la saga de marte

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LA SAGA DE MARTE​

PROLOGO​

Hace siglos Marte, el curto planeta del sistema solar, fue sometido a un experimento para cambiar su atmósfera, volviéndola más apta para la vida humana. En ese planeta, sin embargo, este cambio trajo como efecto secundario un aumento en la gravedad, además de invertir la polaridad magnética del planeta, generando radiaciones desconocidas hasta aquel entonces. Por tales motivos el proyecto de colonizar Marte se suspendió hasta estar seguros de saber qué efectos tendría un ser humano al ser expuesto a esta nueva atmósfera.
Años más tarde, una crisis económica mundial dio como resultado que las grandes megaempresas corporativas terminaran por privatizar los recursos naturales de Tierra, monopolizándolo. Debido a esto rápidamente se fueron acabando los recursos naturales del planeta, mientras la explosión demográfica se volvía una realidad cada vez más cercana.

Una medida que tomaron para resolver este problema fue deshacerse de las comunidades más pobres, y de las grandes cantidades de presos que solo significaban unos gastos innecesarios para la sociedad. Además, ellos podrían trabajar extrayendo recursos de Marte para comercializarlos en la tierra, por lo que los primeros habitantes del Planeta Rojo fueron convictos y pobres.
El trabajo era duro y mal pagado, además de que la mayoría habían sido enviados –o exiliados, más bien– en contra de su voluntad; aquellos motivos consiguieron que, años más tarde, las nuevas generaciones de marcianos se rebelaran y expulsaran a las fuerzas terrestres del que consideraban su planeta.
Esta nueva generación de marcianos evolucionó, adaptándose a la gravedad aumentada del planeta, por lo que se volvieron físicamente superiores a los terrícolas. Además, formaron un vínculo ____ con el planeta que les permitió desarrollar habilidades sobrehumanas.
Los marcianos se dividieron en cuatro etnias:

Los Marcianos del Día.
Los Marcianos de la Noche.
Los Marcianos del Cielo.
Los Marcianos de la Tierra.

Décadas después regresaron los terrícolas a Marte para extraer recursos y comercializarlos en Tierra. Con el paso de los años, las colonias terrícolas fueron expandiéndose hasta formar la Primera Nación Terrícola en Marte, a la cual llamaron Orix.

La relación de los marcianos con los terrícolas fue mala desde un principio, ya que las nuevas generaciones marcianas habían heredado el odio de sus ancestros hacia los humanos debido al exilio. Asimismo, los hombres terrestres le temían a los marcianos por sus extraños poderes, tildándoles de fenómenos o errores de la naturaleza, por lo que la Primera Guerra Marciana fue inevitable.

En la actualidad han pasado veinte años desde la Tercera Guerra Marciana y aún siguen habiendo una muy mala relación entre terrícolas y marcianos.​

 

hola, este es el primer capitulo de mi ff y como me lo recomendaron lo he echo mas largo que el prologo espero que les guste y les pido que dejen su comentario, cualquier tipo de critica sera bien resibida ya sea positiba o negatiba.​

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LA SAGA DE MARTE​

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UNO: EL RECIEN LLEGADO​

Rogan era la ciudad rural más lejana de Orix, la capital de los humanos en Marte. Se encontraba cerca de la frontera sureste del país y estaba rodeada por abundantes y espesos bosques, los cuales se habían vuelto blancos por la intensa nieve, aunque el invierno había llegado hace poco; de hecho esas nevadas habían sido las más fuertes en al menos diez años.

Era de madrugada y ya había comenzado a nevar una vez más. En las afueras de Rogan, una figura avanzaba lenta y pesadamente, siguiendo la carretera que atravesaba el bosque desde la frontera y llegaba al pueblo.

