Cortaduras de papel

Tema en 'Literatura experimental' iniciado por Katze, 20 Septiembre 2012.

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    Katze

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    Buenas noches, queridos cibernautas lectores, espero que alguien disfrute de esta nueva historia que creé para un desafío.
    Veamos cómo me va con esto, ojalá no sea un desastre.
    Críticas, porras, quejas, comentarios, lo que sea ;)
    Cortaduras de papel

    Capítulo 1: Sonrisa


    Todos los días la veía pasar frente a su oficina. Cabello castaño, sujeto en una coleta alta, franelilla negra y holgada, esbelta, licras azules, zapatos deportivos de un blanco impecable, sonrisa inquebrantable; la viva imagen de un anuncio atlético. Solo la notaba unos segundos antes de las siete de la mañana, cuando sus empleados aún no habían llegado a adularle y podía darse el lujo de examinarla sin escrúpulos.

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    Sin conocerla, ella formaba parte de su monotonía. Todos los días el mismo café extra fuerte, la misma camisa celeste, el mismo trayecto hacia el lago, cambiar el letrero a “abierto”, el saludo hipócrita a los empleados, leer resúmenes, firmar papeles, decir sí, pero, sobre todo, decir no con expresión de autosuficiencia. Aún así, mirarla le reconfortaba del modo más alejado de la amabilidad; le agraciaba que alguien se aferrara tanto a fingir ser feliz, ¿ella no se daba cuenta de que esa sonrisa la hacía ver como una idiota? ¿Creía que engañaba a la gente que la rodeaba? ¡Menuda ilusa! Esa curva en su rostro también formaba parte de su cotidianidad y, a la vez, lo hacía regodearse en una reconfortante burla.

    Se había resignado a esa rutina, después de todo era el heredero modelo de la librería más antigua en la ciudad; una reliquia que le habían prohibido demoler por alguna basura burocrática de la historia del lugar. De inmediato construyó una oficina en el segundo piso del edificio, de paredes exteriores de vidrio, con la excusa de guardar allí los libros que aún no estaban en venta o que se desintegrarían con los años, aunque en realidad solo quería alejarse de los charlatanes que codiciaban entrevistarlo. La oportunidad se prestó para disponer de un gran escritorio color caoba con una placa triangular con las deliciosas palabras: GERENTE. No tenía otra cosa en qué gastarse su cuantiosa fortuna, adquirida tras un accidente precoz.

    La realidad era que ni siquiera le gustaba leer, pero sus ascendientes habían sido un par de apasionados por la literatura, un hecho que él siempre consideró obsesivo. Su padre era el vendedor estrella y su madre la escritora del año. La trilogía de suspenso que su progenitora creó fue un éxito garantizado para la economía de la familia y el local, que pronto tomó el nombre de la afanada saga: Cortaduras de papel.

    Todos recordaban aquella época con una sonrisa en el rostro, a excepción de él. “Nadie quiere encargarse del chico problema”, solía decir su padre con reproche y un dejo de tristeza. Nunca comprendió a qué se refería, ni por qué le hicieron ir a un psicólogo charlatán para hablar de sus “problemas” ¿Qué inconveniente había en su incapacidad de sonreír a todo lo que ellos consideraran que debía alegrarle? Sabía que el inicio de todo ese conflicto era que no escogía un mugriento libro del estante y comenzaba a leerlo; no necesitaba letras en el papel, en su mente habían asuntos de mayor relevancia que en esos árboles muertos.

    Se habría largado a un apartamento sofisticado en Europa si el destino no lo hubiese castigado así. Les había prometido a sus padres convertirse en fotógrafo profesional, mientras le dejaran estudiar en otro continente, lejos de todos. Allí vería cómo desaparecer del mapa. Irónicamente, el futuro, como un acto vengativo, se negó a sonreírle; una semana después de comunicar su organizada huida, sus padres fallecieron en un accidente aéreo y el negocio histórico quedó a cargo del huérfano de veintidós años.

    Desde entonces habían pasado cuatro años y la trilogía todavía se vendía como chocolate bajo en grasa. Al parecer, leer las novelas de una escritora que falleció trágicamente era más interesante que leer a autores vivos. De modo que a diario la gente visitaba el lugar, comentaban que en la película no habían captado la esencia acogedora de la librería –el escenario principal de la historia–, ni la belleza del lago frente al local, y llamaban al gerente para preguntarle, con lágrimas en los ojos, si extrañaba a sus padres. Él respondía que no y les cerraba la puerta en la cara ¿es que esos endemoniados libros no iban a dejar de venderse nunca?

    La desgracia era un libro con una sonrisa burlona.

    Así pasaban los días, con mayor lentitud que en su infancia, y, entre tanta desgracia forzada, aquella pequeña broma matutina terminó en convertirse en un ritual. Comenzó a acostumbrarse a llegar a su lúgubre oficina durante el amanecer, a abrir las cortinas a diez minutos para las siete de la mañana y a mirar el amplio ventanal que daba al lago, en espera de ver pasar a esa transeúnte, la única alegre, la que desencajaba del resto. Sus ojos oscuros, ensombrecidos por el cansancio, la buscaban, mientras su reloj era acosado de reojo para comprobar si se tardaba. Al encontrarla, su rostro dibujaba una media curva –que no llegaba a formar una sonrisa– y en su garganta se ahogaba un intento de carcajada; solo en ese instante del día llegaba a sentirse realmente dichoso.

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    Su inconsciente fijación le hizo notar de inmediato que aquel lunes su musa de la burla estaba ausente. Miró al reloj, luego a la acera, confundido; un segundo pisoteaba al siguiente y los caminantes sombríos aparecían, pero ella no. Se concentró en el aparato en su muñeca, después en el parque frente al lago; su miraba dudaba entre mirar su mano o su ventana, repetidamente, hasta hacerle sentir que habían transcurrido años. Se giró en la silla de oficina, seguro de que, apareciera o no, ella era insignificante, pero sus ojos lo traicionaron y observaron sobre su hombro. Una hora más tarde admitió que esa breve dicha se le había escabullido. Esperaría al otro día.

    El resto de la jornada se quedó fijo en el paisaje frente a su oficina. El pavimento, el césped, la acera de concreto y el lago jugaban a una perfecta geometría, a un contraste armónico de suavidad cromática; cada elemento estaba dispuesto en un orden paralelo exacto, exaltados por los altos árboles, siempre verdes, y la presencia de una banca solitaria. En todos esos años, jamás se había detenido a admirar la vista. Suspiró y, al voltearse, las torres de libros le regresaron a la realidad.

    Algo indescriptible le recorrió la espalda al otro día, como una corriente helada que iba desde la columna a la nuca. La caminante tampoco apareció ante sus ojos esa mañana y las comisuras de sus labios cada vez estaban más inclinadas hacia su mandíbula. ¿Qué pasaba? ¿Se habría enfermado? Irrelevante, Frederick, irrelevante, repitió su mente.

    Perturbarle el miércoles o el jueves de esa semana –los otros dos días de ausencia de la deportista– se convirtió en un pecado imperdonable. El café estuvo muy amargo, el tráfico interminable y, desde su perspectiva, sus esclavos legales nada lograban hacer bien. Gritó a un par de empleados, maldijo con ira cuando una montaña de libros se derrumbó cual avalancha, hasta la placa de gerente terminó clavada en la puerta, cuando el tintero se derramó en la mesa; sin razón aparente, era la peor de las semanas y agradeció el sonido de la alarma a las seis de la tarde, la sinfonía de la libertad laboral.

    Tras cerrar la puerta de su apartamento, se quedó inmóvil frente a la entrada, con la mirada fija en sus zapatos negros, lustrados y brillantes, de alguna marca poco interesante. Un mal humor similar se presentó el día en el que sus padres fallecieron, pero decidió restarle importancia a esa premisa.

    De su comprensión escapaba la razón por la que su cama king size resultaba incómoda cuando intentó dormir. Solo tuvo la certeza de que ni la más inspiradora música clásica le ayudaría a conciliar el sueño.

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    Le frunció el ceño al techado, frustrado, exhausto, aunque el enojo estaba dirigido a sus pensamientos, enfocados en una imagen fija; allí estaba ella otra vez, en su mente, sonreía y se acomodaba el flequillo, miraba al lago, se detenía y, de pronto, se volteaba con la vista hacia su oficina, lo miraba directo a los ojos con expresión radiante y su mano se alzaba para saludarlo.

    Un sobresalto le regresó al mundo consciente. Es tarde, Frederick, muy tarde, se quejó mentalmente al vislumbrar un destello amarillo entre los pliegues de las persianas y corrió a ducharse, seguro de que no alcanzaría a comprar el café, ni a llegar a las seis y media ese viernes.

    El reloj marcó las siete… Si sus brazos hubiesen sido lo suficientemente fuertes, habría destrozado el vidrio de su Maybach Landaulet de un golpe. Sin embargo, era enclenque, larguirucho, pálido y ojeroso, ni con el mayor de los esfuerzos lograría devastar tal obra de arte automovilística y casi se abalanzó a abrazar a su compañero del tráfico del inmediato arrepentimiento. Aquel día tampoco vería a esa chiquilla detestable y su sonrisa perfecta para las burlas, demonios.

    Contrario a su costumbre, debido a que el frío invernal comenzaba a acaecer, tuvo que llevarse esa chaqueta de cuero negro que enloquecía a sus admiradoras y cerrarla hasta el cuello. Registró uno de los bolsillos en busca de su celular, pero sus manos tropezaron con una caja con cuatro cigarrillos, sus favoritos, y un encendedor plateado, fino y con detalles hechos a mano. Exhaló cual amante adolorido; podía dejar de fumar el próximo lunes, el siguiente mes… o año.

    La helada brisa había espantado a la mayoría de los caminantes mañaneros, por lo que el parque estaba desolado; perfecto para un cigarrillo diurno. Encendió a su cómplice en un ágil movimiento, lo dispuso a un costado de sus labios resecos y escondió sus largos dedos en la chaqueta.
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    El infierno estaba lejos de ser una caldera con brasas ardientes, eso sería lo ideal. Aseguraba que les habían ocultado que en realidad ese abismo era frío, hasta quebrar los huesos y congelar los pensamientos. El asunto comenzó a importarle menos con el segundo cigarro; la liberación por la nicotina iniciaba y su cuerpo se relajaba ante cada bocanada caliente. Jamás renunciaría al cigarrillo ¿o era este el que nunca le abandonaría a él?

    –Con que hoy no me observarás desde el ventanal –una voz femenina y áspera le despertó de su ensueño cálido y le obligó a voltearse, aún sin analizar por completo las palabras. El cigarro, por poco terminado, se le cayó de los labios y casi le quemó la chaqueta; era su musa de la burla.

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    Vaya, ¡nos has dejado en suspenso!
    Me ha gustado el comienzo: interesante, con trama, creativo y no aburre a la audiencia.
    Sé que con tu manera de escribir, lograrás cosas magníficas.
    Aunque yo había pedido un fic amor-odio, espero esto funcione, o lo que he pedido llegue a completarse. :D La manera en la que ella es deportista ME ENCANTA :'3
    La trama de él y su pasado harán todo mucho más interesante. Espeor con ansias el siguiente.


    Saludos.
     
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    Katze

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    Muchas, muchas gracias, Kei :D. Me alegro de que te haya gustado, es el principal objetivo ;). Lo del amor-odio viene en camino, jajaja, y, bueno, espero que esto vaya bien, me siento bastante novata.

