabras, él le parecía un tipo demasiado masculino para tener sólo dieciséis años… En realidad, pensó que era mejor así. Julia no pretendía en absoluto ser el punto de mira de la escuela. Lo único que quería era vivir una adolescencia sin sobresaltos ni dramas, y así por fin conseguir pasar página de su terrible pasado…

    En ese momento, Odd Della Robbia subía las escaleras a toda prisa hacia el tercer piso. Se había entretenido demasiado charlando con Lola Kieffer, una morena quinceañera a la que, por lo que parecía, le llamaban demasiado la atención los chicos con pendiente. Por supuesto, cualquier excusa era buena para que Odd usara sus dotes de seducción frente a una chica, y con la tontería, se le fue el santo al cielo. Se despidió de Lola con un “Llámame pronto” y corrió como una bala hacia su clase. Al llegar al tercer piso, divisó a Ulrich hablando con Julia, y pensó que no importaba retrasarse unos segundos más por una buena causa: Enamorar a ese angelito caído del cielo. El italiano respiró hondo, olió su aliento, confirmó que todo estaba bien, y caminó con disimulo en dirección a su amigo y la nueva.

    — ¡Hostia, Ulrich! No sabía que tenías clase en el tercer piso. ¡Igual que yo, qué casualidad! — Odd empujó amistosamente al alemán, el cual ya había visto sus intenciones desde el principio. — Me sorprende verte aquí con… esto… ¿Cómo te llamabas, preciosa?

    — … Julia Santana. — ella miró al italiano con indiferencia. Ulrich no fue el único capaz de intuir el verdadero propósito de Odd, y es que ese chico era un auténtico libro abierto.

    — ¡Aaaaah claro! Lo tenía en la punta de la lengua. — Odd apoyó una mano en la pared, observándola con ojos persuasivos. — Seguramente te acordarás de mí… Nos hemos visto antes en el comedor, y también en clase de Inglés.

    — Por supuesto, Odd Della Robbia. – confirmó Julia, con una sonrisa en los labios. — Eres el empanado mental al que le dio un blancazo al abrirme la puerta esta mañana… ¿Cómo podría olvidarme de ti?

    A Odd se le quedó el cuerpo petrificado, sin saber cómo reaccionar a aquel inesperado asalto. “Emm… Sí, bueno… Yo…”. El pobre chico balbuceaba palabras sin sentido, y no tenía ni la más remota idea de cómo contraatacar.

    — Pues nada. Encantada de conocerte… precioso. — continuó la chica, intimidándole con la mirada y poniendo cierto énfasis en esa última palabra.

    Ulrich se quedó con la boca abierta, mirando a primero a Julia, después a Odd, y así repetidamente. Al cabo de unos segundos de silencio, no pudo aguantarlo más y comenzó a desternillarse. Esa chica le había visto el plumero a su amigo desde el primer momento que puso su pie en el instituto, y acababa de darle su primera paliza emocional. Ulrich lloraba de la risa, y Odd no tuvo más remedio que fingir gustarle el comentario de Julia y seguir hablando para aparentar que su ego no estaba afectado en absoluto.

    — Una chica con sentido del humor… ¡Me gusta! — el chico simulaba pasárselo bien, mientras una gota de sudor frío descendía por su cogote. — Bueeeeeeeno, chicos, voy tirando hacia Historia del Arte. Algunos tenemos que culturizarnos un poco, ¿sabéis?

    Odd le dio una palmada tan fuerte en la espalda a Ulrich que lo desestabilizó. “Pórtate bien con ella, ¿eh, colega?”, dijo mientras le guiñaba un ojo a Julia “Un placer, Jules. ¡Hasta la próxima!”. El italiano abrió a toda prisa la puerta del aula que le tocaba, y desapareció tras ella. La española se giró hacia su compañero de clase, y le observó con cara de extrañeza.

    — … ¿Jules? ¿Qué coño significa Jules? — preguntó, levantando una ceja.

    — Conociéndole, imagino que ha usado la mitad de tu nombre y lo ha fusionado con la primera letra de tu apellido. — Ulrich se masajeó la adolorida espalda con la mano antes de continuar. — ¡Felicidades! Ya tienes un apodo por cortesía de Odd Della Robbia.

    — Ya… Genial, lo que me faltaba… — Julia resopló con desagrado. Ese curso se le iba a hacer muy largo si tenía que estar aguantando las gilipolleces de ese tío. — Por cierto, Ulrich… ¿Pretendías portarte mal conmigo?

    — Joder… Te juro que no tengo ni idea de porqué ese idiota ha dicho eso… Por favor, sólo olvídalo, ¿vale? — se excusó Ulrich, avergonzado.

    Los dos rieron de nuevo, y fue entonces cuando la profesora Meyer apartó a varios estudiantes de su camino para llegar a la entrada del aula. Jadeaba por haber subido las escaleras de dos en dos, y se disculpó por el retraso mientras les abría la puerta. Para Ulrich y Julia, esa clase se sintió agradablemente distinta a la demás, porque sabían que los dos habían hecho una nueva amistad.

    …​

    … Tal y cómo explicamos durante la última clase, la pintura renacentista abarca el período de la historia del arte europeo entre la Edad Media y el barroco. Al igual que todo el arte del Renacimiento, la pintura de esta época estuvo directamente relacionada con la idea de volver a la antigüedad clásica y hacerla renacer…

    “Me ha llamado empanado mental… Con un par… ¡Hay que joderse!”

    … Podríamos caracterizar a la pintura renacentista por el dominio de la ideología humanista y su convergencia con nuevas técnicas artísticas como, por ejemplo, el descubrimiento de la perspectiva. Por supuesto, hay otras especificaciones que distinguen este tipo de pintura de su inmediata antecesora, la pintura medieval…

    “Nunca en mi vida me he topado con una tía tan borde… ¿Quién se cree que es?”

    … En particular, se considera a Italia como la cuna de la pintura renacentista, donde se conservaban a la vista monumentos del período greco-romano y se usaban como modelos de armonía y belleza. Odd Della Robbia, ¿crees que podrías decirnos en qué ciudad de tu país de origen, y bajo la tutela de qué importante familia italiana, comenzó el perfeccionamiento de este tipo de pintura?………… ¿Odd?………… ¿Odd, me estás escuchando?

    “… La hostia, Jules, cómo me gustas… Me lo vas a poner difícil ¿verdad?”
  6. Sissi le echó un último vistazo con arrogancia a la chica antes de alejarse dando golpes de cadera, igual que una modelo en un desfile. Las dos acompañantes siguieron a su líder a paso rápido y sin mirar atrás, como dos perritos falderos. Julia saludó al grupo con una sonrisa, y se dirigió hacia el alemán.

    — Ulrich Stern, ¿no es así? Soy Julia Santana. Creo que vamos juntos a las clases de ciencia.

    — Un placer conocerte, Julia. Después de comer diría que tenemos Física, ¿verdad?

    — Sí, y si te soy sincera… voy bastante perdida. Acabo de llegar, y diría que me he saltado alguna clase. ¿Te importaría echarme una mano con el temario? Me ayudaría mucho a pillar el ritmo.

    — ¡Pues claro! Sin problema. Siéntate conmigo en clase y te pongo al día, ¿te parece?

    — ¡Genial! Nos vemos luego entonces. Buen provecho, chicos. Y bueno… — Julia bajó la voz hasta transformarla en un susurro. — Disculpad la escena de antes. Eso no ha estado nada bien…

    — Tranquila. La verdad es que estamos más que acostumbrados. No te preocupes. — la calmó Aelita, con una sonrisa comprensiva en los labios.

    Después de despedirse con educación, Julia se alejó en dirección a la mesa donde se encontraban Sissi y su ejército femenino. Yumi aprovechó la ocasión, y le dio un codazo amistoso al italiano en el brazo.

    — Tengo que reconocerlo, Odd. Tienes muy buen gusto para las mujeres.

    — ¿Me lo dices o me lo cuentas? Aunque hay algo que no entiendo… ¿Por qué se ha juntado con la petarda de Sissi?

    — A mí me parece bastante lógico. Piénsalo bien: Sissi tendrá muchas seguidoras, pero no son más que muñecas sin cerebro. Creo que ha visto en esta chica potencial para ser su mano derecha.

    — Una teoría interesante, mi querida Yumi… Pero Julia no parece tener ni un pelo de tonta. Y estoy seguro de que Sissi también lo ha notado. Podría salirle el tiro por la culata… — discrepó Jérémie.

    — Ya, pero Julia es nueva aquí, y por muy lista que sea, está sola y desprotegida. Sissi podría haber usado esto a su favor. Ya sabéis lo buena que es a la hora de meterse a la gente en el bolsillo, especialmente si cree que puede sacarle provecho.

    — Pues llevarse bien con Ulrich no va a darle ningún punto extra a la pobre chica… — dijo Aelita, con aire preocupado. — ¿Y si lo acaba pasando mal por culpa de Sissi?

    — Ya veremos. ¿Quién sabe? Puede que Julia no se deje manipular tan fácilmente. Después de todo, no le ha seguido el juego a Sissi antes, y ha sido muy maja con nosotros.

    — Entonces… ¿Me das tu bendición, enana? — Odd pasó el brazo por encima de los hombros de Yumi, y la miró con ojos de cachorrito.

    — Lo que hagas con tu vida amorosa me la sopla, Odd. No soy tu madre. Tírale la caña a quien te dé la gana… Pero me alegra que, por una vez, te interese alguien que parece tener dos dedos de frente.

    — ¡Eh, Ulrich! Mírame a los ojos. — el italiano apuntó a su amigo con un dedo índice amenazador. — Júrame por tu vida, y por el puto Pencak Silat, que no intentarás bajo ningún concepto ligarte a esa chica…

    — A diferencia de ti, yo puedo controlar mis instintos animales, capullo integral.

    — ¡Júramelo!

    — Que sí, tío, joder. Puedes quedarte tranquilo. — el alemán revolvió enérgicamente la cabellera de Odd, dejándole el pelo aún más alborotado.

    Jérémie llegó finalmente al postre, y se recolocó las gafas. Llevaba desde el principio de la comida muerto de ganas de que sus amigos dejaran las conversaciones banales a un lado y le ofrecieran unos minutos de silencio para que él pudiera arrancar con las novedades. Cuando ese momento llegó, se aclaró la garganta, y lo soltó sin rodeos.