Aquella figura en la oscuridad no era sino un muchacho de entre trece o catorce años, aparentemente. Vestía harapos que apenas le cubrían el cuerpo y andaba descalzo entre la nevada, encorvado y con los brazos cruzados para intentar mantener el calor corporal que ya había perdido casi por completo, también estaba temblando de frío. Aquel chico tenía el cabello largo, le llegaba hasta la mitad de la espalda y era difícil definir su color, ya que era una mezcla entre rubio y pelirrojo. Bajo unos anteojos de lentes rectangulares sus ojos eran de color azul claro, y de todas sus características el tono moreno de su piel era lo que evidenciaba que no era humano.

El muchacho siguió la carretera durante un rato, llevando atada con una cuerda a su espalda una espada envainada tan larga, que la punta se arrastraba por la nieve. Poco después, encontró una señalización a un lado de la carretera que decía:

“ROGAN A DIEZ KILÓMETROS”.

Entonces regresó a su caminata.




Wendy Dumas tenía catorce años de edad y solo seis meses en el planeta, lo más difícil para adaptarse allí era la gravedad, la cual había cambiado drásticamente cuando se adaptó la atmósfera para que se establecieran los humanos en Marte, y ahora era un poco más fuerte que la de la Tierra, hablando de dificultades físicas. Pero había otro tipo de dificultades que tendría que enfrentar y no le sería tan sencillo como la gravedad.

Wendy bajó las escaleras hacia el primer piso de su nueva casa, se dirigió al final de la sala, allí estaba el comedor. La muchacha era de baja estatura, por lo que parecía más joven; su cabello era castaño claro y llegaba hasta los hombros, sus ojos eran café claro y estaban en un dulce e infantil rostro de tez clara, como de un color cremoso.

Al entrar al comedor su padre, que ya estaba sentado y desayunando, le sonrió alegremente y luego pasó bocado.

—Buenos días, Wendy —saludó el hombre que además era corpulento. Tenía el cabello negro, corto y peinado hacia atrás; sus ojos eran negros y también tenía un grueso y abundante, pero sobre todo, bien cuidado bigote, tan oscuro como sus cabellos.

—Buenos días, papá —respondió con evidente poco ánimo Wendy, mientras se sentaba a la izquierda de su padre.

Entonces salió de la cocina una mujer con delantal, cabello rubio recogido con pasadores; tenía viejos ojos verdes. Ella miró a Wendy con indiferencia.

Wendy no le sostuvo la mirada ni dos segundos y bajó la cabeza. En respuesta, su padre le rodeó la espalda con su descomunal brazo y la acercó hacia sí con un cariñoso abrazo, mientras miraba a su mujer con desaprobación.

—Laura, por favor sírvele a Wendy cereal —pidió amablemente a su esposa, luego volteó a ver a su hija—. ¿Prefieres de chocolate, verdad?

—Sí, me gusta el chocolate —respondió tímidamente Wendy.

—De chocolate —le dijo a su esposa esta vez.

Después de servirle su cereal a Wendy, Laura se sentó frente a su esposo y desayunó un café negro y pan blanco con mantequilla. La hora del desayuno transcurrió en silencio, como de costumbre desde hace seis meses, y no por eso había dejado de ser incómodo… al menos para Wendy. Finalmente, la hija de Dumas terminó su desayuno y se levantó de su silla.

—Debo irme o llegaré tarde a la escuela —afirmó.

—Claro, hija. Nos vemos —se despidió el padre dándole un beso en la frente.

—Adiós —le dijo Wendy y salió por la puerta trasera de la casa que quedaba en la cocina. Atravesó el patio, rodeado de malla metálica, y caminó por la banqueta cubierta de nieve. Gracias a que ya no estaba nevando se podía ver la colonia por donde vivía Wendy: era el área suburbana.




Dentro de la casa el matrimonio permanecía en silencio, hasta que Laura se levantó y tomó los platos, entonces se dirigió a la cocina.

—Esto no puede seguir así —dijo su esposo antes de que se fuera.

Laura se detuvo al escucharlo, pero no volteó a verlo.

—Yo aún te amo, pero Wendy es mi hija. No deberías odiarla, ella no tiene la culpa de nada.

