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  1. Siempre pensé que mi lugar seguro era un espacio físico: mi buhardilla del centro, mi habitación de niña en casa de mis padres o, no se, la salita de estar del hospital donde tantas veces acudimos para desconectar los días duros.
    Pero, desde luego, nunca pensé que mi lugar seguro fuera a ser una persona.
    Mi persona.
    Porque hace más de dos años que nos elegimos y hoy se a ciencia cierta que puedo llamarte hogar. ❤️
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  2. Nunca entendí por qué la palabra rutina tiene una connotación tan negativa... ¿Acaso no es bonito dormir cada noche junto a alguien a quien quieres?
    Ver la misma cara todas las mañanas y reirse de los mismos chistes absurdos.
    Convertir en propio algo tan simple como un viaje en ascensor y compartir día tras día el mismo programa de televisión tras el clásico "¿Qué cenamos hoy?"
    Las mismas bromas, los mismos gestos, la misma gente, los mismos besos... La rutina puede ser maravillosa si es con la persona adecuada.
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  3. Es curioso cómo los sentimientos que más felicidad nos aportan son a la vez los que más tristes nos ponen. Como una luz, cuanto más fuerte brilla mayor es la sombra que proyecta.
    Llegaste a mi vida como una luz pequeñita, de esas indirectas que tanto te gustan. Una velita bailonga en la noche oscura: cálida, acogedora y fugaz. O eso creía yo.
    Pero tu llama, lejos de extinguirse consumida por la cera, fue creciendo. Cada día un poquito más brillante, hasta que se convirtió en algo imprescindible en mi día a día.
    El sol.
    El problema con el sol es que proyecta enormes sombras...
    Y solo espero que esas sombras nunca apaguen tu luz.
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  4. A mis 32 veranos (sí, prefiero contar veranos que primaveras) tengo claro que hemos venido a éste mundo a ser felices.

    Y ¿qué mejor estación para exprimir la vida a fondo?

    El verano es sol y es sal.
    Es brillante y es vibrante.
    Es cerezas al amanecer y cervezas al atardecer.

    Rutas en moto, vestidos cortos, pelo mojado y piel bañada por el sol.

    Conciertos al aire libre, chiringuitos de playa, bares nocturnos, mar y piscina.

    Disfrutar de los amigos sin abrigos.

    Ver vena por el día en urgencias con la emoción de verbena nocturna en alguna fiesta de pueblo.

    Y amores de verano con fecha de caducidad... O no.

    Eso es la felicidad.
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  5. Hay días que amanecen grises antes incluso de asomarte a ver el cielo.
    Se siente en el ambiente, se respira enrarecido y el aire parece que pesa casi tanto como la misma realidad.
    Cuesta abandonar la seguridad de la cama y enfrentarte a esos días, en especial cuando vienen precedidos de una racha de sol radiante.
    Pero es necesario hacerlo.

    Menos gente sonríe en los días grises y, cuando lo hacen, la sonrisa suele ser melancólica.

    Las canciones son más lentas y el tráfico es más denso.

    Hoy es uno de esos días grises o, quizá, es mi ánimo el que está nublado. No todas las películas tienen un final feliz y, a veces, las historias más bonitas son en realidad las más tristes.

    Porque sí, también hay belleza en los días grises.
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  6. Un amigo me dijo una vez que siempre le he recordado al protagonista de Big Fish. Mi imaginación desbordante es tanto mi mayor defecto como mi mejor virtud y es que, cuando cuento las cosas, mi subconsciente las adorna de forma que parecen cuentos de fantasía más allá de hechos reales.
    No me gusta la monotonía ni ceñirme a lo establecido.
    Las cosas han de ser contadas no cómo sucedieron sino como merecieron haberlo hecho y es quizá por ello que, aun conservando la parte más importante de realidad, muchas veces puedan parecer ficción.