    — Tengo sospechas de que XANA podría haber regresado.

    El grupo quedó estupefacto ante esa revelación. Todos miraron a Jérémie como si hubieran visto a un monstruo, excepto Aelita, la cual ya estaba enterada de la noticia, y se llevó una cucharada de yogur lentamente a la boca.

    — … Disculpa, Jérémie. Creo que no te he entendido bien. — el italiano no podía creer lo que acababa de oír.

    — Me has entendido perfectamente, Odd. No os estoy gastando ninguna broma.

    — ¿Qué quieres decir con que “podría haber regresado”? ¿Cómo lo sabes? — preguntó Yumi, observándolo con los ojos abiertos como platos.

    — Ese día, cuando apagamos el superordenador, todo parecía haber terminado. Todos os relajasteis mucho. Estabais seguros de que XANA había sido destruido, y dejasteis de preocuparos. Pero yo no, ni tampoco Aelita… Nosotros no podíamos estar tranquilos, chicos.

    — XANA fue un virus informático específicamente diseñado con fines militares de alcance internacional… No es moco de pavo. Supusimos que el simple hecho de desconectar las instalaciones de la fábrica podría no ser suficiente para despreocuparnos, y decidimos sintetizar un programa analizador de alteraciones electrónicas especialmente dirigido a detectar cualquier señal de XANA, por pequeña que fuera. — continuó Aelita.

    — Esperad, esperad un momento... Vamos a ver, Jérémie. — a Ulrich le costaba esfuerzo asimilar tanta información de golpe. — ¿Tú, con la ayuda de Franz Hopper, no creaste un programa antivirus super potente o algo así que limpió todo el sistema antes de desconectar el superordenador? Aelita y tú nos asegurasteis que había funcionado muy bien, que su desarrollo había sido… ¿cómo dijisteis?... ¡simplemente perfecto!

    — Así es, y el porcentaje de actividad aberrante en la ultraestructura electrónica después del lanzamiento del antivirus fue del 0%. Aelita lo comprobó varias veces. No quedó ni rastro de XANA… Pero eso no nos certificaba que fuera realmente destruido. Nunca tuvimos esa seguridad. Por lo que tuvimos que ser precavidos, y si nunca la presencia de XANA volvía a aparecer, al menos deberíamos estar al corriente de ello.

    — Vale, ahora en cristiano. Entonces… ¿estamos jodidos o no? — preguntó Odd, aplastando la cuchara del yogur con su mano.

    — Es pronto para decirlo. El programa ha enviado una notificación a mi teléfono móvil, informándome que una leve anomalía sistemática ha sido detectada, y por la descripción de los atributos de la señal, no se trata de un virus normal… Un simple troyano, o similar, no tendría esas características tan especiales.

    — Vamos, que podría ser XANA… Pues que bien… — Yumi se llevó las manos a la cabeza, y suspiró con inquietud.

    — Como ha dicho Jérémie, aún es pronto para confirmarlo. La sensibilidad del programa es muy alta, lo que significa que podría tratarse de un falso positivo. La señal interceptada es extremadamente débil, así que lo mejor que podemos hacer ahora es esperar y estar atentos a cualquier otro aviso que nos envíe el aplicativo, ¿queda claro? — explicó Aelita, con una seria expresión de circunspección en su rostro que era difícil de ignorar.

    — Exacto. Nada de sobreexcitaciones por el momento. Es mejor que todos sigamos actuando como si nada hubiera pasado, y Aelita y yo os mantendremos informados de cualquier novedad. Lamento haberos fastidiado el postre, chicos, pero teníais que saberlo.

    — Joder, manda cojones… Creo que, en vez de un café, me tomaré una tila. Todo esto me ha puesto de los nervios… — dijo Odd, tamborileando intranquilamente con un pie en el suelo.

    Al cabo de un rato, la campana sonó, anunciando la hora de inicio de la sesión educativa de la tarde. El grupo de amigos se dividió para asistir a las clases correspondientes a su Bachillerato, aunque todos tuvieron el presentimiento que, esta vez, les sería complicado atender. Su mente estaba completamente focalizada en XANA y en su posible retorno. Esa noticia no era para nada bienvenida, y les inquietaba imaginar la posibilidad que, en unos pocos días, tuvieran que dejar atrás sus vidas totalmente normales para volver a ser guerreros de Lyoko.
  7. “¡Sorpresa! Estoy en detención. Y adivina: es un coñazo”

    A Yumi se le escapó una risita silenciosa al leer el mensaje. Típico de William, siempre metiéndose en líos… Abrió su estuche de ropa e introdujo el móvil dentro para poder escribir en él sin ser descubierta.

    “¿Qué has hecho esta vez, capullo?”

    “Perdí una apuesta. Estos yanquis de mierda me están corrompiendo”

    “Porque pasar de ellos y actuar como una persona normal, no es lo tuyo, ¿verdad?”

    “Cuando vuelva a casa, ya me sacarás tú del lado oscuro. ¿Qué estás haciendo?”

    “Otro coñazo”

    Definitivamente, la asignatura de Francés Avanzado no era de las favoritas de la japonesa. Aún y llevando más de la mitad de su vida viviendo en Francia, seguían apareciendo especificaciones en la lengua que para Yumi no tenían ningún tipo de sentido. Se prometió a sí misma mejorar sus notas en esa materia, y estaba dispuesta a hacerlo… Sin embargo, no podía negar que esos cabrones francoparlantes se lo estaban poniendo difícil de cojones. “Sigo echándote de menos, delincuente” tecleó la chica, pero no recibió respuesta alguna. Yumi sonrió, intuyendo que ya le habían confiscado el teléfono a William, teniendo en cuenta que la discreción nunca había sido su fuerte. No tuvo más remedio que prestar atención a ese infierno lingüístico durante treinta minutos más.

    Llegó por fin la hora de comer. Jérémie estaba nervioso, muy nervioso. Lo que vio en su móvil durante la clase de Programación le dejó perplejo y realmente inquieto. Cabía la posibilidad de que fuera una falsa alarma. El programa informático que diseñó era extremadamente sensible a cualquier irregularidad cuántica detectable en la red, por pequeña que fuera, cosa que incrementaba de forma considerable el margen de error… Pero ¿y si era verdad? ¿Y si no se trataba de ningún error? Tenía que hablar con los chicos lo antes posible. Aelita sintió su preocupación, y le cogió de la mano para tranquilizarle.

    — Te comes demasiado la cabeza. Relájate.

    — Sabes que esa palabra no está en mi vocabulario.

    — Jérémie, podría ser cualquier cosa…

    — O podría no serlo. — el francés apretó la mano de la chica con fuerza. — Pero espero que tengas razón, Aelita.

    — Yo también lo espero. — contestó ella, besando su mejilla.

    Cuando llegaron a la mesa con sus bandejas, Odd ya devoraba su segunda ración de lasaña “La hostia, qué hambre da la filosofía… Zampo, y luego existo, ¿verdad? Ese Descartes no tenía ni puta idea” “Sigo sin entender dónde metes toda esa comida…” le comentó Yumi, observando el planísimo vientre de su amigo. “Será que lo quema todo mientras se mata a pajas” bromeó Ulrich, y la japonesa casi se atragantó con el agua de la risa. “Que te jodan, tío… Genética italiana de primerísima calidad. Esa es la razón”. Jérémie prefirió no aguarles la fiesta, y decidió esperar al postre para contarles la gran novedad.

    — Sinceramente, Odd, no me extrañaría que Ulrich tuviera razón. Sobre todo, después de ver como mirabas a la nueva esta mañana… — indicó Aelita, con una pícara sonrisa.

    — Ya estamos… ¡Sois una panda de exagerados!

    — Venga, colega, si se te caía la baba… Anda, aún tienes algunos restos aquí, mira. — Ulrich intentó secar con la servilleta saliva imaginaria en la barbilla de Odd, mientras éste se lo quitaba de encima con la mano.

    — Dejad de cachondearos, joder… ¿Estáis todos ciegos o qué? ¿Vosotros la habéis visto bien?

    — Parece que esta nueva chica ha causado furor… ¿Tan guapa es? — Yumi arqueó una ceja, sin parecer muy convencida.

    — ¿Guapa? Es una obra de arte, Yumi. — puntualizó Odd, e inclinó su cuerpo hacia delante para poder continuar en voz baja. — Julia es de esas chavalas con las que te cruzas por la calle, y te paras a mirarlas. Todo un monumento. Ulrich no sabe la suerte que tiene de hacer el Bachillerato con ella…

    — Hablando de suerte… Se nos acaba de terminar. — susurró Jérémie.

    Un segundo más tarde apareció Sissi, acompañada de tres adolescentes más, entre ellas Julia Santana. La hija del director posó de pie al lado de la mesa, como si le estuvieran a punto de hacer una fotografía, y comenzó a hablar con tono superfluo “Mirad a quién tenemos aquí: la tropa de raritos del instituto”. Dos de sus acompañantes empezaron a reírse de forma exagerada, pero Julia fue la única que continuó en silencio. Odd se espachurró en su silla, con aires de sobrado, antes de contestarle.

    — Nos alegramos muchísimo de verte, Elizabeth… Por esta vez, dejaremos pasar tu masiva estupidez, sólo porque vas bastante bien acompañada…

    El chico depositó su mirada directamente sobre Julia, y Sissi chasqueó la lengua. Observó de reojo a su amiga y le susurró al oído “¿Lo ves? Ya te lo dije…”. Ese comentario hizo que Julia se sintiera algo incómoda, pero no le dio mucha importancia.

    — ¡No estoy aquí para hablar contigo, Della Robbia! Solamente quería saludar a la única persona de este grupo que vale la pena… — la diva echó su estiloso pelo hacia atrás y miró al alemán con deje seductor — … Hola, Ulrich.

    — Adiós, Sissi. — dijo él, sin ni siquiera mirarla a la cara.

    A la chica se le borró la sonrisa de golpe. El grupo sentado en la mesa no pudo aguantar el tipo, y todos empezaron a desternillarse. Sissi se sintió tan avergonzada que su rostro enrojeció por la rabia. Y para colmo, le sorprendió oír las carcajadas de otra persona, aparte de las de esa pandilla de desgraciados. Sissi le echó una furiosa mirada a Julia Santana, y ésta tuvo que cubrirse la boca con la mano para dejar de reír.

    — Perdona, Sissi… Pero ha sido muy gracioso… Lo siento.

