Tentados

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Asurama, 4 Febrero 2011.

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    Asurama

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    Tentados

    Bajó por las escaleras de pulida madera y se sentó a la larga mesa. El magnífico almuerzo estaba servido. Posó sus ojos en el viejo reloj que estaba frente a él, en la pared. Era el mediodía y nuevamente estaba solo. Sus padres, se hallaban trabajando.
    Una de las criadas caminó hacia él, destapó una botella de vino añejo y le sirvió una medida en una copa de cristal. Él miró a la mujer, con movimientos lentos, tomó la copa y jugó con ella durante un rato, mirando los reflejos rojizos del vino antes de llevar el borde de la copa delicadamente hacia sus labios.
    El silencio era un tanto incómodo, pero él parecía disfrutarlo. Solo se escuchaba el tictac del reloj y las respiraciones de los presentes. La muchacha se sintió incómoda. Él le gustaba, era elegante, delicado y detallista. Incluso para el almuerzo se vestía formalmente. Lucía guapo y sus delicados movimientos lo hacían ver sensual, aún en el simple acto de beber de una copa de vino.
    Después de unos segundos que parecieron eternos, él volvió a dejar la copa en la mesa.


    —Es bueno —se limitó a decir con suavidad.


    Ella no pudo evitar esbozar la sonrisa.
    —Me alegro de que le guste. ¿Necesita algo más, señor?


    —No —murmuró—, puedes retirarte.


    Luego de una respetuosa inclinación de cabeza, ella dio la media vuelta y se retiró hacia la cocina.
    Los demás sirvientes se pusieron a revolotear alrededor de él. Él tan solo levantó la vista y los observó en silencio, recordándoles al instante, con un solo gesto, que él prefería almorzar en soledad. Cuando lo dejaron, se dispuso a probar la comida.


    Una mujer bien vestida, de largo cabello negro recogido, apareció en la puerta y caminó hacia él. El sonido de sus tacones hizo eco en el silencio. Se sentó a un lado de la mesa y él levantó la vista.


    —Llegas cinco minutos tarde, Ayaka —le recriminó.


    Una sonrisa se dibujó en sus carnosos labios.
    —Siempre tan puntual, Hashimoto-san.


    —El tiempo es oro y no debe ser desperdiciado —arguyó él.


    —Exactamente —afirmó ella—. Por eso, sus padres han solicitado nuevos empleados para uno de los hoteles de su cadena, el que se encuentra en esta ciudad. Hay un mínimo de cien empleados nuevos, entre el personal de limpieza, los encargados de la cocina, los encargados de la atención al cliente y, por supuesto, el personal administrativo. Espero sean de mucha ayuda.


    Él ayudó a pasar la comida con otro trago de vino y asintió.
    —Espero sean más eficientes que el anterior cupo.


    —Fue una pena despedir a tantas personas.


    Él levantó una ceja.
    —¿Una pena? Fue un acto inteligente. Por poco y nos arruinan. Le ocasionaron pérdidas económicas a la familia y afectaron a la reputación de la cadena. Perdimos clientes por su culpa.


    Ella suspiró.
    —Son unos mal agradecidos, incapaces de aprovechar la generosidad de sus padres, Hashimoto-san.


    —Tal vez, mis padres deberían volverse un poco más rígidos y no ser tan “generosos”.


    Ella sonrió. A él no le gustaba que lo contradijeran.


    Ayaka prácticamente había crecido en esa enorme mansión, pero no había conseguido entablar más que una amistad con el hijo de la familia. Su trabajo era, teóricamente, sencillo: debía servirle de compañía a Toshiro, platicarle y mantenerlo informado. Aún así, él era muy difícil de complacer y se comportaba un tanto indiferente con el personal. Él, a veces, parecía ser el centro de su propio mundo. Y ella no era muy importante.


    Más que por las irregularidades administrativas, sus padres habían optado por cambiar de empleados debido a la misma presión de Toshiro. Él tenía la costumbre, bastante bien solapada, de acosar a las empleadas cuando las encontraba solas. Si alguna no le prestaba atención o se le resistía, era capaz de inventarle cualquier cosa y hacer un escándalo para que la echaran. La última vez, había adulterado las cifras de varios libros, haciendo parecer que sus padres habían sido estafados. Incluso llegó a esconder una importante cantidad de dinero para hacerlo más creíble. Su padre cometió un error al haberle dejado una comisión de los hoteles. Él era muy inteligente, aparentemente correcto y, además, muy consentido, por lo que nadie jamás sospechaba de él y siempre obtenía lo que quería.
    Si hubiera querido, hubiera podido vivir en el libertinaje, parasitando la cuenta bancaria de sus padres y nadie lo hubiera notado, ni siquiera las personas más cercanas a él. Se le daba bien mentir y ser creído por los demás. Si él decía que era inocente, era inocente, sin importar qué tipo de pruebas pudieran presentar las empleadas acosadas.
    Por suerte, la mayoría de ellas no oponía resistencia. Él les resultaba atractivo en todos los sentidos, en especial a aquellas con un cociente intelectual por debajo de la media, capaces de ceder ante un soborno o un chantaje cuales esclavas. Y él disfrutaba de esa fantasía, porque se sentía “fuerte”.


    La mayoría de los empleados le temían y respetaban así que, si veían algo, fingían ser ignorantes, por lo cual él gozaba de total impunidad. Algunos lo odiaban secretamente, pero quejarse era inútil y hasta contraproducente.

    Pero el dios sí lo veía y lo detestaba, porque a Toshiro no le importaban las “absurdas creencias” de sus padres y porque se robaba el dinero que debía ser ofrendado a él. El dios pensaba en vengarse y le agradaba que su víctima fuera tan ignorante, pues para su propósito podría utilizar a gente como Ayaka… y Toshiro jamás sabría qué le había pasado. Su familia tenía una historia muy negra y cualquier “enemigo” podía aprovecharse de eso.

    —Hashimoto-san —le llamó Ayaka— ¿Irá a recibir a sus padres en el aeropuerto mañana en la tarde?


    —Por supuesto ¿Gozaré de tu compañía?


    Ayaka le sonrió.
    —¿Duda acaso de ello?

    El día siguiente pasó sin novedad alguna y él recibió vía e-mail los datos de todos los nuevos empleados. Eran personas normales, sin nada en especial, pero quien llamó su atención fue la más joven de la lista. Se le hacía conocida. Se preguntó si un empleado de dieciocho años era lo suficientemente eficiente como para cumplir con las exigencias de los contratos expedidos por su padre. Tal vez se cansara pronto y se fuera. No valía la pena siquiera intentarlo. Aún así, la curiosidad que sentía era muy fuerte. Guardó sus datos en la agenda que siempre llevaba consigo. También, contó el dinero que había robado a sus padres en el último de sus engaños. Podría necesitarlo, en especial con alguien de apariencia tan pobre.


    Aquella tarde, fue al aeropuerto a esperar la llegada de sus padres. Lo último que deseaba era verlos regresar, ya que solo en su ausencia podía hacer de las reglas lo que él quisiera. Aún así, cuando los vio, los recibió de manera cálida… o lo que era cálido para él, indiferente y altivo, incluso con los miembros de su familia.
    Cuando subieron al auto, sus padres le preguntaron por novedades durante su ausencia. No había nada en especial para contar. Sus padres, en cambio, sí le hablaron de los negocios hechos durante el viaje y las últimas inversiones que él, por supuesto, conocía por adelantado, gracias a que Ayaka era una buena informante.
    Mientras trabajaba en su propia oficina, tarde esa noche, Toshiro se dio cuenta de que estaba lleno de expectativas. Miró hacia las luces de la calle y los coches a través de su ventana y se preguntó qué traería en nuevo día y cómo serían los nuevos empleados. Las cosas —y las personas— siempre le gustaban, incluso antes de poder conocerlas.



    Ella salió temprano de la precaria pensión que rentaba en un barrio bajo y caminó con paso rápido a la primera parada de autobús que había desde allí. Lo último que quería era llegar tarde a su primer día de trabajo y dar una mala impresión. En el camino, se arregló el cabello lo mejor que podía y se pasó un buen rato alisándose la ropa. Se trataba solo de un uniforme azul para empleados de limpieza. Así y todo, era lo más elegante que había llevado en mucho tiempo.
    El poco dinero que recibía de sus cortos trabajos de medio tiempo, lo gastaba en lucir bien para su jefe de turno. No conseguía trabajo estable debido a que, por razón desconocida o tal vez por prejuicio, sus jefes no confiaban en ella. Algunos le pagaban menos de lo acordado, trabajaba en negro y no recibía indemnización. De todos modos, no podía contratar un abogado que la defendiera, porque terminaría empeñando su vida, presa de deudas inútiles.


    Ella era pequeña, pálida y frágil porque descuidaba su salud y trabajaba en exceso, en un intento de no morirse de hambre. No conocía a su padre y su madre había muerto varios años atrás. Desde entonces, había tenido que confiarse a la suerte para sobrevivir, aunque la suerte, hasta el día de la fecha, nunca le había sonreído. La zona en la que vivía era muy peligrosa: los robos eran frecuentes y había muchos borrachos y drogadictos dando vueltas. También era común el cobro de peajes. El problema de esa zona no era entrar, sino salir. Y tenía que salir cuanto antes.
    Por eso, cuando vio aquel anuncio de requerimiento de empleados en un lujoso hotel, no dudó ni un instante para llamar y pedir trabajo. No le importaron las muchas exigencias ni el hecho de vivir lejos, e hizo todo lo posible para construir una buena imagen a pesar de su edad y condición social. Lo logró. Milagro. Antes de eso, empezaba a creer que Dios no existía.


    Entró en aquel despacho con la misma valentía y seguridad con la que había llegado semanas atrás. En seguida, la enviaron con la mujer que regenteaba a todos los empleados encargados del aseo. Ella le indicó cuales serían sus obligaciones. Lo primero que debía hacer era limpiar y sacarle brillo a los pisos en los pasillos y también a las escaleras. Por ser el primer día, estaba entusiasmada y se puso en marcha ni bien recibió todas las indicaciones, dispuesta a cumplirlas al pie de la letra. En varias oportunidades se cruzó con otros empleados nuevos, que parecían tan confundidos y perdidos como ella, pero no pudo entablar conversación con ninguno de ellos, tan solo intercambiaban saludos y ella les sonreía.


    La mañana transcurrió sin novedades, pero el verdadero trabajo comenzó en la tarde. En aquel hotel había una sala de conferencias, que era utilizada varias veces a la semana por diferentes profesionales para impartir charlas y había también un enorme salón utilizado para fiestas. Ese día, tocaba preparar en salón de conferencia.
    Era común que la información se filtrara y corriera de manera no oficial por los pasillos. Fue así como Mio se enteró de que la persona que daría la conferencia era el dueño de la cadena hotelera. Sintió curiosidad, puesto que no conocía a los dueños. Ella tan solo se había entrevistado con otros miembros del personal.
    Mientras continuaba con las labores de la tarde, se preguntó cómo sería el respetable hombre. Se lo imaginó de mil formas distintas, pero ninguna se asemejaba a la realidad. Por ello, cuando el hombre pasó a su lado, ella no lo reconoció y lo confundió con otra de las personas invitadas al evento. Lo saludó con una respetuosa reverencia, pero estaba lejos de imaginar quién era. Del mismo modo, saludó a la esposa y al hijo… pero no comprendió la extraña mirada que le dedicó éste último.


    Aunque a veces, era un poco distraída, sin duda notó que pertenecía a la familia de ese hombre. Se parecían mucho en el color de la tez, la forma del rostro, el modo de moverse e, incluso, el modo de hablar. No pudo evitar quedársele viendo.


    —¿Qué miras? —preguntó contrariado el muchacho.

    Ella, dándose cuenta de la falta de respeto, desvió la mirada.
    —Lo… lo siento mucho.


    —Ustedes solo son empleados, no deberían estar aquí.


    Ella no podía explicarle que la habían enviado allí por un encargo y que sólo por casualidad se había cruzado con ellos, así que volvió a hacerle una reverencia, se disculpó una vez más y volvió sobre sus pasos, muy avergonzada, diciéndose a sí misma que era una tonta descuidada.


    El muchacho, sin embargo, se quedó parado junto a la puerta de cristal, viendo cómo ella se marchaba a paso rápido y gracioso, como si intentara ocultarse por vergüenza. Llevaba el uniforme de los encargados del aseo y lucía muy cansada pero, sin dudas, reconoció a la jovencita de la fotografía que había ocultado. Era más bonita en persona. Tenía el cabello castaño y unos bonitos ojos rasgados. Su rostro tenía cierto deje infantil y sus mejillas parecían lucir siempre un tenue rubor. O tal vez, de verdad se había avergonzado.


    —Así que esa es Mio —murmuró para sí.

    Su padre lo llamó para que se diera prisa. La conferencia estaba pronta a iniciar, él asintió y entró al salón, mirando por última vez hacia la esquina del largo pasillo por donde Mio se había perdido, ya tendría tiempo de hablar con ella.
    El corazón le dio un vuelco, no supo por qué. Era como si guardarla en su memoria alterara todos sus sentidos. Junto a los demás empleados, ella lucía realmente diferente. Deseaba averiguar pronto la razón.
    Mio, aún algo confundida y avergonzada, se escabulló hacia la cocina que usaba el personal del hotel, buscó un vaso de plástico y se sirvió un poco de agua, con el pulso tembloroso ¿Qué le pasaba? Nunca alguien la había puesto tan nerviosa por el sólo acto de mirarla. Por un momento, le había parecido que ese muchacho la conocía de algún lugar, pero era imposible que se hubieran visto jamás. Él evidentemente pertenecía a una clase alta y ella, al poblacho.
    Sacudió la cabeza, intentando quitarse unos extraños y confusos pensamientos que comenzaban a invadirla. Solo era un muchacho, no tenía nada de especial.