    Capítulo 2: Arrogancia

    A unos pasos de él, ella lo escudriñaba sin notoria ansiedad. Usaba unos jeans gruesos, anchos y rasgados, una blusa de un azul intenso, manga larga, y de su espalda colgaba una mochila anaranjada; ¿dónde aprendió a combinar? De cualquier modo, allí estaba, esa sonrisa lejana, a uno metro de él, resaltada por unos ojos azules como el cielo, que nunca había logrado detallar.

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    –No estás enferma –estas palabras surgieron en un susurro grave, espontáneo y delatador; acababa de admitir que la observaba.

    –Soy una persona saludable, señor mirón –agregó, sonriente y se sentó a su lado, imitando la pose del otro, con las manos en los bolsillos de su chaqueta–. Un psicólogo no diría lo mismo de ti, Frederick.

    Él frunció los labios; ella lo conocía, cosa poco complicada, dado a que su librería era la más popular en la zona. Seguramente le habría bastado con buscarlo en Google. Lo que le hacía hervir la sangre era que no sabía si ella estaba molesta o feliz, pero ¿qué persona común le agradaría que otro la observara desde las alturas? Sin embargo, ella seguía sonriendo a cada palabra y esa regocijante sensación de dicha, a causa de la burla, lo estaba animando paulatinamente.

    –Es inevitable observar a alguien que sonríe a diario –la media curva en sus labios empujó a la mejilla derecha a un lado, mientras encendía el siguiente cigarrillo. A su lado, la chica volteó para mirarle expectante y las palabras se deslizaron solas por su paladar–. Verás, no le digo esto a cualquiera, pero, ya que te acercaste tan avalentonada, tomaré un poco de esa actitud y te confesaré un secreto: se me dificulta eso de sonreír, algo en lo que parece que eres experta –expulsó una grata bocanada de humo, hilando en su mente cómo se llevaría aquella conversación.

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    –Oh, eso es una pena. A mí me cuesta dejar de hacerlo –rió estridentemente, acariciándose la nuca. Su voz era áspera y ruda, lo que hacía sonar a las frases más afables como agresivas–. Quizás deberías tomar mi ejemplo, es refrescante, aliviador. Juraría que es lo mejor de vivir.

    –Espera, aún hay más –la interrumpió y pausó ante otra espiración de cigarrillo. El pulso se le aceleró de ¿emoción? No sabía, solo estaba seguro de que una oleada de pensamientos sobre la gente sonriente ansiaba escapar en ese momento y enfrentrarse a ella, la representante de las sonrisas vergonzosas en la tierra–. Sí, se nota que a ti se te facilita más que a mí, pero no es la envidia lo que me conlleva a observarte, es algo más.

    La chica se acomodó el flequillo y tragó sin disimulo. Un destello carmín se asomó encima de sus labios curvados, cuando lo miró con una curiosidad difícil de esconder.

    –Debe haber una muy buena razón para tal fijación –inquirió ella, entrecerrando un poco los ojos, muy segura de sí misma.

    Si en un momento de su vida hubiese ansiado sonreír, era en ese justo segundo, antes de pronunciar lo que tanto anhelaba. ¿Creyó ella que podía hacerlo sentir incómodo? Ya vería:

    –Nunca había visto algo tan ridículo en el mundo.

    Su acompañante se incorporó, alejándose unos centímetros, y la sonrisa tembló en su rostro, dudosa.

    –No comprendo.

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    –Te iluminaré –agregó en tono socarrón–. Eres mi burla personal –inició, expulsando humo entre dientes y resistió la tentación de mirar el efecto de sus palabras, no quería distraerse y dejar de expresar lo que había planificado–. Puede que engañes a la gente con esa sonrisita optimista y tu cara de “puede derrotar el mal con mi varita mágica”, pero conozco esa clase de falsedad. Que te esfuerces tanto por hacer creer a los demás que eres feliz me hace decepcionarme del mundo, pero a la vez me hace sentir bien conmigo mismo, por saber la verdad. Por eso te observo, para reírme de lo ridícula que puede llegar a ser una persona… Claro, lo hago solo internamente, no sonrío ni en juego y menos de una forma tan vergonzosa.

    Finalmente se volteó, para ver que ella estaba de pie diagonal a él, con el ceño fruncido, los labios temblando de ira y las manos en forma de puño. El impulso se apoderó de ella, quien tomó de la chaqueta al otro y lo acercó a ella agresivamente, con una fuerza incomprensible.

    –Eres un maldito gusano egocéntrico –espetó, escupiéndole en la cara, mientras el otro contenía como nunca sus ansias de reír–. No sabes nada, ¡nada del mundo! –gritó, sonando casi masculina, agitándolo amenazadoramente–. Podría hacerte tragar tierra por lo que dijiste, pero eso no curaría tu demencia –finalizó y sus manos lo soltaron con tanta brusquedad, que el hombre cayó de la banca, de espaldas en el concreto.

    Cuando por fin pudo reponerse del golpe, miró hacia la acera, pero ya la joven se alejaba, dando grande zancadas y con las manos aún en forma de puños.
     
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    Kei

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    Este segundo capitulo no estuvo nada mal. Es más, amé la actitud del chavo al burlarse de ella. Tanta falsedad es repugnante :6
    Ahora veo claramente el amor-odio. No entiendo por qué se comportó así. Quizá para poner una buena excusa por mirarla. En fin, seguiré obervando a ese par ;)


    Para nada. Escribes muy bien. Nada grave que resaltar, hablando ortográfica y gramáticamente :)

    Saludos.
     
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    Katze

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    Snif, gracias por leer, Kei ;) hago lo que puedo, jajaja. Si notas alguna falla, házmelo saber :D

    Capítulo 3: Ira

    Podría haberle destruido la cara a golpes, tantos que ni siquiera recordaría lo sucedido, pensó. Hacía mucho que un enojo tan desorbitante no se expandía en su cuerpo con libertad, así que la ira estaba disfrutando de hacerla pensar en actos irracionales, brutales, propios de una película sangrienta y francesa.

    Su vestimenta era impropia para el deporte, pero sentía una ansiedad desgarradora de trotar, le hormigueaba el pecho y se arrastraba hasta su garganta; quizás así la furia y ese deseo de golpear al recién conocido disminuirían, por lo que inició el trote, segura de que ese demente ya no podía verla.
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    El viento frío era destructivo, le azotaba el rostro y tuvo que cerrar los ojos para no detenerse. Por más helado que estuviese el clima, la liberación inmediata que le ofrecía el ejercicio era lo único que la relajaba con tanta presteza. Su mente iba vaciándose de furia, mas pronto se tropezó con un transeúnte que se quejó de su distracción y lanzó improperios en su contra. Ella se detuvo al instante, se disculpó con las manos, para luego apoyarlas en sus rodillas, mientras respiraba con irregularidad; la rabia había disminuido notablemente.

    Una banca cercana de madera la invitó, así que acudió a ella, aún con la respiración alterada. Por suerte ese trote espontáneo le había devuelto el brillo al amanecer y ella pudo esbozar una breve sonrisita al sol, que ya comenzaba a calentarle las mejillas.

    ¿Cómo un desconocido podía ser tan descortés? Seguro era porque tenía mucho dinero, pensaba, aunque esa hipótesis no la convencía mucho, de hecho, en internet decían que Frederick Alves era uno de los hombres más adinerados de la ciudad y el que menos adquisiciones tenía; no había aprovechado las ganancias de la trilogía literaria de su madre en nada más que una apartamento y su auto, ni viajes, ni residencias en el exterior, ni en comprar acciones, nada.

    Ella sí podría haber sido grosera desde el principio, después de todo, él era quien la vigilaba a diario, igual que un acosador. Hacía meses que lo había notado y la curiosidad le recorría el estómago cada vez que transitaba el parque del lago, justo frente a la librería, donde un extraño de ojos oscuros la mirada inexpresivo desde su oficina de vidrio. Nunca le molestó el suceso, en verdad, él se veía tan solo que hasta pensó en detenerse y saludarle desde la acera, pero temió que la tomara por lunática. Un par de veces visitó la librería y falló en encontrarlo. Cuando preguntó por él le dijeron que al gerente no le gustaba ser molestado, así que desechó la idea de un encuentro “casual”.

    Suspiró y se acomodó en posición fetal para abrazar sus piernas; eso le sucedía por ilusa, por confiar en que la gente era amable y gustaban de la posibilidad de una nueva amistad. Sin embargo, jamás la habían acusado de sonreír demasiado. “Nunca se sonríe lo suficiente”, solía decirle su abuelo, quien aseguraba que la sonrisa de su nieta podía curar la peor de las enfermedades. Una mueca triste se deslizó en sus labios y otra exhalación la ayudó a despojarse del enojo por completo.

    Levantó el rostro al cielo, fijando sus ojos grandes y azules en el árbol frondoso a sus espaldas que cegaba el paso a la luz. Unos destellos lograron colarse entre las ramas ante la brisa friolenta, cegándola momentáneamente.
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    Ella solo se había acercado a él con el objetivo de hacerlo sonreír –efecto que causaba en la mayoría de la gente–; sentía cierta debilidad por las personas nostálgicas y él tenía un aura melancólica a su alrededor. Haber fallado la exacerbaba al borde del pataleo. Sin embargo, no era su culpa, ese tipo desconocía en absoluto la felicidad, la consideraba ridícula, despreciable, ¿estaba tan acostumbrado a la tristeza? Nadie podía vivir así, pensaba, pero ella no centraría sus esfuerzos en un soez como él, bastante le había costado conseguir su bienestar individual.

    En el aire comenzó a resonar la melodía Bittersweet Symphony de The Verve. Se dejó llevar por la música unos segundos para olvidar su enojo, sonriendo cada vez más, hasta que recordó que era su celular.

    Rina, ¿dónde demonios estás? La práctica ya va a comenzar.
    –Oh, lo siento, Sarah, el autobús de regreso se retrasó, pero ya voy en camino.
    Está bien, le diré al entrenador que te espere; está hecho una fiera. ¿Cómo te fue visitando a tu abuela?
    –Muy bien, el doctor dice que mis visitas la ayudan bastante –sonrió ante los recuerdos y se levantó, para emprender la caminata–, pero tengo algo más que contarte; no vas a creer lo que me ha pasado.
    ¿A quién golpeaste ahora? –indagó la otra voz con horror.
    –Ojalá lo hubiese hecho –rió, pero su ceño se frunció amargamente y tuvo que sacudir la cabeza para evadir los pensamientos homicidas–. Te cuento cuando llegue –colgó.

    El sol resplandecía con un brillo pálido y más blanco de lo normal, mas el frío persistía por encima de cualquier intento de calor. Apuró el paso, hasta recorrer cuatro cuadras más y adentrarse en la entrada de su lugar favorito.

    –¡Buenos días, señor Edgar! –saludó alegremente a un hombre uniformado de camisa caqui y pantalones oscuros, sentado con las piernas estiradas y abstraído leyendo el periódico con ojos entrecerrados. Al verle, su expresión se iluminó y su prominente bigote formó una curva ante la llegada de una sonrisa.
    –Buenos días, señorita Rina, pensé que no vendría hasta la próxima semana –expresó con voz grave, amable.
    –No podía perder otro día de entrenamiento –respondió, encogiéndose de hombros e hizo un gesto con la mano en señal de despedida.

    Con unos cinco pasos más en el liso suelo de granito llegó nuevamente al aire libre, donde una ráfaga fría le recibió, acompañada por el brillo centelleante de la mañana. Estaba en un estadio amplio, rodeado por innumerables gradas grises, en las que escasas personas –probablemente familiares– veían a un grupo de deportistas femeninas que iniciaban sus estiramientos sobre la pista color ladrillo.

