Bajo la lluvia

Tema en 'Relatos' iniciado por Verloren Sadasto, 14 Abril 2011.

  1.  
    Verloren Sadasto

    Verloren Sadasto Entusiasta

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    Miembro desde:
    14 Abril 2011
    Mensajes:
    132
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Bajo la lluvia
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1906
    Título: Bajo la lluvia
    Tipo: Cuento corto
    Resumen: Un joven se encuentra en una encrucijada: su mejor amigo dice que su novia no existe, y ella que él es una fantasía suya, ¿Cómo podrá saber quién es real? ¿Los dos? ¿Ninguno?
    Advertencias: Ninguna.
    Género: Ficción/Romance
    No. de palabras: 1,369


    Las gotas caían con delicadeza, entregándose a su sueño suicida. Él no era capaz de notarlo, sumido en una propia y personal tormenta. Momentos antes había tenido una discusión con su eterno compañero, y la amargura de los insultos llenaba de hastío su alma. Aquel que estaba a su lado desde tierna edad, para ser separados sólo por el destino; aquel supuesto mejor amigo, se había encargado de ensuciar el nombre de su amor.
    —Años sin verte, y viniste sólo a eso— pensaba, mientras atravesaba la ciudad, dominado por un paso veloz y nervioso. Siendo testigos silenciosos, las gotas chocaban con su cuerpo, rostro y corazón.
    Sin haber avanzado mucho, tuvo la casual fortuna de encontrarse a ella, la fuente de su dicha, y recientemente de discordia, porque hasta llegó a suponer un idilio entre ellos. No tenía qué decirle, pero terminó tendido en el suelo, implorando el perdón de la dama, como todo hombre que ama sin pensar en sí mismo. Quiso el destino que, justo cuando la insistente lluvia diluía sus lágrimas, llegara ahí el amigo, dispuesto a reconciliarse con su "hermano del alma". Fue tal la ira de éste, que comenzó a vociferar a los cuatro vientos cuanta sandez le vino en gana. El novio se levantó asustado, sorprendiendo a su pareja, que no entendía tal reacción. Como mujer inconforme que era, le ordenó humillarse hasta que pudiera sentir su arrepentimiento, pero él no la escuchaba, no del todo, pues tenía 3 voces al unísono atacándolo: el amor, la amistad, y la etérea sinfonía del cielo al llorar.
    —¡Ven aquí! ¡Si yo siempre te he amado!— se oía su dulce voz.
    —¡Hermano! No dejemos que esa zorra nos separe...— con la mirada en él, gritaba desesperado.
    Tanto caos le impulsó a cerrar los ojos, y ahí, tirado, tratar de decidir. Lo dominó un enorme grito, que precedió a un silencio sepulcral, incluso la lluvia cesó. Se incorporó, sintiendo un profundo vacío: ambos lo habían abandonado. Fue entonces cuando sintió una profunda punzada en la cabeza
    No supo como llegó hasta el hospital, pero estaba cómodamente en una cama, comodamente cobijado. Se quedó ahí, pasmado, creyendo que había alucinado a Eleanor, su romance de juventud, y a Carlo, el hermano que nunca tuvo. Ya antes había vivido esa sensación ¿Pero porque ellos?
    Repentinamente, el teléfono lo regreso a la realidad. Con desmesurada pereza consiguió alcanzar el aparato. Cual sería su sorpresa al escuchar la voz de ella al otro lado, pidiéndole que se vieran en un café que frecuentaban en años mozos. El motivo: explicaciones de lo ocurrido la noche anterior.
    Ya dado de alta, y con la vestimenta apropiada para la ocasión, emprendió el camino. El lugar estaba cerca, bien a tiempo consiguió llegar caminando. Ella no estaba, y decidió esperarla en una de las mesas de la terraza. El tiempo comenzó a esfumarse, pero Eleanor nunca apareció.
    Con las ilusiones rotas, optó por dar un paseo largo de vuelta a casa. Cual no sería su sorpresa al toparse en el parque, al viejo y confiable Carlo.
    Él tampoco mencionó palabra sobre lo ocurrido. Cotidianamente, su opción era olvidar sin dar explicación alguna. Caminaron ampliamente, dejando que la realidad se escapara, y las palabras fueran pasajes vivos. Asi fue, al menos, hasta que se tocaron temas del corazón.
    —Eleanor no existe— le dijo, como si no lo hubiera dicho antes.
    —¿Como no puede existir? ¿A quién he besado y abrazado todo este tiempo? ¿Qué es lo que he amado?
    —Nada. Conozco tus antecedentes mejor que cualquiera, y sé que fuiste capaz de crearla para llenar tu soledad... como en aquella ocasión.
    —No lo creo, ya lo he superado.
    —El principio de un adicto es la negación.