    De pronto, la puerta de la cocina se abrió y ella, tan metida en sus pensamientos, se sobresaltó.
    —Lo siento, no quería asustarte, no sabía que había alguien aquí —se disculpó la mujer que acababa de entrar. Era tres o cuatro años mayor que ella, llevaba el cabello corto, tenía un uniforme más elegante que el suyo y además, estaba maquillada. No tenía la apariencia de un empleado que acababa de ingresar—. Eres de los nuevos ¿verdad? —indagó.

    Mio tardó en captar la idea, pero la saludó.
    —Morimoto Mio, he ingresado hoy.


    —¿Fue un día duro, eh? Disculpa, no m e he presentado, soy Takegami Eriko. Puedes llamarme Eriko si gustas.

    —Eres muy amable. Y sí, ha sido un día duro, pero estoy acostumbrada —bajó la vista con modestia.


    —¿Trabajabas en algún otro lugar?


    —Tenía antes un empleo en otra ciudad, pero el dueño tuvo que reducir el personal y yo fui una de las tantas afectadas.


    —Ya veo, eres muy joven comparada con los demás.


    —No tengo familia, ni responsable, así que he de arreglármelas sola.


    Eriko notó en seguida que a Mio le había incomodado tener que hablar de su condición, tal vez la vida y las personas no habían sido muy amables con ella.

    —Oh, vaya —estaba confundida y no sabía qué decirle, entendió la precaria situación de la muchacha y quería ayudarla en lo que fuera, pero tampoco quería hacerla sentirse mal—. Puedes llamarme para cualquier cosa que necesites. Espero te sientas a gusto aquí. Entre los miembros del personal nos gusta tratarnos como si fuéramos una familia grande.

    —Me alegra oír eso.

    A esas alturas, Mio había perdido la noción de lo que era una familia, si es que alguna vez había tenido una. Trataba de no apegarse a nadie por miedo a sufrir. Era común que la llamaran “niña huérfana, muerta de hambre y resentida” y que la maltrataran, por eso encontrarse con alguien amable la sorprendía tanto como la hacía dudar. Es que, detrás de ese rostro amigable y sonriente, podría haber una víbora dispuesta a saltarle encima. No le gustaba ver a los demás de esa manera, pero se había criado en la desconfianza. Era un mecanismo de defensa.
    De todos modos, no terminaba de entender por qué se había atrevido a tomarse tanta confianza con esa extraña, como para contarle que no tenía familia. Era el precio de hablar mucho y no poder callar en el momento adecuado. Ahora, se mordía la lengua y se preguntaba cómo la estaría viendo realmente Eriko.

    Eriko, por su parte, también miró durante un buen rato a la jovencita, intentando averiguar qué ocultaba en su interior. Parecía una muchacha alegre, enérgica y habladora, a quien le agradaba aparentar autosuficiencia.


    —¿Hace cuánto tiempo trabajas aquí? —se atrevió a preguntar Mio.

    —Pronto hará un año y medio desde que trabajo como recepcionista, pero comencé como tú hace casi tres años. Los empleados no suelen durar mucho, debido a que los jefes son en verdad muy exigentes.


    —¿Jefes?


    —Hashimoto-san. Es el que va a dar la conferencia justo ahora.


    Mio negó con la cabeza.
    —No lo conozco.


    —Pero si acabas de cruzarte con él en la puerta del salón, el hombre de ojos azules.


    Mio se congeló. ¿Entonces el muchacho que la había mirado era nada más y nada menos que el hijo del dueño? ¿Sería así?


    —¿Te sientes bien? —le preguntó Eriko, poniéndole una mano en la frente— ¿No tienes fiebre? Tu rostro se ha enrojecido.


    Ella, sorprendida, se dio la vuelta y ocultó el rostro. So tonta, so distraída, y encima frente a la familia del jefe. Quería morirse de vergüenza, que la tragara la tierra, allí mismo frente a Eriko. Tal vez, lo mejor era no salir de la cocina en las siguientes horas, así evitaría el bochorno.


    —Deben pensar que soy una maleducada, espero que el señor no me eche.


    —No, no —le aclaró Eriko—. El señor es muy amable. El problema es su hijo


    —¿Su hijo? ¿De casualidad era el que le acompañaba hoy?


    —Sí, sí. Hashimoto Toshiro-san.


    —Toshiro —murmuró su nombre, le sonaba familiar—. No entiendo qué tiene que ver el joven.


    Eriko trató de ocultar una mueca. No había razón para amargarle la vida a esa jovencita, no parecía necesario advertirle sobre las reprochables costumbres de Hashimoto-san y las consecuencias de ignorarlo. Después de todo, Mio era solo una niña. El joven no sería tan depravado como para meterse con una niña ¿o sí?
    —Toda la familia se encarga de la administración. El joven es muy quisquilloso. En lo posible, mantente lejos de él y evítalo, así no tendrás problemas.


    Mio no terminaba de comprender.
    —¿Por qué habría de tener problemas?


    Eriko volvió a morderse la lengua. Había dicho algo que no debía. ¿Y ahora, cómo lo arreglaba?
    —El joven no es muy agradable en el trato, si no le gusta la cara del empleado, puede convencer a sus padres de que lo echen —Eriko soltó un largo suspiro de indignación, pero a la jovencita, le pareció que se trataba de una simple resignación—. Hace un tiempo echaron a una de mis compañeras acusándola de una estafa.


    —Eso es horrible, el señor tiene que saber que…


    —Para el señor, la palabra de su hijo es sagrada, no escucha ningún argumento que vaya en contra de su hijo. Quejarse no sirve, lo hemos intentado y las consecuencias no fueron nada agradables.


    Mio no volvió a preguntar, por temor a enterarse de algo malo.

    Ambas hablaron de cosas irrelevantes y pronto olvidaron el tema de la familia Hashimoto. La amena conversación con Eriko hacía parecer cualquier momento anterior como un simple sueño. Conforme pasaron los minutos, Mio comenzó a ver un poco diferente a la chica. Realmente lucía como una buena persona, confiable y reía todo el tiempo, tratando de hacerla sentirse cómoda.
    Finalmente, llegó el momento en que ambas debieron continuar con sus tareas, pero quedaron de verse al día siguiente durante el almuerzo, para charlar. Eriko solía frecuentar un local de comida rápida que estaba a solo unas cuadras del gigantesco hotel. Al ser empleados, no podían consumir las cosas del hotel, puesto que el precio equivalente era descontado de su salario. Y los productos comprados para ese hotel no eran nada baratos.


    Cuando el horario de trabajo de Mio acabó, la conferencia en el salón aún continuaba. Ella salió por la puerta trasera del edificio, como correspondía a todos los empleados.
    Mientras caminaba a paso rápido para así alcanzar el transporte público, recordó repentinamente el hijo de la familia Hashimoto. Se llamaba Toshiro ¿verdad? Recordó su apariencia elegante y la extraña mirada que no descifraba todavía. También recordó las palabras que Eriko le había dicho sobre él. Lo único que llegaba a entender era que se trataba de un muchacho caprichoso.
    Realizó en silencio el viaje a casa, tratando de calcular mentalmente cuánto dinero conseguiría ganar con su nuevo trabajo, pero no le era una tarea sencilla, puesto que hacía mucho tiempo desde que no estudiaba. Además, sus trabajos nunca estaban en las cajas de los supermercados —en verdad, no le tenían confianza—, sino solamente limpiando los pasillos o acomodando productos.
    Ahora que lo pensaba bien, era la primera vez que trabajaba en un lugar tan lujoso e interesante como era aquel hotel de cinco estrellas. Durante el día, solo había tenido la oportunidad de ver los pasillos que debía limpiar, pero con solo eso ya se había impresionado. Había largas y blancas escaleras de mármol pulido, paredes blancas decoradas con hermosas pinturas que parecían fotografías, jarrones de hermosos diseños en las esquinas, arañas de cristal de hermosas formas, que brillaban como trozos de arco iris, lámparas de luces cálidas y acogedoras, puertas de hermosa madera brillante y columnas blancas trabajadas. Desde un principio creyó que había entrado en un palacio de diseño moderno. Era como un sueño, aún estaba esperando despertar en casa.


    Ese hotel era tan solo uno de muchos, perteneciente a una cadena renombrada. Trató de imaginar cuánto dinero debían de haber invertido en la construcción y cuánto debería insumir el mantenimiento. Y por supuesto, cuánto producían. Era obvio que la familia Hashimoto era rica. Si así eran los hoteles, ¿entonces cómo sería la casa de los dueños?


    —De seguro deben vivir en un palacio —concluyó mientras aún intentaba imaginarse los lugares y las personas que esa familia frecuentarían—. Olvídalo, tú jamás podrás disfrutar de algo así, ni en sueños —se reprochó a sí misma.


    Llegó a su casa, abrió la puerta y encendió la luz. El departamento era pequeño, pero ella lo tenía limpio y cuidadosamente ordenado. Se quitó su uniforme de trabajo, lo dobló cuidadosamente y lo colocó en la parte de arriba del armario para poder usarlo al día siguiente. Se colocó una ropa de sencilla, vieja y algo gastada, pues la había usado muchas veces en su intento de no desperdiciar nada de dinero. No tenía mucho para comer, tan solo un poco de miso que una vecina le había convidado. Al acabar de cenar, se acostó en el futon y, luego de un largo bostezo, entró en una ensoñación en la que recordó a aquella extraña familia rica y se imaginó como parte de ella.

    El coche negro dobló en la esquina, al tiempo que el portón se abría de par en par para permitir su paso. El chofer condujo directo a la cochera. El joven no esperó un solo segundo para abrir la puerta por sí mismo y salir disparado. Aquello no pasó desapercibido ante sus padres, que conocían lo parsimonioso que podía llegar a ser, pero no le dijeron nada, atribuyéndolo al cansancio.
    Ni bien puso un pie en la casa, Hashimoto-san recibió una llamada telefónica de un socio, así que se fue directo a su oficina mientras hablaba. Su esposa entró justo detrás de él y subió directo a su habitación, acompañada por una criada que la saludó con una reverencia y le ofreció algo de beber, mientras esperaba la cena.
    Cuando la cena estuvo lista, Toshiro avisó que no bajaría a cenar y él nunca faltaba a la cena, pero se desentendió del asunto, lo atribuyó al cansancio y, por si fuera poco, se excusó por exceso de trabajo. Ayaka subió junto con la criada que le llevaba la cena. Para no ser descortés, él la invitó a pasar y sentarse.
    Ella, ataviada con un sencillo vestido corto, fue hasta uno de los sofás de la habitación, se sentó y cruzó las piernas, esperando que él hablara primero.
    Cuando la criada se fue, Toshiro se le quedó mirando, no había requerido su presencia. Si Ayaka estaba ahí, seguramente era por obra de su padre. Más que una simple visita nocturna, ella seguramente fungía como informante y esperaba que él le revelara algo. Pero él no sentía que estuviera ocultando algo a su familia.


    —Hoy fue un día interesante —comentó mientras se ponía la servilleta en el regazo—. Vi muchas caras nuevas.


    —¿Alguna que le interese? —oh, sí, ella era astuta.


    —No en realidad —quería aparentar naturalidad, pero la verdad era que se sentía un poco extraño desde que había visto esa cara. La chica desconocida le resultaba chocante sin explicación, al punto de haberle quitado el apetito.


    “Es ridículo, no la conoces”, se regañó mentalmente.


    —¿Y alguna “criadita” lo saludó?


    —¿Es mucho pedirte que avances más allá de la sesión de preguntas?


    —Oh, veo que le han incomodado mis preguntas —comentó ella en un tono sugerente, aún intentando exprimirle la información—. Tal vez, el recibimiento que tuvo en aquel hotel no fue el que esperaba.


    —No, no fue el que esperaba —respondió cortante—. Ya en el primer día son capaces de demostrar cuánta falta de educación tienen.


    —¿Te miraron a la cara? —preguntó con tono divertido—. Es que no podrían evitarlo.


    Él entornó los ojos y luego miró en otra dirección, en completo silencio, pretendiendo ignorar aquella declaración solapada… o no tan solapada.
    —Entonces, según tú, si tuviera la cara de un monstruo y me hubieran mirado ¿estaría bien? —escupió en un tono cínico.


    Ella rió ante el comentario.
    —No era eso a lo que me refería. Anda, eres inteligente —de vez en cuando, ella se tomaba más confianza de la que debería.


    Él se limpió con la servilleta luego de acabar de cenar.
    —¿Te importaría dejarme? Tengo trabajo.


    —¿Te incomoda mi presencia?


    —¿Ha pasado algo en mi ausencia? ¿Algo que debas comunicarme urgentemente?


    —¿La llegada de los recibos de los impuestos cuentan?


    —En ese caso, creo que puedes contármelo más tarde —era su modo de decir “largo”.


    —Como quieras, volveré cuando estés menos ocupado —se levantó del sofá, salió y cerró la puerta detrás de sí.


    Por mucho que estuviera molesta, no le interesaba mostrarlo. Lucía altanera cuando se presentaba frente a él, creyendo que así llamaría su atención y a veces, la conseguía. Pero ambos eran de dos mundos muy distintos que no podían llegar a juntarse, sin importar cuán cerca estuviera el uno del otro. Aunque se conformaba con ser su “asistente”, pues era un privilegio que pocos podrían alcanzar. Pensar en eso a menudo le ayudaba a dormir.

    Él solía sentirse vacío a pesar de todos los privilegios que tenía y la superficialidad de Ayaka y de sus padres no le ayudaba mucho al respecto. Como buscando escapar de esa realidad, se había impuesto la estricta y rígida rutina que mareaba a todos en la casa. Era su modo de mantenerse en equilibrio. Era su modo de vengarse. ¿Quién iba a pensar que la vida era injusta también para los ricos? Él se burlaba abiertamente de aquel hecho.