    Tan solo con acercarse un poco a sus compañeras, una ola de sonrisas correspondió la suya; era el efecto de su alegría, podía contagiarla a su antojo… excepto en él, recordó con una punzada en el pecho, pero continuó avanzando, hasta ser atiborrada por montones de saludos y abrazos de bienvenida.

    Tras un cambio de atuendo rápido, la brisa diurna abrazó sus piernas, provocándole un largo y torturante escalofrío… La próxima recordaría llevar pantalones deportivos largos para el entrenamiento.

    –Te ves bien, Mile –saludó un hombre con un traje deportivo gris de cuerpo completo, tez bronceada y ojos casi tan verdes como el césped del estadio–, pero impuntual –reprochó, señalando con el dedo su reloj de mano.
    –Ya, ya, no sea llorón, señorito entrenador –refutó Rina con voz áspera y le empujó juguetona en el hombro, para luego salir corriendo cual niña que huye de una travesura, hasta alcanzar a una chica de piel canela y expresión desafiante, cuyo cabello color café, corto y desarreglado, danzaba con el viento al ritmo de su trote. Se saludaron con un choque de manos y continuaron el trayecto.
    –Pues, sí, sonríes demasiado –se burló su compañera, luego de conocer lo sucedido frente a la librería, lo que provocó que la otra le enseñara su mano en forma de puño, para después ambas reír–. No tiene nada de malo encontrarse con alguien que piense distinto, es lo bonito de la diversidad.
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    –¡Pero dijo que yo era una burla! –exclamó molesta, sin mostrarse agitada por la actividad.
    –Sí, es grosero, pero fuiste tú quien se acercó a alguien que te observaba cada mañana; debiste saber que algo tendría de malo –asintió la otra–. Estás obsesionada con eso de hacer sonreír al mundo, etcétera, etcétera –entornó los ojos y resopló, aparentemente ya habían tenido una conversación similar.
    –¡No es eso! –espetó y su voz grave se tornó aún más áspera, pero sabía que la otra tenía razón. Bajó el rostro, suspirando; quizás ella era la demente–. Me gusta hacer sonreír a los demás, ¡es bueno para la salud! –Alegó y su compañera volvió a girar los ojos–. Es que… Sarah, si lo vieras, es una persona tan triste. Alguien así necesita de mi risoterapia.
    –Tienes que aprender que no todos quieren ser tus amigos, Rina –afirmó, mirándole con una ceja alzada –. Él es un reto que supera tus capacidades.

    Ambas culminaron la doceava vuelta e iniciaron rondas de carreras en parejas, guiadas por el silbato del entrenador, luego en grupos y, por último, individuales, comprobando constantemente los tiempos y quiénes habían mejorado esa semana. Pronto la mañana se convirtió en mediodía; hora de partir. Pero antes, el instructor convocó al grupo.

    –Señoritas, como ya saben, a partir del lunes el grupo de fútbol femenino comenzará a entrenar a las siete de la mañana, por lo que nuestras prácticas fueron trasladadas a las cinco de la tarde, el único horario disponible –refunfuñó lo último, haciendo notorio su disgusto por ser desplazados–. Continúen sus ejercicios y lleguen puntuales la próxima semana –estaba dispuesto a irse, cuando se percató de la expresión sombría de Rina–. ¿Algún problema, Mile?
    –¿Cuándo demonios avisaste eso? –exclamó boquiabierta, mientras sus compañeras se marchaban.
    –El martes. Había olvidado que no estabas ese día –respondió con una risita burlona, pero la otra aún no asimilaba el hecho.
    –¿Y qué se supone que haga en la mañana si no voy a venir a entrenar? ¿Lanzar piedras al lago? –alegó con un puchero y se cruzó de brazos.
    –Podrías buscar un pasatiempo, un trabajo o un novio; hay muchas posibilidades, Mile –enfatizó lo último, con una sonrisa socarrona. Se acercó para revolverle el cabello en forma juguetona y se despidió con un gesto militar.

    Ella contuvo el impulso de ir a golpearlo y caminó de brazos cruzados hasta su mochila, tratando de expulsar los pensamientos homicidas, otra vez; que su entrenador fuese también su ex novio, no era un hecho favorecedor.
     
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    Katze

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    Continúo, si hay alguien allí, haga una señal, aunque sea de humo ;)

    Capítulo 4: Ingenio

    El fin de semana transcurrió con tanta lentitud, que creyó haber estado bajo un hechizo maligno y perturbador.

    Necesitó limpiar su apartamento alquilado de pies a cabeza, para mantener su mente ocupada y olvidar las odiosas palabras de su acosador arrogante, así como el hecho de que sus mañanas perfectas estarían vacías de actividad. Sin embargo, el domingo se encontró libre otra vez, y casi se aprendió el periódico de memoria, sin encontrar alguna oferta de trabajo que llamara su atención.

    Su ocio, mezclado con su enfurruñamiento por los eventos del viernes en la mañana, la llevaron a googlear de nuevo ese nombre, pero la única información que conseguía era sobre sus padres, la trilogía literaria, un foro de chismes sin muchos datos, el pronto estreno de la tercera película y una página oficial de la librería.

    El sitio web tenía una odiosa melodía de violines que tuvo que silenciar, fotografías del lugar, un mapa de su ubicación y un registro de noticias, casi todas de los libros que pronto saldrían a la venta, a excepción de la última: una solicitud de secretaria para el gerente de Cortaduras de papel. Debía tener buena presencia, veinte años o más y… ¿buena disposición? Qué diablos. Abandonó la búsqueda y sonrió burlona al imaginar a una chica agobiada, cargando montones de libros, y siendo flagelada por aquel ser tan arrogante; cualquier persona sensata preferiría la indigencia.

    Negada a abandonar su caminata refrescante de las mañanas, se colocó sus zapatos deportivos intachablemente blancos, se recogió el cabello en una coleta baja y enderezó su postura para caminar en perfecta sincronía con la música de Alanis Morissette que resonaba en sus oídos.

    Su valentía iba disminuyendo a medida que se acercaba a ese punto exacto del parque del lago, pero su ira estaba haciendo bombear demasiada sangre a su corazón desenfrenado. Para su sorpresa, al pasar frente a la librería, descubrió que las cortinas de la oficina en el segundo piso estaban cerradas y su cuerpo volvió a relajarse.

    La curiosidad pudo más que el orgullo el segundo día, sin embargo las cortinas seguían intactas, cubriendo el vidrio por completo, y ella suspiró, incapaz de reconocer si era de alivio o nostalgia, para así seguir su camino, fingiendo indiferencia.

    Sarah le decía que dejara de darle vueltas al asunto, pero le faltaba concentración y sus tiempos en las carreras estaban decayendo horrorosamente, ¿qué le pasaba? Hacía más de una semana que su acosador no la miraba con ojos lúgubres desde lo lejos. Sentía como si una pieza de sus perfectas mañanas se hubiese extraviado. Seguramente estaba enloqueciendo, puesto que ser observada por un soberbio era de todo, menos agradable.

    [​IMG]

    El miércoles siguiente se quedó en su cama, envuelta por el edredón anaranjado, adornado por círculos blancos y turquesas; le faltaban ánimos para caminar y culpó al frío clima, aunque nunca había tenido inconvenientes para ejercitarse en esas condiciones.

    Se concedió meditar la situación a fondo, sin regañarse por pensar en su acosador. Poco tenía que ver con el atractivo del hombre, pues su aspecto era más deprimente que atrayente, o con su exuberante cantidad de dinero, lo que mantenía su mente aferrada a él era que no había conseguido hacerlo sonreír, como lograba con todas las demás personas… Era eso, se sentía frustrada, ofendida porque la insultó por ser feliz, y la única forma de remediarlo era cumpliendo su meta inicial.

    Para lograr su objetivo, al menos necesitaba comprender la razón de la nostalgia de ese hombre, algo imposible a simple vista. Tal vez ser huérfano le había afectado a un punto inestimable, debía estar muy solo desde entonces y más con esa actitud reprochable. Puede que solo necesitara a un amigo, alguien que ignorara su altivez, que le diera un abrazo, alguien que le enseñara a relajarse, a sonreír hasta a las decepciones, pero ¿cómo? Tendría que ganarse su confianza y para eso necesitaba pasar mucho tiempo con él.

    Una idea repentina la hizo correr hasta su portátil y teclear velozmente unas palabras. La imagen de la entrada de Cortaduras de papel estaba en la pantalla y, un poco más abajo, el anuncio de solicitud de secretaria; era tan evidente que se sintió como una tarada.

    La picardía se extendió hasta alzar sus pómulos; su ingenio nunca le fallaba.

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    Thunder Dragneel

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    Te felicito por este fic, realmente me está gustando mucho. Tu manera de narrar es realmente buena, me hace querer seguir leyendo y leyendo. No he visto ni un solo error de ortografía en estos cuatro capítulos, eso es realmente admirable C:.

    Juju, va a entrar a trabajar en ''Cortaduras de papel'' para conocer mejor a Frederick, ya quiero saber la reacción de él al verla ahí xD.

    Avísame cuando coloques la continuación, me está gustando mucho tu historia :3

    Adiós.
     
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    Katze

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    ¡Muchas gracias, ShadowSebas! No sabes cómo me alegra que leas y te guste, me anima a seguir escribiendo, también :D y pues, sí, soy algo quisquillosa con la ortografía, lol. Espero poder mantener tus ganas de seguir leyendo ;)

    Capítulo 5: Reto

    –Señor Alves, señor Alves –repetía un hombre tras la puerta, mientras la tocaba desenfrenadamente.
    –¡Deja de hacer tanto endemoniado ruido! –lanzó al otro extremo, con las palmas de sus manos presionándole los ojos. La puerta chirrió cuando el empleado la abrió y asomó su rostro estupefacto.
    –Disculpe, señor, no quisiera molestarle, pero… –pausó incrédulo ante sus próximas palabras–, una chica vino a solicitar el empleo –tragó y al instante fue apartado de un empujón por un mujer alta y delgada, con el cabello castaño suelto hasta la espalda y una sonrisa resplandeciente cubriéndole el rostro.
    –¡Así es, Frederick, ha llegado la secretaria Rina Mile al rescate! –exclamó con una efusividad incomprensible, entrando a la oficina de un salto y expresión triunfante.
    [​IMG]
    Por todas las almas en el infierno, era ella. Estaba de pie, con una mano apoyada en su cintura y la otra alzada junto a su rostro, pantalones rasgados, camiseta floreada y muy holgada, cubierta por una chaqueta gris. Encima de cualquiera de esos aspectos lejos de un buen sentido de la moda, se encontraba allí, a unos metros de él, sonriéndole como si nada.

    El informante cerró la puerta de golpe y corrió despavorido hacia las escaleras; el jefe estaba de tan mal humor que casi escupía fuego. No quería imaginar qué le diría a esa pobre inocente chica, pero tampoco ansiaba presenciarlo.

    –Rina Mile, ¿eh? –masculló con desdén y un hormigueo en su garganta lo empujaba a cuasi sonreír, sin resultados externos. ¿Qué hacía ella ahí? ¿No tenía nada mejor que hacer? Seguramente había más gente por ahí para fastidiar con su sonrisita idiota, pensaba. Sin embargo, repentinamente se sentía menos desdichado, después de estar más de una semana sin mirar al parque del lago por las mañanas–. ¿Quién necesita un psicólogo ahora? –agregó y la burla evitaba escabullirse por su rostro.
    –Tú, sin duda –respondió, haciendo un esfuerzo por mantener su expresión–. Yo solo soy un humilde ángel con una noble tarea.

