Microrrelato La Conquista

Tan azul era aquella madrugada que no se podía percibir el floreado jardín de la doncella Isabel, quién iba a imaginarse que un día tan dotado de hermosura en el otro extremo del mundo acabaría oliendo a sangre y a carne humana fresca.
Era el día en que la conquista del nuevo mundo se confirmaría y con esta la muerte de los indígenas afables que habitaban aquellas tierras dotado de riquezas.
Aquellos humildes nativos cometerían el error más grande jamás perdonado por los dioses, el confundir a los humanos con Redentores.
Multitudes humanas poderosas y llenas de fuerza y armonía para con la mama tierra, derrumbándose ante diez barbiluengos con intenciones ocultas.
Cambiando el Dorado por lustres espejos empañados de viejo, mientras que en otros lugares cercanos predecían los espíritus de la tierra que extraños montados en bestias asesinarían y robarían sin dejar rastro de raza negra y que una nueva raza surgiría pero que también sería humillada al igual que la negra.
Por el Dorado se mataban los europeos unos con otros. Apoderarse del nuevo mundo y de tierras extranjeras eran sus propósitos, la muerte de millares de hombres yacía tendido en el áspero suelo selvático, el olor a carne caliente era percibido por los gallinazos que disfrutaban del mal aliento del cuerpo tendido.
Los dioses lloraban impotentemente por sus súbditos quienes morían ante los pies de un nuevo Dios matador e imponte, bajo la ley cristiana del imperio español.
La humanidad del nuevo mundo acababan con sus riquezas creyendo encontrar la tan anhelada verdad.
Obligados a entregar sus hijas vírgenes para satisfacer dioses ardientes de vida y codillo negra.
Mama tierra gritaba tan fuerte que su hermana Júpiter reventó en llanto.
Júpiter a gritos escondió la vida para que nunca un terrícola causara dolor allí.
Fundillos negros tendidos en el suelo eran violados sin compasión, esos miembros blancos descargaban leches de dolor, de traición de amargura.
Las flores de Isabel esa mañana cantaban la victoria conseguida, teñidas de rojo miraban el suelo fresco.

Los ojos de Isabel se coloreaban por el dorado sin importarle qué precio pagar.