    Ayaka no pudo evitarlo y, asomada por la rendija, lo espió en silencio. Lo vio trabajar y nada parecía haber cambiado en él. Escribía en el ordenador, anotaba cosas en un cuaderno de notas que llevaba siempre consigo, hacía llamadas si lo necesitaba, de vez en cuando, recurría a algún libro de los muchos que tenía en el enorme estante. Estaba quieto mientras realizaba cálculos mentales… aparentemente estaba igual. Pero algo no estaba bien.


    Mio no necesitaba de un despertador. Se levantaba de modo puntual todas las mañanas antes del alba y salía a buscar trabajo. Esta vez, se levantó con la tranquilidad de que ya tenía un trabajo que, dependiendo de su eficiencia, podría ser duradero y fructífero. Vistió nuevamente el uniforme y salió a toda prisa. Las luces de la calle aún estaban encendidas y el cielo era oscuro, pasando a un extraño violeta. Hacía frío a pesar de que estaban en primavera y no pudo evitar temblar.
    En una esquina, vio una sombra, pero no se sorprendió, era común que los pandilleros y un montón de almas en pena se cruzaran en aquellas callejuelas abandonadas. Eso no quitaba que la asustaran.


    —Hola, hermosa —saludó uno de ellos.

    Mio no pudo evitar mirarlo de reojo. Llevaba una chaqueta de cuero negro, era alto y de piel blanca. Tenía unos ojos extraños, que podían pasar por negros o azules, pero a ella no le interesaba en lo más mínimo acercarse a averiguarlo. Ninguna de las “visitas” que frecuentaban la zona era buena. Su madre había salido una mañana y jamás había regresado. No quería tener la misma suerte así que, como siempre, apresuró el paso y fingió ignorarlo. No era la primera vez que alguien intentaba llamar su atención, ni sería la última, pero lo mejor sería no responder.
    A veces, se sentía confundida. Muchas de esas personas no tenían reales problemas de dinero —todos vestían bien—, entonces ¿Por qué causaban problemas a otros? Ella pensaba que una persona, por ser pobre, no tenía derecho de culpar a otro y hacerle la vida difícil. Nada de eso, ella era pobre pero honrada, a pesar de que desconfiaran de ella, jamás había metido las manos en donde no debiera. Si la echaban de algún lugar era por calumnias de algún envidioso.


    Precisamente por su inocencia, ella no terminada de comprender a estas personas. Había mejores formas de ganar dinero que haciendo “esos oficios”. Más de una vez, alguien había querido tentarla, pero ella tenía mucho amor propio, tenía dignidad, tenía orgullo y no pensaba rebajarse tanto. Tenía un corazón demasiado bueno para la sociedad podrida en la que había nacido. Tal vez, ese era su pecado. No le importaba, cargaría con él, pero jamás se dejaría absorber por aquel pozo negro y profundo de callejón de ciudad.

    El muchacho, al verla huir, se burló a sus espaldas y la saludó de modo “cordial”.
    y no te preocupes, que de todas maneras te voy a atrapar.

    Al oír eso, ella aceleró más el paso.

    Sólo respiró con calma cuando llegó a la estación. Se puso a leer un manga que alguien había abandonado y, cuando el tren arribó a la plataforma, fue la primera en ingresar. El viaje lo hizo en silencio, perdida en sus pensamientos. No acostumbraba dormir, puesto que temía pasarse de largo en la estación —a veces, tenía el sueño pesado—, ella tenía aversión por la impuntualidad, principalmente cuando su futuro estaba en juego. Cuando llegó a destino, salió empujando a todo el mundo y corrió a toda prisa el trecho que le faltaba para llegar al hotel.
    Entró rápidamente, puso la mente en blanco y comenzó con sus labores sin que sus superiores le dijeran nada. Con tan solo escucharlo una vez, ya había aprendido todo lo que debía hacer. Debía ser rápida y eficiente, puesto que los clientes no estarían dispuestos a esperar. No sabía discernir en qué momento de su vida se había resignado a ser esclava de los demás, ni cuándo había llegado a amar aquella condición de servicio, que le parecía tan noble.

    Toshiro despertó temprano, fue al baño y se metió bajo la ducha. Con los ojos cerrados, repasó los planes de su agenda diaria. Estaba acostumbrado a planificarlo todo minuciosamente. Era perfeccionista y un tanto obsesivo. Su cabeza funcionaba con la precisión de un reloj, tenía rutinas establecidas que debía cumplir sin ningún cambio. Cuando algo no salía de acuerdo a sus planes, se alteraba y reaccionaba de maneras impredecibles hasta para él mismo. Su familia y el personal de la casa, conociendo eso, intentaban adaptarse a su manera de actuar para no alterar su delicada estabilidad.
    Cierta vez, su padre contrató a un psicoanalista para que lo tratase. Al principio, Toshiro se resistía a ir, porque lo consideraba inútil, una total pérdida de tiempo. Sabía que una pseudociencia nunca podría ayudarlo en nada. Pero fue tanta la insistencia que, finalmente, decidió ir y cuando lo hizo… terminó enloqueciendo al psicoanalista. Su madre lo contuvo diciendo que él era “especial y único” y por eso, nadie podría seguirle el ritmo. Nadie, ni siquiera ella. Tal vez por eso el muchacho pasaba una considerable cantidad de tiempo solo y metido en su mundo perfecto.


    Salió del baño y se colocó la ropa que le habían preparado. Toda su ropa siempre debía estar ordenada de acuerdo al tipo, la estación y el día de la semana y debía estar impecable. De no cumplir estas condiciones, los empleados seguramente serían duramente reprendidos y eso era algo que preferían evitar.

    Bajó al comedor a las siete en punto y desayunó junto a sus padres. En ese lapso de tiempo, no intercambiaron una sola palabra y sólo se escuchaba el tictac del reloj y el ruido de los cubiertos. Siempre era lo mismo. Al acabar el desayuno, volvió a subir, esta vez a su oficina para ponerse a trabajar.
    Sin embargo, Ayaka, que lo conocía desde siempre y se había vuelto muy perceptiva, notaba que él estaba raro y más callado de lo normal desde que sus padres habían vuelto. Algo debía haber ocurrido ese día. Tenía que averiguar qué era lo que le pasaba, así que lo siguió en silencio. Pero a media mañana, Toshiro salió, desconcertándola y dejando en evidencia que ella había estado “investigándolo”. A él le molestaba, que los demás se inmiscuyeran en sus asuntos.


    —Voy a salir por algunas horas —fue todo lo que dijo—. Ha llegado un encargo de mi padre y me ha pedido que vaya a recibirlo por él y controle a los empleados.

    Ella asintió y le pasó un paraguas —había comenzado a llover— y le deseó suerte.
    —¿Regresarás para el almuerzo?

    —Por supuesto —cuando él estaba a la cabeza de algún emprendimiento, todo era eficiente, exacto y rápido. Sin duda, estaría allí con la puntualidad acostumbrada.

    Salió a paso rápido, fue hasta la cochera y subió a su auto favorito. A diferencia de sus padres, le molestaba esperar a que un chofer condujera por él ¡No era inválido! ¡Podía hacerlo por sí mismo! Y lo hacía bastante bien y con mucha prudencia… salvo cuando quería impresionar a alguna muchacha, momento en el cual conducía con una velocidad alarmante. A sus veintiséis años, era muy maduro y responsable… pero algunas feas facetas de su personalidad parecían haber quedado en él de por vida.
    A él, por supuesto, eso no le importaba, solo le preocupaba la opinión que tenía de sí mismo, creyendo que el mundo giraba a su alrededor y seguiría haciéndolo mientras su familia tuviera una buena posición social.
    No era mentira lo del encargo de su padre, pero se trataba de algo sencillo que no le llevaría más de media hora resolver. Esa salida la había utilizado como excusa para ir al hotel en la ciudad, su actividad favorita del día. Él decía que “salía de excursión”. Apagaba su móvil y se aseguraba de que nadie le siguiera la pista. Incluso en eso era meticuloso.

    Entró por la puerta trasera, para no llamar la atención. Los empleados, que ya lo conocían, lo saludaban en silencio, pero él tenía asuntos más importantes que atender. Se metió tras una puerta que estaba junto a la cocina que usaban los empleados y allí se quedó a la espera. De pronto, una muchacha de unos veinte años y largo cabello negro entró para servirse agua y él se le atravesó en el pasillo.

    —Hashimoto-san —se inclinó—. No sabía que estaba aquí, permítame que lo acompañe… —no pudo terminar su formal ofrecimiento. Calló ante la mirada impávida del muchacho.

    Ella no era indiferente a los rumores, pero no pensaba que podría encontrárselo en una situación tan incómoda

    —Claro que podría acompañarte —comentó con voz seductora.

    No, no se lo había preguntado en ese sentido.
    —Hashimoto-san, usted es hijo del dueño, no debería estar en un sitio tan poco hospitalario, puedo acompañarlo a la sala…


    Se le acercó lenta, peligrosamente, arrinconándola contra la mesa de mármol.
    —¿Y si mejor me acompañas al depósito de ahí atrás? —indicó con un movimiento de cabeza, sin quitarle los ojos de encima.


    Se puso nerviosa, comenzaron a flaquearle las piernas, comenzó a hiperventilar y tartamudeó.
    —No, joven, yo no podría…


    —¿No podrías obedecer al hijo de tu jefe? —y se le acercó más.

    En ese preciso instante, alguien que venía desde afuera pudo apreciar la escena desde la ventana entreabierta. Toshiro a punto de comerle la boca a una empleada ¿habría visto bien? ¿O estaría alucinando? Mio entró rápido, algo consternada, fingiendo no haber visto nada. A Hashimoto-san no le gustaría nada su indiscreción. ¡Demonios! ¿Por qué tenía que pasar siempre por los lugares equivocados en los momentos menos indicados? Además, no tenía excusa. La habían enviado por un recado, aún debajo de la lluvia. Tal vez sólo había visto mal debido a la lluvia, sí.

    Toshiro se quedó algo sorprendido al sentirse descubierto. La chica que lo había visto desde afuera era la misma con la que se había cruzado en el pasillo antes de la conferencia la tarde anterior. Esa que había llamado su atención incluso desde una fotografía. Al ser nueva, no sabía de lo que él era capaz, así que podría intentar delatarlo. Lo mejor sería advertirle. Se separó de la muchacha a la que había arrinconado y salió de la cocina sin decir nada.
    Ella respiró aliviada, agradeciendo que alguien hubiera pasado justo a tiempo, quitándole la presión de tener que aceptar las reglas de los peligrosos juegos de Hashimoto-san. A decir verdad, poco le importaba lo que fuera a pasarle a la chica nueva.

    Con la llave que le habían prestado, Mio abrió la puerta del depósito para dejar las cosas que acababa de comprar —había tenido que reponer una botella de aromatizante que había roto accidentalmente—. En ese momento, sintió a alguien a sus espaldas y volteó.

    —Hashimoto-san —todavía no estaba segura de estar despierta o soñando, él era más de lo que ella podía soportar—. No vi nada —se puso a la defensiva, nerviosa.

    —Exacto, no viste nada.

    Ella asintió con pequeños movimientos de cabeza.
    —Y así seguirá siendo si quieres conservar el puesto de trabajo que acabas de conseguir. Pareces inteligente, creo que entiendes a qué me refiero.


    Ella no soportaba a los prepotentes ni tampoco le gustaba ser amenazada, pero entendía perfectamente que no tenía más opción que obedecer. Le había costado mucho llegar hasta allí y no podía caerse ahora. Bajó la cabeza en signo de respeto. Finalmente, comprendió a qué se refería Eriko cuando le había hablado de la presión que él ejercía sobre los empleados y se preguntó si Eriko alguna vez habría sido igualmente amenazada. Escuchó los pasos del muchacho alejarse de ella. Luego, la puerta de la cocina, que estaba a varios metros, del otro lado del pasillo, se cerró, indicando que él había salido.

    —Desagradable —por el momento, no se le ocurría otra palabra para describir lo que había experimentado.

    Esperó un rato, asegurándose de que él se hubiera ido, antes de salir para continuar con sus labores. De todas formas, seguía sintiendo cómo esa mirada se paseaba por su cara y… más abajo. Realmente, era una sensación desagradable. Por su propio bien y de los demás, pensó que lo mejor sería no decir nada a nadie.

    Toshiro la siguió desde lejos y se apostó en una esquina, detrás de las escaleras, mientras la veía trabajar en la planta baja. Estaba muy cerca del lobby donde se habían cruzado la tarde anterior. Trabajando, se veía sensual de una manera inocente, provocativa sin siquiera darse cuenta. Ella era sencilla y torpe. No había demostrado interés en él, como sí lo habían hecho otras jóvenes del personal. Como no podía obtener su atención, comenzó a desearla, aunque intentara negar ese impulso. Ella era demasiado joven pero… ¿Qué problemas podía traerle? Había visto sus documentos, ella no tenía familia, ni tutores, prácticamente, la habían sacado de la calle. Sería una presa fácil, demasiado fácil para su gusto.
    La observó por largo rato, como quien observa a un grupo de niños jugando en un parque y la vio interactuar con otros empleados. Ella siempre sonreía y trataba a todos de un modo gentil. Era como si el sol, asustado por la tormenta de afuera, se hubiera ocultado allí, en el hotel. Se veía divertida y dulce. Se preguntó si sería así en todos los aspectos de su vida y esos deseos morbosos que rondaban su cabeza no hicieron más que aumentar.


    Pero primero, tenía que aprender un poco de ella, pues encararla directamente sería un motivo para asustarla.

    Cuando Hashimoto-san se acercó hacia ella, Eriko no caía de la sorpresa y lo saludó respetuosamente.


    —Hashimoto-san, en qué puedo ayudarlo —su presencia la puso nerviosa, pero se controló.