—Sí, no debería —respondió Laura más para sí misma—. Pero, ¿cómo? Es la viva imagen de ella, ¿cómo lo hago? Si es la prueba de tu traición. Dime, Jeff, ¡¿cómo lo hago?! —decía mientras se hacían más audibles sus sollozos.

Jeff Dumas se puso en pie entonces, dejando ver que era muy alto —alcanzando, incluso, 1.90 metros… aproximadamente—.

—Eso no lo sé, pero si no lo haces… si no puedes olvidar las razones que dijiste entonces no me has perdonado realmente, y tal vez debamos… —En el comedor se hizo un silencio incómodo, hasta que él decidió continuar— debamos separarnos entonces —expresó con pena.

Dumas salió de su caso y entró a su patrulla, estacionada frente al patio. Ese día llevaba el uniforme invernal de Comisario, el cual era negro y azul oscuro, de tela gruesa y abrigadora.




Wendy entró a la escuela, donde se encontró a Mily Rowan, la única amiga que había logrado hacer en los seis meses que llevaba en Marte. Mily aquel día platicaba amenamente con otras tres chicas y el tema era el muchacho nuevo. Wendy se acercó, manteniendo cierto grado de distancia, ya que era algo retraída y no tenía la confianza de acercarse y hablar abiertamente.

—Yo escuché que viene de la capital —decía una de las chicas.

—¿El nuevo? —preguntó otra.

—¿Quién más?

—Por favor, ¿no vieron sus ojos?, es un marciano —dijo Mily muy convencida.

—¿Un marciano? —comentaron al mismo tiempo sus amigas bastante sorprendidas.

—Eso es obvio, ¿cuándo se ha visto a un humano con ojos así? —cuestionó Mily.

Cuando finalmente se percató de la presencia de Wendy, la saludó.

—¡Wendy!

—Hola —respondió ella en voz baja.

—¿Ya viste al chico nuevo? —le preguntó entonces.

—No.

—Debes verlo. ¡Ven! —pidió Mily emocionada.

Mily tomó la mano de su amiga y la llevó al salón de clases.

—Nos vemos —se despidió de sus amigas mientras se alejaba.

—Espera, no tan rápido —pidió Wendy, quien era frágil a comparación de Mily, que toda su vida había vivido en Marte y ya estaba acostumbrada a la gravedad; Wendy apenas podía seguirle el paso.

Al entrar al salón Mily le susurró al oído.

—Es él —suscitó, mientras lo señalaba con un movimiento de su cabeza.

Wendy lo pudo identificar de inmediato, era el único pelirrojo en el salón, pero estaba de espaldas recargado en su pupitre, platicando con los nuevos amigos que había hecho.

El muchacho era de estatura regular y esbelto, sus hombros eran anchos, vestía pantalón y chaqueta mezclilla azul oscuro con costuras negras y relieves grises.

—Espera a que le veas los ojos, ¡te vas a sorprender! —afirmó Mily emocionada.

—¿Tú crees? —preguntó, incrédula, Wendy.

En ese momento el chico nuevo volteó al escuchar un ruido proveniente del patio, al parecer algún estruendo estaban causando los estudiantes allí. Fue entonces cuando las dos chicas pudieron ver su rostro. El muchacho tenía los ojos de un color carmesí muy intenso, además tenía un tono de piel claro.

—¿Ves? Sus ojos son… ¿cómo decirlo? —intentaba explicar Mily.

—¡Lindos! —agregó Wendy sin querer.

—¡¿Qué?! Yo iba a decir inusuales —confesó Mily sorprendida de escuchar lo que dijo su amiga, entonces miró a Wendy con una sonrisa de complicidad al entender lo que pasaba.

—¡Te gusta! —aseguró entones.

Wendy no pudo evitar ponerse casi tan roja como el cabello del chico nuevo, lo cual le causó bastante gracia a Mily.




Jeff Dumas llegó a la comisaría saludando a sus subordinados, quienes se habían aglomerado sonrientes en su oficina y aparentemente ocultaban algo.

—¿Qué pasa, Dom? —preguntó Dumas alegremente a uno de sus amigos más viejos allí presentes, intuyendo que se traían algo entre manos.