    Creo firmemente que los adornos embellecen tanto los lugares como las historias y puede que por ello mis propios recuerdos muchas veces adopten mi personal visión de los mismos.
    Pues una vida más bella, es una vida más feliz.
  7. A la vuelta de Navidad me fui a comer con un amigo. Me habló mucho y muy bien de una nueva persona que hay en su vida, una chica que conoció hacía meses y con la que se estaba escribiendo un montón. “Pero no nos acostamos, eso no. Yo respeto a mi novia”.

    Dejé en la mesa los cubiertos porque hay pocos momentos impresionantes en la vida, y sospeché que ese iba a ser uno de ellos. ¿Cuánto era “un montón”? “Todos los días”, dijo con los ojos brillantes, “y siempre un mensaje de buenos días y otro de buenas noches. No pasan dos horas sin que nos digamos algo o nos llamemos. Pero no vamos más allá, no estamos engañando a nadie, es solo que no sabemos a dónde va esto”.

    “No vamos más allá”, dijo. A dónde te queda ir ya, alma de cántaro.



    Mi amigo X, y mi amiga Y, y supongo que varios más porque esto es una plaga, tienen tanta confianza en su educación católica que creen que hay más infidelidad en follar que en escribir. Y probablemente piensen todos que su pareja les está agradecida cuando lo más natural, llegado el caso, es que tu novio o tu novia se acuesten con quien les dé la gana y borren su número cuanto antes, porque un polvo dura mucho menos y es más discreto que coger el teléfono en una cena o en unas vacaciones y ponerse a echar de menos a otro.

    Yo le dije a mi amigo lo que pensaba: que por supuesto está bien escribirse con todo el mundo y escribirse más con personas que aprecias o te gustan, que también es natural el tonteo, que a veces uno puede —por inercia, por inconsciencia, por placer o por frivolidad— llevarlo más lejos, pero llamarse y escribirse todos los días y contarse todo con otra persona era una relación sentimental, hubiese sexo o no. Y que él era libre de tener esa relación y cien más, Dios me libre de juzgarlo, pero en la vida tan importante es inventarse una moto como no vendérsela a los demás.

    Yo detecto en mi generación un ansia terrible de no sentirse mal cuando se hace el mal, o peor aún: creer que está mal cualquier cosa. También detecto que el sexo continúa siendo prestigioso y teniendo el aura de punto culminante del amor, engaño máximo y traición mayor en caso de la pareja infiel. Me parece respetable, pero, como en la salud, la homeopatía agrava lo que se quiere combatir. Que ese tipo de relaciones de 200 mensajes al día, intercambios de fotos y enganches adictivos a otra persona sin tocarla se mantengan para “no poner los cuernos” es la broma definitiva: hay más cuernos en un “buenas noches” desde la cama mientras ves una serie con tu pareja que en un polvo rápido, o dos, con una persona desconocida en un ascensor.

    Es urgente desprestigiar y banalizar, en según qué ocasiones, el sexo. El problema que tiene mi generación es que cree que para saber dónde va el mundo tiene que mirar a sus padres en lugar de a sus hijos, y no solo. Tenemos 40 años y vivimos entre el fuego cruzado de una generación que está dejando de saber todo sobre un mundo que ya no comprende y otra que empieza a saberlo sobre un mundo que aún no comprende. Umberto Eco, que de seguir vivo sería millennial, hizo que un personaje suyo se enamorase en una orgía de una mujer con la que estaba practicando sexo y luego, solo luego, la invitó a un café: eso es haberlo entendido todo. A menudo enamora más una conversación que un orgasmo, aunque disfrutemos más del segundo, por eso deberíamos abusar más de él y tratar con más cuidado lo otro.

    Manuel Jabois​
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  8. Puede que a lo largo de nuestras vidas conozcamos personas equivocadas antes de conocer a la indicada para que así, cuando se cruce en nuestro camino, podamos reconocerla y estar agradecidos por el regalo que nos han hecho.

    Puede que sea cierto eso de que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos pero también es verdad que no sabemos lo que nos falta hasta que nos llega.

    Puede que las personas más felices no sean quienes tienen lo mejor de todo sino las que sacan lo mejor de todo lo que se les presenta.

    Puede que el amor verdadero no se trate de encontrar a la persona perfecta sino de encontrar la perfección en alguien imperfecto.
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