    — ¿Cómo dices? A mí no me ha hecho ninguna gracia… ¡Ha sido más bien humillante, Julia! — le gritó Sissi, de lo más cabreada.

    — Insultas a mis amigos delante de mí, ¿y pretendes que te devuelva el saludo como si nada? En serio, Sissi, piérdete. — comentó Ulrich.

    La diva parecía estar a punto de llorar. Julia se dio cuenta, y aunque en el fondo estaba totalmente de acuerdo con el alemán, no pudo evitar sentir algo de lástima por su nueva amiga. Algo le decía que Sissi, en el fondo, no era una mala persona, pero tenía serias dificultades para mostrar su lado bueno, y no acababa de entender el por qué. Sissi inspiró profundamente, y cuando consiguió calmarse, dio el toque final a la conversación.

    — ¿Sabéis qué? Lo que digáis de mí no me afecta en absoluto… No voy a perder ni un segundo más de mi tiempo hablando con una manada de retrasados mentales como vosotros. Vámonos, chicas. ¡Esta gentuza no vale la pena!

    — Id tirando. Estaré allí con vosotras en un minuto. — dijo Julia.
  8. — ¡Aquí estás! Me avisaron de que llegarías a esta hora. Bienvenida.

    — Siento el retraso. Hubo algo de tráfico y…

    — No te preocupes, yo también me topé de lleno con el atasco. Hace poco que hemos empezado. Dame un segundo. — Brenda pidió la atención de todos con las palmas. — Bueno chicos. Tengo el placer de presentaros a vuestra nueva compañera de clase. Su nombre es Julia Santana, y se ha mudado hace poco a París desde la ciudad de Barcelona.

    — ¿Santana? ¿Cómo el músico? – preguntó con curiosidad Nicholas Poliakoff.

    Julia sonrió a la pregunta, la cual ya se la habían hecho como unas ochenta mil veces desde hacía varios años.

    —Exacto… Sólo que, a diferencia de él, yo no he tocado la guitarra en mi vida.

    Esa respuesta generó una risa contagiosa que se esparció a lo largo de la clase. La nueva, sin dejar de sonreír, se encogió de hombros y añadió el comentario “Siento decepcionaros”. La profesora Kensington colocó sus manos encima de los hombros de Julia y prosiguió.

    — Como os decía, Julia empezará clases con nosotros, y está inscrita en el Bachillerato científico. Hoy mismo se ha instalado en una de las habitaciones de la academia, así que confío en vosotros para ayudarla a adaptarse a su nueva vida ¿de acuerdo?

    — Gracias, profesora. Y encantada de conoceros a todos.

    Todos sonrieron. Definitivamente, esa chica sabía cómo dar una muy buena primera impresión. Fue entonces cuando los ojos de Brenda repararon en Odd, el cual seguía mirando a Julia sin pestañear y con la boca medio-abierta.

    — ¿Odd?… ¿Tú no ibas a la enfermería?

    — ……………… ¿Qué? — contestó él, saliendo de su trance.

    — ¿El dolor de estómago te ha hecho perder la conciencia?

    — En realidad… De repente, me encuentro mucho mejor, profe. Creo que… volveré a mi sitio. — dijo Odd mientras cerraba la puerta con suavidad.

    — … ¿No me digas? – Brenda suspiró con apatía, demostrando las pocas ganas que tenía de discutir. — Entonces siéntate, y no vuelvas a interrumpir en todo lo que queda de clase, te lo pido por favor…

    El chico regresó lentamente a su asiento, sin dejar de observar a Julia de reojo, que se dirigió a ocupar la silla vacía al lado de Sissi Delmas. Aelita se aguantaba la risa mientras le susurraba a Jérémie al oído “Parece que nuestro Casanova ya tiene algo con lo que distraerse en clase”. Éste no pudo estar más de acuerdo. No hacía falta ser muy listo para intuir que su colega tenía una nueva obsesión, y esa era Julia Santana.

    Al finalizar la clase, Sissi echó su larga cabellera negra hacia atrás y dirigió su pícara mirada hacia su compañera de pupitre. Desde el primer momento, ella vio en Julia Santana potencial para ser una más de sus fieles seguidoras y, aunque en su opinión le sobrara algún que otro kilo, la nueva era bastante guapa y tenía madera de diva. Sissi Delmas no se podía permitir echar a perder esa oportunidad de oro, y le saltó encima como una leona sin pensárselo dos veces.

    — Creo que no nos hemos presentado como es debido. — dijo, mientras se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja. — Soy Sissi Delmas, la hija del director de esta academia. Cuenta conmigo para todo lo que necesites, Julia. Yo también tengo una habitación aquí, ¿sabes? la más grande de todo Kadic, por supuesto… Pásate algún día. Puedo dejarte mi maquillaje si quieres…

    — Te lo agradezco, Sissi, eres muy amable. La verdad es que no suelo usar maquillaje, pero lo tendré en cuenta, gracias.

    — Espera, alucino… ¿Me estás diciendo que esas super pestañas tuyas no llevan rímel? — Sissi exageró su sorpresa, llevándose una mano a la boca. — … Tía, que fuerte. Eres todo un bombón. ¡Me encanta!

    Julia se reía con ganas. Sissi le parecía bastante graciosa, y aunque no le costó mucho adivinar sus intenciones por los comentarios que hacía, no le caía nada mal. En ese momento, los dos estudiantes sentados delante de su pupitre se giraron hacia ellas, mostrando unas sonrisas tímidas y algo bobaliconas. “¿De qué habláis, chicas?”, preguntó el más enclenque. Sissi resopló molesta por la interrupción, y a regañadientes, introdujo la nueva a los dos chavales.

    — Julia, cari, este gafotas de aquí es Herb. — dijo ella, señalando al pequeñín de grandes lentes. — Y este otro es Nicholas, el que antes ha hecho la estúpida pregunta sobre tu apellido…

    — Sissi, eso no ha sido muy bonito por tu parte… — se quejó Herb. La sonrisa de Nicholas se desvaneció automáticamente, y avergonzado, bajó la mirada.

    — Tranquilo, Nicholas, a mí no me pareció una pregunta estúpida. No te preocupes. — Julia le guiñó un ojo, y el ruso fortachón se enrojeció al momento.

    — Eres demasiado buena chica… Pero tengo que admitir que estos dos pueden ser bastante útiles. Si alguien te molesta, Nicholas se encargará de que nunca vuelva a hacerlo. Y Herb te ayudará con los deberes y trabajos siempre que quieras. No se puede negar que es bastante listo. — insinuó Sissi. — Tómatelo como un regalo de mi parte.

    — Así que un atleta y un intelectual… Tienes unos guardaespaldas de primera, Sissi. — indicó Julia con una sonrisa, y los chavales no pudieron sentirse más halagados. “No exageres, mujer…” decían, mientras intentaban ocultar el rubor de sus mejillas.

    — Sí, supongo que no me puedo quejar… Hagamos una cosa. Ya que, desde hoy, eres oficialmente una más de la familia, voy a ponerte al día con todos los personajes que puedes encontrarte por aquí. Empezaremos por los más importantes: los tíos. — Sissi se giró y señaló a alguien con la mirada. — ¿Ves a ese buenorro al fondo de la clase?

    Julia volteó la cabeza, y observó con interés a un chico de pelo castaño, alto y corpulento, que se apoyaba contra la ventana mientras conversaba con una chica de pelo rosa bastante mona. Definitivamente, su “sex appeal” era irrefutable, y su presencia no pasaba para nada desapercibida.

    — Ese es Ulrich Stern. Una ricura, ¿verdad? También está en el Bachillerato científico, igual que tú. — de repente, el rostro relajado de Sissi se transformó en una expresión amenazadora hacia Julia. — Pero ni se te ocurra ir a por él, zorra… Ese guaperas es mío, ¿queda claro?

    — Vale, jefa, entendido. — respondió Julia con firmeza, a la que curiosamente, le estaba pillando el gustillo a la actitud de chica mala de su compañera.

    — Así me gusta. — A Sissi se le escapó una risita tonta mientras Julia le hacía la señal de OK con la mano. — También está el friki que se sienta a su lado.

    — Sí, se llama Odd ¿verdad?

    — Ándate con ojo con ése... Va de chulito bohemio por la vida. Seguro que tarde o temprano intentará llevarte a la cama. No te dejes engañar por su encanto seductor… Para él, las chicas son sólo un pasatiempo. Bueno, es italiano, con eso te lo digo todo.

    Julia observó detenidamente a Odd. Era casi tan alto como Ulrich, de pelo rubio alborotado, y una actitud de holgazán que se olía a kilómetros. Sus pintas de hippie colgado chocaban brutalmente con las del chico de gafas con el que hablaba, el cual parecía todo un señorito de la alta sociedad. Aun sabiendo lo que Sissi le acababa de contar, la nueva tenía que admitir que ese chaval le parecía de lo más atractivo, y tenía una sonrisa preciosa… En definitiva, poseía todas las papeletas para ser el Don Juan del curso, y la verdad, no había nada que Julia soportase menos en un tío.

    Cuando el profesor Gilles Fumet cerró la puerta del aula, todos volvieron a sus sitios. A diferencia de sus nuevos compañeros, esa sería la primera clase de Filosofía para Julia, y no quería quedarse atrás. Sissi observó rápidamente su rostro en un pequeño espejo, y antes de empezar la lección, le habló a su nueva amiga en susurros.

    — Ya seguiremos la conversación más tarde… Por cierto, sentémonos juntas durante la comida. Te presentaré a las chicas.
  9. — Tío, fíjate en esto.

    Ulrich le pasó su móvil a Odd con entusiasmo. En la pantalla se podían ver a unos bichitos luminosos, moviéndose a toda velocidad y fusionándose entre ellos, como brillantes gotas de agua sobre una sartén ardiendo. El italiano observaba la reproducción con interés, aunque no acababa de entender qué era lo que estaba presenciando.

    — Está de coña, Ulrich… Pero estaría mejor si supiera lo que es.

    — Ciencia, colega. Pura ciencia.