    —Quisiera que me informaras de algo. En los últimos días han llagado muchos empleados nuevos aquí al hotel. De los nuevos, me gustaría que vigilaras a alguien y obtuvieras toda la información posible —dicho eso, le puso sobre el mostrador la fotografía de Mio que había tomado del informe de empleados.

    Los ojos de Eriko se dilataron de la sorpresa.
    —Mio… —murmuró. No podía ser que el joven realmente hubiera puesto sus ojos en la más joven— ¿Quiere que investigue a Mio? —¿La quería como informante? Eso iba en contra de sus principios.

    —Hagamos un trato. Tú haces lo que yo te pido y conservas tu trabajo.

    Aunque la idea de quedarse sin trabajo arrasó con todos sus principios. Ella era más importante que la joven Mio a quien acababa de conocer. Aún no sabía nada de ella, ni siquiera sabía si podrían llegar a ser amigas. De verla como una persona indefensa y buena, pasó a verla como un simple objeto.

    —Haré lo que me pida, joven —asintió con una sonrisa fingida.

    Él la miró por un rato más y se inclinó hacia ella, invadiendo su espacio personal.
    —Y pobre de ti si no realizas bien el trabajo que acabo de pedirte.

    Ella tragó saliva y volvió a asentir. Tenía miles de preguntas, pero lo mejor era no formularlas, para no meterse en problemas. A veces, se sentía atrapada dentro de una jaula pequeña y asfixiante. La llave la tenía ese caprichoso e irrespetuoso joven. No terminaba de entender por qué atraía a muchas, si su carácter era pésimo y su comportamiento dejaba mucho que desear.
    Eriko no supo en qué momento pasó de ser víctima a ser victimaria, pero miró con cierto afecto la fotografía de Mio y se decidió a seguirla a sol y a sombra. Llegaría a conocerla mejor que cualquiera.
    Toshiro se había marchado en silencio del enorme edificio, aún bajo la lluvia.



    Y un mes y medio se sucedió sin mayores sobresaltos. Mio iba todos los días a su trabajo, sin importarle siquiera su estado de salud. De a poco, la iban promoviendo y cada vez le daban más tareas conforme iban conociéndola. Así, permanecería más tiempo en el hotel. A veces, sin comprender por qué, se sentía observada y vigilada, pero lo atribuyó a que aún no se acostumbraba al lujo y la exigencia de un hotel de Cinco Estrellas (y media). Su situación económica mejoró notablemente y pronto pudo comprar comida y ropa decente y aún tener ahorros.
    Eriko se había vuelto una eficiente informante y ya sabía mucho de ella, incluso cuál era su comida favorita y cómo le gustaba vestir. No se trataba de una tarea difícil, puesto que Mio hablaba mucho, como si tuviera muchas cosas que decir y no tuviera a nadie más para decirlas.

    Toshiro seguía asistiendo a diario para utilizar todos los servicios que se ofrecían en el hotel —incluido gimnasio y spa—, para molestar a una que otra empleada pero, principalmente, para observar a Mio a escondidas y a una buena distancia, puesto que había empezado a darse cuenta que la muchachita era muy perceptiva a pesar de lucir distraída. Además, recibía a diario los informes no oficiales de Eriko y no olvidaba ni una palabra. Cuando quiso darse cuenta, conocía mucho a Mio sin siquiera haber entablado conversación con ella. Su deseo de acercarse, pronto estuvo más allá de la simple curiosidad.
    Ayaka y los padres de Toshiro seguían en un infructuoso intento de averiguar qué le había pasado, puesto que, en el último mes, salía de casa con mayor frecuencia, a veces, regresaba tarde. Había roto así muchas de sus cuidadosas rutinas sin mostrar ninguna alteración o desequilibrio.
    La madre de Toshiro, sin llegar a hablar con él, intuyó que el cambio radical podía deberse a la causa poco probable de que estaba enamorado… ¿de alguien del personal?



    Cierto día, una de las compañeras de trabajo de Mio faltó y ella tuvo que realizar sus tareas, que consistían en limpiar y ordenar las habitaciones del tercer piso. No era algo sencillo de hacer, puesto que muchas de las habitaciones eran tan grandes como departamentos. Entró en la primera y empezó por sacudir el polvo de los muebles. En una de las mesillas, se encontró una cadena de oro con una cruz que alguien se había dejado olvidada. Sin saber qué hacer, se la metió en el bolsillo y continuó limpiando.

    Cuando iba a salir, chocó con alguien. Al levantar la vista, se encontró con Toshiro, que también parecía desconcertado.
    —¿Qué haces tú aquí?

    —Mis labores —respondió un poco confundida.

    Él parecía ir a menudo al hotel, aunque se lo había cruzado en muy pocas ocasiones.
    —¿Acaso no era tu trabajo limpiar los salones? —cuestionó.


    ¿Cómo sabía él cuáles eran sus labores? Parecía bien informado.
    —Una de las empleadas faltó, tuve que suplir su lugar ordenando las habitaciones —estaba ruborizada, no pensaba que debiera responderle eso. Tampoco podía creer que alguien como él se tomara el tiempo y la molestia de hablarle.


    Él asintió y siguió su camino, pero antes, volteó a verla una vez más.
    —Te luce bien ese uniforme —comentó en tono sugerente y luego se marchó.

    De no ser Hashimoto-san, le habría dado la impresión de que la estaba siguiendo para observarla. Pero eso era una estupidez. Todo siguió normal, hasta que llegó a la habitación treinta. Limpió la salita con tranquilidad, pero cuando entró al cuarto, lo encontró ocupado.

    —¿Hashimoto-san? —¿cómo era posible que estuviera allí?

    Él estaba tirado de espaldas en la amplia cama, mientras escuchaba la música de un estéreo en un tono muy bajo. Volteó lentamente, sin inmutarse y la miró.
    —Tú eres Mio ¿verdad? ¿Tienes que ordenar este cuarto?

    Ella se puso de todos los colores.
    —Disculpe —iba a cerrar la puerta y salir corriendo.

    —Espera, espera, no te vayas —dijo en un tono calmo.

    Al ser el hijo del jefe, no tenía más opción que obedecer, así que volvió sobre sus pasos, un poco nerviosa.

    —¿Por qué no te sientas un rato?

    Ella vio una silla en una esquina y allí se sentó. No podía estar más confundida, no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo.
    —Disculpe la pregunta ¿Pero cómo pudo entrar aquí? —y le mostró las llaves.

    Ante su sorpresa, él sacó de su bolsillo su propio juego de llaves.
    —¿Nunca te dijeron que a menudo ocupo esta habitación?


    Ella negó con la cabeza.
    —Bueno, creo que es una suerte que nadie te lo haya dicho —murmuró mientras apagaba el estéreo con el mando a distancia e iba hasta la puerta de la habitación.

    Mio vio espantada, desde su asiento, cómo él cerraba bajo llave. Le entró pánico. Estaba encerrada en un cuarto con un hombre que la superaba en edad y altura. Con un hombre que solía atracarse a las empleadas en los rincones. Que alguien la ayudara.

    —Me parece una suerte porque creo que podrías ser una buena compañía.

    Ella negó con la cabeza.
    —No sé de qué me habla.

    —¿En verdad? —se acercó a donde ella estaba sentada, la tomó de una mano y la hizo ponerse de pie.

    Acercó su rostro al de ella, pero ella retrocedió. Y él avanzó.
    —Si da un paso más, gritaré.

    —Anda, grita —dijo sin inmutarse.

    Finalmente entendió lo que Eriko había querido decirle aquel primer día. Cerró los ojos y tomó aire para gritar. Pero su grito quedó opacado por un beso. Toshiro la sujetó de las muñecas, la tendió de espaldas en la cama con un movimiento rápido y se le colocó encima.
    ¿Qué iba a hacerle? Del susto, entró en un estado de shock, con la respiración entrecortada y su corazón corriendo una carrera. Había perdido la voz. Él, dándose cuenta de eso, se levantó, fue hasta el refrigerador, sacó una soda, la abrió y la puso en la mesilla junto a la cama antes de salir del cuarto y dejarla allí.

    Salió temprano rumbo a la estación. Una semana pasó, pero no podía quitarse de su mente la sensación que le había dejado el beso de Toshiro. Nunca un hombre le había tratado de aquella manera, aquel era el primer beso que había recibido en su vida, un beso fogoso y extraño. Se sentía tentada a probar algo que no le correspondía.
    De pronto, tomó conciencia de que alguien la seguía, era ese hombre, de pelo largo y ojos negros. Era el mismo que había aparecido intermitentemente a lo largo del mes. Parecía observarla, le hablaba siempre. Tenía que apresurar el paso, huir.

    —Hola, Morimoto-san, necesito hablar contigo.

    ¿La conocía? ¿Cómo?

    Quiso huir, pero su cuerpo la traicionó y se quedó paralizada en el lugar. Cuando reaccionó, tenía una mano sujetándola fuertemente del brazo. Gritó e intentó zafarse del agarre, pero un golpe en el estómago la dejó incapacitada. Otras cinco personas asomaron desde aquel oscuro callejón. Le pusieron en la cara algo de fuerte olor y el mundo se desvaneció casi inmediatamente, dejándola en un estado de semiinconsciencia.

    Salió temprano rumbo a la estación, pero nunca llegó.

    Estaba completamente aturdida al despertar, en un lugar desconocido, una habitación donde sólo había una mesa y unas cuantas sillas. Se oían voces a su alrededor. Intentó moverse, pero se encontró amarrada a una silla. Sentía dolor y se dio cuenta de que tenía múltiples golpes. Recordó lo que le había pasado y su corazón dio un vuelco.

    —¿Qué es esto? ¿Qué es este lugar?

    —Así que despertaste —le dijo uno de sus captores.

    —¿Son yakuzas? —estaba aterrada.

    —Eso quisieras —la miró uno de manera amenazante—. Estás con algo peor, mucho peor.

    —¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí?

    —Hay tantas cosas que quisiéramos de ti…

    —¡Cerdos! —recibió en el acto una bofetada.

    —Cállate y obedece. Si pronto vas a salir de la calle, es gracias a nosotros ¿Qué? ¿Creíste que “la casualidad” te envió a trabajar con los Hashimoto? —el de pelo largo la sujetó del rostro—, por supuesto que no. Nos debes mucho, nos debes tu vida.

    —Por supuesto que no.

    —Mira qué linda. Se cree con derecho a dictar las reglas —la sujetó con firmeza, acercándose a ella con la aparente intención de besarla.

    Ella, a punto de llorar, comenzó a forcejear, intentando liberarse de su bruto agarre.
    —Suéltame, animal. ¡No, no quiero!

    Los otros la rodearon, burlándose e intentaron quitarle la ropa, ella no podía defenderse, tan sólo podía gritar.

    —Déjenla —les dijo una voz desde la puerta—. No viajé tan lejos para ver sus cochinadas.

    —Amano-sama…

    Todos se hicieron a un lado y ella pudo ver a un muchacho alto, de aparentemente su misma edad, cruzado de brazos y apoyado en el marco de la puerta. Llevaba lentes oscuros, por lo que no distinguía sus ojos.

    —¿Quién eres? —preguntó extrañada.

    —Alguien interesado en ti y en tu historia familiar —sonó atrayente—. Así que trabajas con Hashimoto, igual que tu madre… Salvo que ella no era una criada, sino su secretaria. Dicen que trabajaba muy bien con él, que se entendían perfectamente —dijo en tono sugerente.

    Todo en ella se congeló.
    —¿Qué? —jamás había sabido eso.

    —¿Nunca te preguntaste de dónde vienes? ¿o por qué jamás viste a tu padre allá abajo? Según parece, has cautivado… a tu querido hermano mayor.

    Por eso Toshiro la conocía, había estado con ella antes.

    —No —estaba shockeada, con su cabeza en otros mundos—, no puede ser…

    —¿Sabías que el dinero es capaz de asesinarte? ¿Nunca te preguntaste qué le pasó realmente a tu madre? Deberías preguntarle a Hashimoto, tal vez se apiade de ti y te diga dónde se la llevó, o tal vez… te envíe a donde está ella también —le mostró documentos que confirmaban que su madre había trabajado para los Hashimoto, hasta que la despidieron… dieciocho años atrás.

    Dolorosas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Mio estaba llorando de impotencia.

    —No te sientas sola, Mio. También hemos sido perjudicados por Hashimoto a pesar de que le ayudamos muchas veces, también fuimos traicionados. Por eso te buscamos y te ayudamos a entrar en ese lugar, porque tú puedes acercarnos a él. Eres fuerte. Podemos salvarte.

    Ella negó con la cabeza baja. Hambre, frío, miseria, dolor, soledad, miedo, todo lo que había vivido, cada tramo de pesadilla, era culpa de ese hombre. La había abandonado y provocado cada una de sus caídas y ahora estaba a punto de obsequiarla a su hijo. ¿Y después la mataría como a su madre? De pronto, lo odió como jamás había odiado a nadie.

    —¿Quieres vengarte de tu hermano y de tu papá? —Amano se puso en cuclillas frente a ella.

    Mio permaneció en silencio, con la garganta seca y la mirada perdida. Se sintió tentada… a probar.
    —Quiero. Quiero verle muerto.

    —Ya tienes hecha la mayor parte del trabajo. Deja que Toshiro te arrastre hasta su familia —se quitó los lentes, revelando sus fríos ojos claros—. Si requieres de mis hermanos, ya sabes en dónde encontrarlos.

    —No es tan sencillo.

    —Te ayudaré, sólo intenta parecer una pobre víctima descorazonada. Tendrás que ser fuerte. Mírame —ella le miró y recibió una bofetada que le causó gran dolor, pero no se comparaba en nada a lo que sentía en su alma—. Mírame —ella volvió a mirarlo y recibió otro golpe. Escupió sangre—. Mátales y regresa con nosotros —le dio un golpe en el estómago y la dejó sin aire.