—Míralo tú mismo, Jeff —respondió Dom mientras se hacía a un lado, al igual que los demás.

Poco a poco, mientras todos los ocupantes del sitio se iban corriendo, Dumas pudo distinguir quién se ocultaba tras el montón de gente. Era un joven de apenas diecinueve años, tan alto como Dumas pero espigado. Sus ojos eran verdes y su cabello rubio, corto —al estilo militar— pero ligeramente largo al frente, formando dos flecos a cada lado. Dumas se quedó sin habla por un momento debido a la sorpresa de verle, luego sonrió alegre.

—Andreu —dijo con cariño mientras se acercaba para abrazarle.

—Hola, papá —le respondió el nombrado correspondiendo el abrazo.

—¿Por qué no llamaste para avisar que vendrías? —preguntó su padre mientras se apartó de Andreu.

—Te quise sorprender a ti y a mamá —confesó.

—Pues lo conseguiste conmigo. ¿Cuánto te quedarás esta vez? —Quiso saber Dumas.

—Hasta jubilarme —respondió, haciendo a un lado la gabardina negra de su pecho que vestía, para enseñarle su reluciente placa en forma de estrella con logo de una ‘P’ en el centro.

—No volveré a la academia, ya no soy Oficial del Protectorado Galáctico —comentó orgulloso el joven oficial.

Dumas lo tomó de los hombros y entonces lo miró con orgullo.

—Mi hijo, el protector —se dijo.

En ese momento sonó el teléfono, el cual estaba sobre el escritorio al lado de Dumas y Andreu. Dom intentó contestar primero ya que no quería que fuera interrumpido el encuentro con algo sin importancia, pero no lo logró.

—¿Bueno? Comisaría —dijo al contestar Dumas.

Entonces escuchó atentamente mientras todos lo miraban. La expresión alegre de Dumas cambió poco a poco hasta que se volvió seria, intrigando a los demás.

—¿Y bien?, ¿qué pasó? —peguntó Dom con interés. Dumas se aclaró la garganta.

—Encontraron a un chico a las afueras del pueblo con hipotermia esta mañana, en estos momentos está en la clínica, pero no ha despertado aún —explicó el Comisario.

—Es una pena —suscitó Dom—. Te noto alterado, hay algo más, ¿verdad? —intuyó, porque aunque la noticia era lamentable, no había razón para ponerse así.

—Tal vez porque no tienes hijos —respondió el Comisario volviendo a la normalidad.

—Bueno, si solo es eso no hay razón para que el Jefe de la Comisaría vaya en persona…

—De cualquier forma iré —interrumpió Jeff.

—Pero, ¿y tu hijo? Acaba de regresar después de casi cuatro años —insistía Dom.

Dumas miró entonces a su hijo con seriedad.

—Solicito la asistencia del protector de esta área: Andreu W. Dumas —pidió después.

Andreu miró con una sonrisa de entendimiento a su padre y le hizo el saludo militar que acostumbran los protectores, cerrando su puño derecho y poniéndolo sobre su pecho del lado del corazón, sobre su insignia (como los centuriones romanos).

—Solicitud aceptada —respondió Andreu, siguiéndole el juego a su padre.




Durante la clase Wendy no podía evitar voltear a ver al nuevo estudiante, quien al parecer era muy alegre y parlanchín, ya que no dejaba de hablar ya fuera con los nuevos amigos que había hecho, o respondiendo las preguntas de sus profesores, lo que demostraba que, además, era muy listo.

—De nuevo babeando por él, ¿no? —le comentó Mily, volviendo a provocar que Wendy se pusiera roja como un tomate. Entonces sonó la campana que anunciaba el receso.

—Es tu oportunidad, ¡ve y háblale! —le aconsejó su amiga.

—¡No! Te equivocas, ¡no me gusta ese chico! —contestó rápidamente Wendy.

Mily volvió a sonreír, esta vez maliciosamente.

—Yo no dije nada acerca de que te gustara —dijo, mirándola acusadoramente.