    Había pasado una semana desde el inicio de las clases en la academia Kadic. Esa semana avanzó rápido, y de una forma relativamente ligera. Algunos de los nuevos profesores aprovecharon la ocasión para presentarse a los alumnos, evitando poner muchos deberes para no parecer demasiado muermos, y los veteranos decidieron investigar maneras alternativas de enseñar las lecciones. En el caso de Biología, Suzanne Hertz había recopilado varios vídeos en YouTube que ilustraban el temario de la asignatura para motivar a los estudiantes. Ulrich quedó tan alucinado con algunos de aquellos videos que decidió buscarlos por su cuenta en internet para mostrárselos a sus amigos.

    — Pues, aunque no te lo creas, lo que se menea son neuronas, células del cerebro. Pueden mandarse señales mutuamente, y se mueven siguiendo esas señales para conectar entre ellas y formar redes en nuestra cabeza. Aparentemente, pueden estirarse y encogerse a placer. Una puta pasada.

    — Suena bien, colega. ¿Y de verdad brillan así?

    — Bueno… no. El resplandor es un augmento de contraste hecho por el microscopio… Si no, diría que no se pueden ver. Pero ¿qué más da eso? Si te digo la verdad, estoy deseando volver a clase.

    — … Ya, pues ya no me parece tan interesante. — el italiano le devolvió el móvil mientras Ulrich se encogía de hombros — A mí dame luz, tío, dame vida. Si no, yo me aburro.

    — El mundo no puede ser siempre un puto arcoíris, Odd. — se burló el alemán.

    — El mundo puede ser lo que uno quiera, amigo mío. Por eso pinto. Crear tu propio universo sobre un fondo blanco. Joder, eso sí que mola.

    — Entiendo que la primera clase de Dibujo Artístico fue bastante bien, ¿no?

    — No me puedo quejar.

    Ulrich guardó su móvil mientras su amigo le recitaba su experiencia. Había llegado una nueva profesora de dibujo artístico al instituto, Claire Fontaine. Era una mujer joven, pero parecía bastante rancia, al menos a primera vista. Sin embargo, a Odd le chocó su forma de empezar la clase al decir “Hoy sólo tengo una tarea para daros. Coged el material que queráis y dibujadme lo primero que os venga a la cabeza. Quiero ver de qué pasta estáis hechos. Podéis empezar”. Para el italiano, esa hora se convirtió en un auténtico paraíso. Agarró un lienzo y un set de carboncillos, y dibujó a su perro Kiwi en el asombroso periodo de 15 minutos. Odd le pidió a la profesora si podía coger otro lienzo, a lo que ella respondió algo molesta “Está bien. Por hoy, dejaré pasar los errores en los trazos, pero no os acostumbréis… El lienzo no es barato, chicos”. Mientras tomaba otro lienzo con sus oscuras manos, Odd se defendió, señalando que no se había equivocado, pero que al acabar se dio cuenta que, desde otro ángulo, el retrato quedaría mucho mejor. A la profesora Fontaine le sorprendió el comentario, y cuando le echó un ojo al cuadro terminado de su alumno, se quedó sin habla.

    — Me preguntó si podía quedarse el retrato de Kiwi. — puntualizó Odd, orgulloso.

    — ¿Y qué le dijiste?

    — Que se llevara los dos. El siguiente lo terminé en 20 minutos.

    De repente, Brenda Kensington entró en la clase a paso ligero, ya que había pillado tráfico de camino al instituto, haciendo que la lección de Inglés empezara con retraso esa mañana. La profesora dejó caer un conjunto de pesadas carpetas en la mesa, lo que dejó claro a los estudiantes que ya era hora de callarse y sentarse en su sitio. La diversión había terminado.

    — Alright. Open all your books on page number 10, please! Alright, guys. Hopefully, we can still keep track on the schedule…

    Pasaron 15 minutos, y Odd ya se moría de aburrimiento. Lo que menos le apetecía en ese momento era escuchar tiempos verbales al estilo británico. No era raro en él tener la cabeza en otra parte siempre que necesitaba concentrarse. Muchas veces se esforzaba en prestar atención, de verdad que lo intentaba. Pero al poco tiempo, su mente se desviaba hacia los más minúsculos detalles de su alrededor: Herb Pichon rascándose el cogote, el sugerente canalillo de Heidi Klinger, esa grieta de la pared que cada vez parecía más grande, el bolígrafo rosa de Aelita moviéndose sin parar… Finalmente, cansado de contar las veces que la profesora Kensington pronunciaba la palabra “alright”, decidió saltarse la clase por todo lo alto y se levantó.

    — Profe, siento interrumpir, pero creo que me ha sentado fatal el desayuno… No me encuentro nada bien. ¿Podría ir a la enfermería?

    Brenda arqueó una ceja con desconfianza. Daba clase a ese chico desde hacía más de dos años, y ya había aprendido a no chuparse el dedo. Le miró de arriba abajo, sin fiarse ni un pelo.

    — Tienes bastante buena cara, Odd… ¿Estás seguro de que necesitas atención médica?

    — ¿Prefiere que me quede y lo averiguamos? Aviso que puedo poner el suelo perdido en cualquier momento… — mintió él, fingiendo tener náuseas.

    — Ugh, for God’s sake… ¡Está bien, vete! Simplemente, vigila lo que comes la próxima vez… Alright, as I was saying…

    El italiano continuó su farsa, andando hacia la puerta con la mano en el estómago, pero no pudo evitar mirar de reojo a Jérémie y dedicarle un guiño triunfador. Al superdotado no le sorprendió en absoluto el comportamiento rebelde de su amigo, y negó con la cabeza mientras sonreía con un deje de decepción. Odd abrió la puerta, dispuesto a disfrutar de su libertad, pero algo se interpuso en su camino. Ese algo fue una chica. La chica con los ojos verdes más grandes y bonitos que había visto en toda su vida. Esos ojos paralizaron a Odd por completo, y su cerebro se apagó por unos tres interminables segundos.

    — … Disculpa. Voy a entrar. — dijo ella, en voz baja.

    Él la siguió con la mirada, escaneándola de la cabeza a los pies: Metro setenta, labios carnosos, rizos largos y relucientes, cintura definida, anchas caderas, gruesos muslos, un culo de escándalo… Vamos, lo que Odd Della Robbia clasificaría como “un pedazo de pibón”. Al verla, la profesora detuvo su discurso y la recibió con una sonrisa.
  10. — En Sceaux hace algo de calor, aún. Estoy en ropa interior.

    — Eso suena bien… demasiado bien…

    — Llevo el sujetador de encaje negro… ¿recuerdas? Ése que tanto te gusta.

    — Joder, cómo podría olvidarlo… ¿Qué más?

    — Braguitas… de flores rojas y amarillas. Una combinación explosiva, ¿no crees?

    — Mierda, Yumi – William rio entrecortadamente. – ¡te lo estás inventado todo!

    — … ¿Y qué si me lo invento o no? Sé que funciona.

    — … Por dios… Me excitas demasiado.

    — Es tu turno, capullo.

    — … Acabo de salir de la ducha, y ni siquiera me he molestado en ponerme nada encima. Así que aquí estoy… en mi cama americana, en pelotas, y muerto de ganas de devorarte…

    La hostia… Yumi empezó a respirar con excitación. Activó el altavoz en su móvil, y lo dejó caer al lado de su cabeza. William tenía la increíble capacidad de ponerla cachonda en pocos minutos, aunque estuviera a miles de kilómetros de distancia. Ella bajó la cremallera de sus pantalones, y deslizó los dedos por debajo de su ropa interior. Y entonces, empezó la fiesta.

    — Will, pon el “manos libres”, por favor…

    — Vas con retraso… Llevo tocándome desde hace un buen rato…

    — Debí imaginarlo…

    — ¿Sabes qué? Ahora mismo estás debajo de mí, con tu sujetador de encaje… el sudor resbala por tu vientre…

    — No te calles, sigue hablando…

    Yumi visualizaba esa erótica imagen en su mente: William besando sus labios y acariciando sus pechos, mientras ella lo abrazaba con sus piernas desnudas.

    — Te quito el sujetador, y te beso el cuello… Bajo hasta tus pezones, tus deliciosos y rosados pezones… empiezo a lamértelos…

    — … Muérdemelos también.

    — Acabo de hacerlo…

    Yumi sucumbía a ese intenso placer, mientras su mano se movía cada vez más rápido bajo la ropa. Al otro lado de la línea telefónica, podía escuchar los apasionados suspiros de William, los cuales no ayudaban en absoluto a controlar su excitación.

    — Te estoy viendo, Yumi… Joder, te veo y te siento…

    — William…

    — … ¿Me ves tú a mí también?

    Yumi abrió los ojos, pero no fue William a quién vio, sino a Ulrich. Al mismísimo Ulrich Stern. Allí estaban sus cabellos castaños despeinados, sus fuertes hombros brillantes por el sudor, y su lengua deslizándose suavemente por la piel de sus senos “Maldita sea, Ulrich… ¿Por qué me haces esto?”.

    — … Sí, Will. Te veo.

    Entonces, Ulrich la miró fijamente a los ojos, y le dedicó una hermosa sonrisa mientras se acercaba a su oído para susurrarle “Esto será nuestro secreto”. Yumi se mordió el labio inferior, aceptando esa pequeña infidelidad, y dejó volar su imaginación. Ulrich se colocó en posición, y sin ningún esfuerzo, consiguió penetrarla. Ella suspiró de placer. “Mierda… Esto no está bien… Nada bien…”

    El alemán se movía rítmicamente, cabalgándola con dulzura, mientras pronunciaba varias veces su nombre, a lo que ella respondía con gemidos más intensos. Yumi volvió a cerrar los ojos, preparándose para el clímax. Ulrich respiraba con fuerza, y ella apretaba su ardiente abdomen contra su ombligo. Hasta que de pronto, sucedió. Su mente se nubló por un segundo, al mismo tiempo que los dos, en sincronía, llegaban al orgasmo. Exhausta, Yumi apartó la mano de su entrepierna y relajó su cuerpo por completo. Abrió los ojos de nuevo, pero Ulrich había desaparecido, y un William agotado por el esfuerzo volvía a ocupar su lugar.

    — Yumi… ¿me oyes?

    — … Alto y claro, Will.

    — Joder, esto ha estado de puta madre…

    — Sí… La verdad es que sí.

    — Tía, eres increíble… realmente increíble.

    — … William, tengo que colgarte. Empieza a hacerse tarde, y ya sabes… tengo cosas que hacer.

    — Siento no poder estar allí contigo ahora mismo, Yumi. De verdad que lo siento.

    — Oye, estoy bien. En serio, no te preocupes. Hablamos pronto, ¿vale?