    Si eso servía para acercarse a Hashimoto, soportaría, como había tenido que soportar tantas otras cosas. Ya no quería saber nada de la honradez, pues todo era una mentira. La habitación se llenó de sus gritos de dolor y de las marcas de su sangre, mientras sus captores la observaban en silencio.

    La notoria ausencia de Mio preocupó a todos, ella era responsable y puntual y se había ganado el afecto de todos. Eriko fue la más preocupada. Había aprendido pronto a quererla y pensó en ella todo el día… no podía esperar a que su turno acabase para ir a buscarla, puesto que ya sabía en donde vivía. Tener que ir a una zona peligrosa sólo aumentaba su preocupación ¡a la chica podría haberle sucedido cualquier cosa!
    Toshiro, que había gastado media mañana en recorrer el hotel de punta a punta sin llegar a verla, finalmente decidió recurrir a Eriko. Ésta, a pesar de saber que quedaría como una desubicada, no pudo evitar demostrar su exagerada preocupación.
    Toshiro la miró de forma despectiva. Esa mujer sí que era débil. Y si Mio había faltado solo por alguna estupidez, ya buscaría el modo de darle un escarmiento. Aún así, no pudo negar que la declaración de Eriko lo puso nervioso ¿Por qué habría de preocuparse por la integridad de alguien que no conocía? ¡Pero no era verdad! ¡había tenido la oportunidad de conocerla mucho! él también sabía en dónde vivía Mio y eso le causaba mala espina.
    Eriko levantó la vista y vio cómo Toshiro llamaba a alguien, pidiendo que le enviaran un empleado administrativo del turno de la noche para suplir un puesto. Al acabar de hablar, se la llevó consigo hasta la cochera. Irían a buscarla. ¿Desde cuándo el joven se había vuelto tan generoso? ¿Algún milagro del Cielo? Toshiro la guió hasta su coche y ella se puso nerviosa, nunca habían visto un vehículo tan lujoso de cerca y mucho menos entrado en uno.


    —¿A qué esperas? Entra —llamó él su atención y ella obedeció como autómata.

    Toshiro se halló angustiado ¿Por qué? ¿Por qué por esa chica? Nunca se había preocupado por alguien más que no fuera él mismo. El viaje se le hizo eterno. En aquel lugar, se notaba que todos vivían hacinados, como ratas. Toshiro no podía terminar de creerse que Mio hubiera salido de un lugar así. Tenía más probabilidades de ser una ladrona, una drogadicta, incluso una prostituta, todo menos una eficiente trabajadora como era. Era evidente que la mano del dios la protegía todo el tiempo y guiaba sus pasos ¿De qué otro modo podría haber llegado con tanta suerte a la empresa de los Hashimoto?
    Bajaron del auto y buscaron a pie la dirección de Mio. Finalmente la encontraron, pero todo estaba cerrado, llamaron a la puerta varias veces y no recibieron respuesta alguna, así que miraron a través de las ventanas. La casa estaba perfectamente limpia y ordenada, pero vacía.

    —Busquemos en las calles —dijo él finalmente—. Si no la encontramos antes de mediodía, haré una denuncia a la Policía.

    No pasó mucho antes de que la hallaran desmayada en la esquina de un callejón. Eriko se asustó al verla, estaba quieta, pálida y su respiración era entrecortada y débil. Llevaba el uniforme y estaba cubierta de tierra. Él se acercó a verla y levantó con cuidado su peso muerto. La puso en su regazo y la miró confundido y sin saber qué hacer. Al tanteo, tomó su móvil y llamó a un hospital.

    —Oye, jovencita, no te preocupes, vas a salir de aquí. Ahora.

    Eriko le entreabrió el uniforme y la fea marca de un golpe confirmó la sospecha de ambos. Se compadeció, Mio vivía sola, no tenía familiares y ese lugar era un asco ¿No podría simplemente llevársela a casa? Pero los costos de la manutención de una segunda persona le acarrearía problemas.

    Cuando arribaron al hospital, todo un equipo médico los estaba esperando y en seguida se llevaron a Mio para darle los primeros auxilios y revisarla. El tiempo pareció dejar de correr. Toshiro se sentó en una banqueta en una esquina y allí se quedó en silencio. Eriko se sentó cerca de él y, por primera vez, la presencia del joven no le incomodó. No se movieron
    De pronto, el móvil de Toshiro comenzó a sonar. Él lo tomó rápidamente y miró el número de la llamada entrante. Era su madre. No se había dado cuenta de que había pasado el medio día. Sin embargo, los reclamos de su familia le parecieron menos importantes que la salud de la chica, así que cortó la llamada y apagó el móvil. Soltó un largo suspiro de cansancio y nuevamente perdió su vista en el vacío, con las manos entrelazadas, como si quisiera darse fuerzas. Era la primera vez que tenía contacto con alguien en una situación tan precaria como la de Mio. Aunque no quisiera reconocerlo, estaba afectado. Miró a Eriko, que parecía igualmente afectada.

    Eran unos tontos, eso les había pasado por haber creado vínculos afectivos con la chica. Él no creía en el afecto y trataba de no mantener relaciones estrechas con nadie, para no tener que sufrir. Por primera vez en sus veintiséis años, comenzaba a salir de su burbuja aislante y darse cuenta de que, a su alrededor, había otras personas que sentían, que sufrían, que tenían vidas reales. Tuvo que reconocer que su propia vida a veces le parecía algo irreal y superfluo. Era irónico que, gracias al incidente de Mio, estuviera descubriendo cosas que la vida fácil no le había permitido ver antes.

    El cielo pareció iluminárseles cuando el médico de guardia asomó finalmente por la puerta. Mio estaba bien. Se había desmayado debido a un golpe en la cabeza, probablemente ocasionado por una caída. También tenía varios golpes y raspones, pero no contaba con lesiones internas o heridas muy graves. Ambos suspiraron de alivio, no era grave. Toshiro, en silencio, le agradeció al dios.
    El estómago de Eriko protestó. Al liberarse de toda la presión, parecía que incluso su apetito había regresado. Eriko pensó en comprar algo de comida, pero pronto se dio cuenta de que, en el apuro, se había olvidado sus pertenencias en el hotel.
    Toshiro la invitó a almorzar y ambos fueron a un pequeño café cercano al hospital. Por primera vez, Toshiro disfrutó realmente de un almuerzo, aunque no dijera una sola palabra. Cuando regresaron, se encontraron con la agradable noticia de que Mio había despertado y se apresuraron en ir a verla. Llevaba algunos vendajes sobre los golpes y raspones que tenía y, aún a pesar de todo, seguía sonriendo. Toshiro no era capaz de creérselo.

    —Hola, ¿Cómo estás? —saludó animada a Eriko, pero se quedó callada y quieta cuando vio entrar a Toshiro.

    —Hashimoto-san te encontró —le contó Eriko.

    Mio lo miró incrédula, él parecía tan altivo, tan lejano. Por un instante, miró al vacío con seriedad. Era como si intentara recordar algo. Hubo silencio.

    —¿Qué te pasó allá? —preguntó Toshiro.

    Ella se sorprendió ante su repentina preocupación. Esa era la misma persona que un mes antes la había amenazado con dejarla sin trabajo. Parecía todo muy lejano… pero no olvidaría el daño que le habían causado.

    —Cuando salía de mi casa rumbo al hotel, unos sujetos que estaba en ese lugar me golpearon y me robaron mis cosas.

    —No deberías vivir en una zona tan peligrosa —le acotó Toshiro.

    —Es que, Hashimoto-san, no puedo pagar una mejor vivienda que esa, no tengo dinero suficiente.

    —Vives como una rata.

    Ella lo miró con el ceño fruncido.
    —Pues sí, soy una rata.

    Él se enojó ante aquel desafío implícito, pero se controló. Mio no sabía lo que estaba diciendo ni con quién estaba hablando, eso era todo. Estaba lastimada, así que lo dejaría pasar.
    —Me sorprende que digas que no tienes dinero suficiente como para pagar una vivienda después de estar trabajando por un mes para nosotros.

    —He estado ahorrando en la medida de lo posible. Encontrar un puesto de trabajo y mantenerlo es muy difícil para alguien como yo —en contra de sus deseos, acabó mostrando de aquella manera cuán débil y desvalida era.

    Eriko sintió que iba a llorar.
    —Estaba pensando en que vinieras a vivir conmigo y compartiéramos gastos

    Mio se sonrojó y bajó la vista. Seguía recibiendo una sorpresa tras otra desde el momento en que había despertado en esa sala de hospital.
    —No, yo no podría, no quisiera ser una molestia para ti.

    —No serás ninguna molestia, no podemos permitir que vuelvas a tener un percance como el de hoy, nos tenías preocupados.

    —Lo siento, no era mi intención haberles ocasionado estos contratiempos.

    —Lo sabemos —la animó Eriko—. Pero, por favor, piénsalo.

    —Acepta su oferta —le presionó Toshiro impávido—, no puedes vagar otra noche por ese callejón como una pordiosera.

    Y ella seguía sintiendo el dolor de esos golpes bajos. Seguía sin poder creer que él la había ayudado.

    Ellos no querían que Mio volviera a ese lugar, no tendrían la certeza de que sobreviviera.
    —Entiendo que estén preocupados, pero no puedo aceptar su oferta —impuso su carácter y su amor propio.

    —¿Estás segura de lo que estás diciendo? —volvió a aguijonearla Toshiro.

    Ella asintió en silencio.
    —Entonces, déjame hacerte un regalo.

    Toshiro salió y regresó minutos más tarde con algo envuelto en una tela. Mio lo tomó y se sorprendió y asustó de hallarse sosteniendo una pistola de calibre nueve.

    —Si no aceptas vivir con ellos, al menos acepta un arma de defensa. La necesitarás.

    Ella no pudo negarse… y sonrió para sus adentros.

    Aquella tarde, Toshiro llevó de regreso a Mio hasta la puerta de su casa, luego, regresó al hotel para que Eriko recuperara sus pertenencias y, finalmente, volvió a casa. Ignoró las preguntas de sus padres y fue a encerrarse en su oficina, donde pasó largas horas. Tiempo después, tocó a la puerta del despacho de su padre y éste le permitió pasar.

    —Qué bueno que llegas, porque deseaba hacerte unas cuantas preguntas.

    —Antes de eso, padre, me gustaría hablarte sobre ciertos empleados nuevos…

    Esa noche Mio no comió y tampoco pudo dormir, estaba confundida y aún no había salido del estado de shock. Se miró a sí misma en el espejo y no se reconoció, se veía demacrada. Dejó el arma cerca de su colchón y permaneció quieta como una estatua en la penumbra.
    Se levantó temprano y se colocó un uniforme nuevo que había comprado unas semanas atrás, debido a que el que llevaba la mañana anterior había quedado roto y sucio. Escondió la pistola entre sus ropas y salió con paso rápido. Entonces, vio a esos sujetos cerca de su casa y el corazón se le encogió.


    —Mio, confiamos en ti —le susurró uno de ellos—. Métele un balazo en el culo.

    Cuando llegó al hotel, la recibió una de las empleadas de mayor antigüedad.
    —Lo siento, Morimoto-san, no puedes entrar.


    —Pero tengo que trabajar.

    —Tú no entiendes. Te han despedido.

    —¡¿Qué?! —recibió la noticia como el golpe de un bloque de concreto. No podía ser cierto que, así, sin motivos, la hubieran despedido de un día para otro. Se quedó paralizada, pero en seguida recuperó la compostura—. No pueden despedirme, sólo falté un día, lamento no haber podido avisar de mi ausencia, déjenme hablar con el señor.

    —¿Crees que Hashimoto-san se tomará la molestia en venir a hablar contigo?

    Mio estaba desesperada. Sin trabajo, regresaría a la calle.
    —Tiene que ser un error…

    —No hay ningún error —dijo una voz masculina detrás la mujer.

    Mio vio aparecer a un muchacho alto, de cabello negro y vestido de traje. Se quitó unos lentes oscuros que llevaba, revelando unos hermosos ojos de color miel—. Morimoto Mio, has sido sobreseída de tus obligaciones, no trabajarás un solo día más en este hotel. Trabajarás para la familia Hashimoto de ahora en adelante.

    —¿Cómo dice? —estaba confundida.

    —Lo que escuchaste. Trabajarás como miembro del personal de la casa de los Hashimoto. Mi nombre es Keigo, he venido a llevarte allá, debes acompañarme.

    La cabeza de Mio era un mar de confusión, no recordaba cuándo la historia de su vida había dado un brusco giro de ciento ochenta grados. Todo era sencillo hasta el momento en que se le ocurrió buscar empleo en aquel hotel. Ahora, estaba en un coche lujoso, rumbo a lo que, se imaginó, sería un palacio. No se había equivocado. La casa de los Hashimoto era enorme, sin embargo, lo que ella había imaginado no se asomaba ni de lejos a la realidad. Creyó que se marearía si tenía que subir y bajar por las escaleras de esa construcción laberíntica. Keigo rió al ver la cara que ella puso.

    —Todos suelen poner esa cara la primera vez que llegan aquí.

    —Es enorme.

    —Es una mansión con cincuenta habitaciones.

    —No escatiman en lujos ¿Verdad?

    —Por el contrario, al señor le gusta ahorrar, esta casa es humilde si la comparas con su fortuna.
    Ella se atragantó. Ellos de seguro nadaban en dinero. Tendría que irse acostumbrando. Cuando entró por la puerta trasera, ningún empleado se molestó en mirarla siquiera, todos estaban muy ocupados en sus respectivos quehaceres. El muchacho llevó a Mio con Ayaka, la presentó como la empleada nueva que había contratado la familia.