    Allí, en esa lúgubre oficina, la piel del otro se vía más blanca, sus ojeras más marcadas y su cabello liso, largo hasta el cuello, más oscuro. Había un aire melancólico en todo el espacio que estaba por asfixiarla.

    –¿Ah, sí? ¿Cuál es? ¿Romper todas las leyes de la moda?
    –¡No! –Espetó ella, pero pronto se obligó a recobrar la calma–. Verás, Frederick –se acercó con paso firma al escritorio y empujó una silla cercana a este, para tomar asiento frente a él–, mi abuelo solía decirme que si veía a una persona triste, desolada, a quien pudiera hacer sonreír, era mi deber buscar los medios para lograrlo…
    –Quizás debiste ser comediante, se te daría bien y cumplirías tu misión angelical –interrumpió burlón; sí, hasta a él le parecía divertida.
    –¿Puedes dejar de interrumpirme? –preguntó pausadamente, como quien intenta refrenar la ira y respiró hondo, para poder continuar–. Me acerqué a ti por esa misma razón. Casi me desmayaba del desánimo al ver toda esa aura depresiva tuya en las mañanas y quería cambiar eso. Por poco me hiciste desistir de mi objetivo, pero la calma ha vuelto a mí y he descubierto que mi meta sigue intacta, así que… trabajaré para ti hasta que lo logre –finalizó y una curva se extendió en su expresión victoriosa.
    –Un momento… ¿insinúas que me harás sonreír? –la premisa lo incomodó, haciéndole fruncir el ceño. Por un instante se sintió transportado a ese pasado de terapias, charlas, juegos mentales, ruegos, paradojas; su pesadilla de infancia.
    –¡Exacto! Nadie se resiste a esto –sus dedos índices señalaron ambos extremos de su sonrisa.

    [​IMG]

    –¿Y qué te hace pensar que contrataré a una lunática obsesionada con las sonrisas? –farfulló con enojo. Sí, ella era divertida, perfecta para sus burlas, pero inquietantemente desesperante.
    –Eso no es problema. Hablé con tu personal y me dijeron que las últimas cinco chicas renunciaron luego de una semana –se carcajeó un instante, al notar la expresión sombría del otro–. Soy la única que no va a ceder ante tu arrogancia.
    –Sabes que podría llamar a un juez, pagarle para que te declare demente y que te envíe a una isla poblada por caníbales, ¿no? –aseveró amenazadoramente, viéndole con ojos entrecerrados; qué estresante resultaba esa chica. Ella le sacó la lengua y se cruzó de brazos.
    –Intenta echarme –lo desafió–. Además, piénsalo, podrás burlarte de mi supuesta falsedad a diario. Ya lo hacías antes, señor mirón. Si eso no te convence… –sonrió complacida de crear suspenso; su plan se desarrollaba bajo lo acordado– puedes ver esto como un reto.
    –¿Un reto? –repitió el otro y su ceja derecha se alzó de incredulidad.
    –Exacto. Dijiste que jamás sonreirías, yo, en cambio, prefiero sonreír ante todo. Cada uno quiere imponer su idea, pero dejemos que el tiempo y la convivencia lo decida… el primero en sucumbir, gana.

    Definitivamente aquella chica era una lunática, sin embargo, la idea era casi seductora. Su ego –confiado de que ganaría sin problemas– lo estaba empujando a aceptar; quitarle la sonrisa de la cara a una ilusa sonaba a un deseo sádico escondido en lo más interno de su espíritu malvado.

    –Cuando gane, tendrás que usar una mini falda y tacones altos, muy altos, por seis meses –la expresión de horror en la joven casi lo hizo soltar una carcajada–. Sin olvidar el maquillaje, obviamente.

    ¿Cómo demonios sabía que aquello le molestaba tanto? Pensó ella con desesperación al hacerse una imagen mental y sacudió la cabeza, en un intento de borrar esa espantosa posibilidad. Por otro lado, acababa de aceptar implícitamente, lo que la hacía temblar de la felicidad.

    –Astuto, pero cuando yo gane, Frederick, tendrás que tomarte una foto sonriendo, rodeado de gatitos y cachorritos, mientras sostienes un cartel que diga “Los amo a todos” y pagar una gran valla en la autopista para colocarla. Quiero que todos, absolutamente todos, la vean –finalizó desafiante.

    El otro también frunció el ceño ante el pánico; era una idea terrorífica, malévola. No obstante, tomando en cuenta que jamás había sonreído –ni lo haría–, ya la diversión en mini falda estaba asegurada.

    –Un asunto más –interrumpió sus pensamientos la chica–, si me despides o renuncio (cosa que no haré, pero suponiendo que sí), el otro automáticamente gana –concretó y sus ojos emocionados lo retaron a deshacerse de ella. El otro le devolvió una mirada reñidora por igual.
    –Hecho.
    –¿Contratada?
    –Contratada.

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    Me gusto mucho este capítulo, interesante apuesta hicieron ese par, jaja, me pregunto quien saldrá vencedor. La contrató, el plan de Rina ya está en marcha, ya quiero saber que va a pasar ahora. Errores ortográficos ninguno, que bueno.

    Espero con ansias el siguiente capítulo, avísame cuando lo publiques :)

    Sin más que decir, me despido.

    Adiós.
     
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    Agradezco mucho a quienes se toman la molestia de leer esta historia ;). Espero que disfruten la lectura. Cualquier crítica constructiva es bien recibida y comentarios positivos también, lol, ok no.

    Capítulo 6: Opuestos

    Entendía, muy tarde, por qué Rina había insistido en que ella no podía renunciar al empleo, ni él despedirla. La chica era una auténtica pesadilla; sus palabras eran imparables, su risa estridente, su sonrisa imborrable, ¿acaso era una robot? De serlo, sería la más latosa de todo el universo y lo más recomendable era su descontinuación.

    Siempre estaba feliz y le preocupaba por cuánto tiempo le duraría el chiste, antes de desesperarse hasta despedirla.

    –¡Buenos días, Fredie, Fredo, Fred, Fredrickson! –Decía con excesiva efusividad al llegar, tras abrir de golpe la puerta y exhibir su amplia sonrisa–. Hoy es un lindo día para admirar el sol, sentir los escalofríos de la mañana –abría de par en par la cortina y la luz lo cegaba, pero ella solo andaba dando saltitos y correteando por la oficina, moviendo objetos que no alcanzaba a mirar–, para ser un buen jefe, sonreír… –le lanzaba esa sonrisita retadora que lo desesperaba casi tanto como le aceleraba el pulso de dicha ante la burla y se acercaba para dejarle un café sobre el escritorio.
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    –Para matar a tu secretaria… –farfulló él esa mañana y resopló con notorio disgusto. Había derramado tres cafés sobre el escritorio esa semana a causa de aquella estrafalaria entrada de su secretaria.
    –Cuando frunces el ceño pareces un bulldog enojado, ¡tan tierno! –alegó maravillada, haciendo un puchero y contoneando los hombros, pero abrió los ojos de pronto y le miró seriamente.
    »Matarme también es una forma de perder el reto, aunque creo que eres tú quien puede estar en mayor peligro en cuanto a esa posibilidad –concretó, inquisidora por conocer su reacción.
    –Si mueres, creo que nuestro “pacto” pierde toda importancia.
    –Puedo dejarlo escrito en mi testamento y que mi abogado te persiga hasta la muerte.
    –Puedo sobornar a tu abogado con unas vacaciones en Hawái y un BMW M6 –sus labios se ladearon y en sus ojos refulgía el triunfo. Rina intentó decir algo, frunció el ceño, sin conseguir las palabras, y se volteó para ordenar unos libros en la biblioteca de la pared; Frederick había ganado esa batalla.
    –Millonario del demonio –farfulló entre dientes y cada libro era dispuesto al lado de otro con mayor brusquedad.
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    Así eran todas las mañanas, sin excepción; una guerra por hacerle imposible vivir al otro. Frederick se quejaba del café, le ordenaba comprar otro, acción que se repetía hasta diez veces por mañana; le pedía que acomodara libros alfabéticamente, para luego regañarle, pues tenía que ordenarlos alfabéticamente por los nombres de los autores, cosa de la que se arrepentía a media labor y le decía que se guiara por los apellidos.

    –¿Dónde aprendiste a ser jefe? Quiero que te devuelvan tu dinero –era una de las frases que más utilizaba la chica, exasperada ante las ridículas exigencias de su contendiente; intentaba usar el humor para hacerlo sonreír, pero lo hacía más para mantener la compostura y evitar plantarle su puño en el rostro.

    Por su lado, ella lo interrogaba con preguntas sobre lo que le gustaba y lo que no, puesto que se había propuesto descubrir qué disfrutaba su adversario, para usarlo a su favor; quizás alguna de esas cosas le diera pistas para hacerlo sonreír. No obstante, solo había logrado sacarle que en el pasado gustaba de tomar fotografías y que se entretenía viendo a la gente fingir bienestar, saboreando café y fumando.

    La tortura continuaba, mientras ella se veía obligada a asentir, mostrar una amplia sonrisa y buscar otra vez ese endemoniado texto en la librería que, según él, habían dejado hace una semana en el escritorio, pero que ella seguramente había extraviado.

    Recorrer el primer piso de la librería le encantaba a la nueva trabajadora y constantemente buscaba excusas para bajar las escaleras.

    La oficina de Frederick era austera, conformada por un rectángulo de paredes color caoba, todas llenas de estantes para libros, dispuestos verticalmente. En el techo una lámpara dorada y verde jade de cristal se le dificultaba iluminar por el exceso de polvo y en el suelo de madera desfilaban innumerables cajas con letras en marcador. El sitio era lúgubre, especialmente por las cortinas grises que impedían el paso de la luz por el amplio ventanal, en cambio, un piso más abajo, tras bajar una escalera de caracol de acero negro y baldosas de madera caoba, la luz la cegaba.

    Cuatro anchos ventanales daban permiso al sol para esparcirse por el lugar. La librería, pequeña para tantos estantes de libros (alrededor de ocho, altos hasta el techo), tenía tres muebles rojizos, de apariencia cómoda, con cojines redondos de colores, justo enfrente de los dos ventanales y la puerta de vidrio, que servía de entrada. En medio reposaba una mesa redonda de cristal, adornada con girasoles, un busto de Shakespeare y textos dispersos, a su lado una esfera del mundo y, junto al acceso, un perchero oscuro. Todo daba la sensación de entrar a un hogar con muchos libros y no a una tienda, de hecho, de no ser por el mostrador en una esquina, tras el cual charlaban un par de empleados, nada más delataba el fin comercial de ese espacio.

    Rina sonrió de extremo a extremo al pensar que el lugar era una metáfora de su jefe y ella; la oficina era como Frederick, oscura, melancólica, y el primer piso de la librería era como ella, iluminado, alegre. Ahora necesitaba encontrar el modo de combinar los espacios.
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    Allí también lograba contagiar su alegría a los demás: un robusto pelirrojo, llamado Franklin, encargado de la caja y a quien fácilmente hacía sonrojar al sonreírle; una pálida chica, de cabello azabache, liso, y lentes gruesos, que aparentaba unos veinte años, llamada Lina; y otro hombre, Rubén, notoriamente mayor, de cabello castaño claro, arrugas alrededor de sus ojos de un color caramelo afable. Este último era el trabajador más antiguo, el que mantenía esa atmósfera hogareña en el lugar, que el joven dueño quiso cambiar cuando sus padres fallecieron; ¿quién querría cambiar un sitio tan admirable?