    A partir de ahí, el ritmo de la conversación se rompiera, al grado de concluir prematuramente cuando pasaron por el hogar de él. Carlo se despidió sin más, obligándolo a entrar.
    Ya a puerta cerrada, los sentimientos de antaño lo vencieron. Su mal había desaparecido, junto con los acosadores fantasmas que lo acecharon durante su juventud. Era el claro ejemplo de que la razón prevalece por sobre el pensamiento, pero el hecho de que se alejara, no era prueba feaciente de que ya no existiera.
    Cual respuesta divina, el teléfono irrumpió en la habitación, y sólo una persona podía ser. Eleanor trató de disculparse por el desaire ocurrido, pero él no quiso escucharla, convencido de que no era más que un vano producto de su transtocada mente.
    —Estás enfermo, pero yo soy de verdad ¿Que no recuerdas lo que pasó anoche?
    —Si fueras real, recordarías lo que ocurrió. No eres más que aquello que quiero ver, pero que no es posible. Carlo me dijo que estás muerta...
    Eleanor se quedó muda al oírlo. Lo último que se escuchó fue el sonido del auricular al estrellarse con la base. Estaba hecho, el fantasma había desaparecido.
    Con la mente en blanco y la mirada vidriosa, se entregó a brazos de Morfeo. Una parte de sí mismo se negaba a dejar ir a Eleanor, decidida a vivir en la utopía de un sueño, arriesgarse a ser un perpetuo durmiente.
    Eso no ocurrió. El alba entró de lleno por la ventana, arrancándolo de su letargo. Todavia abrumado por la realidad, decidió dar otro paseo por el parque.
    Mientras se perdía entre risas de niños y el eco urbano a lo lejos, fue a dar ante las escenas de su pasado: sobre un niño sin amigos, que era ignorado por todos, excepto por aquellos que surgian de los rincones de su imaginación. Asi fue, hasta que un joven extranjero lo devolvió a la realidad.
    Y volvió a hacerlo. A su lado estaba de nuevo Carlo, que comprendía su tristeza sin siquiera saber el motivo. Lo acompañó en su paseo, escuchando con detalle la historia de un fantasma de la mujer amada, desde la primera vez que cruzó palabra con ella, hasta que escuchó la noticia de su deceso, en voz del mismo Carlo.
    Oscurecía, y el cielo comenzó a nublarse, anunciando su próxima tormenta. Eso no importó al par de amigos, que seguían charlando animadamente. No notaron siquiera una presencia aproximándose, cuyas lágrimas parecía emular las gotas de lluvia, pues ambas estaban por desatarse.
    Una delicada mano en el hombro, fue lo último que sintió antes de que la borrasca estallara. Al voltear, no sabía si era la oscuridad o el agua lo que formaba la ilusión frente a él. Esa nacarada tez, la mirada soñadora, no podía ser nadie más.
    —¿Por que te detienes? ¿Qué es lo que ves con tanto interés?— preguntó Carlo, aparentemente asustado por el repentino miedo de su amigo.
    —Eleanor, está frente a mí...
    Ella lo miró extrañada, y tocando su rostro, preguntó con quién hablaba. Al parecer, no podía ver al joven a su lado, a aquel que la pretendió primero que él. Era curioso, ¿Que una ilusión no podía ver a alguien real?
    Ahí, frente a la lluvia, se desató el mismo escenario de la noche anterior. Ambos le gritaban, sin ser capaces de ver al otro. Uno trataba de defenderlo de su mente enfermiza, la otra, demostrar que era real lo que veía.
    Estaba por colapsar de nuevo, cuando, al ver las gotas caer sobre el rostro de Eleanor, vio de nuevo al niño solitario, cuyos amigos inexistentes lo invitaban a jugar en la lluvia. La única vez que lo hizo, fue severamente castigado por haber empapado el caro uniforme escolar. Miró fijamente a la joven, siguiendo una de sus lágrimas con el dedo, hasta alcanzarla, luego le dijo.
    —Pareces salida de un hermoso sueño, pero no creo que lo seas.
    Ella le sonrió con ternura, mientras le dominaba el impulso de abrazarlo. Al sentir el calor dentro de esos brazos mojados, consiguió recordar parte del dia anterior.
    Eleanor no había muerto, sino que por fin había vuelto a la cuidad luego de una larga estancia en el extranjero. Se encontraban celebrando el reencuentro, y soñando con sus próximas nupcias, cuando recibieron la noticia de un funeral, luego sintió un fuerte mareo y perdió el conocimiento.
    Mientras emprendían el camino a casa, él volteó la mirada: Carlo no estaba por ninguna parte, ni siquiera una huella suya.
     

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