    Desde el principio, Ayaka la trató de una manera cortante. Por alguna razón no le gustaba esa chica, ya que la consideraba el motivo del cambio de personalidad de Toshiro. Aunque no era la primera vez que Toshiro metía una empleada en la casa. Claro que todo el personal era bastante selecto y se preguntó qué tendría esa jovencita de especial. Por su apariencia, se notaba que era de clase sencilla y además, era demasiado joven, comparada con los demás criados. Parecía dócil y obediente y era sorprendente que no llegara a hablar de Toshiro en ningún momento. Aparentemente, no le interesaba. Fue hablándole de la construcción y de cuáles serían sus labores. Mio se limitaba a asentir y a responder a las preguntas que ella le hacía. Luego de la explicación, la acompañó hasta un depósito en donde había varios uniformes para los empleados y le pidió que se cambiara. Mio obedeció sin chistar, sin embargo, Ayaka tampoco le había caído en gracias, pues sentía su rechazo. La próxima vez que necesitara consejos o ayuda, se lo pediría a algún otro empleado. No se aguantaba las caras torcidas.
    El nuevo uniforme era incluso más elegante que el que usaba en el hotel, pero era de un marrón claro y venía con un delantal. En seguida, comenzó con sus tareas, que eran las mismas que en el hotel: limpiar los pasillos y arreglar el desorden. Aunque aquella casa era sumamente ordenada. Los habitantes eran pulcros.
    De pronto, recordó su bolso y fue a buscarlo. Debía estar en el depósito, pero no lo encontró. Se preocupo ¿Alguien le habría robado su bolso? No era posible. Quiso preguntar a unas cuantas personas, pero nadie le respondió.
    De pronto, vio a Ayaka y la llamó, pero ella no pareció oírla, entonces, la siguió hasta la puerta de una oficina. La mujer tocó para entrar y una conocida voz le respondió “adelante”. Mio se acercó y se sorprendió de ver a Toshiro. El también pareció sorprendido de verla y sólo entonces Ayaka volteó.

    —¿Qué haces tú aquí? Se supone que deberías estar trabajando. Si no cumples bien con tus obligaciones, nos veremos obligados a…

    —Ayaka —le interrumpió Toshiro, lanzándole una mirada de advertencia—. No trates mal a Mio.

    —¿Mio? —preguntó la mujer, sorprendida de que el muchacho se refiriera a ella mediante el nombre.

    La misma Mio se mostró sorprendida por aquello y recordó de inmediato lo que él había hecho tiempo atrás, en la habitación número Treinta del tercer piso del hotel…

    —Ayaka, tú no eres nadie para decidir qué hacer respecto del personal —la ubicó el muchacho.

    Ella se disculpó con una reverencia y luego, volteó hacia Mio con el ceño fruncido.
    —¿Qué es lo que quieres?

    —No puedo encontrar mi bolso. Lo dejé en el depósito cuando me cambié de uniforme.

    —Ah, eso. El personal se ha llevado tus cosas. Se dispondrá una habitación para ti en la mansión y todas tus cosas se trasladarán. El señor se ha tomado el trabajo de averiguar todo sobre ti, incluido tu domicilio.

    Mio bajó la vista y comenzó a entender cómo era que sabían tanto de ella. Durante el tiempo en que había estado trabajando en el hotel, había sido investigada.

    —Por supuesto —le contestó Ayaka con una sonrisa al ver su rostro confundido—. El señor no dejaría entrar aquí a cualquiera.

    —Ayaka, es suficiente —le dijo Toshiro en un tono tranquilo.

    Ambas se despidieron con una reverencia antes de retirarse escaleras abajo. En mitad de la escalera, Ayaka volteó a ver a Mio de frente.
    —Escucha bien, si cometes un error iras a parar a la calle, espero que te quede claro.


    —No sé por qué me tratas tan mal, ni siquiera me conoces.

    —Más vale que te dirijas a mí con más respeto “Mio”. No puedes intercambiar palabras con la Familia Hashimoto, no debes ir a sus oficinas o habitaciones sin una orden expresa, no puedes pasar a la sala o comedor si ellos los están ocupando, no debes cambiar sus cosas de lugar sin permiso, no puedes utilizar nada en la casa sin permiso. Espero lo entiendas.

    A eso, le siguió una serie de órdenes que contenían la frase “no debes”. Mio no se sentía bien, pero tampoco quería terminar en la calle, así que debió limitarse a acatar las órdenes. Comenzó a pensar que Ayaka alardeaba por ser una empleada con mayor rango y mejor paga que ella. Quería ponerle una pausa a su lengua larga y filosa, pero no podía hacerlo.
    Y siguió limpiando pasillos hasta después del mediodía. En ningún momento tuvo la suerte de ver a los integrantes de la familia. Al parecer, estaban ocupados todo el tiempo y no asomaban las narices ni siquiera para comer. Era como si vivieran aislados dentro de su misma casa, como completos desconocidos. Ser ricos siendo pobres de espíritu no tenía valor alguno desde su punto de vista. Seguramente era algo muy triste… pero no era de su incumbencia, se lo merecían.


    Cuando acabó con sus tareas, fue a ver a otra de las empleadas, una joven, enérgica y simpática, llamada Momoko. Ella se encargaba de limpiar algunas de las habitaciones y le había preparado la suya.
    Para sorpresa de Mio, su recámara estaba justo debajo de la de Toshiro. Era un cuarto amplio y lujoso, semejante a cualquiera del hotel, con empapelado azul claro y ropa de cama a tono. La cama se encontraba en un nivel superior y había dos enormes ventanas. Cuando abrió el armario, que era tan grande como su propia casa, se encontró con que todas sus ropas estaban allí. Había otras de sus pertenencias en la habitación. Realmente lo habían trasladado todo. En el bolso, encontró todas sus cosas, salvo la llave de su departamento. De vez en cuando, sentía que la estaban secuestrando. Pero no tenía otro lugar a donde ir ni a quién acudir. Su mundo había cambiado.
    En un intento de no pensar, realizó otros trabajos hasta bien entrada la noche y, exhausta, finalmente fue a acostarse en la mullida cama de su nuevo cuarto. Sin embargo, la tormenta de emociones no la dejaba dormirse. Como media hora después, comenzó a escuchar un constante golpeteo en el piso de arriba. Se preguntó si Toshiro estaría acompañado y si tendría, por casualidad, una cama con una pata en el medio, la cual no pisaba bien.


    Los empleados no tenían tiempo para pensar. Pero ella se las arreglaba para pensar y trabajar al mismo tiempo, como si fuera una máquina de múltiples usos. Creía que mientras más eficientemente trabajara, sería mejor tratada. Pronto descubrió que la familia era generosa y jamás sobre exigía a los empleados. Las reglas no eran tan duras como Ayaka le había querido hacer creer. Debían esforzarse, sí, pero tenían momentos de descanso, comían un almuerzo abundante y gozaban de muchas comodidades. Consiguió adaptarse rápidamente.
    La casa era tan grande que se perdió en un par de oportunidades y debió pedir indicaciones, hasta que pudo memorizarse ciertos lugares como si se tratara de un camino de hormigas. Hormigas muy laboriosas, por cierto.
    Debió cambiar sus horarios, se levantaba muy temprano todos los días y comenzaba a trabajar desde mucho antes de que la familia despertara. Estrenó todo un guardarropas nuevo, debido a que sus superiores consideraron que las ropas que tenía eran inapropiadas para la empleada de una familia de ese nivel. Mio trató de no sentir que estaba siendo discriminada. Tardó algún tiempo en sentir que había ascendido, tan sólo un poco, en la escala social.

    Almorzaba con Momoko cada vez que tenía oportunidad. Ella siempre tenía ideas nuevas sobre cómo realizar mejor sus trabajos. Además, le gustaba hablar de rumores que corrían entre los pasillos. Momoko mantenía su cuanto brillante y ordenado. Mio trataba de ayudarla, dejando todas las cosas en el lugar correspondiente.
    Momoko muchas veces se había mostrado sorprendida de la pulcritud de Mio. Algunas de sus compañeras hacían desastres con sus habitaciones solo para que le llevara más tiempo arreglar todo y así la regañaran.

    Toshiro era bien visto entre la mitad femenina del personal, todas competían entre sí, intentaban acercársele y buscaban cualquier excusa para ese propósito. Aquella que lograra acercarse, de inmediato sería blanco del odio de las demás. Mio no estaba dispuesta a entrar en ese juego. No le gustaba Hashimoto y no le importaba que “le hubiera salvado la vida” en aquel barrio pobre…

    —Toda mi vida he sido una rata de callejón —le contó a Momoko—, estoy acostumbrada a no ser bien tratada por los demás.

    —Debió ser muy duro —opinaba su “amiga”.

    —Siempre nos han dicho que vale la pena vivir, pero nunca dijeron que fuera fácil.

    Mio era por demás inteligente y madura. No perdía el tiempo en tonterías, tenía una manera profunda de ver la vida y unas grandes convicciones. Momoko se preguntó cómo hubiera sido su vida de haber nacido en la misma situación de Mio. Pensaba que sobrevivir y adaptarse le costaría mucho. Tal vez habría muerto de dolor, de miseria y de hambre. Mio era realmente muy fuerte, aunque no lo aparentara.
    Solía observarla y notaba que la muchachita se comportaba de manera humilde todo el tiempo y acataba órdenes y peticiones por igual, cumpliéndolo todo de la mejor manera posible, con una enorme sonrisa. Ayaka por momentos la trataba mal, pero Mio no respondía nunca de mala manera. Claro que no, no la echarían a la calle jamás por contestar mal a un superior, cualquier cosa menos eso.
    Contrariada por todo aquello, en una oportunidad reunió valor para acercarse a Ayaka y pedirle encarecidamente que dejara de presionar a Mio. Ayaka sólo le contestó que no era de sus asuntos, que Mio era floja —a todas luces, una mentira— y que podía llegar a ser una molestia para la familia.
    Mio había venido de trabajar como empleada en uno de los hoteles… y de seguro, quien la había traído era Toshiro. ¿A Toshiro le gustaría Mio? Momoko siempre había tenido en mucha estima y honra a Toshiro, pero cosas como éstas la descolocaban. Evidentemente, el muchacho escondía muchos secretos. Decidir espiarlo era definitivamente una mala idea… pero valía la pena correr el riesgo, por Mio. Sin embargo, Ayaka se dio cuenta de sus planes y se los entorpeció.
    Momoko sospechó que todo aquello no se debía simplemente a unos celos posesivos.

    —Sin duda, te asusta la posibilidad de que te quiten tu empleo ¿Verdad? —con la velocidad de aprendizaje que tenía Mio, no había de extrañarse que algo así llegara a ocurrir. Sin embargo, ni siquiera Momoko tenía el valor de discutir con Ayaka en aquel tono, puesto que ella era tan cercana a Toshiro que podría haber problemas.

    A los pocos días de haber ingresado como miembro del personal, Mio encontró sobre su cama un paquete elegante que tenía su nombre escrito en una tarjeta. Era la primera vez en su vida que alguien le daba un obsequio. Lo abrió con expectación y dentro, encontró un teléfono móvil de última generación, de la clase que sólo había visto en vitrinas y revistas de empresas importantes. Sin saber qué hacer y, temblando, miró en todas direcciones y se metió en el armario. Lo encendió y se dio cuenta de que la batería estaba cargada y en la lista de contactos había un número, uno solo. El de Toshiro.

    —¿Hashimoto-san me ha regalado esto?

    Sentía que tenía que agradecérselo, pero no había nada que pudiera darle a cambio y como muestra de agradecimiento. Entonces pudo comprender. Él no estaba dispuesto a que ella pasara horas inciertas y posiblemente, por eso la había hecho ingresar en su casa. Él persuadía a sus padres para manejar el personal, era lo que le había dicho Eriko. Pero… ¿por qué lo había hecho? Una vez más recordó, lo sucedido en la habitación del hotel y se puso nerviosa. Se quedó mirando el número de Toshiro en la lista.

    Se sintió tentada a llamar. Y lo hizo.

    Diga —murmuró la serena voz del muchacho.

    Ella cortó en el acto y se quedó mirando al vacío, mientras temblaba. Soltó un largo suspiro.
    —¿Pero qué estoy haciendo? Encerrada en el armario y llamando al número del joven.

    Bueno, si le había dejado su número era porque pretendía que lo llamara si le surgía alguna necesidad ¿No era así? Por eso mismo no debía estar usando el móvil en cualquier momento. Además, la tarifa debía de ser altísima, imaginó. Aún sin estar muy segura de lo que hacía, salió del armario y metió el lujoso aparato en uno de los cajones, para que así nadie lo encontrara. Lo único que le faltaba era que alguna empleada envidiosa la acusara de haberlo robado. No sería una novedad.

    Era poco más de las diez de la noche cuando alguien tocó a su puerta.
    —Adelante —admitió Mio.

    Y la persona que hizo su entrada fue Momoko.
    —¿Te ha gustado el regalo de Hashimoto-san?

    —¿Lo viste?

    —No, no me atrevería, pero la verdad es que la curiosidad de saber qué es me está matando.

    Mio le sonrió, buscó el equipo y se lo mostró.

    Momoko casi se desmayó de la sorpresa.
    —No puedo creer que te haya obsequiado esto.

    —Yo tampoco puedo terminar de creérmelo.

    —¿Sabes? —Momoko se sonrojó—, creo que le gustas al joven.

    —Creo que tienes una gran imaginación

    —Entonces, dime ¿Por qué otro motivo te daría un móvil con su número anotado en él?

    Y Mio no supo qué responderle. De todos modos, entre sus cosas había dos regalos de él. Un arma de defensa y un número. O tal vez era mucho más que eso. Su armario estaba lleno de “obsequios”. Volteó y miró las caras ropas.

    Toshiro miró por un rato la única llamada que había quedado registrada en su móvil. A pesar de que esperaba que lo llamara, ya fuera por curiosidad o por ansias, no pensaba que ella le cortaría sin siquiera haberle dicho una palabra.
    —Ni siquiera me diste las gracias.