    Normalmente no alcanzaba a intercambiar muchas palabras con ellos o a disfrutar lo suficiente de la luz, pues pronto su jefe gritaba su nombre desde lo alto, sin embargo, ese día, un individuo de piel oscura y elegante traje azul entró justo cuando ella bajaba con una pesada caja por las escaleras. Al instante, este se acercó, intercambiaron amplias sonrisas de dentaduras blancas, y la ayudó con la cargada tarea, hasta dejar la caja en una esquina.

    –Buenas tardes, ¿señorita…? –indagó inquisidor.
    –Rina Mile –contestó ella y su voz sonó más áspera que de costumbre.
    –Alexander Williams, a su servicio –respondió con igual amabilidad y estrecharon sus manos–. ¿Es usted la nueva asistente del joven Alves?
    –Así es –refunfuñó. Del joven altamente insoportable, querrá decir, pensaba, pero el otro interrumpió sus pensamientos.
    –¿Superó el record de la primera semana? –inquirió en un murmullo divertido, acercándose a ella y deteniendo el aire entre sus labios y el oído de ella con la mano extendida.
    –Es mi segunda semana, creo que merezco una medalla –rió ella en un salto enérgico y este le correspondió con una carcajada contagiosa. Alexander era agradable–. ¿Puedo hacer algo por usted?
    –Sí, ¿podría informarle al joven Alves de mi llegada? Gracias.

    Subió las escaleras dando saltitos veloces y entró a la oficina en un instante.

    –Fred, Alexander Williams llegó –informó con expresión radiante, pero el otro, de semblante normalmente deprimente, se mostró aún más sombrío y la sonrisa de la chica se borró sin que pudiera detenerlo.
    –Hazle pasar –ordenó el otro y dispuso sus manos unidas debajo de su mentón– y quédate afuera.
    –¿Quién es? –preguntó sin discreción.
    –Mi abogado –espetó– y deja de llamarme Fred, me crespa los nervios.

    Entornó los ojos, para después indicarle al hombre elegante que pasara. Pensó en quedarse a escuchar, pero la entrada a la oficina era perfectamente visible desde el primer piso, así que bajó hasta el mostrador, detrás del cual Rubén se notaba bastante acalorado. Al acercarse logró escuchar lo que le comentaba a Lina.

    –…ese chiquillo egoísta ni siquiera piensa en el esfuerzo que hicieron sus padres para construir este lugar –expresaba con notorio enojo y la chica solo negaba repetidamente la cabeza, mientras masticaba un chicle de forma ruidosa–. Si tuviese el dinero, comprara este lugar, pero la trilogía y las películas le dieron mucha fama… ni ganándome la lotería conseguiría suficiente –su tono se había vuelto triste.
    –¿Va a vender la librería? –inquirió ella asombrada. Los otros dos la miraron sorprendidos, al no haberse percatado de su sigilosa presencia.
    –Eso quiere el muchacho –bufó el otro–. Al principio planeaba demolerlo, pero el lugar es turístico y el gobierno prohibió su destrucción por considerarlo un inmueble histórico –frunció los labios, claramente molesto con el actual dueño–. No tuvo otra opción que ponerlo a la venta y hace un par de meses que ese mequetrefe de su abogado viene a hablar de las ofertas… Quizás sea mejor, otro dueño valoraría más el sitio –concluyó sin mostrarse muy seguro de su premisa.
    –¿Y por qué querría vender este lugar? ¡Es precioso, acogedor y lo hicieron sus padres! –afirmó Rina indignada. Los libros y ella no se llevaban bien, pero aquella tienda tenía su magia.
    –El muchacho está loco. Sus padres lo llevaron al psicólogo por mucho tiempo para corregir sus disparates, pero no tiene remedio, está más demente que una cabra. Me sorprende que no haya hecho una locura como disparar en un lugar público a un montón de inocentes –masculló colérico, sin medir sus palabras.

    ¿Psicólogo? Eso no lo sabía, pero el hecho de que Rubén ligara la locura y la psicología le indignaban; era el típico prejuicio. Sí, ella lo había fastidiado con eso, pero era su espíritu bromista el que hablaba. Resultaba notorio que Frederick tenía algún problema en su cabeza que nadie había descifrado por el momento, pero el haber ido a un psicólogo no lo convertía en un psicópata, ni en alguien que dispararía a inocentes. Al parecer solo los ojos de ese trabajador eran afables.

    Por suerte la conversación se dio por terminada, pues el abogado salió de la oficina, enfurruñado. Se dirigió a la salida, sin mirar a ninguno de los presentes, y se alejó de la librería. Vaya cambio de ánimo.

    Frederick se encontraba mirando por el ventanal, apartando escasamente la cortina con su mano derecha. Pensaba con tal ensimismamiento, que no la escuchó entrar.

    –¿Hubo alguna buena oferta? –se atrevió a preguntar y el otro regresó a la realidad con un estremecimiento. Su mirada soslayada encontró los ojos color cielo de Rina y su cabeza negó. Estaba dispuesta a conseguir más información–. ¿Puedo saber por qué quieres vender el lugar que te heredaron tus padres? –quiso formular la interrogación sin mancharla con su juicio, pero falló y el otro frunció el ceño.
    –No puedo despedir a la secretaria y tengo que deshacerme de ella de algún modo –alegó molesto y ella rió sarcásticamente, ofendida y preocupada.
    –Pregunté en serio –se cruzó de brazos, en un intento de sonar menos agresiva.

    El otro miró afuera, alzó el rostro y el atardecer se reflejó en su mirada oscura. Era notorio que dudaba entre responder o no.
    [​IMG]

    –La literatura es basura.


    Próximamente... Capítulo 7: Sorpresa.
    Me iré de viaje por unos días, así que probablemente suba el capítulo 7 el domingo o el lunes. Espero sus comentarios ;).
     
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    Katze

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    Gracias por leer y esperar. Ojalá disfruten la lectura y dejen sus comentarios ;)

    Capítulo 7: Sorpresa

    –¡Fred, espérame! –esa voz áspera y conocida lo llamó. Al voltearse, se impresionó de lo lejos que estaba y lo fuerte que había sonado su voz, a pesar de ello. También le sorprendió que siguiera usando esos jeans tan rotos.

    Subida en la orilla elevada que separaba la acera del lago, la chica inició un trote alegre hasta él, de un excesivo entusiasmo. Aquello era inesperado, ni siquiera sabía que ella podía mostrarse más animada de lo normal.

    –Son las seis y media –se quejó Frederick, haciendo una mueca de frustración; ella acababa de arruinar sus cigarrillos de las mañanas en el parque, el único momento de paz que tenía en todo el día desde que la había contratado.
    –Lo dices como si no te alegraras de ver a tu hermosa secretaria –bromeó y colocó una de sus manos en el cuello, la otra en la cintura, intentando imitar una pose coqueta, que en nada se parecía a la de una modelo editorial.
    [​IMG]
    –Muy, pero muy en el fondo… –comenzó a decir, pero pronto negó con la cabeza–. No, ni en el fondo me alegro –afirmó, encogiéndose de hombros y encendió un cigarro ágilmente.
    –¿En serio? Eso me hiere profundamente, Fredo –Contestó, fingiendo una mueca triste–. ¿Ni porque te traje un regalo de tercera semana de ser un jefe insoportable te alegrarías de verme? –inquirió con un puchero.

    El otro interrumpió una relajante bocanada ante sus palabras y la miró confundido. Ella sonrió al instante; amaba crear una atmósfera de suspenso.

    –¿Y bien? ¿No vas a preguntarme de qué hablo? –interrogó altiva, con las manos como puños apoyados en su cintura.
    –Podría, pero eso significaría simular que me interesa.
    –Gracioso, como siempre –farfulló y su ceño quiso fruncirse, pero no lo logró; estaba muy animada: era la mañana de su primer intento formal por hacerlo sonreír–. Dejemos que el regalo te sorprenda por sí solo –acotó. La presteza se apoderó de ella mientras examinaba su mochila, sacaba una cámara de un tamaño inusual y le tomaba una fotografía a Frederick, quien escasamente había logrado oponer la mano entre el aparato y su rostro.
    [​IMG]
    Aquel sonido mecánico y seco le erizó la piel, en cuanto reaccionó. Le costaba comprender del todo por qué ella mostraba una genuina sonrisa dichosa al extenderle la cámara con su mano derecha.

    –Seguro será la mejor fotografía de tu nueva cámara –expresó con un entusiasmo contenido, pero el otro no reaccionaba y el cigarrillo se consumía en sus dedos, olvidado–. ¡Feliz tercera semana de no despedirme! –aclamó su voz áspera.

    Normalmente su reacción sería rechazar el obsequio, girarse y caminar a su oficina, sin el mínimo pesar, pero esa dicha que le recorría el pecho le obligó a extender la mano, tomar la cámara y palpar con la yema de sus dedos el aparato. Era analógica, Minolta –su marca japonesa favorita–, con enfoque manual y un tirante de plástico negro sosteniéndola de cada lado. Estaba muy bien cuidada, sin rasguños, mas su satisfacción interna se debía a un aspecto más relevante: era el mismo modelo que su primera cámara, esa que unos bravucones del colegio le rompieron en pedazos al arrojarla al suelo y pisotearla. Pasó tanto tiempo buscando una similar, que se había resignado a que nunca conseguiría otra, pero allí estaba, en sus manos y su estómago se revolvía de gusto. ¿Cómo podía ella saberlo? No podía conocer ese hecho, ni siquiera sus padres se enteraron, era una casualidad, en toda su extensión.
    [​IMG]
    Levantó la vista, consciente de que sus mejillas ardían hasta hervirle el rostro por completo y ella sonrió con mayor amplitud.

    –Era de mi abuelo. Disfrutaba fotografiar a personas sonriendo –alegó con un dejo de tristeza en sus palabras–. La fotografía no es mi fuerte y sé que a él no le molestaría que te la regalara, le darás un mejor uso.
    –No voy a sonreír, si es lo que esperabas lograr –balbuceó torpemente, sin conseguir decir algo más adecuado.
    –En un mundo normal se dice gracias –se quejó, agraciada por la reacción causada. Hacerlo sonrojar era casi mejor que una sonrisa.
    –Lo sé –exhaló el otro, desesperado al no poder borrar esa sonrisita en ella, sabía que el estar ruborizado le hacía gracia y tampoco podía remediar ese hecho–. Gracias –concretó en un tono tan bajo, que ella no alcanzó a escucharlo, pero en sus labios leyó la mágica palabra y eso le bastó.
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    Resultaba sorprendente lo igual que siguió su relación, tras ese acontecimiento excepcional. El único factor distinto era la cámara que colgaba del cuello de Frederick, en espera de un hecho exacto, de un encuadre inigualable, decía él. De resto pasaban sus días laborales discutiendo, contradiciéndose, fastidiándose mutuamente por efectos de la costumbre.

    No obstante, a la cuarta semana, Rina había decidido aprovechar que laboraba en una librería para tomar un libro –cuando su jefe no le daba una orden estresante e incoherente que cumplir–, relajarse y sonreír ante ese mundo de fantasías que se mostraba ante sus ojos, sin necesidad de imágenes. Nunca tuvo el interés de leer una novela antes, pero, sin nada mejor que hacer, abrió su primer libro y leyó Love Story de Erich Segal, luego Romeo y Julieta de William Shakespeare, seguido por La sirenita de Hans Christian Andersen, y ese día estaba dispuesta a buscar una historia romántica que no la hiciera llorar al final.