    — Te quiero, preciosa.

    Aquello fue demasiado. La japonesa se quedó sin habla al oír esas palabras. Esos 5 segundos de silencio sepulcral le parecieron los más largos de su vida “Yumi, tienes que contestar… Vamos, coño, ¡di algo! ¡lo que sea!”.

    — … Buenas noches, William. Cuídate mucho.

    Colgó, y se llevó las manos a la cabeza mientras se insultaba a sí misma por ser tan estúpidamente cobarde. Al levantarse, descubrió al Ulrich imaginario cerca de la ventana de su habitación, abrochándose la bragueta de sus pantalones tejanos, y guiñándole un ojo cómplice. A ella se le escapó la risa, y sólo pudo pensar en voz alta “Eres un cabrón de mierda, ¿lo sabías?”.
  11. Al acabar de comer y después de despedirse de sus compañeros, Yumi montó en su bicicleta y pedaleó con velocidad hacia su casa. Había quedado para charlar con William alrededor de las dos de la tarde, y no quería hacerle esperar. Desde que William se fue a los Estados Unidos a mediados de agosto, su relación de pareja se había basado en llamadas telefónicas internacionales. Empezaron a salir a principios de verano, y aunque Yumi no las tuviera todas con sigo, William siempre consiguió actuar de forma oportuna en los momentos adecuados, haciendo que lo suyo funcionara realmente bien. Pero había un pequeño problema, y es que Yumi no le había contado a nadie sobre William, aunque él pensaba que sí. Y no tenía ninguna intención de hacerlo.

    Aparcó la bicicleta en el jardín, saludó fugazmente a su madre y hermano, y cerró tras de sí la puerta de su habitación mientras telefoneaba a San Francisco.

    — ¡Hey! ¡Mira quién es! Hola, preciosa.

    — Hola, Will. Me alegra mucho oírte… ¿Cómo estás?

    — Pues bien, aunque aquí ya se está poniendo el sol. Estaba a punto de empezar a preparar la cena.

    — Es verdad. Seis horas de diferencia, ¿no?

    — Sé que es una mierda para hablar, Yumi, pero tendremos que acostumbrarnos. ¿Cómo fue el primer día de clase? ¿Qué tal el reencuentro con los demás?

    — Nada mal. Latín sigue siendo bastante duro, pero se hace lo que se puede… Los chicos están realmente bien. En serio, alucinarías si los vieras… Especialmente Odd y Ulrich. No parecen los mismos. Ahora son unos putos gigantes.

    — ¡Culpa de la testosterona! Todos hemos pasado por eso, pero en mi caso, mi cuerpo se lo tomó con más calma. El proceso fue bastante gradual.

    — Aelita y Jérémie están juntos. Definitivamente, esta vez. Es realmente fantástico.

    — Me alegro, de verdad. Me sorprendería que siguieran escondiéndolo, porque han pasado varios años…

    — Sí, todos estamos muy contentos por ellos, se merecen lo mejor. ¿Y tú, cómo estás? ¿Te tratan bien esos yanquis?

    — No me puedo quejar. Esta noche he quedado con unos compañeros del instituto al que me han asignado. Cruzo los dedos para que no me hagan ninguna novatada, pero en este lugar nunca se sabe. Están todos como una puta cabra.

    — Modestias aparte, Will… ¡Si se meten contigo, se arrepentirán de haberlo hecho! Te conozco demasiado bien, pero ellos no, y eso será su gran desventaja.

    — Tienes toda la razón. Al final, querrán romperme la cara a puñetazos.

    William se reía a carcajadas al otro lado del teléfono. Yumi podía oír como le daba caladas a un cigarrillo, y expulsaba el humo mientras hablaba. No hacía mucho tiempo atrás, él había empezado a fumar, y no fumaba precisamente poco. La chica nunca supo con certeza qué fue lo que le inclinó a comenzar, pero ya al principio de las vacaciones, ese chaval de 17 años se terminaba paquetes enteros de Marlboro en un par de días. Ella intentó varias veces que lo dejara, y nunca tuvo éxito. Yumi siempre tuvo la terrible intuición que el tabaco le ayudaba a superar su fracaso como guerrero de Lyoko, aunque por supuesto, nunca se lo preguntó.

    — … Te echo de menos, William. En serio…

    — … Anda, tonta, cuéntame cómo va tu libro.

    — … Pues escribí hace poco algunos párrafos más… Si quieres, puedo leerte algunas líneas. Pero… te aviso que no es más que un borrador…

    — Da igual eso. Me encantaría oírlo. Dispara.

    Yumi rebuscó sus notas entre el desorden de su escritorio, y al encontrar la página que le interesaba, empezó a leer. William la escuchaba con atención mientras se terminaba el cigarrillo. Adoraba oír su voz calmada e íntegra. El compás rítmico de sus palabras le relajaba y al mismo tiempo, de la forma más extraña, le parecía tremendamente sensual. Quería a esa chica con locura, y no sabía cómo decírselo sin parecer un gilipollas enamorado.

    — Yumi… ¿estás sola?

    — ¿Cómo?… Sí, estoy en mi habitación.

    — … ¿Qué llevas puesto?

    Ella supo al momento lo que iba a pasar a continuación. Yumi sonrió, dejó sus notas a un lado, y observó su atuendo. Nada especialmente sexy, la verdad. No tuvo más remedio que mentir.
  12. Por otro lado, Odd tenía una historia bastante más picante que relatar. El verano del italiano podía equipararse a una película para adultos rebosante de erotismo, cosa que a sus amigos, como curiosos adolescentes en pleno descubrimiento sexual, les volvió locos de interés. Escuchaban detenidamente las proezas apasionadas de su colega, y de vez en cuando, alguno no podía evitar sonrojarse al oír ciertos detalles. “Vaya… ¿Eso se puede hacer? ¿Y dices que es… placentero?” “Eso ya me lo diréis vosotros algún día, parejita.” Jérémie tuvo un pequeño sobresalto, y Aelita se puso roja como un tomate “¡No! Nosotros… aún no…”. Los demás les dedicaron sonrisas comprensivas, mientras Yumi besaba amistosamente la mejilla de su amiga y los chicos daban palmadas afectuosas a la espalda de Jérémie, el cual tuvo que cubrirse el rostro con una mano para esconder su rubor.

    — Es tu turno de dar la charla, liliputiense. — rio Odd, señalando a la japonesa.

    — Sin burlas, o te rompo la cara, idiota. — le amenazó Yumi.

    Llegó el momento de revelar sus planes. La diecisiete-añera tragó saliva. No sabía cómo empezar, aunque hubiera practicado varias veces el monólogo delante del espejo. Irse a Japón significaría un año entero sin ver a sus compañeros, o incluso más dependiendo de cómo se adaptase al ambiente. Quién sabe las consecuencias que eso podría tener en su relación de amistad… De repente sintió tener mucha sed, y bebió su vaso de agua de un solo trago antes de empezar a hablar.

    — Este verano he estado centrada en… un proyecto personal. Es muy importante para mí, y… bueno, lo que quiero contaros es que…

    Su mirada se cruzó con la de Ulrich. Maldita sea. Esos preciosos ojos castaño oscuro, de una intensidad indescriptible, decían a gritos “No sabes lo contento que estoy de estar de nuevo a tu lado”. Y entonces no pudo seguir hablando. Porque ella lo quería así. Yumi deseaba con todas sus fuerzas continuar viendo esos ojos rebosantes de alegría durante el resto del año. Y sabía que, si sus planes salían a la luz, ese maravilloso brillo desaparecería. Así que se acobardó, y lo que salió de su boca fue algo muy distinto de lo planeado.

    — Estoy escribiendo un libro.

    — ¿En serio? Pedazo de proyecto personal, el tuyo. — puntualizó Ulrich.

    — En él, hablo sobre mis experiencias como japonesa expatriada en Francia. Intento discutir, desde mi propio punto de vista, las diferencias entre la cultura asiática y la europea. Y bueno… como os podréis imaginar, son muchas.

    — Parece realmente interesante, Yumi. — dijo Jérémie.

    — No os creáis… Quiero darle una visión bastante crítica. No me identifico con varias de las prácticas socioculturales de mi país de origen, y creo que, en ese aspecto, Japón tiene mucho que aprender de Francia. Dicho así suena bastante aburrido…

    — Nos encantaría leerlo en cuanto lo termines. — Aelita la miraba con admiración.

    — Yo siempre lo he dicho. Nuestra Yumi… es pequeña, pero matona.

    La japonesa intentó darle a Odd un puñetazo en el hombro, pero éste fue más rápido, y la esquivó por los pelos. Como contraataque, el italiano la abrazó por la espalda para inmovilizarla. “Algún día te pillaré desprevenido, Odd, y lo vas a lamentar” “Esperaré con impaciencia tu paliza, señorita escritora”. Todos reían y disfrutaban de esa felicidad que, en esos instantes, les parecía que no terminaría nunca. Llevaban más de un año sin tener noticias de XANA. Con el superordenador desconectado, los escáneres apagados, y la vieja fábrica cerrada, el grupo de amigos sólo podía preocuparse de vivir su adolescencia como personas normales, sin tener que estar salvando el mundo cada veinticuatro putas horas.

    …​

    Zasha Ivanov se sirvió un trago de vodka. Después de varios años, esa era la única forma de aliviar el maldito nudo en el estómago que siempre sentía al acabar de comer. Ese búnker subterráneo a las afueras de Sarátov, falto de luz y en medio de la nada, tampoco le parecía el sitio más adecuado para disfrutar de ningún manjar… Decidió tomar un chupito más y se levantó. Manos a la obra.

    Su trabajo horrorizaría a cualquiera, pero a ella le gustaba, y mucho. Al fin y al cabo, estaba predestinada a ello. Su nombre lo dejaba bien claro: Zasha, “Defensora de la Humanidad”. Sus subordinados la saludaban sin mirarla a los ojos, tal y como debía ser. Entró en la sala 5. Atados de pies y manos en sillas roñosas, se encontraban dos hombres y una mujer, desnudos, sus cuerpos magullados por las palizas, y sus cabezas cubiertas con bolsas de papel. Uno de los hombres lloriqueaba como un bebé, la mujer parecía haber perdido la consciencia, y el otro rezaba sin parar con voz temblorosa. Zasha frunció el ceño con irritación. Nunca entendió esa puta manía de rezar, cómo si pensasen que, de esa forma, alguien vendría a rescatarlos y a salvar sus miserables vidas. Sus madres, algún superhéroe, o cualquier chorrada por el estilo… Menuda estupidez… Hoy es tu día de suerte, cabrón. Vas a ser el primero en palmarla.