    De todas maneras, se encargaría de recibir de ella un “agradecimiento” acorde. Miró por la ventana de la oficina y rió para sus adentros. De pronto, se dio cuenta de que ya no le interesaba ir al hotel, ni tampoco acercarse a las criadas.

    Ayaka había visto el ingreso del decorado paquete e intuyó de qué se trataba. Ni siquiera ella había recibido un regalo de Toshiro jamás y, sin embargo, él había gastado mucho dinero en los últimos días… ¡sólo en una empleada nueva! Ya era demasiado obvio que le interesaba, pero necesitaría pruebas.
    Fue a exigirle a Momoko que le diera las llaves del cuarto de Mio y, mientras la jovencita hacía sus tareas de la mañana, envió hacer una copia de las llaves, entró al cuarto y lo revisó todo.
    Pero no encontró nada.


    —Maldita mocosa ¿dónde lo escondiste? —frustrada, salió.

    Después de haber realizado todas las tareas de la mañana y luego del almuerzo, Momoko y Mio se quedaron largo tiempo revisando y estudiando todas las funciones del móvil nuevo. Para Momoko era novedoso, debido a que ella tenía un móvil común y corriente, solo con una o dos funciones, para Mio, era la primera vez en su vida que tenía un teléfono.

    Dos meses pasaron desde la llegada de Mio, una estación desde que había conocido a los Hashimoto. Momoko era oficialmente su mejor amiga y Mio se sentía feliz de poder ocupar ese lugar en el corazón de alguien tan bueno.
    Ayaka y otros miembros del personal seguían comportándose de manera esquiva con ella, pero Mio se había acostumbrado ya y esas cosas eran detalles cotidianos que pasaban desapercibidos. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
    Lo único que le extrañaba era entrar en la noche a su cuarto y encontrar algunas cosas en lugares diferentes a donde las había dejado. Pensaba que serían sólo descuidos de Momoko y no se preocupó. Mio se había encontrado en varias oportunidades con regalos nuevos en su habitación, como prendedores o adornos para el cabello, que lucía orgullosa junto con su elegante uniforme cuando trabajaba. No le importaba que eso aumentara las habladurías a sus espaldas por parte de aquellos que no la conocían. A menudo, se preguntaba por qué el joven se esmeraba en hacerle regalos tan costosos y eso sólo aumentaba su sensación de estar en deuda. Muchas veces, había tocado a la puerta de la oficina sólo para agradecerle algún buen acto, pero él no hablaba mucho. Eso le hacía sentir que él tenía segundas intenciones.

    Al tenerlo un poco más cerca, comprendió por qué muchas mujeres tenían los ojos puestos en él: era ordenado, perfeccionista. Tenía una y mil cualidades, era muy perfectible. Definitivamente ella nunca estaría a su altura… ¿y eso importaba?
    Además, mientras limpiaba, se lo había cruzado varis veces en los pasillos y él la saludaba. Aquello le hizo pensar que el llegaba a considerarla como una amiga, después de todas esas actitudes y todos esos regalos… aunque otros preferían pensar que estaba intentando cortejarla.

    A veces él le insinuaba cosas, pero ella ganaba mucho con solo ignorar esas actitudes un poco desubicadas. Fingía no haber oído ni sentido nada y él se mostraba un poco más abierto con ella, como si quisiera hacerle percibir que él también tenía sentimientos y que no ponía la diferencia social como una barrera para comunicarse con otros. Cada vez que era ignorado, parecía más interesado en ella. La sensación que tenía Mio de estar en deuda con él la hacía mostrarse solícita y él había encontrado allí una ventaja.

    Sólo le faltaban algunos detalles para que ella mostrara algo más de interés…

    …y otro mes pasó.


    Cierta noche, cuando Mio se retiraba ya a su habitación, fue llamada por una de las empleadas directamente a la oficina del señor. Se puso nerviosa ¿Por qué la llamaba? ¿Qué habría hecho mal? O peor aún ¿Hashimoto-san sabía ya lo que ocurría? ¿La reconocía? Intentó controlarse y mostrarse firme y segura. Al señor no le gustaría tener empleados que temblaran al verlo y se mostraran inseguros. Eso era algo que no debía gustar a nadie.
    Se limpió la cara, se arregló el cabello y acompañó a la secretaria hasta la oficina. En el camino, pasó junto a la oficina de Toshiro y todo estaba tan silencioso que pensó que estaría vacía. Aunque a veces, él solía trabajar hasta muy tarde.

    De inmediato, intentó concentrar sus pensamientos solamente en lo que le esperaba al entrar en la oficina del señor.

    —Llegamos —anunció la mujer frente a la puerta, justo antes de tocar.


    —Adelante —admitió la suave voz del hombre.


    Mio intentó recordar cómo era él, ya que sólo lo había visto en el hall del salón de conferencias del hotel. Tenía en mente que se parecía al joven Toshiro.

    La mujer entró, saludó respetuosamente, anunció la presencia de Mio y, luego, se retiró con el permiso del señor.
    Mio se quedó parada cerca de la puerta, quieta y silenciosa, esperando. Le sorprendió que, comparada con el resto de la casa, la oficina de su patrón fuera sencilla. Las paredes eran de un marrón avellana, el suelo, alfombrado, dos de las paredes estaban “tapizadas” de libros cuidadosamente acomodados por temas en estanterías tan altas como la habitación y detrás del escritorio había un ventanal enorme, entreabierto, por el cual se colaba el viento, meciendo las cortinas blancas.

    No se atrevió a mirarlo, pero vio de reojo cómo acomodaba unos papeles sobre el escritorio.
    —Pasa —la animó.


    Ella caminó hasta quedar parada junto al escritorio.


    —Siéntate —volvió a indicarle él, al tiempo que le señalaba con un gesto de la mano los dos asientos que había frente al escritorio.


    Ella se sentó con un movimiento delicado.


    —Hace tres meses que trabajas para nosotros. Tus compañeros hablan muy bien de ti ¿lo sabías?


    —Lo ignoraba señor —afirmó con humildad y vergüenza. Hasta el momento, había creído que la detestaban.

    —¿Has estado a gusto aquí en la casa?

    —Sí, señor, no me falta nada.

    —Me da gusto oír eso —si Mio le hubiera mirado a la cara, se habría dado cuenta de que sonreía— ¿Y estás a gusto con tu trabajo?

    —Sí señor, por supuesto —esbozó una sonrisa que desapareció en el acto.

    —Pareces una joven enérgica. He hablado con mi familia y con varios de mis empleados y he pensado que debería promoverte. Tus actividades cambiarán. Te dedicarás al aseo de las habitaciones, junto con Suruishi-san —apoyó el rostro en una de sus manos—. Mi hijo me ha pedido ese favor, dice que ha observado que tú y ella se llevan bien.

    Mio se sobresaltó al oír eso, Suruishi era el apellido de Momoko. Por unos segundos miró al hombre al rostro y vio que era increíblemente apuesto. Luego, bajó la vista y asintió.
    —Estoy muy agradecida, señor.

    Si tenía dudas de que Toshiro era silencioso y observador, ahora no le quedaba ninguna.

    —Suruishi-san será informada a la mayor brevedad posible. Desde mañana, hablarás con ella y ella te indicará cuales serán tus nuevas tareas.

    —Como ordene, señor.

    —Puedes retirarte.

    Ella se despidió y se puso de pie.

    —Y, Morimoto-san.

    Ella lo miró expectante.
    —Me complaces. Ojala tuviera solo diez empleados como tú.

    Ella se sintió agradecida por aquel halago y le sonrió justo antes de marcharse. No se lo había imaginado, él era realmente generoso y pensaba en los demás. ¿Amano le había mentido? Recordó los viejos documentos… y supo que la realidad era triste.

    Durante la primera semana, Mio ayudó a Momoko con sus tareas. Mio descubrió pronto que “promoción” sólo era un nombre bonito con el que el señor había querido alentarla, puesto que sólo se trataba de un simple cambio de tareas. De los pasillos a los cuartos ¿había mucha diferencia?
    Mucha. Mio, tan entusiasmada por la compañía de Momoko, estaba olvidando que meterse en la habitación de alguien equivalía a invadir un espacio íntimo. Una habitación era como un templo sagrado donde una persona podía resguardarse. Dejar que otros limpiaran el cuarto propio era exponerse a revelar secretos a un desconocido. Había que tener mucha confianza para hacer tal cosa y, sin dudas, la familia confiaba tanto en ella que le había dado la oportunidad de trabajar en los espacios más íntimos. Le habían dado una oportunidad para acercarse a Toshiro.


    Cierta vez, se escondió detrás de una columna en un pasillo y lo espió mientras almorzaba en el gigantesco comedor. Sus padres habían tenido que viajar una vez más, pero él parecía no darse cuenta de eso, metido en su propio mundo. Y en su mundo, los criados giraban a su alrededor, como si él fuera todo un sol. Le servían y hasta mantenían una conversación con él, tal vez para que no se aburriera. Y la persona encargada de acompañarlo era Ayaka. Ambos mantenían conversaciones altamente intelectuales y pocas veces venían a cuento chistes o temas sin importancia. A pesar de entender poco de lo que decían, Mio se dio cuenta que todo en la atmósfera era ameno, tranquilo. Daba la impresión de que Ayaka había estado haciendo ese trabajo durante toda su vida y que ambos disfrutaban de la compañía del otro. Entonces, el trabajo principal de esas “asistentes” era hacerles compañía y mantenerlos a flote en el océano tan grande que era la vida en esa mansión. Mio, sin saber por qué, tuvo cierta envidia de Ayaka al comprender que no llegaría a su nivel.
    Horas después, se la cruzó en un pasillo y ésta la trató de modo brusco, como si toda la amabilidad que había tenido antes con Toshiro se hubiera desvanecido. Y ella seguía teniendo envidia… o tal vez eran… ¿Celos?
    A veces, permanecía por mucho tiempo callada, perdida, trabajando como autómata. Mio pasaba más tiempo del que creía recordando aquella escena del almuerzo que tanto la había deslumbrado. Sí, en ese almuerzo todo era espléndido: el ambiente, los sirvientes, la comida. Ayaka. Toshiro.


    Después de tres meses, para muchos estaba más que claro que Toshiro había puesto sus ojos en la chica nueva. Una buena cantidad de su dinero se había convertido en una importante cantidad de regalos caros, que habían llegado a Mio de manera oculta. Pero de todos modos, la información no oficial corría por los pasillos y no eran pocos los que lo sabían. Seguramente con eso, Ayaka debía sentirse “amenazada”, en una actitud algo infantil. Mio percibía su odio, su rechazo, su envidia y sus celos, pero fingía ignorarlo.
    Cuando Mio consiguió aprender en qué consistía su trabajo, recibió como misiva limpiar y ordenar algunos cuartos del tercer piso. Aquello le provocó un déjà vue. En esa oportunidad, también había tenido que limpiar las habitaciones del tercer piso… y así se había encontrado con Toshiro. A menudo llevaba una mano a la boca, recordando aquel beso.

    Se sentía muy a gusto trabajando allí, pero seguía habiendo cosas con las que estaba en total desacuerdo. Muchas veces, se aseguraba de que él no se encontrara en las habitaciones, solo por si acaso. Aunque si el joven intentaba hacerle algo dentro de la casa, podía llegar a armarse un verdadero escándalo… si él y sus manipulaciones lo permitían, claro.

    Uno de los cuartos que tuvo que limpiar fue el del Hashimoto-san. Como primera medida, hizo la cama, se sentó por un momento en el borde y desde allí miró toda la habitación. Todo era de madera o decorado en tonos marrones y cafés. Ordenar el armario era difícil, ya que era un poco más grande que el suyo. Intuyó que allí no sólo guardaba ropa, pero no quería averiguar qué otras cosas podría guardar. No todos los días entrabas al cuarto de un muchacho que acosaba empleadas. Aunque jamás se lo había visto hacer en los pasillos de la casa. Aparentemente, sólo lo hacía con personal de los hoteles. Se lo imaginó haciendo cochinadas en todos los hoteles de la cadena y se sintió mal, pero no entendió por qué. Sólo tenía que limpiar y salir rápidamente de allí.
    Cuando se acercó a una repisa para quitarle el polvo, encontró una fotografía en un portarretratos negro. Lo limpió y pudo ver a Toshiro de niño junto a su padre, parados junto a un lujoso coche negro. Lucían felices. Sintió un hueco en el corazón, Hashimoto le había robado eso. De pronto, la puerta se abrió y ella dejó en el acto el portarretratos en el sitio en que lo había encontrado y volteó.


    —Eres Mio —dijo el joven en un tono casual y despreocupado.

    —Hashimoto-san —saliendo de la primera confusión, lo saludó con una reverencia.

    Él no respondió el saludo y dio una mirada rápida a toda la habitación.
    —¿Te han asignado la limpieza de mi habitación? Lo tienes todo de punta en blanco, ¿no?

    —Gracias por haberle pedido a su padre el cambio de mis actividades… la verdad… es que hoy me han asignado esta tarea.

    —¿Hoy? —entreabrió la puerta de uno de sus armarios— ¿pero no le pedí a mi padre el cambio hace una semana?

    —Suruishi-san me ha estado enseñando lo que debo hacer.

    —Como supuse, se llevan muy bien a pesar de tener poco de conocerse.

    —Es que Suruishi-san es muy amable y también es buena en lo que hace, tal vez debería ser promovida… perdón.

    De pronto, Mio levantó la vista y se encontró con Toshiro apenas a unos metros de distancia de ella, con la mano apoyada en la larga repisa. Ella, sorprendida, retrocedió unos pasos y dejó a un lado la tela con la que limpiaba.

    —¿Así que eso es lo que crees? —cuestionó él.