    –Todos estos mugrientos libros tienen finales tristes –se quejó, de brazos cruzados, mientras sus ojos examinaban la quinceava sinopsis de contraportada.
    –Solo has leído tres libros, bastante cortos, cabe destacar –le objetó el otro. A veces ni siquiera deseaba contradecirla, pero las palabras salían solas.
    –¡Necesito lectura ligera! Quiero continuar leyendo, no salir huyendo –argumentó, exasperada y soltó una risita, orgullosa de su juego de palabras, para volver la vista otra vez a los libros–, aunque se convierte en un futuro visible –resopló–. Me había hecho a la idea de que las historias románticas tenían finales felices.
    –La vida es así –expresó Frederick, encogiéndose de hombros y ella le fulminó con la mirada; sabía qué insinuaba con eso, mas no caería en su trampa.

    Al final escogió Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, resignada a que el amor y la literatura no iban a complacerla. Tras pasar unas cuantas páginas, su risa volvió a estar presente, mientras miraba abstraída el texto.

    –Oh, debe ser genial tener esta clase de imaginación –expresó, luego de un largo suspiro–. ¿Lo has leído, Fred? –indagó con ojos soñadores.
    –No –espetó; le disgustaba que le interrumpieran cuando leía un resumen para decidir si vendían un libro o no, pero le molestaba más que aquel día las ideas de tortura escaseaban.
    –Qué amable –exhaló. Al cabo de tantos días, comenzaba a tolerar más sus respuestas cortantes y a controlar el impulso de arrojarlo por el ventanal; ceder era perder–. Entonces, ¿qué libros has leído?
    –Ninguno.

    Rina dudó y miró a los lados, confundía al verse rodeada de libros; ¿cómo pudo evitar la tentación? Hasta ella, que nunca creyó leer alguna novela, había sucumbido. Cuatros cajas en el suelo la confundieron aún más y la obligaron a preguntar:

    –¿Ni siquiera las novelas de tu mamá?

    Él bufó e ignoró la interrogante, mientras acomodaba una hilera de gruesos libros sobre su escritorio para archivar los nombres. La chica asumió aquello como una negativa. Miró el libro en sus manos y pensó que Caroll tendría que esperar, pues la señora Helena Alves la solicitaba con mayor urgencia.

    Escogió un ejemplar de las cajas –¿por qué ninguno estaba en una repisa?– y comenzó a leer. La narración era sencilla, pero bastante precisa, y sintió en un par de oportunidades cómo la respiración se le escapó a causa del suspenso. Leía con ojos bien abiertos, pasando una página tras otra rápidamente. El almuerzo también tendría que esperar.
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    Cuando Frederick se aclaró la garganta con fuerza, desde su escritorio, a un cuarto para las cinco de la tarde, para llamar su atención, ella sintió un espasmo de desconcierto, había olvidado dónde estaba y sentía como si la hubiesen interrumpido en el mejor momento de una película.

    –Oh, lo siento, Fred –miró a su jefe, quien tenía el ceño tan fruncido que podría partir su cara en dos–. Vamos, no seas enojón, el libro es buenísimo, deberías leerlo –el otro siguió mirándole imperturbable y contuvo la respiración, como si estuviese evitando decir algo. No sabía cómo reaccionaría su jefe, pero necesitaba preguntarlo–. Fred, ¿por qué no has leído los libros de tu mamá?

    El otro soltó un grueso libro de golpe y el sonido hizo que su secretaria se crispara.

    –¿Algún día vas a meterte en tus asuntos? Me vendría bien que me dejaras un maldito segundo en paz –masculló en tono bajo, lleno de una ira reprimida.

    Lamentablemente, aquella reacción no la había espantado en absoluto, su instinto natural de psicóloga había encendido una bombilla en su cerebro: podía que algo de eso tuviese que ver con su dificultad para sonreír, hipótesis que la ayudó a conseguir coraje.

    –¿Por qué te molesta tanto? Es normal que…
    –¿Es normal? Tú y tu basura risueñas inservibles… –alegó, aún a lo bajo, con los dientes apretados. Se levantó y comenzó a andar de un lado para el otro, moviendo los brazos exasperado–. Todo esto de tus preguntas, tu sonrisita idiota… este endemoniado reto ¡Al demonio esa basura optimista que te enseñó tu abuelo! –afirmó finalmente en un tono más alto. Tenía la respiración agitada por la cólera.

    De pronto se volteó, con la ira erizándole la piel, sin percatarse de que Rina se dirigía a él con paso firme y el enojo reluciendo en su mirada azulada. Un golpe certero de ella le dio en la nariz y él retrocedió confundido, adolorido, para así tropezar con un libro en el suelo, que lo hizo caer de espaldas. Ella volvió a acercarse y lo tomó de la camisa, acercándolo a su rostro amenazadoramente.
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    –¡No metas a mi abuelo en esto. Ni siquiera te atrevas a faltarle el respeto! –los labios de Rina exclamaban velozmente a causa del creciente enojo.

    Frederick pudo percibir que los ojos de la chica estaban llenos de lágrimas cuando lo soltó, para luego tomar su mochila y salir de la oficina.
     
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    Katze

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    Romance/Amor
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    Capítulo 8: Revelaciones

    Un silencio sepulcral invadía cada rincón de la oficina. Afuera llovía, tan fuerte que la mitad de los empleados no pudo llegar. Un eco de sus pasos arrastrados, del cambio de hojas, de un libro cayendo sobre otro, de las gotas abatiendo el tejado, y, de vez en cuando, un bufido exagerado, eran los únicos sonidos en el recinto. Por primera vez en un mes, jefe y secretaria laboraban con sigilo.

    Frederick nunca se había sentido incómodo con el silencio, de hecho, al cabo de unos días, hacía lo impensable para que sus secretarias salieran huyendo y así poder disfrutar nuevamente de mañanas alejadas del bullicio de la compañía ingrata; el simple respirar ajeno lo irritaba. Pero esta vez, con Rina allí, tan silenciosa, tan inexpresiva… era como una sombra de su contendiente y en sus párpados hinchados se notaba que las lágrimas habían hecho estragos con su ánimo. Por alguna razón incoherente, aquella situación le disgustaba. Hasta callada era desesperante, quién lo diría.

    –Sabes, Rina –inquirió y sus palabras le resultaron molestas hasta a sí mismo, por lo ruidosas que parecían al interrumpir tan densa mudez. Ella bajó el segundo libro de Cortaduras de papel y lo miró con ojos fulminantes. Él dudó; su nariz recubierta por una gasa y adhesivo le advertían que tuviese cuidado, aquella chica era más ruda que montones de hombres–, que estés así me hace casi ganador.

    La otra sonrió burlona y soltó una carcajada, mas su ceño seguía fruncido.

    –Sobre mi cadáver masticado por caníbales –masculló ásperamente. La sonrisa se extendió más y se convirtió en una expresión sincera.

    –Creo que el reto volvió a la normalidad. Ya tienes esa odiosa sonrisa en tu cara –se quejó con fingida molestia, cuando en realidad se sentía relajado; todo estaba bien otra vez y se sorprendió de sentirse gratificado por haberla hecho sonreír.

    –Perdón por golpearte –susurró al rato, arrepentida–. Soy sensible en cuanto a mi abuelo se trata y… a veces tengo problemas para contener mi ira –se excusó con mirada gacha. Una punzada de remordimiento inquietó al otro, lo que hizo a las palabras deslizarse sin mesura por sus labios.

    –No debí expresarme de esa manera, lo siento –musitó velozmente y al instante se sintió consternado; jamás se había disculpado antes.

    –Por tu cara asumo que no sueles disculparte muy seguido –el otro negó con la cabeza, aún desconcertado, y aquello disipó todo el enojo en ella–. Quién se lo imaginaría, Fredo puede ser amable –su instinto de psicóloga le decía que había logrado algo y que debería aventurarse a conseguir más, pero esta vez usaría otra técnica.

    »Sabes, eres el primero que me critica por sonreír –pausó, hasta comprobar que esos ojos cafés la miraban expectantes–. Mi abuelo, por otro lado, me decía que aprovechara de sonreír cuando sintiera la necesidad, que nada tenía de malo demostrarle al mundo que me sentía bien conmigo misma y que si podía contagiar mi alegría, estaba cambiando al mundo. De no ser por él, probablemente estaría estudiando administración o contaduría, como querían mis padres, y no sería una atleta –suspiró; recordar aquello la desanimaba.

    »“Ser feliz es una opción, pequeña Rina, lamentablemente mucha gente se deja llevar por el dinero, la ambición, los celos, lo que la sociedad impone, y olvidan que lo único que tienen que hacer es sonreír”, solía decirme siempre… Sus palabras me ayudaron a ser quien soy y por eso las llevo como estandarte –finalizó, encogiéndose de hombros, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos tristes.

    –No ha todo el mundo le funciona esa fórmula mágica –contradijo el otro, mientras abría las cortinas para así dejar entrar una luz diáfana y ver las gotas impactar contra el vidrio. Se sentía extraño, como si necesitara expresar algo escondido en su pecho, muy impropio de su persona–. La gente sonríe cuando está feliz, sí, pero lo hacen también para traicionar, para fingir que todo está bien, que no hay nada que temer… Tú estás triste y sonríes porque te sientes obligada a hacerlo.

    Ella exhaló ruidosamente. Necesitaba controlar su ira para conseguir información con este hombre, al menos una clave de su infelicidad.

    –Sí, estoy triste, pero sonrío porque los momentos que pasé con mi abuelo fueron de felicidad y que él no esté conmigo no mancha esos recuerdos. La vida es lo malo, pero también lo bueno, Frederick –su voz sonaba más áspera y serena que de costumbre. En su semblante había una seriedad que la hacía ver madura–. ¿Tú has… sonreído alguna vez que recuerdes?

    Su jefe negó con la cabeza. Miraba fijamente al ventanal, aunque el parque solo era una versión difusa y distorsionada por el agua.

    –¿Tiene que ver con tu madre? –Se atrevió a preguntar con la voz más dulce que logró elaborar, pero él no reaccionó, así que volvió a intentar–, ¿con tus padres?

    Una punzada en el pecho le arrebató la respiración a Frederick. La pregunta lo retomó al pasado, ese momento desgraciado de su infancia, lleno de las sonrisas de sus padres, esas que solo servían para simular bienestar y que venían acompañadas de un “¿está todo bien, Fredie?”.

    Quizás era culpa de la lluvia, de esa historia que acababa de contarle Rina, de haber pasado tantos días con ella, de sus ojos azules tan sinceros que podía ver el sol en ellos o de su sonrisita ridícula, pero no pudo controlar el impulso y las palabras se resbalaron por sus labios. Las mantenía ocultas en su mente, escondidas de él, de su psicólogo de infancia, del mundo.

    –Todo siempre estaba bien –susurró con voz trémula, sin quitar la mirada del vidrio–. No había comida, ni ropa, ni agua, pero había libros, muchos libros, primeras ediciones todos ellos, costosos. “Allí se fue otro mercado”, decía papá y sonreía, como si todo estuviese bien. Hablaban de la librería de sus sueños, el negocio que les quitaba el hambre y los mantenía insomnes. Esa era la felicidad, el futuro era la felicidad –se detuvo, para tomar oxígeno y sus labios temblaron–, pero ese futuro no llegaba pronto y tenía que ser feliz, sin comer, sin tener dónde dormir, mendigando para pagar ese terreno frente al lago, porque esa era la felicidad. Nunca comprendí por qué no podía sonreír como ellos, por qué no podía alegrarme por algo que aún no estaba sucediendo. Esa no era mi felicidad, nunca lo ha sido –por un instante analizó lo que estaba haciendo y paró en seco, ¿por qué le contaba eso a ella? ¿Qué demonios te pasa Frederick?