    Leyó el cartel que colgaba de su cuello. Era increíble la cantidad de secretos que una sola cabeza era capaz de albergar, y allí estaban, todos escritos. La información era muy útil. “¿Y pensabas llevarte toda esta mierda a la tumba? Espero que ardas en el infierno…”. Al oír su voz, el hombre empezó a sollozar desesperadamente, entre plegarias ya incomprensibles. Antes de salir de la sala, Zasha tocó el hombro de uno de sus subordinados, indicándole que llevara a ese hombre a los escáneres. Nadie sabría nunca más nada de él. Sería enviado a ese mundo “irreal”, un disparo limpio en la sien, y hasta nunca. Igual que con todos los demás. Ni huellas, ni cuerpo, ni manchas de sangre… Ninguna prueba, por tanto, ningún crimen cometido. Y, curiosamente, el mundo ya se sentía un poquito mejor para La Defensora.

    Debo admitirlo, tía Anthea… ¿Quién iba a decir que el Proyecto Carthage podría llegar a ser tan útil?”​
  13. La mañana transcurrió con normalidad. Excepcionalmente, esa tarde no había clase programada, ya que aquellos alumnos que solicitaron una habitación permanente en el centro necesitaban introducir y organizar sus pertenencias para todo el curso. Eso era lo que los cuatro dieciséis-añeros tenían planeado hacer al final del día. Curiosamente, ese año todos ellos consiguieron habitaciones individuales, lo cual aún y no ser una novedad para Jérémie y Aelita, para Ulrich y Odd parecía un sueño hecho realidad. Teniendo en cuenta que habían compartido habitación los dos juntos durante años, el hecho de poder disfrutar de intimidad era un alivio, especialmente para Ulrich. “No te lo tomes a mal, Odd… pero no tener que aguantarte hablando en sueños me hace bastante feliz” “Venga, tío… aunque no lo admitas, sé que echarás de menos el delicioso aroma de mis pies di formaggio”. Odd era el que más bromeaba sobre el tema, pero en realidad a él tampoco le parecía nada mal la situación “No puedo dejar de pensar en la cantidad de chicas que podré invitar sin que tú estés allí tocando los cojones, Ulrich… ¡Este año va a ser una pasada!” “Ya veremos al final si serán tantas como te crees, jodido Pies di Formaggio”.

    Llegó por fin la hora de comer, el momento en el que el grupo podía físicamente reunirse de nuevo. Yumi se frotaba los ojos con las yemas de los dedos, después de una bastante intensa clase de Historia del Mundo Contemporáneo, mientras entraba en el comedor. Al hacerlo, se dio cuenta de algo que sí que no había cambiado en absoluto después de esas vacaciones: los platos de la responsable del comedor, Rosa Petitjean. Nadie podía negar que esa cocinera era un encanto de mujer, pero sus especialidades culinarias no brillaban por su exquisitez. La chica sonrió con indiferencia al coger su bandeja llena de comida y se dio la vuelta en busca de sus amigos. No le resultó difícil encontrar el llamativo cabello rosa unicornio de Aelita entre la multitud, y se dirigió hacia ella con velocidad. Sentía unas ganas indescriptibles de ver a Ulrich de nuevo.

    Pero al llegar, tal y como el alemán había predicho en clase, la japonesa se cagó en todo. En el momento que sus ojos se depositaron encima de Odd, éstos se abrieron como platos.

    — … Pero… ¿Por qué? ¿Cuándo? ¡¿CÓMO!? — gritó Yumi, mientras soltaba rudamente la bandeja de comida encima de la mesa.

    — No, si encima va a ser mi culpa sucumbir al cambio hormonal… — se quejó el italiano, entre risas.

    — Tranquilízate, Yumi. Piensa que Jérémie y Aelita siguen siendo más bajos que tú. — puntualizó Ulrich, antes de llevarse una cucharada de guisantes con carne a la boca.

    — En realidad, según mis cálculos, un porcentaje adecuado de proteínas y glúcidos ingeridos de forma cuotidiana me ayudará a ganar unos cuantos centímetros más antes de empezar la universidad. Así que no cantéis victoria aún. — especificó el francés, demostrando de nuevo su ingenio superdotado.

    — ¡Callaos todos! Simplemente no puedo entender que ha pasado, Odd… ¡¡Pero si hace dos días, eras un enano retaco!! Mierda, se me ha pasado el hambre. — Yumi sólo pudo apartar la comida de su vista y cruzarse de brazos.

    — Realmente hay que admitir que no pareces el mismo, Odd. Ese pendiente te da un toque bastante rebelde. Y no esperaba no volver a ver tu mechón de pelo violeta. — confesó Aelita, después de tomar un trago de agua.

    — Perdí una apuesta tonta. De ahí el pendiente. Era esto, o correr en pelotas por la calle… La elección estaba clara. — Odd soltó una carcajada, y continuó. — Sobre el mechón, tenía que teñírmelo de nuevo cada dos semanas. Demasiado trabajo. Pero una amiga me hizo esta trenza de hilo del mismo color. Y sinceramente, es de puta madre. Me ducho, me corto el pelo… Y sigue ahí. ¡Indestructible! No la cambio por nada. Pero bueno, dejando el tema aparte… tú tampoco pareces la misma, Aelita. También has cambiado.

    — ¿De verdad? ¿En qué sentido? — dijo ella, algo nerviosa. — ¿A mejor o a peor?

    — Oh, definitivamente a mejor. — afirmó el italiano, mientras su mirada se deslizaba por la silueta de sus pechos.

    — Tío, ¿te importaría, por una vez en tu vida, dejar de cruzar los límites de la amistad? Y encima, tienes los cojones de hacerlo en mi cara. — intervino Jérémie, algo irritado.

    — ¡Relájate, Einstein! Sabes que estoy de cachondeo. Aelita es como una hermana para mí. Además, ella me ha preguntado. Yo soy un caballero, y respondo con franqueza. — Odd le guiñó un ojo a su amiga, y ésta lo empujó amistosamente mientras le ofrecía una burlona sonrisa.

    — Lo que eres es un capullo que, por desgracia, sigue siendo mi amigo. Y tendré que aceptarlo. — Jérémie se encogió de hombros, mientras Odd le dedicaba una peineta. — Por cierto, Odd. Me sorprende que hayas decidido empezar el Bachillerato, teniendo en cuenta que… ¿Cómo decirlo suavemente?… odias aprender.

    — Hay que joderse con el empollón este… Primero, si he empezado Bachillerato ha sido para tocarte los huevos, mi querido Einstein. Y segundo, ya sabes lo que se dice: nuevo curso, nuevas conquistas. — puntualizó el italiano, escaneando los alrededores en busca de posibles ligues. — Ya he puesto el ojo en algún que otro caramelito… A las chicas les sienta de maravilla la pubertad.

    Durante el postre, los cinco amigos se ponían al día sobre sus vidas vacacionales. Aelita les contó cómo consiguió pasar el verano viviendo en un hotel rural cerca de Montpellier, dónde se encontraba la casa de verano de la familia de Jérémie. Usando sus dotes de electrónica, se las apañó para instalarse durante tres meses enteros en una habitación doble con baño sin pagar ni un duro a cambio de desarrollar la página web del hotel. De ese modo, los dos tortolitos pudieron disfrutar de su mutua compañía a lo largo de todo el verano, cosa que pareció irles muy bien como pareja.

    Le llegó el turno a Ulrich, que viajó al sur de Alemania por razones de trabajo de sus padres. El grupo sabía de sobra que los padres de Ulrich eran adictos al trabajo, y extremadamente estrictos con su único hijo, lo cual no favorecía en absoluto su relación familiar. Por esa razón, el alemán les explicó que aprovechó esa oportunidad para darse el piro en cuánto podía, apuntándose a un curso avanzado de Pencak Silat. “¿Sabéis? En cierto modo, me da algo de pena no tener que regresar a Lyoko… Allí podría demostrar mis nuevas habilidades a todos esos bichos asquerosos.”
  14. — … ¿Ulrich?

    Yumi quedó petrificada. No podía creer lo que veían sus ojos. Un chaval corpulento, de extremidades fuertes y hombros anchos, se giró para recibirla. Él no se controló, y sonrió radiantemente al verla.

    — ¿Qué te pasa? ¿Has visto un fantasma, o qué? — le dijo, con una mirada intensa y sensual.

    — … ¿¿Por qué cojones eres más alto que yo??

    — Te queda bastante bien el pelo largo, enana.

    Ulrich la abrazó amistosamente, y ella no pudo evitar enrojecerse. Por primera vez en toda su vida, Ulrich la cogía a ella, en vez de ella a él. Notó como su masculinidad la envolvía y ese sentimiento, curiosamente para Yumi, le pareció bastante agradable. “Te dije que te sorprenderías al verme”, le susurró él al oído. Ella rio con vergüenza, y al apartarlo, sintió miradas celosas clavadas en su cogote. Ulrich Stern siempre había sido un joven popular en el instituto y ahora, con ese cambio físico, probablemente lo sería más que nunca…

    Sissi Delmas los observaba con rabia, rodeada por su legión de seguidoras femeninas. Gracias a su fama y su descaro, la muchacha más erótica y presumida del colegio se convirtió rápidamente en la chica mala de la academia Kadic por excelencia. Siempre estuvo locamente enamorada de Ulrich, y al verlo esa mañana después de unos largos tres meses de vacaciones, sólo pudo humedecerse los labios y pensar que, ese año, iba a conquistar a ese chico costase lo que costase… Aunque eso significara joderle la vida a cualquiera que se cruzara en su camino.

    — ¡Buenos días, chicos!

    Jérémie y Aelita se reunieron con ellos, con dos sonrisas de oreja a oreja. Ulrich y Yumi notaron un pequeño detalle en sus amigos, y es que llegaron cogidos de la mano. Parecía que habían decidido no esconderse más, y eso, aunque les diera algo de envidia, sobre todo les alegró muchísimo.

    — Ulrich Stern… ¿Se puede saber qué has comido durante estas vacaciones? ¡Tío, eres una maldita torre! — exclamó Jérémie, recolocándose las gafas y observándole de arriba abajo.