    —Eh… este… yo… la verdad… —lo miraba y bajaba la vista, intentando mirar hacia algún punto lejano, pero no podía eludir la fuerte mirada de Toshiro. La miraba como si esperara que ella dijera algo… pero a Mio le había parecido de muy mal gusto darle sugerencias de administración a un superior, por lo que, si se le presentaba la oportunidad, era capaz de salir disparada por la puerta y esconderse por la vergüenza.

    Él avanzó algunos pasos hacia ella y ella retrocedió, manteniendo todo el tiempo la misma distancia. No quería arriesgarse a que la acorralara como en aquella oportunidad en el hotel.
    Sin embargo, quería creer que él no era del todo malo. Era más, había tenido, en los últimos meses, miles de gestos buenos con ella, aunque a veces intentara acercársele de ese modo tan “peligroso” ¿pero por qué? Su deuda con él debería ser elevada, pero se forzó a recordar que no le debía nada.

    —¿Te agradaría que hiciera que promovieran también a Suruishi-san?

    —Yo… no lo sé.


    —¿No lo sabes? ¿Cómo es posible que no lo sepas? —hablaba con delicadeza y nunca variaba el tranquilo tono de voz.


    —El joven y su familia son muy buenos… no quisiera abusar de su generosidad.


    —Pocos empleados se hubieran atrevido a rechazar una propuesta mía.

    Mio no entendía si se trataba de un cumplido o de una queja, así que solo permaneció con la cabeza baja.
    —No puedo hacer más. Contrastando a sus muchas habilidades, mi inteligencia se compararía con la de una hormiga.

    Él repentinamente la acorraló contra la repisa y acercó su rostro al de ella.
    —No es que te considere como una hormiga.

    Ella lo miró sorprendida. Él sabía que ella estaría ahí.

    Ayaka, que había seguido a Toshiro sin que él lo supiera, observó la escena desde detrás de la puerta y sintió malestar. Era lo que había supuesto, a veces, ambos se veían, pero creía que la culpa era enteramente de Mio y no pensaba quedarse a observar con los brazos cruzados. Intentó convencer al joven de que se alejara de la criada… pero él deliberadamente la ignoró.

    Así, los días fueron transcurriendo. Mio continuó siendo la encargada de limpiar la habitación del joven y éste se hacía, cada día, algún espacio en su horario de trabajo para sentarse en su habitación y hablar con ella.
    Mio fue perdiéndole el miedo y entrando en confianza al darse cuenta de que él no pretendía hacerle daño alguno. El joven se mostraba relajado cerca de ella, rompiendo un poco la fantasía que todos los otros miembros del personal tenían de él, pues no era perfecto. Se hallaron entablando conversaciones muy interesantes mientras ella trabajaba afanosamente. Mio fue aprendiendo cosas del trabajo del joven, incluidos sus horarios y descubrió muchas cosas sobre aquella familia. Un día, sin entender cómo o por qué, se vio a sí misma esperando a que él apareciera.
    Mio utilizaba todas las ventajas que se le ofrecían, pero por muchas insinuaciones que recibiera por parte de sus compañeros, no se atrevía a acortar la distancia que había entre ambos, porque lo consideraba inapropiado y hasta peligroso.


    Una noche, cuando Mio bajaba a cenar, se encontró en las escaleras con el joven y éste le sonrió. Sorprendida por aquel gesto, bajó las escaleras a toda prisa, avergonzada, pero no contó con que él la seguiría.
    —¿Se le ofrece algo, joven? —preguntó ella en el acto en el tono más amable que podía, intentando ocultar los nervios que le había provocado.

    —Hay una cosa que quiero mostrarte y está escaleras arriba.

    El halo de intuición que tenía le gritó que intentara evadirse.
    —¿Es muy urgente, joven? Porque… estaba bajando a cenar… y sólo tenemos tiempo hasta las…

    —Te doy permiso de cenar más tarde —se le acercó a menos de medio metro.

    —Pero, es que mis horarios…

    —No te quitaré mucho tiempo.

    —Pero, joven, si sus padres saben que no estoy con los demás…

    —Puedo solucionar eso, de verdad, necesito que me acompañes arriba.

    Ella se mordió los labios.
    —Como ordene, joven —y comenzó a seguirlo con pasos lentos, pesados.

    —¿Toshiro? —inquirió repentinamente el eco de una voz, a través de la sala vacía.

    Ayaka —murmuraron los dos a la vez.

    —Voy a cenar —Mio comenzó a bajar de inmediato.

    Él la tomó por un brazo.
    —Sube, que no te vea. Estaba allá abajo, nos vio hablando, te meterá en líos —no acabó de decir esto cuando oyó los pasos de Ayaka en el pasillo. Había confirmado sus sospechas de que ella lo seguía cada vez que se acercaba a Mio.

    Ella subió a toda prisa y pensó que Toshiro se quedaría atrás para hablar con la mujer, pero subió con ella y la jaló del brazo, para que caminara más rápido. Ambos se metieron en la habitación de la chica. Ella cerró bajo llave ahora segura de que estaban siendo perseguidos a propósito.

    —Momoko me dijo que yo tengo la única llave, no podrá entrar.


    Sorprendidos, oyeron la cerradura abrirse.


    Ayaka entró en la habitación de Mio y la encontró silenciosa y vacía. Demasiado silenciosa. Abrió de un tirón la puerta del armario, pensando que los encontraría… pero no había nada. Salió de la habitación, contrariada y cerró la puerta bajo llave ¿Acaso sus ojos la habían engañado?


    Después de esperar un largo rato para asegurarse de que no regresaría, Mio abrió el panel que estaba al fondo del armario y agradeció al que tuvo la grandiosa idea de ponerlo ahí. Ambos se miraron y no pudieron evitar reír.

    —Me hubiera gustado saber qué cara puso —reconoció Toshiro.

    —Seguramente quedó muy confundida —la sonrisa fue desvaneciéndosele.

    El espacio entre la pared verdadera y el panel era muy estrecho y estaban sentados uno sobre el otro, y podían sentir su respiración. Resultaba demasiado tentador. Él parecía igualmente sorprendido, inclinó la cabeza para acercarse a sus labios. Mio se dio cuenta de que en verdad su hermano le gustaba y se odió por ello.

    Toshiro comenzó a considerar insidiosa la constante presencia de Ayaka y sobornó a algunos empleados para que le causaran contratiempos y así, ella no pudiera seguirlo.
    En la noche siguiente, cuando Mio iba a acostarse, escuchó su móvil y atendió la llamada de Toshiro entre sorprendida y excitada. Ambos comenzaron a charlar de trivialidades y hacer chistes en voz baja. Se hallaron hablando de cosas íntimas y él le reveló, medio en broma, medio en serio, algunas de las cosas que deseaba. Varios meses antes, ella se habría aterrado, pero ahora no tenía miedo, le gustaba saber lo que provocaba en él. Él le confesó que, como no podía dormir, se había puesto a trabajar, pero al acabar con su trabajo, se quedó vacío y comenzó a pensar en ella. Entonces, ella se ofreció a ayudarlo a descansar y le cantó una canción de cuna que le cantaba su madre cuando era pequeña. En el secreto, un mar de lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, sin que su querido hermano se enterara. La silenciosa cita telefónica, se repitió cada noche, al igual que las visitas de la mañana.

    Ayaka se daba cuenta de lo que sucedía y consiguió meter en problemas varias veces a Mio, en un intento de que la echaran, acusándola de robo, agresión y cosas similares. Pero el joven, que tenía bastante experiencia en el asunto, se las arregló para demostrar la inocencia de la chica y también, que Ayaka había estado invadiendo su privacidad, tocando las pertenencias de Mio.

    Varias semanas después, en la noche, Toshiro volvió a intentar que ella subiera a su habitación y lo consiguió. Pasaron un largo rato hablando, comieron en la cama, miraron películas, se leyeron varios libros, pusieron la habitación patas para arriba y hasta inventaron su propio juego de mesa. Era como si hubieran estado juntos toda la vida, como si fueran parte de un Todo. Esa sensación era agradable y a la vez, dolía. Mio disfrutó de su “agenda semanal” de visitas y llamadas y no podía esperar a la noche del sábado siguiente, quería volver a subir y no sólo para limpiar. Cada rincón de la habitación le recordaba algo.

    Mio cenó en soledad como todos los sábados, pues los demás se habían retirado. Se hallaba expectante y ansiosa. Se puso a lavar la vajilla, cuando una mano la sujetó del hombro y la jaló hacia atrás.

    —No quiero que te vuelvas a acercar a Toshiro —la amenazó la mujer—. Si lo haces, me encargaré de que vuelvas al agujero del que te sacó. ¿Me escuchaste, Morimoto?

    Mio tomó uno de los cuchillos y se lo puso en el cuello, dejando a la mujer paralizada.
    —Estoy cansada de ti y de que me molestes. ¿Aún no te diste cuenta? Él me protege, será a ti a quien echen.

    —No intentes pasarte de lista, mocosa.

    Mio frunció el ceño, como una provocación, se cortó el hombro con un golpe seco del cuchillo y gritó a todo pulmón. Varios miembros del personal acudieron a la cocina en el acto y se encontraron a Mio caída en el suelo, con una herida sangrante y Ayaka encima de ella.

    —¡Estás loca, cómo te atreviste! —le gritó la muchachita con los ojos llenos de lágrimas, estaba pálida y temblaba.
    Los criados la ayudaron a incorporarse y presionaron sobre la herida, para que dejara de sangrar, mientras otro grupo levantó a Ayaka y la pusieron contra una pared. Todos sabían cuánto esta mujer detestaba a la chica nueva.

    —Llegaste demasiado lejos —le dijo uno.

    —No fui yo, ella se abrió una herida, está loca.

    Todos voltearon hacia Mio, que estaba medio en shock, con una expresión de terror en su pálido rostro.

    —¿Piensas que te creeremos, Ayaka? —la reprendió una de las criadas.

    —Ella miente, los está engañando —intentó defenderse inútilmente la mujer.

    Todos comenzaron a recordarle cómo maltrataba a la muchacha. Ayaka, fuera de sí, corrió hacia ella, dispuesta a golpearla, pero los otros empleados consiguieron detenerla y ponerla de nuevo contra la pared.

    —Llamen a Hashimoto-san, esto es grave —pidió uno de los encargados de la seguridad.

    —Llamen al servicio de emergencia —pidió alguien—, tenemos que ayudar a Mio.

    Las siguientes dos horas fueron un completo revuelo. El personal iba y venía, Mio había sido llevada a su habitación, donde la atendían los enfermeros y Ayaka permanecía en la cocina, custodiada, mientras la policía y Hashimoto-san le hacían preguntas. Toshiro permaneció en un rincón, mirándola con desprecio, pero no permitieron que se acercara a él, pues consideraban que estaba en medio de una crisis nerviosa y era peligrosa. Una persona no podía hacerse a sí misma esa clase de herida tan brutal, por eso nadie creyó en Ayaka. Hashimoto-san sentó una denuncia y se la llevó a su despacho.

    Toshiro tocó a la puerta del cuarto de Mio y los enfermeros lo dejaron a solas con ella. Se sentó cerca de ella y comenzó a recordarle todo lo que hacían juntos, incluso le recordó la canción de cuna. Ella lo miró sorprendida por eso y lloró en silencio.

    —No debes preocuparte por nada, Ayaka no volverá a molestarte, papá y yo nos encargaremos de eso —le aseguró.

    Un mes después, Mio se convirtió en la nueva asistente de Toshiro, nunca se había sentido tan feliz, ni tan desdichada. Durante seis meses trabajó con él sin descanso y compartieron también momentos de esparcimiento, incluso iba con la familia a los viajes y reuniones y pronto se hizo conocida y respetada, teniendo cada vez más privilegios. Toshiro quería formalizar su relación con ella, pero Mio no quería. Al principio, todos parecían felices, pero a medida que el tiempo transcurría, su padre comenzó a tratarla con frialdad y a verla con desprecio, como si hubiera cambiado su personalidad. ¿Acaso creía que ella sólo deseaba su dinero? ¿La consideraba una prostituta sólo por provenir de una clase sencilla? Todo se repetía. El destino que le esperaba era el mismo de su madre ¿verdad? Ella no quería eso y tampoco podía culpar a Toshiro por algo que no había hecho. La culpa era del padre, era consciente de eso, pero no podía perdonarlo.

    Una tarde, mientras trabajaban, él llamó su atención, interrumpiéndola.
    —Falta poco para tu cumpleaños, ¿verdad, Mio?

    —Sí ¿por qué lo preguntas? —inquirió en tono sugerente.

    —Es que te tenía reservada una sorpresa… en la habitación treinta del tercer piso del hotel.

    Ella lo miró con complicidad y rió, pero la tristeza brillaba en sus ojos.

    El día de su cumpleaños, ambos se tomaron el día libre, ella se arregló el cabello, eligió la mejor ropa que él le había regalado, se maquilló como una princesa y preparó un pequeño bolso con una muda de ropa. Esa noche, ambos cenaron en el hotel y luego fueron a la habitación de Toshiro. Él entró al baño para darse una ducha y, mientras lo esperaba, ella se quitó el vestido y se sentó en el borde de la cama, mirando al vacío Cuando lo vio salir, le sonrió, lo abrazó y lo acercó hacia sí. Ambos comenzaron a besarse y él la acariciaba de una manera dulce. Sintió éxtasis cuando estuvieron unidos. Ella le puso los brazos alrededor del cuello y consiguió quedar encima de él. Apoyó el rostro contra el del joven y metió la mano debajo de la almohada.

    —Toshiro.

    Mientras él le sonreía sin darse cuenta, ella apoyó el arma contra su sien.

    —Te amé —y le disparó.

    Con los ojos llenos de lágrimas, miró su cuerpo inerte en medio de esa blanca habitación, ahora teñida de rojo. Adolorida, se inclinó hacia él, se puso el cañón de la pistola en la boca y una vez más, disparó.
     
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