Wendy se puso tan roja como nunca en su vida lo había hecho, entonces sintió que alguien estaba detrás.

—Este… eh… hola —decía nerviosamente a sus espaldas.

Wendy notó que Mily estaba algo sorprendida, así que se dio la vuelta… para descubrir que era el recién llegado quien le había hablado.

—Ho… hola, tú te llamas Wendy, ¿verdad? —dijo después ligeramente sonrojado, rascándose la cabeza por detrás.

—Sí, así me llamo —respondió casi en voz baja.

—Y yo soy la que se va —comentó Mily a modo de despedida.

—¡No te vayas! —le suplicó su amiga, pero Mily la ignoró sonriendo maliciosamente.

—Es tu oportunidad, Wendy. ¡No la desaproveches! —pensó Mily.

Wendy estaba muy nerviosa y pensó que se moriría por la presión en su pecho, algo que jamás había sentido.

—Me llamo Bolton —dijo el muchacho, extendiéndole la mano para saludarla mientras la miraba sonriente.

Wendy sintió en ese momento que podría perderse en sus ojos color carmesí lo que le restara de vida, entonces levantó su mano para estrechar la de Bolton. Dudó un instante, pero al final se atrevió. El contacto de su mano con la del de ojos rojos le hizo sentir una sensación parecida a la electricidad que le recorrió el cuerpo de pies a cabeza; aun así pudo sentir el temblor en la mano de Bolton.

—¿Él se siente como yo? —La idea pareció hacer sentir a Wendy más relajada.

—¡¡Uuyy…!! —fue la respuesta de la mayoría de los alumnos que aún seguían en el salón, viendo cómo no se soltaban de la mano desde hacía rato.

Wendy volvió a sonrojarse y salió corriendo del salón muy avergonzada.




De camino a la clínica del pueblo Andreu notó muy pensativo a su padre.

—¿Me vas a decir qué tienes o le seguimos al suspenso? —preguntó Andreu divertido.

Ese comentario hizo reír un poco a Dumas.

—Lo siento, acabas de llegar y no te estoy dando la mejor bienvenida con mi actitud, ¿verdad? —contestó más relajado.

—Olvida eso. Dime, ¿qué pasa? —pidió su hijo comprensivo.

—Verás, el chico que encontraron es un marciano —confesó Dumas.

—¿Eso es todo? —dijo Andreu confundido.

—¿Te parece poco? —preguntó su papá.

—Dijiste que solo es un chico, ¿no? —expresó despreocupado el protector—. La mayoría no llegan al nivel dos hasta la edad adulta. No creo que sea peligroso.

—Eso no es lo que me preocupa, Andreu —aclaró Dumas—. En Rogan no todos son de mente abierta con respecto a los marcianos —agregó con más seriedad.

—Hablas de racismo. ¿Te preocupa el chico?, ¿no crees que eso ya es muy anticuado en esta época? —comentó Andreu.

—Deberías decírselo a Dom —le aconsejó su padre—, un marciano mató a su esposa hace años, en la guerra pasada —culminó, dejando a su hijo un poco sorprendido.

Dumas y Andreu se reunieron con el doctor del pueblo en la oficina de éste.

—Dr. Rither, buenos días —saludó Jeff con un apretón de manos.

—El doctor Rither era un poco más joven que Dumas, de raza negra, ojos color café y rapado de la cabeza, a la cual tenía brillante y lisa.

—Buenos días, comisario —respondió el doctor.

—Él es mi hijo, el protector de esta área —presentó Dumas.

—Entonces, ¿dónde está el chico? —preguntó Andreu al doctor Rither.

—Se encuentra dormido aún en una de las habitaciones —respondió el señor.

—¿Qué tan mal está? —quiso saber el Comisario.

—Pues nada grave en realidad, pero si no lo hubieran encontrado habría muerto en la nieve. Sufrió hipotermia y está desnutrido, pero se recuperará por completo… aunque quizás se despierte un poco anémico —explicó el doctor mientras se dirigía a su escritorio y levantaba una larga espada, con la palabra «ZERO» tallada en el mango.