    Rina intentaba contenerse y rápidamente secó con su blusa manga larga un par de lágrimas desertoras. Estaba maravillada de que le estuviese contando aquello, algo que seguramente nadie sabía, pero imaginar esa situación le destruía el alma, a un punto que no podía disimular.

    El otro estaba inmóvil, confundido, desolado, ¿hace cuánto tiempo sabía eso y lo había negado? Odiaba ese lugar, a la gente que iba a comprar allí, a los libros en los estantes, a sí mismo por seguir allí… Su mente batalla en cuanto a qué hacer a continuación, cuando unos finos brazos lo abrazaron desde un costado, en un reconfortante acto, cálido, reparador, lleno de un afecto desconocido. Él no pudo negarse a voltearse y corresponderle.
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    ¿Por qué ella hacía eso? ¿Por qué repentinamente se sentía más desdichado? ¿Por qué le costaba respirar?

    Una lágrima efímera abandonó su ojo derecho, antes de que pudiera contenerla.


    Snif, espero que hayan disfrutado la lectura. De verdad me gustaría saber sus comentarios, qué les gusta de la historia y cómo les parece que se va desarrollando la relación entre Frederick y Rina ;). Sus comentarios me ayudan a mejorar y me animan a seguir escribiendo :). Cualquier crítica constructiva es bien recibida.
     
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    Kei

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    Vaya :3
    No entendo como has podido rear tanto con una pequeña cosa, es sinceramente impresionante.
    Has subido bastante bien y tu narración luce en mejora.
    Me gusta mucho cómo está dandose la relacion de la parejita. No em esperaba nada como esto, créeme.
    Es increible cómo realmente en otra cabeza hay un mundo :3

    Ningun error ortográfico qué destacar y perdona si me he tardado tanto tiempo.

    Me gustan mucho las imagenes que pones.

    Cierto.
     
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    Akire

    Akire Iniciado

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    Me encanta la historia, el drama, el caracter de Rina que se asemeja al mio y, Fred que es todo un mundo que busca Rina conseguir aunque a veces es doloroso... Me alegra leer con tanta calidad en la ortografía.

    Lo he leido todo y me ha encantado, la ortografia, la redaccion y esos detalles que hacen de la lectura algo muy ameno.

    Lo único que te pido, es que no te hagas desear tanto por favor xD y pon los capítulos más seguidos que la ansiedad me carcome! Quiero saber más y más de la historia, se ha vuelto algo adictiva.
     
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    Katze

    Katze Iniciado

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    Capítulo 9: Alas

    Tenía que despedirla pronto… pero era irrealizable, le había dado su palabra y él podía ser cualquier cosa, menos un charlatán fanfarrón. Mas alguna cura debía conseguir para esa oleada de emociones que lo estaban atormentando y la más atractiva era deshacerse de ella, la culpable de que estuviese reviviendo el pasado.

    A eso de las cuatro de la madrugada paró el lloriqueo. Se sentía como un chiquillo, frustrado y tonto. Ni siquiera sabía que era capaz de llorar tanto y aquel llanto era más complicado de lo imaginable; sus ojos derramaban espesas gotas, pero todo su cuerpo sufría, le dolía el pecho, la cabeza estaba a punto de explotarle y la respiración se le escapaba de las manos; jamás sintió algo igual, era como llorar en cuerpo y alma. Lanzó la almohada húmeda por sus lágrimas al otro extremo de la habitación; aquello lo encolerizaba.

    Extrañaba demasiado a sus padres, más de lo que podía soportar y las gotas brotaban sin parar, haciéndolo sentir cada vez más desdichado y solo. Intentó frenarlas, pero el dolor era inacabable.
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    Su habitación de paredes grises, ventanas anchas y pocos muebles blancos, de profunda sombra ante la ausencia de luz, era ahora un recinto de desolación, oscuro y capaz de arrancarle el deseo de mantener esa existencia insensata.

    Mantuvo los ojos cerrados por largo rato –le ardían como piel quemada– y miró el techo blanco. Ansiaba negarlo, aún así, era indiscutible que, luego de largas horas de desdicha, su mente se refugiaba en una repentina paz. Se sentía exhausto y pacífico, mágicamente plácido, como si un dolor reprimido hubiese desaparecido casi del todo.

    La alarma de su celular comenzó a vibrar y resonar con mayor estridencia a la usual al lado de su cabeza, sin almohada, ¿cómo era posible que hubiese estado llorando tanto rato sin deshidratarse?

    Sorbía lentamente su primer café de la mañana, cuando una realidad le golpeó el estómago… tenía que volver a ver a Rina, enfrentarse al hecho de que ella lo había visto llorar. Sí, solo había sido una lágrima, pues logró escabullirse antes de que la situación empeorara, pero ella era la única persona en el mundo que había presenciado eso en toda su existencia. Lo había abrazado mientras él soltaba una gota de dolor sobre su hombro, temblando como un animalito indefenso… qué vergüenza. Quizás debería llevarse una bolsa marrón en la cabeza para ocultar sus ojos enrojecidos, sus ojeras cada vez más prominentes y su tormento.

    Odiaba cómo su estómago revoloteaba al acordarse del pasado acontecimiento, pero casi le ardía al recordar cómo lo miraron esos ojos azules, nublados como el cielo afuera; podía ver la preocupación, el desconsuelo y la inquietud, en su mirada cerúlea, pero vislumbró algo más, ¿cariño, aprecio o… simplemente lástima? Escapaba de su conocimiento y su corazón se precipitaba, sin una razón lógica.

    El tráfico estaba estancado y sus pensamientos insistían en perderse en el movimiento del parabrisas, sin lograrlo. Solo podía pensar en que tenía que verla otra vez, en su vergüenza, en que tenía prohibido despedirla; era una pesadilla y ella se estaba aprovechando de esa ventaja.

    Miró la cámara en el asiento contiguo, observó en el retrovisor superior su expresión dolida y rememoró esa amplia sonrisa, esa sensación cálida en el pecho al ser abrazado por Rina… Estaba seguro de que todo había sido una artimaña de ella para sacarle información, para hacerlo vivir emociones a las que siempre se negó; ella y sus trucos manipuladores tenían la culpa de todo. Quizás él debería hacer lo mismo, buscar algún método para ganar el reto; no podía dejar que ella se sintiera aventajada, eso la haría sonreír aún más.

    Presionó el acelerador suavemente, mientras en su mente trataba de formular un plan. Debía ser malévolo, superar lo que ella intentaba hacer, pensaba. Respiró profundo y sintió esa calma corporal que lo invadía desde que dejó de llorar. No le agrada sentirse así, ese no era él, y se vengaría por los estragos causados a su espíritu perturbado. Ya se le ocurriría algo.

    Al entrar vio a Rina hablando animadamente con este empleado suyo, el pelirrojo, Franco, Francisco, Franklin, Frankenstein, cómo sea. Él estaba sonrojado hasta las orejas, sonriendo con timidez a las palabras de su secretaria y rascándose la nuca, mientras ella hablaba sin parar, en extremo feliz, dándole empujoncitos ocasionales en el hombro que hacían al pelirrojo estremecerse. Frederick chirrió los dientes; no le pagaba a ese idiota para que estuviese coqueteando con su secretaria. Tosió de forma sonora y los otros dos se agitaron ante el sonido repentino que los irrumpía.

    –Oh, Fred –sonrió, cantarina; solo ella podía decir su nombre con tanta melosidad.

    Sin que él pudiera evitarlo, ella se acercó y lo abrazó con ternura, refugiándose en su pecho a causa de la diferencia de estatura. Su instinto lo hacía querer separarse de aquella escena tan embarazosa, pero una chispa de regocijo se incrementó en su pecho al ver la cara desilusionada del Fran-algo, así que correspondió, sintiendo una punzada de paz y de desconsuelo a la vez.

    –¿Estás bien? –susurró con sincera preocupación y una oleada de inexplicable júbilo lo hizo apartarse, sin mirarle, y subir directo a su oficina.

    Rina suspiró, para terminar haciendo un puchero. Ansiaba tanto hacer sonreír a su adversario, que se percató de que cada vez le importaba menos el reto. De algún modo había comenzado a sentir un sincero aprecio por Frederick y anhelaba verlo abandonar esa tristeza que lo acompañaba a diario.

    –¿Fred? –alegó al entrar a la oficina con la secuela de Cortaduras de papel en brazos.
    –¿Desde cuándo eres tan silenciosa? –trató de incordiarla, su método cotidiano para desviar la atención, pero ella sonrió ampliamente con la ternura reflejada en su expresión.
    –Quizás sí deberías mandarme a esa isla –agregó, riendo, sin inmutarse por el intento poco cordial de su adversario–. Solo que deberías considerar ir conmigo.

    Rina se quedó petrificada; ¿qué acababa de decir? Frederick la miró y, lejos de alguna explicación sensata, ambos se sonrojaron.

    –Tú entiendes… porque los dos somos lunáticos –quiso corregir, balbuceante y sacudió su cabeza, en un esfuerzo por huir de esas incoherencias que le rondaban en la cabeza–. Quería comentarte otra cosa, Fredo –sumó, seria, una actitud inusitada en ella y al otro se le enredaron los pensamientos en la garganta–. Es algo sobre lo de… ayer.

    Él la interrogaba con la mirada, mientras ella caminaba hacia su jefe, misteriosa, para luego sentarse sobre una caja al lado del escritorio. Abrió el libro en sus manos, repasó con el dedo índice alguna palabra en especial, hasta que la encontró y eran malas noticias, pues su actitud risueña había desaparecido. En ese momento el joven comprendió lo que estaba a punto de pasar.

    –No quiero saber qué dice ese mugriento libro –masculló. La cólera estaba refugiada, pero amenazaba con escapar y tuvo que levantarse para caminar sin rumbo por la oficina para calmarse.
    –¡Por favor, Fred! Solo será un párrafo –rogó, dejándolo anonadado; esa no era la Rina agresiva, latosa, que hacía todo a la fuerza; algo andaba muy mal y él negó, ceñudo–. ¡Por favor! Necesitas escuchar lo que dice este párrafo –le miró fijamente. Sus ojos azules, tan claros, insistían sin medida, dificultándole el negarse.
    –Solo un párrafo –enfatizó y se deslizó por la pared, para sentarse en el suelo.

    La chica se sacudió de alegría, efecto que se desvaneció al mirar las hojas impresas. Tragó, aclarándose la garganta para susurrar con voz áspera y templada las palabras en su regazo:

    –“Tenía el alma destrozada, inmersa en un mar oscuro y profundo como su mirada. Sin embargo, era una criatura inocente, a quien sus padres anhelaban escuchar reír, llorar, vivir. Lo habían criado para ser, mas él no era, ni sería, porque su cuerpo estaba vacío, perdido en una dimensión que ninguno de ellos alcanzaría, por más que le sangraran los dedos intentándolo. Solo codiciaban un consuelo, una retribución por tantas lágrimas al vacío, ese en el que existía su niño, su ángel, despojado de alas y espíritu” –finalizó, sin saber cómo pudo leer todo aquello con una sola respiración.

    Se atrevió a alzar su mirada cerúlea, para descubrir a Frederick, rodeado por un aire melancólico, cabizbajo, y el corazón se le oprimió, lleno de culpa ante la posibilidad de hacerlo llorar. Quiso ser prudente y se sentó en el suelo, a su lado.
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    –El niño… en la historia, fue separado de sus padres a los siete años y, cuando el detective, el protagonista, los ayudó a encontrarlo, él ya tenía doce años. Durante todo ese tiempo él estuvo encerrado en un sótano, sin luz, lo que lo hizo perder el júbilo –pausó, dolida al escuchar al otro estremecerse a su lado–. Tu madre solo… hizo una metáfora de lo que veía en ti, Fred, estaba preocupada por ti, sabía que ellos te habían hecho daño porque te escondieron de la luz con su ambición.