    — Habrá sido mi sangre alemana, que hace maravillas. ¡Aunque tú también has crecido un poco, Jérémie! Y joder… qué elegancia traes… Con esa camisa blanca pareces un profesor en vez de un alumno.

    Ulrich y Jérémie se codeaban amigablemente mientras Aelita abrazaba a Yumi con ternura. Al verla, Yumi pensó que Aelita no había cambiado en absoluto. Ella seguía siendo su amiga adorable, de pelo rosa chicle y un estilo de vestir algo rompedor, pero con una personalidad dulce e inocente. Sin embargo, al abrazarla lo notó claramente. Sus pechos eran… bueno… enormes. “¿Así que tienes dos nuevos amigos?” le susurró mientras se aguantaba la risa, a lo que Aelita respondió “Calla, calla… Ni siquiera sé cuándo han crecido tanto…”. “Bienvenida a la pubertad, bonita” murmuró Yumi, y Aelita sólo pudo enrojecer y taparse la cara con las manos.

    Y entonces, sonó la campana. La hora de empezar el nuevo curso había llegado al fin, y los cuatro amigos comenzaron a moverse hacia el interior del edificio.

    — ¿No deberíamos esperar a Odd? Seguro que está a punto de llegar. — preguntó Aelita, con un hilo de esperanza en su voz.

    — Aelita… Tan honrada como siempre… Te he echado de menos. — Ulrich la agarró por los hombros con dulzura, mientras la guiaba hacia las escaleras de la entrada. — Ese capullo se las apañará solito. Le conoces de sobra.

    Juntos llegaron al tercer piso, donde se separaron de Yumi, que siguió su camino un piso más arriba hacia su primera clase de Latín Avanzado del que iba a ser su último año de instituto. Los demás se dirigieron a la entrada de otra clase muy distinta. Filosofía. Aún y haber escogido Bachilleratos distintos, nadie podía saltarse las asignaturas troncales, las cuales compartían. Aelita parecía especialmente emocionada con esa materia. “¿Aprender la base del razonamiento humano y la verdad universal en una sola hora? Me parece una locura, y estoy deseando empezar”, le confesó a Jérémie, mientras éste, orgulloso de su compañera, le guiñaba un ojo y la invitaba a sentarse a primera fila.

    Ach du Scheiße

    Ulrich sintió una intensa incomodidad al pasar de lado a Sissi Delmas. La obsesión compulsiva de esa chica ya duraba demasiado, y aunque reconocía que no le disgustaba el hecho que la adolescente más popular del colegio se deshiciera por él, sus miradas de deseo eran demasiado obvias y molestas para el reservado alemán. Él quiso evitar cualquier contacto innecesario, y al sentarse en un pupitre doble, se apresuró a colocar su mochila sobre el asiento vacío a su lado justo antes de que Sissi intentara apropiarse de él. La pícara sonrisa de Sissi se transformó rápidamente en una mueca de desconcierto, y Ulrich sólo pudo encogerse de hombros y mentir como un bellaco “Lo siento, Sissi. Odd está al caer. Me ha pedido que le guarde sitio”.

    La puerta de la clase se cerró al entrar el profesor Gilles Fumet, el cual dio la bienvenida a todos los presentes mientras daba un pequeño discurso sobre moralidad, recordando las normas del prestigioso colegio, y haciendo hincapié a “estar en clase a la hora” como muestra de educación y respeto hacia compañeros e instructores. Jérémie y Aelita miraron de reojo a Ulrich, y los tres amigos no pudieron sostener la risa. Ese imbécil de Odd volvería a estar en la punta de mira de todos los docentes en muy poco tiempo.

    Al terminar su monólogo, Gilles empezó a pasar lista: Abulabbas, presente… Amond, presente… Belpois, presente… Blanchet, presente… Charpentier, presente… Cortés, presente… Damian, presente… Entonces, el profesor respiró hondo, como si se estuviera preparando mentalmente para decir el siguiente apellido y no esperar respuesta alguna.

    — Della Robbia.

    — ¡PRESENTE!

    La puerta de la clase se abrió de golpe, y por ella apareció Odd, intentado recuperar el aliento después de subir las escaleras de dos en dos y a toda prisa. Varios alumnos empezaron a aplaudirle, y entre felicitaciones y silbidos, Gilles intentó poner algo de orden.

    — Señor Della Robbia… aunque supongo que ya lo sabes, llegar tarde en tu primer día de clase no favorece en absoluto tu expediente…

    — Profesor Fumet… Si me permite puntualizar… — dijo Odd entrecortadamente entre inspiración y exhalación. — En realidad, no he llegado tarde, porque he contestado al oír mi nombre en la lista… De modo que, técnicamente… sigo siendo un alumno ejemplar.

    — Gracias por iluminarnos a todos con tu agudeza, Odd. Ahora toma asiento, por favor…

    Odd saludó con un guiño a Ulrich, y éste apartó la mochila para que su amigo se sentara a su lado. El alemán no podía quitarle los ojos de encima. El cambio que había pegado Odd era simplemente increíble. No sólo llevaba un pendiente en su oreja izquierda y su peinado era distinto, sino que además había ganado centímetros. Muchos centímetros.

    — Oye, tío… ¿Cuánto mides? — preguntó Ulrich en un susurro. Odd arqueó las cejas para crear suspense.

    — Uno… ochenta… exactos.

    — No jodas. — Ulrich rio contenidamente.

    — ¿Y tú? No te creas que no me he dado cuenta.

    — … Te gano por cinco puntos.

    — La hostia, Ulrich, estás hecho todo un playboy. — bromeó Odd, mientras saludaba cautelosamente con la mano a sus amigos en primera fila.

    — Yumi se va a cagar en todo en cuanto te vea…
  15. ¡¡¡Buenos días, Francia!!! ¡Son nada más y nada menos que las 7 de la mañana! Es la hora que todos estabais esperando: ¡la de levantar el culo de la cama!

    La chillona voz del interlocutor sonaba con energía en el radiodespertador. Ulrich Stern entreabrió los ojos varias veces, molesto por las legañas matutinas y, por supuesto, por ese ruidoso capullo hablador. Intentó ignorarlo al principio, ayudándose con el famoso método de colocarse la almohada encima de la cabeza… Pero no tuvo ningún éxito. Abortó la misión y se levantó con desdén.

    Su teléfono móvil se iluminó de repente. En la pantalla apareció un mensaje que le hizo sonreír: “Buenos días, míster Stern :) ¿Estás listo para verme la jeta de nuevo?”. Antes de contestar, se miró en el espejo del baño. Él había cambiado durante las vacaciones, y mucho. Aún le sorprendía ver la anchura de su espalda, el naciente pelo en su pecho y por debajo de su ombligo, la incipiente definición de los músculos en sus brazos y vientre… La jodida pubertad, yendo a toda máquina. Tecleó con convicción “Mejor pregúntate eso a ti misma, señorita Ishiyama. No sé si me reconocerás ;), y se mordió el labio inferior mientras se aguantaba las ganas de llamarla.

    Allá vamos de nuevo con la rutina. Una ducha fría, ropa cómoda y sudadera verde, zapatillas de deporte, peinarse rápidamente con la mano, y nada de desayuno. Nunca le sentó bien desayunar. Siempre se le revolvía el estómago al ver a Yumi por las mañanas, y ese día no iba a ser una excepción. ¿Quién dijo que el amor fuera sencillo?


    … Para aquellos que aún no se hayan enterado, hoy lunes 5 de septiembre empiezan las clases para los peques ¡y para los no tan peques! Y que mejor forma de empezar este nuevo curso que con un pedazo de clásico musical…

    La respuesta de Ulrich dejó algo confundida a Yumi. ¿Cómo no iba a reconocerle? Unos pocos meses no pueden cambiar tanto a una persona… Aunque no podía negar que, durante esas vacaciones, la vieja Yumi Ishiyama quedó atrás para dejar paso a una senior de instituto. Tenía objetivos… Bueno, mejor dicho… Sus padres tenían objetivos para ella. Pero no le disgustaba la idea de pasar un año de intercambio en Japón después de ese nuevo curso. Lo que aún no había decidido era cómo se lo iba contar a los demás. Especialmente a Ulrich.

    Se apartó el pelo de la cara mientras sorbía su café. Eso de dejarse crecer el pelo le pareció una decisión acertada al principio de las vacaciones, una especie de minúsculo cambio en su vida que sólo aportaría pequeñas consecuencias… Pero olvidó el importante detalle de que ella era Yumi. La chica que siempre viste de negro, Yumi; la chica de pelo corto-recto-práctico, Yumi; la asiática peleona y testaruda, Yumi… Joder, en serio, como odiaba su pelo largo… Por desgracia para ella, le podía más su orgullo que su comodidad. Respiró hondo, se terminó el café de un solo trago, y se levantó en busca de su chaqueta de cuero mientras un pensamiento le vino a la cabeza: “¿Debería recordarle al idiota de Odd que hoy es el primer día de clase?


    … Uno de esos temas que todo el mundo adora, y que sonará en nuestros corazones para toda la eternidad… Toooqueee de tamboreeeessss… ¡y efectivamente, lo habéis adivinado! ¡¡¡Abrid vuestras persianas y desperezaros al pegadizo ritmo de los Subsonics con Dude, Get Ready Now!!!

    Michel Belpois subió el volumen de la radio. No se consideraba un fanático de los Subsonics, pero sabía que a su hijo le gustaban, al igual que a su amiga extranjera… de Canadá, recordó que le dijo Jérémie. Aelita Stones. Un encanto de chiquilla, la verdad. Michel miró por el retrovisor para visualizarles mientras avanzaba por la carretera. Jérémie y Aelita observaban el paisaje urbano en la parte de atrás del coche, y ocasionalmente, cuando ella se encandilaba mucho con las vistas, el otro aprovechaba para mirarla de soslayo mientras le brillaban los ojitos. Michel se deshizo de ternura, y disimuló una sonrisa.