—La llevaba con él cuando lo encontraron —afirmó, entregándosela al comisario.

Dumas la examinó un poco y la desenvainó; la hoja era de un raro metal azul.

—¡Exadrón! —exclamó sorprendido Andreu.

—Esto… ¿es exadrón? —preguntó Dumas.

—Sí, escuché de mi maestro que es más duro que un diamante —reveló el protector.

—Bueno, veamos al recién llegado —pidió el comisario.

—Bien. Síganme, por favor —habló el Dr., quien al salir guió a los oficiales por un corredor hasta el final, donde estaba el cuarto más alejado.

—Lo dejó lejos de su oficina, ¿no cree, doctor? —opinó Andreu.

—Después de la guerra, lo marcianos no son muy bien vistos aquí. Considere que no sería aconsejable dejarlo cerca, a la vista de los demás pacientes —contestó el doctor Rither.

Al llegar una enfermera salió de la habitación.

—Doctor, qué bueno que llega. El chico ya despertó —le informó.

De inmediato todos entraron al cuarto, dentro el joven marciano estaba sentado sobre la cama, inexpresivo, mirando a quienes habían ingresado.

—Hola, me llamo Paul Rither, soy tu doctor —le dijo amablemente con una sonrisa. El chico entonces concentró su mirada en el doctor, pero seguía inexpresivo y no dijo nada.

—Tal vez no entiende —comentó Andreu—. Déjenme que hable, sé hablar marciano —agregó.

—Entiendo lo que dicen —habló el marciano por primera vez.

—¿Cómo te llamas? —preguntó entonces el doctor.

El chico lo pensó un momento, mostrándose muy confundido.

—No sé —respondió.

Entonces el doctor se acercó al joven, sacando de su bata blanca una muy pequeña lámpara para revisarle las pupilas.

—Tal vez tenga una contusión —explicó, pero al revisarlo tomó una expresión de frustración.

—¿Qué pasa, doctor? —preguntó Dumas intrigado, al igual que su hijo y la enfermera.

—No puedo examinar sus ojos —confesó.

—¿Por qué no? —quiso saber el Comisario.

—Sus ojos son 360—explicó Rither.

—¿A qué se refiere? —siguió interrogando Dumas.

—Sus ojos tienen un rango de visión de 360 grados —respondió Andreu.

—Sí, la biología de sus ojos me es desconocida —culminó el doctor.

—¿De verdad no recuerdas nada? —le preguntó Dumas al chico.

—No —contestó éste sin más.

—Tal vez esto te haga recordar —sugirió Andreu y se acercó para entregarle la espada—. Toma.

El joven marciano miró el objeto fijamente y una leve corriente de aire empezó a generarse alrededor de la habitación, intrigando a todos en ella. El chico lentamente fue acercando su mano para tomar la espada y, de igual manera, la corriente de aire cobraba fuerza, hasta que una pequeña pero visible carga eléctrica en forma de pequeños rayos azules se generó en la espada. La enfermera salió corriendo aterrada de la habitación por lo acontecido, mientras los oficiales y el doctor miraban atentos lo que pasaba.

De pronto, el chico se detuvo, volviendo el ambiente a la normalidad. El marciano se tocó la frente dolorido. Los tres tardaron un poco en reaccionar, pero finalmente se acercó el doctor.

—¿Qué tienes? —preguntó.

—Mi cabeza, ¡duele! —contestó el joven.

—¡Claro! —se dijo Rither y sacó unos anteojos de lentes rectangulares y se los puso al chico marciano, quien parpadeó con alivio—. Su cerebro aún no debe de alcanzar la madurez para procesar la información que recibe de una vista de 360 grados —intuyó.




A la hora de salir de clases, Wendy no pudo más que bajar su cabeza ante los reproches de su amiga Mily.

—Serás tonta, ¿cómo pudiste desaprovechar la oportunidad? —le decía molesta.

—Lo… lo siento —se disculpaba mientras ambas salían fuera del edificio.