    Tímidamente acercó su mano hacia la de Frederick, la tomó y la presionó suavemente contra la suya. Pudo sentir cómo el otro se sacudió ante el roce. Por un instante sus dedos se acariciaron y aquello significaba más que un simple contacto; en sus manos estaba el consuelo, el dolor, la preocupación, la necesidad… Hasta que él la soltó.
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    –Vete –susurró con enojo y ella lo miró, sin dar crédito.
    –No te dejaré solo –aseguró con tono irritado, desesperada.
    –Vete o no me importará despedirte y que toda esta mierda se vaya al demonio –agregó, notándose que batalla por no gritarle.
    –¡Dije que no voy a dejarte, Frederick! –quiso decirlo con menor fuerza, pero estaba alterada por el llanto.

    El joven de ojos oscuros la miró, destemplado a un punto incontrolable, amenazándola tanto con la mirada, que la hizo temblar. Aunque sus piernas insistían en quedarse allí, tuvo que forzarlas a caminar y dirigirse a afuera, a la lluvia que acaecía sin piedad, descorazonada al no poder hacer más por él, al él no permitírselo.


    Como siempre, espero que hayan disfrutado la lectura y me dejen sus comentarios ;), después de todo estamos en medio de la encrucijada emocional más complicada de Frederick, así que me gustaría saber cómo les parece que se va tramando.

    Próximamente... Capítulo 10: Odio.
     
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    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

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    (Perdona lo que sucede con las tildes, la PC que tengo en este momento no me permite hacerlas. Sale algo como "ah´´i").

    Oh vaya, tu fic es hermoso. Tu narracion tan envolvente me llamo inevitablemente la atencion; es sencilla, dulce y atrapante; encantadora. Ademas, tu trama es unica.

    Bueno, soy muy descortez, soy la nueva colada en tu historia x'D. Me tomo dos dias terminarla hasta aqui, y fue tan linda que me peso tambien el pecho al saber lo que sentia Frederick respecto a la obsecion de sus padres en fundar una libreria. Me peso tambien cuando Rina lloro con el... vaya, esta cargado de sentimientos.
    El punto es, que realmente me encanta, no hago mas que pasarme a ver si pusiste conti o que se yo. Te felicito.

    Ya sabes lo que te voy a pedir, pero igual, avisame cuando este la conti. Y perdona lo de las tildez, en serio.

    Sayito!
     
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    Katze

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    Capítulo 10: Odio

    Despertó estremeciéndose; acababa de revivir en sueños el funeral de sus padres, un hecho puramente simbólico, puesto que sus cuerpos nunca fueron encontrados. Montones de espinas le aguijoneaban el pecho y en ese instante tuvo la certeza de odiar a Rina con todas sus fuerzas. Eso explicaba el revoloteo en su estómago cuando la veía, la aceleración del pulso y la incapacidad de sacársela de la mente; era la ira, torturándolo. La aborrecía más de lo que detestaba su vida nefasta.

    Cerró los ojos, frustrado. Fue un error contratarla y aceptar ese estúpido reto. Ni siquiera recordaba por qué lo había hecho, lo que lo hacía pecar de más idiotez que ella. Ahora estaba sufriendo al afrontar emociones que había encerrado en un baúl, porque ella lo llevó a eso. A Rina no le importaba cómo se sintiera él, todo aquello era una farsa para ganar.

    Abrió los ojos como platos de pronto, reprimiendo el deseo de sonreír gozoso. Allí estaba la respuesta, la artimaña más conveniente para desarmar a Rina, para que ella sufriera tanto como lo estaba haciendo él. Era tan obvio, que se sintió como un completo tarado.

    Se acercó a la pared frente a su cama, donde estaban desplegadas varias fotografías, realizadas con la cámara que Rina le había regalado y escogió una, de ella.

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    Él no había llegado esa mañana y ella había abierto las cortinas por completo. Dormitaba sobre su escritorio, con expresión pacífica, apoyada en su mano. No se percató de la presencia de su jefe, hasta que el sonido arrastrado de la cámara la despertó. Amenazó con partirle la cara si no le daba la cámara y él se negó, sabía que aquella foto sería especial; Rina se veía particularmente sensual así, sin sonrisas, ni expresiones molestas, relajada, iluminada por el sol; era el tipo de chica que él habría soportado y que quizás habría llevado a la cama.
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    Suspiró y rompió la fotografía en dos, con una punzada en el estómago perturbándolo, supuso que era su espíritu de fotógrafo quejándose de que no lograría otra imagen como esa en su vida, pero borró ese pensamiento y se concentró en su plan. Después de lo que estaba ideando, ella no querría volver a verlo y él tampoco a ella.

    ¿Cuándo iba a dejar de llover? Por primera vez los pronósticos climatológicos fueron ciertos y estos afirmaban que la lluvia no cesaría en toda la semana, algo impropio de esa estación, aunque casual a su estado de ánimo. Diversas zonas cercanas a la ciudad estaban sufriendo las consecuencias. Por suerte, era viernes. Desgraciadamente, el frío estaba helándole los nervios y, peor aún, las premoniciones aseguraban que pronto nevaría; el invierno era la época más infame del año.

    Corrió hasta el Maybach Landaulet, envolviendo la cámara en sus manos como a un bebé, hasta disponerla en el asiento del copiloto. Aquella lluvia superaba a la del día anterior y su chaqueta de cuero negro resultó insuficiente para cubrirle el cabello azabache. Seguramente ni Rina iría a trabajar con esa lluvia.

    Al llegar, inició el trote hacia la librería y entró al lúgubre lugar. El tráfico lo hizo retrasarse, sin embargo, solo había una persona allí. Su cabello castaño caía sobre sus hombros y su espalda, cubierta por una blusa manga larga celeste, mientras intentaba forzosamente, de puntillas, alcanzar un libro en uno de los últimos estantes superiores. Estaba tan ensimismada en su tarea y el ruido del diluvio invadía tanto cada espacio, que no escuchó al otro entrar a la tienda.

    Él se acercó con sigilo y aprovechó el ser más alto que ella para tomar el libro por encima de su cabeza, sin entregárselo.

    –¡Oye! –se quejó la otra como acto instintivo de agresividad y se volteó para encarar a quien le había quitado el libro, mas su rostro palideció al notar que Frederick estaba detrás de ella, viéndole con ojos intensos, indescifrables.

    Rina balbuceó unas palabras incomprensibles, sin conseguir algo apropiado para decir al recordar su encuentro anterior, pero él no la dejó pensar más al respecto, la tomó del antebrazo, la acercó a él con agilidad y sus labios se unificaron intensamente.

    Su acción tomó por sorpresa a la chica, quien se quedó con los labios y los ojos inmóviles por un instante. Pensó en negarse, en empujarlo o golpearlo, pero un impulso la incitó a continuar, deseaba hacerlo, y se dejó guiar por esos labios desolados, hasta que el libro que su jefe sostenía cayó al suelo con un sonido sordo.

    Frederick la acorraló contra la biblioteca a sus espaldas, mientras sus manos la tomaban de la nuca, lugar que le permitía sentir en sus dedos los latidos acelerados de su secretaria.

    La lluvia que había mojado su cabello ahora goteaba por el rostro de Rina, por su cuello, lo que hacía a aquel beso escalofriante y cálido a la vez.

    La mente de Frederick sonrió y sintió en sus labios cómo ella se rendía ante él, por completo; el plan formalizaba su inicio triunfal.
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    Próximamente... Capítulo 11: Agradecimiento. Estoy ansiosa por saber qué piensan de este final ;). No me odien por ser malvada, jajaja. Gracias, una vez más, por leer.
     
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    PetitPooh

    PetitPooh Iniciado

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    ~¡Hay dios mio...! Con las primeras palabras me has hecho sentir enamorada, atrapada, desenfrenada por saber que seguirá después. Se nota que le has puesto esfuerzo a todo esto, realmente me ha dado una gran sorpresa al ver esta originalidad en la nostalgia que le pones a Frederick, pobre hombre, de verdad que esta mas que dolido por su pasado. Pero hasta ahora me entusiasma mas la idea de saber que seguirá, porque digo, el abogado ese que parecía coquetearle a Rina, de alguna forma me parece que se interpondrá en esos dos, igual que el orgullo de Frederick (Creo que la segunda opción va a ser lo mas latoso). En fin, aquí me tienes como nueva lectora y pues que mas pedir, que cocines muy bien ese siguiente capitulo.

    Chau.
     
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    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

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    Oh vaya, ¡oh vaya! ¡La va a ilusionar y a romperle el corazón! Dios mío, que trama.

    Ejem... gracias por avisarme jeje U_U', pero es que no, no puedo creerlo, ¡la besó! ¿Qué clase de loco psicópata besa a su secretaria con el fin de quién sabe qué...? No, inaceptablemente genial.

    En fin, me encanta lo que está por ocurrir, y no ha pasado (?). El hecho es que, debes, ¿escuchaste? Debes (ni siquiera tienes la posibilidad de un respiro), publicar la conti rápido, porque bueno soy alguien impaciente, sep.

    Vaya, me tengo que relajar. Cof, cof. Bueno, dejando a un lado mi fangirlismo excesivo por Frederick me dedicaré a hablar del capi con mayor... control.

    Me encantó ciertamente, como te dije antes tu narración es encantadora y muy envolvente, además claro de tu trama.
    El momento fue intenso, aunque el capítulo fue algo corto tuvo esa intensidad atrapante y excitante (en el buen sentido) que me llama más la atención. Lo que hace que pida con tantas ansias la continuación pronta.

    En fin (otra vez), avísame cuando esté lista la conti.

    Sayito!
     
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    MrJake

    MrJake Game Master

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    Madre mía, cada vez se pone más interesante *.*

    *Ejeeem* Pues hola, antes de nada. Soy GL y hace ya algún tiempo estoy leyendo esta historia que, simplemente es... genialmente genial (?) Tu manera de escribir es magnífica, consigue envolverte y atraparte, te hace sentir cada escena, te ríes cuando ellos ríen, te sientes triste cuando ellos hacen lo propio... y te obliga a continuar leyendo y leyendo y leyendo. Y eso que realmente no es nada del otro mundo; la historia quiero decir. No es nada surrealista, fantástico, ni muy profundo. Es una trama sencilla, pero tan tan bien planteada que hipnotiza. Como alguien te ha dicho ya, consigues sacar todo un mundo de un simple granito. ¡Y qué mundo...!

    Otra cosa, debo declararme presidente y miembro número uno del club de fans de Rina Mile (?) Adoro esa chica, me encantaría que hubiese alguien como ella en mi vida. Pero, aunque parezca incongruente, también adoro a Frederick, porque en cierto modo lo entiendo. Sí, puede que en cierto modo me parezca personalmente a nuestro prota masculino (pero yo soy mucho menos apagado que él), solo que a mí no me molestaría la presencia de alguien como Rina.

    Están hechos el uno para el otro, a pesar de todo. Y sé que Frederick va a tratar de hacer alg malo... lo que no sabe es que al final va a ser él quien se enamore. O no (?) ¿O puede que sí? (?)Tampoco me hagan mucho caso (?) Pero, ¿por qué no? (?) Vaaaaaale, me callo (????)

    En fin, que ¡¡¡ENHORABUENA!!! , y que se note que lo recalco. ¡Magnífica historia! ¡sigue escribiendo! Y por lo que más quieras, ¡publica pronto! No puedes ser tan cruel de dejarnos así T.T
    Un saludo. GL.
     
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