    Desde el principio de las vacaciones de verano, Michel sospechó que Jérémie tenía a una chica en la cabeza. No sólo porque dejara de encerrarse en su habitación a leer libros hasta las tantas, o porque volviera a comer como una persona normal en vez de sobrevivir a base de té y chocolatinas. Salía todos los días por allí, cogía la bicicleta, a veces empaquetaba comida para dos… Hasta que un día, después de una supuesta visita al Château d’Aumelas, la invitó a cenar. Una chica de carne y hueso, de aspecto adorable, pelo corto y rosado, y un intelecto realmente interesante. En ese momento, Michel Belpois supo que ella era la razón por la cual su hijo había rechazado tantas veces la oportunidad de matricularse en ese internado de élite para menores superdotados. Pero ver a esos dos mirarse como se miraban, sonreírse como se sonreían… Michel estaba feliz porque Jérémie estaba feliz, y nada más importaba.

    — ¿Y qué, chicos? ¿Nerviosos por vuestro primer día de clase?

    — Un poco sí, señor Belpois… Pero la verdad es que me muero de ganas de empezar el Bachillerato. ¿Y tú, Jérémie?

    — Claro. — el chico miró a su padre con complicidad por el retrovisor. — Sólo espero no aburrirme demasiado…

    — Lo dudo, hijo. Tus amigos te mantendrán ocupado. Siempre hablas maravillas de ellos… así que, si te aburres, ya sabes a quién acudir, ¿verdad, Aelita?

    — ¡Por supuesto! — Aelita sonrió a Jérémie, y luego dirigió su mirada hacia Michel. — Por cierto, señor Belpois. Quería darle las gracias por haber dejado que me quedara esta noche en su casa… Jérémie me dijo que no había ningún problema, pero aun así… Se lo agradezco, de verdad.

    — Ha sido todo un placer, Aelita. Los amigos de Jérémie son mis amigos. Quédate siempre que lo necesites. No dudo de que mi hijo estaría encantado de ello. — Michel le guiñó un ojo a la chica por el retrovisor, y ella se sonrojó un poco.

    — Oye, papá, quería preguntarte… ¿Al final fuiste a ver a mamá antes de ayer?

    Aelita volvió la vista hacia la ventana una vez más, ya que no quiso entrometerse en esa conversación tan delicada. Igualmente, ella nunca sabía qué decir cuando Jérémie sacaba el tema de su madre, y decidió mirar hacia otro lado para evitar mostrar la tristeza en su rostro. Sorprendentemente, mientras Jérémie continuaba hablando con su padre, le cogió la mano a la chica. Ella le observó de reojo, asombrada, pero entendió el mensaje al instante. “Te quiero. Juntos lo superaremos todo. Lo hicimos antes, lo haremos ahora, y las veces que haga falta.” Aelita entrelazó sus dedos con los de su novio, acariciándoselos amorosamente a la vez que dibujaba una alegre sonrisa en sus labios.

    Estoy segura de que Éloïse no puede sentirse más orgullosa de su hijo, Jérémie… Pongo la mano en el fuego por ello.


    “… Hostia puta.”

    Odd Della Robbia abrió los ojos de golpe, y miró su reloj de pulsera. Se levantó tan rápido que sintió como casi se le iba la cabeza. Mierda, mierda, mierda, las 8 menos cuarto… ¿¡Por qué cojones no puso el despertador!? Tenía el terrible presentimiento que llegaría a clase a la hora de comer, pero si Odd se caracterizaba por algo eso era que, de algún modo u otro, siempre se salía JUSTO con la suya. Eso le dio ánimos, y empezó a vestirse con lo primero que encontró en su armario.

    — … Oye, ¿qué te pasa de repente? Vuelve a la cama…

    — Petra, lo de anoche estuvo de puta madre, pero ahora tienes que irte.

    — … Dile a tu perro que se calle…

    Kiwi ladraba al otro lado de la puerta, y entre los ladridos, podía apreciarse como su naricita trabajaba intensamente para descifrar el olor de Petra, el cual no reconocía. Como respuesta a esa incertidumbre, llamaba a Odd a aullidos para avisarle del posible peligro. Odd sólo pudo contener la risa, deshaciéndose de amor por su mascota, mientras subía las persianas de su habitación y abría una de las ventanas.

    — Petra. Vete. Ya.

    — No me jodas, Odd… Yo no tengo que ir a ninguna clase…

    — Vale, mira, te lo explico una vez para que lo entiendas para siempre, ¿de acuerdo?: Uno. Kiwi ladra más de la cuenta. Dos. Mi madre sube para saber si pasa algo raro. ¿Lo pillas? Acción, reacción.

    — … Me huelo a que siempre pasa algo raro…

    — Medalla de oro a la ganadora. Ahora, vístete y sal rápido.

    — Te enviaría a la mierda si no te conociera…

    Odd la besó en los labios, seguido de una combinación de pequeños mordiscos y caricias juguetonas a lo largo de sus pechos desnudos. Petra rio y lo apartó con suavidad mientras se liberaba de las sábanas para vestirse. Ella sabía perfectamente lo que pasaría a continuación: Odd le enviaría un mensaje diciendo “Hay que repetir esto. ¿Te llamo uno de estos días?”, y esa llamada nunca llegaría. Conocía a ese chico desde hacía demasiado tiempo para no darse cuenta de que era un capullo… Pero un capullo al que se le daba bastante bien follar. Petra estaba dispuesta a disfrutar de algo de diversión sin compromiso, y su amigo Odd era el candidato perfecto para ello.

    — Odd!!! Io posso sapere che cosa stai facendo nella tua camera da letto??? Kiwi mi sta facendo impazzire!!! — gritaba su madre fuertemente desde el comedor en el piso de abajo.

    — Eeehh… Ho de la pizza qui dentro, Mamma, è solo questo. Ma per favore… non venire!

    Él supo al cabo de medio segundo que no debería haber dicho eso. Pero los adolescentes siempre suelen hablar antes de pensar, y entonces ya fue tarde para arreglarlo. Odd empezó a oír unos pasos enérgicos subiendo las escaleras y, con una rapidez indescriptible, recogió los zapatos y el bolso de Petra y los lanzó por la ventana abierta.

    — ¿¿Pero qué coño haces??

    — ¡Eres demasiado lenta! Date el piro ahora, o estaré jodido de verdad… Agárrate a las escaleras de emergencia.

    — … Si ha llovido esta noche y me pongo perdida, te cortaré la cabeza.

    Petra salió por la ventana y se aferró al frío hierro de las escaleras. Pero mientras bajaba, Odd se despidió de la forma más inesperada.

    — Por cierto. Feliz cumpleaños, bombón. – dijo Odd, guiñándole un ojo.

    — … ¿Cómo? ¿Te has acordado?

    — Sonríe. No se cumplen 17 tacos todos los días.

    Y así terminó la conversación. Odd le dedicó a Petra una última mirada pícara, justo a tiempo para cerrar la ventana en el preciso momento que su madre abría la puerta, con el ceño fruncido. Kiwi se lanzó a los pies desnudos de Odd y comenzó a lamérselos desesperadamente, cómo si no hubiera visto a su humano favorito durante meses. Mientras tanto, Odd sonreía inocentemente a su madre y ésta, aún y tener la certeza que su hijo encubría algo, no quiso perder tiempo ni energía en saber el qué.

    — Odd, ¿has visto la hora que es? Si no te das prisa…

    — Lo sé, mamá, cogeré el autobús de las 8 y cinco. ¡Todo el mundo sabe que la primera media hora de clase es siempre irrelevante! — se excusó Odd, mientras se llevaba un trozo de pizza frío a la boca y se ponía las deportivas.

    — Cariño, te quiero, pero tienes 16 años y hoy empiezas Bachillerato… ¡Ya es hora de que cambies de actitud!

    — A la hora de comer te llamo y me das la charla, si quieres. — Odd se terminó la pizza fugazmente, cogió su mochila y besó a su madre en la mejilla antes de bajar corriendo las escaleras.

    — Ma, Odd! Non ti sei ancora lavato i denti! — gritó su madre, mientras se tocaba la mejilla besada con cariño.

    — ¡¡¡Tengo chicles en el bolsillo!!! ¡Está todo bajo control! ¡Arrivederci!

    Ya en la calle, Odd divisó el autobús en la lejanía. Podía hacerlo. Corrió como si le fuera la vida en ello, y consiguió atraparlo justo antes de que volviera a arrancar. Sofocado por la carrera de fondo, se sentó en el primer asiento que encontró libre y miró su móvil. Mensajes de Jérémie, Aelita, Yumi y Ulrich: “Odd, tío, llegas tarde…” “¡Levántate ya, bello durmiente! :)” “Oye, pimpollo. Recuerda que hoy es lunes, y estamos en septiembre ;)” “Felicidades por tu primer retraso del año. Sigue entrenando duro, campeón”. Odd no pudo evitar soltar una carcajada. Se moría de ganas de verlos a todos de nuevo. Y ¿Quién sabe?… Puede que el Bachillerato artístico no estuviera tan mal, después de todo.

    El italiano se metió un chicle en la boca, se colocó los cascos, y comenzó a masticar al ritmo de Rage Against The Machine. Sexo nocturno, desayuno de sobras y, ahora, Rap Metal… ¿Qué más podía pedir para empezar el día?
  16. Cuando era una niña, vi el primer capítulo de la serie de dibujos animados "Código Lyoko" en la tele. Me fascinó. Me encantó hasta el punto de engancharme, de correr a casa después del cole para no perderme ni siquiera el opening. Me encantó hasta el punto de, antes de irme a clase por la mañana, suplicarle a mi madre que grabara el capítulo del día si no llegaba a tiempo por la tarde. Una puta obsesión que me llenaba de emoción.

    Durante esa época de mi vida, tuve un subidón increíble de creatividad extremadamente mal aprovechado... Montañas de deberes y mi enorme falta de autoestima y seguridad en mí misma mataron esa chispa, y todo se quedó en un deseo de escribir un fanfic de "Código Lyoko". Las ideas brotaban en mi cabeza como champiñones, y yo las escribí todas en forma de lista de la compra en un documento Word que acabó medio perdido en le ordenador de mis padres. Aún doy las gracias a mi padre por guardar todas mis chorradas como si fueran oro en paño, entre ellas esta lista de ideas para un fanfic.

    Recuperé este documento Word durante la pandemia Covid. Al leerlo, me brillaron los ojos. Yo, con 30 años, en el paro y sin poder salir de casa. Momento perfecto caído del cielo para empezar mi fanfic.

    Ahora tengo 34 años, un trabajo y un niño de casi un añito que es la luz de mi vida. Y no me avergüenzo de querer compartir mi fanfic con quien quiera leerlo. Ojalá lo hubiera hecho antes. A la mierda todo.
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