De repente, Mily detuvo a su amiga tomándola de la mano.

—Espera —le pidió seria.

Wendy entonces levantó la mirada para ver lo que pasaba en el patio. Bolton estaba rodeado por, al menos, diez estudiantes del último año.

—Aquí no queremos a los de tu clase —le decían.

—¡Lárgate, fenómeno!

—Escoria marciana.

Wendy se veía muy preocupada por Bolton.

—Vamos, hay que avisarle a algún maestro —le dijo Mily para tranquilizar a su amiga, sin embargo, un fuerte estruendo las interrumpió.

Las chicas voltearon de nuevo al patio solo para observar a Bolton con el puño enterrado en el concreto del patio.

—¿A quién le pego primero? —dijo el pelirrojo con sus ojos encendidos como dos carbones al rojo vivo, mientras sacaba su puño y se ponía en pie.
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Todos los estudiantes que lo habían rodeado se quedaron helados, al igual que Wendy y Mily. Poco a poco, los de último año se fueron retirando ante la sonrisa burlona de Bolton. El chico entonces se acomodó la mochila de su espalda mientras comenzaba una ligera nevada; fue entonces que se percató que Wendy lo había visto todo, entonces la expresión de Bolton cambió por una cálida y afable sonrisa. Caminó hacia la castaña hasta quedar justo frente a ella, sin embargo, esta vez Wendy lo miró con seriedad, eso desanimó a Bolton.

—Me viste —dijo avergonzado el joven marciano.

—Eres…

—Un monstruo, fenómeno, escoria marciana… —Se imaginaba las posibles respuestas en su cabeza el pelirrojo.

—Eres… ¡increíble! —terminó de decir Wendy cautivada.

Bolton sonrió de nuevo, se acercó a la chica que le gustaba y le ofreció su mano. Los ojos de Wendy se iluminaron y le tomó la mano para sentir de nuevo esa sensación en el cuerpo que la había hecho sentir viva como no lo había sentido en esos seis meses.

—Ah… —suspiró Mily conmovida por lo tierno de la escena, entonces Wendy volvió a ponerse roja como un tomate y salió corriendo avergonzada.

—Ups, perdón —se disculpó Mily apenada.

—No te preocupes —le dijo Bolton mientras miraba a Wendy, la castaña que no lo discriminó.

—Si la espada es suya tal vez se llame Zero —sugirió Dumas mientras él y su hijo eran escoltados hacia la salida por el doctor Rither.

—Bueno, mientras no recuerde su nombre supongo que podríamos llamarlo así —comentó el doctor.

Sin embargo, Andreu permanecía en silencio, pensativo.

—Algo te molesta, ¿no? —afirmo su padre.

—Zero podría ser un marciano de nivel tres —confesó el protector.

El comisario y el doctor se quedaron en silencio por la sorpresa.

—¿Estás seguro? —preguntó el doctor preocupado.

—Es una posibilidad —contestó Andreu.

—Solo es un chico, ¿cómo podría ser nivel tres? —cuestionó Dumas.

—Bueno, no es que sea imposible, solo es poco común —explicó su hijo.

—Si en verdad es nivel tres no se puede quedar aquí, pondría en riesgo a mis pacientes si lo permitiera —se apresuró a decir el doctor.

—Eso es racismo, ¡solo es un chico! —reclamó Dumas.

No se confunda, Comisario —advirtió el doctor Rither bastante ofendido—. No he dicho que le negaré la atención médica necesaria, pero si es tan poderoso como un nivel tres y no puede controlar ese poder, como con sus ojos, ese chico puede ser una bomba de tiempo —finalizó el señor.

Para entonces ya habían salido del corredor y estaban en el salón de espera; mucha gente se había congregado allí y, entre ellos, la enfermera que había atendido al recién nombrado Zero.
—Tiene razón, doctor Rither, no debe quedarse en el hospital —coincidió Dumas—. Lo lamento, hijo, pero esta noche tendrás que compartir tu habitación —culminó el protector.​

CONTINUARA​

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